1-Introducción.
Zi Lu dijo: ¿el hombre noble estima la valentía?
Confucio dijo: el hombre noble pone la firmeza en primer lugar.
Si el hombre noble es valiente sin firmeza, será un rebelde.
Si el hombre inferior es valiente sin firmeza, se convertirá en un delincuente.
[Analectos de Confucio]
El hombre chino por excelencia, el más conocido de todos y el que ha dejado una influencia más profunda y perdurable, es Confucio. Vivió hace 2500 años y todavía sus enseñanzas sobre lo que es el hombre superior, la correcta manera de relacionarse con los semejantes y el código privado de conducta siguen vigentes en China, adaptadas a lo largo de los siglos a muchas épocas y dinastías, pero sin cambiar en el fondo. Fue un hombre que vivió una vida sencilla, al estilo de Jesús, enseñando a sus discípulos a la manera de Sócrates: preguntando. No fundó una religión ni predicó una manera de adorar a Dios; sus enseñanzas y el ejemplo de su vida están referidas casi exclusivamente a la forma de desarrollar lo mejor que cada individuo tiene y a buscar la mejor manera de mantener la paz y la armonía en las relaciones sociales.
Confucio aceptó la existencia de un poder superior y habló de la veneración que todo hombre debería tener por el Cielo y por sus ancestros, pero no elaboró ninguna teología, no predicó en nombre de Dios, no se declaró enviado por nadie, y nada más como hombre, se dirigió a los demás hombres. Yo creo que parte del éxito y la persistencia de sus enseñanzas se debe precisamente a que estuvo desligado desde el principio de cualquier religión; enseñó un código moral y dijo que el hombre que lo siguiera estaría respetando los deseos del Cielo, pero no dijo cómo construir altares ni se erigió en profeta. Habló de lo que casi todas las religiones hablan –cultivar lo mejor de uno mismo, amar y respetar al prójimo, ser recto en los tratos con los semejantes- pero lo mantuvo en un ámbito exclusivamente humano, y con eso se evitó las disputas que han aquejado a la humanidad desde milenios: ¿debemos llamar a Dios como Yahvé, Allah, o simplemente Dios? ¿es más correcto adorar a Dios en una sinagoga, en un templo cristiano, en una catedral, en una mezquita o en el campo? ¿Dios descansó el sábado o el domingo? ¿tiene sentido esta pregunta, cuando apenas se estaba creando el mundo?
Con el paso de los siglos, China ha recibido influencias de religiones diferentes, como el Budismo y el Islam; los chinos pueden adoptar una u otra, pero seguirán siendo confucianos. Los asuntos que son anatema en Occidente: obedeces al Papa o no, interpretas tú mismo los Evangelios o no, tienes que ir a La Meca de peregrinación o no, trabajas el sábado o no, tienen poca importancia en el contexto de las enseñanzas de Confucio. Con otras palabras y en un lugar muy distante, el código de ética confuciano se podría resumir en lo dicho por San Agustín: “ama y haz lo que quieras”.
2-Vida
Confucio dijo: Hay tres clases de disfrutes que son benéficas y tres que son perjudiciales.
El disfrutar el cultivo en la música y los rituales, el disfrutar lo bueno que es hablar de la bondad de otros y el disfrutar verse rodeado por amigos de buen carácter, todos éstos son benéficos.
El disfrutar la arrogancia, la disipación y el confort, todos éstos con perjudiciales.
[Analectos de Confucio]
Confucio nació en la provincia de Lu, que está situada al noreste de China, el año 551 A.C. Era hijo de un noble venido a menos, y quedó huérfano de padre desde muy niño. Su madre se traslado a vivir a un lugar más adecuado para que sus hijos se desarrollaran, y Confucio aprendió a leer y absorbió todos los textos que estuvieron a su alcance; en esa época y tratándose del idioma chino, aprender a leer no representa el mismo esfuerzo que actualmente, porque había una mucho menor difusión de la cultura y porque el chino es un idioma ideográfico, es decir, las palabras se escriben mediante dibujos que dan una idea del significado y no mediante los sonidos que forman las letras de la palabra. Por ejemplo, en español “agua” es la concatenación de las letras a,g,u,a pero en chino es un solo símbolo: 水. En los idiomas occidentales hay que aprenderse entre 20 y 40 símbolos para escribir con ellos todas las palabras; en chino hay que aprenderse miles de símbolos, en principio uno por cada palabra. Imagínese usted que en vez de las diez cifras 0, 1, 2,…, 9 y la notación posicional para escribir el diez como “10” tuviéramos un símbolo para cada número: el avance actual de la ciencia y la tecnología estarían atorados y retrasados muchos siglos por ese tapón, que no es más que una simplificación de la notación. Es muy improbable que de consideraciones como éstas haya nacido en Confucio el interés por llamar a las cosas por su nombre, una de las partes importantes de su pensamiento, pero su inteligencia y su conocimiento del ser humano lo llevó a insistir en la importancia de utilizar adecuadamente las palabras.
Los tiempos de Confucio no eran mejores ni peores que los actuales: las condiciones en que vivía la gente eran malas, había una enorme ignorancia y analfabetismo en el pueblo, China estaba nominalmente bajo el emperador pero en cada provincia los gobernadores hacían lo que les daba la gana, la estructura de gobierno era feudal y cada señor, en sus dominios, hacía pelear al pueblo en guerras que nada más beneficiaban al señor, les imponían impuestos, los sometían a trabajos forzados, los oprimían como se les antojaba. La economía china era altamente dependiente de la agricultura, y a través de los siglos habían aprendido a identificar los ciclos anuales de frío, calor, lluvias, crecidas en los ríos, tiempos para sembrar y tiempos para cosechar. Si por mala suerte el señor entraba en guerra contra el vecino en época de cosecha, de cualquier manera obligaban a los campesinos a pelear, yendo a morir o a matar por un señor a quien no le importaba lo suficiente las cosechas que les darían alimento. Empecé este párrafo diciendo “no eran mejores ni peores…” y se me ocurre, para justificarlo, pensar que en nuestras estructuras de poder se solapan a los sindicatos de Pemex y Educación, dándoles poder y dinero que atenta directamente contra dos bienes indispensables en cualquier país, sus recursos naturales y el futuro de los niños. Para remachar, pensemos en el dispendio que representa el gasto en las campañas políticas, que a la larga no veo que beneficien al país, y que con lo que nos estamos gastando en 2012 bastaría para construir otra presa como El Cajón, Nayarit.
Estaría bien que Confucio reencarnara en estos tiempos en México, porque a la vista de los problemas contemplados reflexionó, escribió, enseñó y propuso una manera de vivir, tanto en lo individual como en grupo, que tiene dos características comunes a las grandes obras: sencillez y naturalidad. Confucio supo llegar al corazón de la materia y expresar en términos sencillos normas de vida y de conducta social que, aún vistas 2500 años después, son fáciles de entender, son naturales, y de sentido común.
La base de las enseñanzas de Confucio está en el individuo, en el hombre superior, pero no tratado como un ente abstracto (que nos iguala a todos) sino aceptando de principio que todos somos diferentes y que teniendo distintas capacidades, y que nuestro objetivo es desarrollar al máximo esas cualidades y obtener un equilibrio en las relaciones con las demás personas. Su idea de Gobierno también es sencilla: está ahí para hacer felices a los gobernados, para mejorar sus condiciones, para procurar un entorno armonioso en donde cada individuo pueda desarrollarse al máximo de sus capacidades. Hace 2500 años rechazó la idea de que los gobernantes estaban ahí por “derecho divino”, como lo han declarado muchos en el curso de la Historia, y se adelantó a decir lo que las naciones modernas plasman en sus Constituciones. El caso más conocido es la Declaración de Independencia de EEUU, que dice
…es nuestra convicción que… todos los hombres fueron creados iguales, fueron dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables como la vida, libertad y la búsqueda de la felicidad, y que los gobiernos han sido instituidos para asegurar esos derechos…
De esos principios derivó Confucio la necesidad de impuestos justos, la eliminación de castigos severos, y la absoluta necesidad de la educación como un medio generalizado para que los individuos y la sociedad avancen.
Confucio se adelantó unos 2000 años a su tiempo, porque no fue sino hasta la Revolución Francesa que aparecieron públicamente y aplicadas en un país estas nociones. La historia de los países hasta 1789 había sido básicamente un intento de perpetuarse por parte de las dinastías reinantes en cada lugar (justificando su posición de muchas maneras, la más frecuente de todas, invocando un derecho divino), junto con los intentos de expandir los dominios y las riquezas de cada país, empezando por las de la corona.
Así, no es una sorpresa que Confucio no logró en toda su vida el objetivo que persiguió: conseguir un puesto administrativo importante en alguno de los pequeños reinos o principados de que se componía China, para que desde ese puesto pudiera él ejercer una influencia en el gobernante a fin de mejorar las condiciones del pueblo. A ningún gobernante le gusta que le digan lo que tiene que hacer, y el destino de Confucio fue peregrinar de reino en reino, enseñando a sus discípulos y sembrando la semilla de su pensamiento, pero sin acceder a la posición que pretendió. Fue una especie de maestro ambulante, como Jesús, pero sin sermones a las multitudes ni la muerte por crucifixión. Hacia el final de su vida, cuando tenía 67 años, sus discípulos lo convencieron de que regresara a su provincia natal, Lu, y ahí vivió los últimos 5 años de su vida, nada más enseñando.
Confucio se convirtió en un maestro y estudioso, aceptando alumnos de una manera informal, al estilo de los filósofos griegos: hablaba con ellos, trataba de conocerlos, respondía sus preguntas y comunicaba sus pensamientos. Se le atribuyen muchas obras, pero fueron en realidad escritas por sus discípulos, años después de su muerte, lo mismo que los Evangelios y que el Corán, pero hay una congruencia y sentido de unidad entre esas obras suficiente como para aceptar que efectivamente corresponden a las enseñanzas de una persona.
Los nobles contrataban tutores para sus hijos, que los instruían; como no existían las escuelas, la mayoría del pueblo, que no tenía recursos suficientes, no podía contratar instructores y de esa manera la ignorancia y el analfabetismo se heredaban de una generación pobre a la siguiente. Confucio reflexionó que en principio cualquier persona podría recibir educación y beneficiarse con eso, y que el aprovechamiento de cada individuo no dependía de la nobleza de su familia; por lo tanto, la educación podía y debería hacerse accesible a toda la gente, y él mismo aceptó alumnos sin tomar en cuenta el origen familiar y sin otra recomendación que el deseo de aprender.
Con sus alumnos, intentó desarrollar las habilidades de cada quien, exaltando las diferencias entre las personas como un medio de desarrollar lo mejor del individuo. La educación que impartió no era dogmática ni jerárquica, aceptaba de buen grado las opiniones contrarias que pudieran expresar sus alumnos sin enojarse ni tomar represalias. Partió del principio de que cada persona debe insistir en el estudio, en el examen del mundo exterior, en el análisis de la vida y obra de los sabios, y a partir de esto llegar a construir un juicio personal sólido acerca de cómo actuar en la vida.
El punto de partida es el ren (仁), una palabra china que se puede traducir como benevolencia, altruismo, bondad, humanidad. No es exactamente el sentido del amor cristiano, sino más bien una combinación de amor a sí mismo junto con amor a los semejantes. Confucio insiste grandemente que es a través del desarrollo de las habilidades individuales que el hombre puede adquirir el ren y convertirse en un miembro valioso de su comunidad. Él insiste en que los hombres son intrínsecamente buenos, y que es la buena o mala educación y las buenas o malas influencias lo que conduce al individuo por un camino o por otro. Como una consecuencia de este razonamiento, deriva Confucio la importancia primordial que tiene la educación en cualquier país.
Su concepción de la educación fue revolucionaria, dada la época en que vivió. Al promover el derecho individual a la educación, para que todos los hombres estudiaran, mejoraran y tomaran sus propias decisiones, atentaba contra el autoritarismo imperante en esa época de una China feudal. Al aceptar estudiantes ricos o pobres, atentaba contra el monopolio de la aristocracia del derecho a la educación. Al preparar a gente del pueblo como si hubieran sido hijos de nobles, capacitó a estos individuos a que formaran parte de la estructura de gobierno, y así rompía el monopolio de la nobleza para esos puestos.
3- Religión y ética.
A los 15 puse mi corazón a aprender
A los 30 estaba firmemente establecido
A los 40 no tenía dudas
A los 50 conocía la voluntad del Cielo
A los 60 estaba listo para escuchar la voluntad del Cielo
A los 70 podía seguir mi corazón sin transgredir lo que era bueno.
[Analectos de Confucio]
Confucio no fue un pensador religioso. Las ideas de un ser supremo y del respeto que el hombre le debe profesar están mencionadas en su obra pero no son el tema central; aceptó la creencia generalizada en una fuerza superior, hablaba del cielo en términos de algo que identificaba con Dios, pero no tocó el asunto de los ritos ni templos ni sacerdotes en detalle. Fue tolerante en materia religiosa, y esto es parte de la razón de que China haya sido, a lo largo de su historia, también tolerante hacia las diversas religiones.
Hace varios años leí en la columna de Catón un chiste que me hizo mucha gracia, reescrito aquí con errores gracias a mi mala memoria. En un río que atraviesa la región de Nueva Inglaterra había un puente, y un caminante pasaba por ahí. Va contemplando las maravillas de la creación, cuando oye debajo, en el río, una voz que pide auxilio. Se asoma a la orilla del puente, y ve un hombre, apenas sujetado a una roca, amenazado por ser llevado y ahogado por la corriente. El hombre grita “¡Hermano! ¡Ayúdame por favor, que me ahogo!” Una sonrisa de satisfacción se dibuja en el rostro del caminante cuando escucha la palabra hermano. “Dime, buen hombre: ¿por qué me llamas hermano?” “Porque veo que tú eres mi hermano en Cristo.” Crece el tamaño de la sonrisa en el salvador, pero pregunta para asegurarse “¿entonces tú profesas la fe de Cristo?” “¡Claro que sí, hermano! Yo creo que Cristo es nuestro Dios y Señor.” En un momento de perplejidad, el paseante pregunta “¿pero eres católico, ortodoxo o protestante?” “Protestante, ¡esto es Nueva Inglaterra!” “¿Anglicano, Baptista, Calvinista o Luterano?” sigue preguntando el salvador, siempre en riguroso orden alfabético. “Baptista, naturalmente.” “Pero dime, ¿tú crees que el bautismo debe ser practicado en los recién nacidos?” “¡Claro que no! Yo creo que el bautismo es un acto que el adulto debe ejercer, cuando se sienta tocado por la gracia del Señor.” “Ah, entonces tú eres tan baptista, como yo. Me agrada que el Señor te haya puesto en mi camino, hermano.” El que estaba abajo se empieza a desesperar, y le dice “sí, claro que soy baptista. Ahora arrójame esa cuerda que está ahí junto a la columna del puente, hermano.” El casi salvador está de acuerdo, mas quiere asegurarse. “Dime todavía: ¿tú crees que el perdón de Dios por los pecados se da a todos los hombres en conjunto, o a cada uno de ellos en particular?” El pobre hombre que está aterido por el río recién deshelado contesta sin embargo con firmeza: “Dios da a cada quien lo que se merece, porque solamente al buen ladrón le dijo Cristo en la cruz en verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso (Luc. 23:39-43). El perdón es a cada uno, según sus merecimientos.” “Muy bien, hermano, muy bien,” contesta sonriendo, porque se ha asegurado que no es un católico disfrazado de ahogado quien le pide ayuda –los católicos no conocen los Evangelios- y ya con la cuerda en la mano, listo para aventarla, hace la última pregunta: “nada más para terminar, hermano, dime si aceptas las enseñanzas de John Spilsbury.” “¿John Spilsbury? ¿Y quién es ése?” Preso de santa furia, el paseante recoge la cuerda que estaba por arrojar al de abajo, y le grita “¡Muere, hereje!”
La religión, que debería ser una forma de relacionar al hombre con la divinidad, y que no debería ser motivo de problemas entre humanos, ha probado a lo largo de la historia ser un pretexto casi inagotable de conflictos, en donde disfrazado de amor o respeto a Dios, se encuentra el odio o la ambición o el temor de los distintos grupos humanos. Yo no creo que Dios haya mandado matar a los protestantes en la Noche de San Bartolomé, ni que Dios haya originado la Guerra de los Treinta Años, ni que les haya dicho a los cristianos o a los musulmanes que fueran a recuperar Tierra Santa por la fuerza de las armas (los dos alegaban lo mismo). No tiene nada de malo una religión en donde el hombre adora a Dios y sigue sus mandamientos, pero el hombre ha probado que tiene capacidad de retorcer los sentimientos y conceptos más elevados (como la religión) para convertirlos en una amenaza, y en este sentido fue una bendición para los chinos que Confucio no predicara ninguna religión, sino exclusivamente una ética y una forma de vida, ya que nada más dijo a los chinos cómo comportarse, y les quitó el motivo para pelearse en nombre de Dios. Sus enseñanzas no están basadas en cuestiones sobrenaturales, ni en una recompensa (o castigo) en el más allá, ni profundiza en metafísica o epistemología; sus enseñanzas son prácticas, para la vida de todos los días.
Si quisiéramos trivializar a Confucio, diríamos que sus enseñanzas son simples expresiones de sentido común; pero teniendo en cuenta que ése es el menos común de los sentidos, desaparece la trivialidad. Por ejemplo, dice que no hay que actuar sin conocer bien el asunto: hay que oír mucho y seleccionar y seguir lo que es bueno; hay que ver mucho y tomar notas cuidadosamente de lo que se ve; así, -declara el maestro- es como crece el entendimiento. Si comparamos estos pasos sencillos con las construcciones complicadísimas que hicieron los griegos para explicar lo que había en el cielo (la Tierra era el centro del Universo, todo daba vueltas en círculos alrededor de la tierra, la luna y los demás astros celestes eran de una naturaleza distinta a la Tierra, el sol era perfecto porque representaba a Dios y no podía tener manchas, los planetas eran círculos perfectos, la Vía Láctea era un camino para los dioses bajaran a la tierra o regresaran al cielo, etc.), que todas eran equivocadas y todas habían surgido de la especulación y no de la observación, nos damos cuenta de que el pensamiento de Confucio era en realidad avanzado.
La insistencia mayor la hizo en el concepto de ren (仁), como mencioné antes. El concepto de Humanidad puede equipararse con virtud = amar a los hombres, y Sabiduría = entender a los hombres. La familia es sumamente importante y las relaciones padre – hijo son fundamentales: el padre debe cuidar de sus hijos, el hijo debe respetar a los padres y cuando mueren, venerarlos junto con sus otros antepasados. Esta verticalidad de las relaciones, esta falta de simetría entre el que está arriba, en papel de autoridad, y el subordinado, tan contraria a la tendencia moderna a insistirnos a todos iguales y a decirnos que el Presidente es nuestro empleado, porque nosotros lo elegimos, preparó a los chinos a una aceptación más pacífica y más razonada de las relaciones con la autoridad, relaciones que existen en todos lados, independientemente del particular ismo que el país predique.
Confucio decía que la comunidad humana era como una gran familia, lo que tiene dos grandes implicaciones: el respeto al que está arriba y la obligación del gobernante por velar efectivamente por el bienestar de sus gobernados. Considera que la educación es el camino para que cualquier chino pueda acceder a los puestos de gobierno, e insiste en que el gobernante debe ser ejemplo de ren, de humanidad, de cuidado por sus subordinados; en otras palabras, el gobernante debería ser el mejor de los chinos. Se oponía a los aristócratas que se proclamaban superiores por derecho divino, inventándose un antepasado que era hijo de los dioses. Confucio se oponía diciendo que el derecho a gobernar radica en la habilidad para hacer felices a los súbditos, y no en el nacimiento. Esta habilidad dependía de la virtud y las cualidades personales del gobernante. En otras palabras, como en nuestras llamadas democracias, cualquiera puede ser presidente. Entendió que los gobernantes no iban a renunciar a los derechos hereditarios para que sus hijos los sucedieran, y encontró una solución: el gobernante debe rodearse de las personas más capaces para que ejerzan los actos de gobierno, como me decía el Ing. Miguel Ángel Barberena: “mira, José Luis, gobernar es muy fácil; nada más tienes que saber elegir a tus Secretarios.” Más sabio que el Ing. Barberena, Confucio derivó una necesidad extra a partir de esta regla para los gobernantes: a fin de que el gobernante pueda encontrar personas capaces, el país tiene que producir gentes capaces. ¿De qué manera? Por medio de la educación.
Confucio dice que la primera manifestación del ren (仁) es la piedad filial, el respeto a los padres y antepasados. Esta actitud ha sido elevada, con los siglos, al nivel de un culto nacional en China, y se encuentra en oposición a lo que sucede en otras culturas como en México, donde se exalta la individualidad y se arroja al individuo a integrarse en la sociedad en su conjunto, sin la experiencia previa, más reducida y más manejable, de una piedad filial o algo equivalente. Una explicación viene al caso. La integración familiar se hace en un contexto reducido, los pocos miembros de la familia. Si el niño vive desde pequeño un ambiente de respeto a los padres, al salir de la familia para integrarse en un trabajo tendrá menos problemas para aceptar la autoridad y seguir las órdenes de sus superiores, y cuando llegue su turno de ser padre, intentará estar a la altura para ganarse el respeto de sus propios hijos. Esto se ha dicho de muchas maneras, por ejemplo para saber mandar hay que saber obedecer. En forma negativa, podemos decir que familias desintegradas producirán individuos mal ajustados a la sociedad.
Confucio plantea su idea del hombre superior, aquel que está guiado por el ren, y que lo complementa con la virtud (te) y la honestidad (yi), y explica lo que entiende por este tipo de hombre por medio de aforismos: “el hombre superior se preocupa por la virtud, el inferior por la tierra”. “El hombre superior entiende lo que es correcto, el inferior lo que es provechoso”. El ren es la supervirtud de todas las virtudes, con incluye reciprocidad, lealtad, coraje, sabiduría, confiabilidad.
Pero esto no podía quedar en el aire, hablando nada más de principios abstractos, y el ren es aterrizado en las relaciones humanas a través del li = decoro, etiqueta, formalidad, apego a los ritos, que podría ser entendido como educación o cortesía en el sentido del Manual de Carreño, pero que debe ser referida a un comportamiento de etiqueta social que está basada en una aceptación y una práctica honesta del ren. La etiqueta china se desarrolló enormemente. Ya vimos en el primer artículo de esta serie que los chinos le dieron largas al inglés Macartney cuando solicitaba audiencia con el emperador porque no se ponían de acuerdo en todos los detalles del protocolo; efectivamente, existía y era muy importante el puesto de Ministro de Ritos, que siempre se otorgaba a alguien cercano al emperador y que fuera un experto confuciano. Este ministerio debía su existencia a la aceptación implícita de una jerarquía social y de la posición que cada quien tiene dentro de esa jerarquía, ilustrada en el aforismo “que el príncipe sea príncipe; el ministro, ministro; el padre, padre y el hijo, hijo.” Confucio no predicó esa libertad desenfrenada de nuestra cultura occidental, que en el momento de la práctica se convierte en letra muerta y se queda en la simple especulación, y bajo la influencia del maestro tanto los chinos como los japoneses se volvieron extremadamente comedidos, respetuosos y formales en su trato social.
De esta aceptación de la desigualdad social se deriva el concepto del individuo ideal: chün-tzu, literalmente príncipe-hijo, que es una persona que no siente ansiedad ni miedo, que siempre está tranquilo y a gusto. Por contraste, el individuo no ideal es el que siempre está preocupado y lleno de stress, con lo que Confucio hace un retrato hablado de todos los que yo conozco (empezando por mí mismo), con excepción de Don Fortunato, el jardinero del edificio de enfrente.
Confucio vivió en una sociedad feudal pero se desencantó del comportamiento y la calidad de los nobles, y propuso una nueva nobleza obtenida a través de la educación y del desarrollo de las virtudes innatas a todos los humanos, como el ren, más el desarrollo de las virtudes individuales. Los occidentales, en su Declaración de los Derechos Humanos más los hijos y nietos de este documento (prácticamente todas las constituciones) partimos de un principio de igualdad que es más bien una declaración y que ahí se queda. En contraste los chinos parten de la desigualdad de los seres humanos para caminar hacia un ideal, el chün-tzu.
Este ideal confuciano de hombre debería ser la nueva élite, que supliera a la nobleza y que gobernara el país. Al acceder al poder, un hombre adquiere la obligación de dar con su ejemplo el camino a seguir, considerando que gobernar es por definición buscar la felicidad de los gobernados.
De aquí se saca una conclusión de largo alcance acerca de la legitimidad de un gobierno. Si hace las cosas bien y procura la felicidad del pueblo, eso da legitimidad a un gobierno. Si no, deja de ser legítimo. En la historia china este concepto se manejó en varias ocasiones cuando se acumulaban muchas desgracias que asolaban al país, como guerras, inundaciones y hambre, y en esas condiciones el pueblo decía que la dinastía reinante había perdido el Mandato del Cielo. Llegado el momento, eso se convirtió en varias ocasiones en una aceptación, como natural, de que cayera una dinastía y empezara a gobernar otra.
4-Influencia de Confucio en la historia china.
Cuando el Camino (el gobierno justo) prevalece en el país,
los ritos, la música y las campañas militares son iniciados por el emperador.
Cuando el Camino declina en el país,
los ritos, la música y las campañas militares son iniciados por los nobles.
Cuando esos eventos son iniciados por los nobles,
la casa reinante perderá el poder por diez generaciones.
Cuando esos eventos son iniciados por los ministros,
la casa reinante perderá el poder por cinco generaciones.
Cuando esos eventos son iniciados por los funcionarios menores,
la casa reinante perderá el poder por tres generaciones.
Cuando el Camino prevalece en el país,
la gente común no debate política entre sí.
[Analectos de Confucio]
Confucio no escribió sus propias obras, pero sus discípulos se encargaron de reunir sus enseñanzas en los Analectos, una colección de aforismos atribuidos al maestro. Es una colección de veinte capítulos, agrupados por temas pero sin un orden ni organización especial. Probablemente fue como lo que sucedió con los Evangelios y el Corán, que años después de la muerte de los maestros, los discípulos anotaron las enseñanzas como las recordaban. Es benéfico, hasta para el hombre moderno occidental, echar un vistazo de vez en cuando a ellos y dedicar un momento de reflexión a lo que dijo Confucio. Sus enseñanzas, como las de los Evangelios, tienen esa naturalidad que hace casi imposible rebatirlas. Tomaré al azar algunos ejemplos:
Confucio dijo: Hay tres errores comunes cometidos por la gente de rango:
Hablar cuando no hay nada que decir; esto es imprudencia.
Estar callado cuando hay algo que hablar; esto es engaño.
Hablar sin poner atención a la expresión de las demás personas: esto es ceguera.
Confucio dijo: Hay algunos que nacen con sabiduría; estos son los mejores.
Los que estudian y adquieren sabiduría son los que siguen.
Los que son limitados pero estudian son los que siguen.
Los que son limitados y no quieren estudiar son la clase más baja de personas.
Confucio dijo: la gente es semejante por naturaleza, pero a través del hábito llegan a ser muy diferentes. Únicamente los más sabios y los más estúpidos no cambian.
Zi Zhang preguntó a Confucio acerca del ren. Confucio contestó: si tú practicas estas cinco virtudes con toda la gente, entonces te podrás llamar humano: cortesía, generosidad, honestidad, persistencia, amabilidad. Si tú eres cortés, no te faltarán al respeto; si eres generoso, ganarás todo; si eres honesto, la gente confiará en ti. Si eres persistente, obtendrás resultados. Si eres amable, podrás emplear a la gente.
Poco a poco, en el curso de muchos siglos, las enseñanzas de Confucio permearon en toda China. Se convirtieron en un marco de referencia para la ley, una especie de jurisprudencia primitiva dictada por el maestro de todos los chinos, que la han utilizado por milenios para plantear y resolver casos legales. Algunos emperadores vieron las ventajas de adoptar sus enseñanzas como guía para su gobierno, y fueron recurriendo cada vez más al apoyo de expertos confucianos para contratarlos en puestos importantes. En el año 605, durante la dinastía Sui, el emperador decidió que cualquier persona que aspirara a un puesto en el gobierno imperial tenía que someterse a un examen que estaría basado en los textos clásicos chinos, empezando por los Analectos. No únicamente para los maestros, para cualquier puesto en la administración imperial, los aspirantes tendrían que presentar y aprobar el llamado Examen Imperial. En vista del rechazo actual de los maestros a presentar examen (apoyados por el PRI, que creó el sindicato, y por los candidatos que no dicen abiertamente que van a sanear el asunto) yo concluyo que México tiene 1407 años de retraso con respecto a China, lo que es una explicación bastante contundente de por qué ese país ha avanzado mucho más que México en los últimos 90 años.
Aprobar el Examen Imperial se convirtió en la meta de cualquier chino que quería superarse y acceder a un puesto de importancia. Estaba abierto a todos los chinos, en todas las regiones, porque se tomaron provisiones para contratar de todas partes del país, en un número proporcional a los habitantes de cada región. El aspirante podía presentarlo y aunque fuera reprobado eso no era un estigma social, porque todo mundo sabía que eran exámenes muy difíciles y se respetaba a los que estudiaban y decidían presentarse: no se estigmatizaba un fracaso, sino se alababa la actitud de superación. Si no aprobaba el examen, podía continuar estudiando y volver a presentarlo en la siguiente oportunidad. Este uso, convertido en ley por el emperador y elevado a nivel de conciencia nacional porque duró 1300 años en funcionamiento (se abolió hasta 1905), fue lo que proveyó a China de muchas generaciones de personas inteligentes, conocedoras, expertas en temas confucianos, que fueron los mandarines que se encontraban al frente de las oficinas del gobierno en toda China. Era público y notorio si alguien había aprobado el examen, puesto que se les permitía portar un bordado en tela, cosido a sus vestiduras, que representaba el rango alcanzado dentro de la administración. La gente sabía cuando estaba frente a uno de esos estudiosos, y como todo chino conoce y venera a Confucio, el tener frente a sí a un experto en Confucio que había pasado ese difícil examen producía un sentimiento de respeto, mostrado en un sinnúmero de deferencias en el trato hacia los funcionarios.
Estos funcionarios fueron durante muchos siglos el alma de la administración imperial, la espina dorsal de la organización y de la vida en China. Naturalmente que hombres al fin, más de alguno se aprovechó de su puesto para beneficiarse, pero el punto importante es China tuvo una legión de hombres preparados para gobernarla durante siglos, aunque no hayan sido ángeles. Personalmente siempre preferiré que estén al frente del gobierno personas inteligentes y preparadas, en vez de los compadres y compromisos del gobernador.
Hubo una consecuencia negativa importante, que hay que mencionar. China logró una estabilidad en donde la permanencia de las dinastías imperiales se medía por siglos. China llegó a apreciar y a venerar a Confucio como su primer maestro, y naturalmente todos los chinos se sintieron orgullosos de él, y poco a poco fue creciendo un convencimiento generalizado de que China era el mejor país, con las mejores instituciones, con el mejor maestro, con la mejor gente. Hasta ahí, podríamos pensar que es un hombre o mujer muy hermoso que está consciente de su belleza. El problema es que despreciaron lo que no era chino y declararon que no había necesidad de aprender cosas que no hubieran sido hechas o escritas o descubiertas o inventadas en China. Cuando estaban en el dilema de aceptar o rechazar la tecnología europea, en los años aciagos de las Guerras del Opio, alguien citó a Mencio, un filósofo, diciendo: he oído que los extranjeros vienen a China a aprender de nosotros, pero no he oído que los chinos vayan al extranjero a aprender cosas nuevas, y de ahí derivaron la futileza de aprender de los extranjeros.
El escritor norteamericano Samuel Huntington creó el término Gran Divergencia para referirse al despegue que hicieron los países europeos hacia el año 1500, avanzando en el conocimiento de la ciencia y tecnología, en contraste con el estancamiento en que vivieron otras sociedades, como China. Efectivamente, la llegada de los extranjeros a China hacia 1800 encontró mal preparado al país, por la gran superioridad de las armas europeas. Observamos paradójicamente que la pólvora, descubierta en China, fue utilizada por los europeos muchos años después para atajar y humillar a China, que la utilizaba para fuegos artificiales pero no para armamento. En mayor extensión, estas ideas están expuestas en mi artículo Causas del dominio europeo.
5-La resistencia y la grandeza chinas.
Yangfu, después de ser nombrado Ministro de Justicia, consultó con Ceng Zi, quien le dijo: cuando los que están en el poder pierden su sentido de justicia, el pueblo se apartará de ellos, y pasará mucho tiempo antes de que regresen.
Si tú estás al tanto de su sufrimiento, deberás estar triste, nunca contento.
[Analectos de Confucio]
Así como los hombres, ningún país se libra de experimentar problemas, nada más es cuestión de acumular suficientes años; la forma de reaccionar a ellos es una medida de su estatura. En los milenios de historia china ha habido dos épocas especialmente difíciles: las invasiones mongolas hacia 1215, y los ataques europeos de 1850. En el primer caso los chinos resolvieron el asunto asimilando a los mongoles a su cultura y convirtiéndolos en chinos. En el segundo caso, resistieron lo mejor que pudieron, capearon el temporal para que no se hundiera el barco y probablemente más conocedores de la historia que usted y yo, esperaron a que los europeos se fueran a pelear a otro lado.
En ambos casos hubo una cultura china que constituyó el núcleo de la resistencia nacional y que no se resquebrajó en épocas difíciles; la convicción de los chinos en la bondad de su cultura fue suficientemente grande como para aceptar que los mongoles se asimilaran a ella, y los funcionarios, estudiosos confucianos, que sobresalieron en las negociaciones con los extranjeros fueron los que los mantuvieron a raya por medios diplomáticos cuando la vía armada era desastre seguro para China.
Todo esto pudo ser porque China tenía una identidad y una cultura, y la base de estas dos han sido las enseñanzas de Confucio. Henry Kissinger, alguien que conoció muy bien a los chinos (negoció con ellos como Secretario de Estado bajo Nixon), hace una comparación interesante de Rusia y China en las épocas en que Mao se estaba peleando con Stalin: Rusia invocó durante siglos a la capacidad de sufrimiento de los rusos, y en cambio China invocó siempre la capacidad de los chinos por construir una gran nación; Stalin decía que el pueblo aguantaba todo, y Mao decía que el pueblo era capaz de todo. No me sorprende la evolución posterior de esos dos países, en vista de estas actitudes. Mao, la Revolución Cultural, y la China moderna serán objetivo de los siguientes artículos.
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