a Socorro Arce,
quien encuentra placer en leer
muchos nombres propios,
todos en el mismo artículo
1-La mentalidad europea
Julio Verne escribió su novela La vuelta al mundo en 80 días basándose en una apuesta: un grupo de nobles ricos platican aburridos en el club, uno de ellos afirma que es posible dar la vuelta al mundo en 80 días; ha realizado sus cálculos y está seguro de ellos. Esto sucede a fines del siglo XIX, y los amigos lo escuchan con incredulidad. Alguno afirma que eso no es posible, Phileas Fogg acepta el reto y se cruza la apuesta. Después de dar la vuelta al mundo, viajando hacia el Oriente, Fogg regresa desmoralizado, porque en su cuenta es el día 81, pero el ayudante que lo acompañó ve en el periódico la fecha del día anterior, y regresa con la noticia de que viajando en la dirección que lo hicieron, fueron recortando en cada uno de sus días unos minutos al poner a tiempo el reloj, y eso explicaba el regalo de un día extra.
Un argumento maravilloso en donde no hay amor, ni pasión, ni muertes ni intrigas ni tesoros ocultos: está simplemente la mentalidad de unos ingleses que se les ocurrió hacer la apuesta de un viaje imposible, dado el nivel de comunicaciones existente hacia 1890. Es una novela para jóvenes que deja para los adultos una lectura interesante de la mente europea, cuatro siglos después de que había empezado el despegue de Europa como la región que habría de dominar el mundo.
Los ingredientes principales de este despegar europeo, el objeto del artículo, son: 1) curiosidad intelectual para estar informados, 2) ansia de aventura, 3) medios técnicos y económicos para realizar la aventura, 4) decisión.
Phileas Fogg –un personaje inventado- es un símbolo del hombre europeo que a partir del Renacimiento fue cultivando poco a poco estas cualidades, y de esta manera contribuyó, junto con millones de europeos más, a llevar a las naciones de Europa a un liderazgo mundial político, económico y científico.
2-Geografía de Europa
Hacia 1500 Europa se encontraba fragmentada en varios países, con algunas fronteras fijadas por la naturaleza (como los Pirineos, los Alpes, el Rin, el Canal de la Mancha) y muchas fronteras móviles, de acuerdo a los azares de las guerras. Las regiones que la formaban eran a grandes rasgos España-Portugal, Inglaterra-Irlanda, Francia, Italia, los Países Bajos, al norte Suecia y los países bálticos, al centro el Imperio Romano Germánico (el mayor centro de volatilidad política durante muchos siglos). Las barreras naturales habían sido suficientes para que se formaran culturas ampliamente diferenciadas entre sí, como los italianos y los suecos; el aislamiento relativo de Inglaterra por ser una isla jugó en su favor (frustrando la mayoría de las invasiones) y permitiendo consolidar hacia 1600 un gobierno central; por el contrario, en Italia pudo darse la unidad hasta 1870, con Garibaldi, y después, en Alemania. El común denominador de estos países fue el cristianismo; los eventos que narraré me muestran una vez más lo que el hombre entiende como religión: más fuente de guerras que de entendimientos.
Esta fragmentación a partir de barreras naturales tuvo una consecuencia importante: ningún país pudo erigirse como el dueño de Europa. Los franceses, españoles y austríacos lo intentaron y no lo consiguieron, pero la unión sí se pudo la superficie más reducida de Inglaterra, cuando que los ingleses del sur terminaron por dominar a los escoceses del norte. En Rusia la situación es que se contempla una llanura inmensa que empieza en los Montes Cárpatos (en la actual frontera de Ucrania, Hungría y Eslovaquia) y se prolonga casi sin obstáculo hasta el Océano Pacífico, 10,000 km hacia el Oriente; se hallan muchos ríos importantes y una sola cadena montañosa, los Urales; en Rusia fue posible consolidar un gobierno central. También fueron posibles gobiernos centrales en China y en Japón, en la India hubo fragmentación, lo mismo que en Persia, Arabia y en general los países dominados por gobiernos musulmanes; en África solamente había habido un poder fuerte, el de Egipto, pero hacia 1500 dependía del Imperio Otomano.
Los ríos más importantes del Viejo Mundo dieron origen a grandes civilizaciones: Nilo, Ganges, Tigris y Eufrates, el Río Amarillo y el Yang-Tse. Se encuentran en medio de sendas llanuras a lo largo de casi todo su recorrido, lugar muy bueno para sembrar y para hacer ciudades, pero son lugares difíciles de defender. Estos ríos sirvieron a lo largo de la historia para crear civilizaciones, y los ríos de Europa (aunque también contribuyeron al desarrollo de la civilización) funcionaron también como barreras naturales, y nunca pudieron competir en caudal ni en extensión contra los otros ríos mencionados. En América, el análogo de estos grandes ríos es el Mississippi, que ya fue mencionado en otro de mis artículos (La venta de Luisiana).
En resumen, la geografía europea favoreció el crecimiento de países autónomos, de tamaño adecuado para crecer y para defenderse de los vecinos; sucedió diferente con los rusos (por ejemplo), que durante siglos padecieron las invasiones mongolas porque sus caballos se movían en esa inmensa llanura como en su casa.
3-La geografía y la economía
El clima de Europa también es diferenciado, y de ahí resultó que se produjeron cultivos variados, con fauna también variada, que favoreció el comercio entre las regiones (el trigo se da mejor hacia el Norte, pero los olivos crecen muy bien en España). Este comercio movía bienes que eran para el pueblo en general, no nada más para los gobernantes: granos, madera, vino, lana, pesca; siempre que se podía eran transportados aprovechando los numerosos ríos que existen en Europa, ya que el agua ha sido, por muchos siglos, la forma más barata de manejar grandes volúmenes de carga. En contraste, las grandes caravanas que cruzaban las estepas asiáticas no podían cargar lo mismo que un barco ni competir con sus costos, así que transportaban principalmente artículos de lujo, como la seda legendaria de la China, y estos productos eran para el consumo de los poderosos, no del pueblo.
Una de las desgracias del suelo ruso es que sus ríos no fluyen en la dirección correcta; usted puede preguntarse si le quiero imponer valores morales a los ríos, pero no, es sencillamente una consideración de índole práctica. Dirección correcta significa que se da al menos una de condiciones: 1) en la dirección donde hay mayor acumulación y variedad de culturas (que en Eurasia es de Oriente a Poniente) o 2) desembocando en mar abierto y navegable. Una buena parte de los ríos de Rusia van a desembocar al Norte, inclusive en el Artico, y los demás terminan en el Mar Caspio o en el Mar Negro, mares interiores sin vías de acceso libre a mar abierto, en este caso el Mediterráneo. La excepción es el Neva (en San Petersburgo), que desemboca en el Báltico pero que está nevado en su desembocadura varios meses al año. (Uno de los motivos de la guerra ruso-japonesa de 1905 fue el intento ruso de conseguir un puerto libre de hielos todo el año, que iba a ser Port Arthur, en el Mar de China).
Por el contrario, en Europa y en Norteamérica hay muchos ríos que sí cumplen esas condiciones benéficas: el Rin, el Sena, el Vístula, el Danubio, el Mississippi, el Hudson. Para los países en esas zonas fue doble bendición tener esos ríos, puesto tenían agua para sembrar y podían transportar mercancías hacia y desde países lejanos, y con esto, crecer comercialmente. Los ríos de Rusia son inmensos (Volga, Don, Dniepr), pero sin esta ventaja de comunicación.
Los europeos se dieron cuenta y aprovecharon las ventajas que le había otorgado la naturaleza; hacia el año 1400 había ya un comercio activo e importante entre todos los países: de Venecia y Génova podían enviar mercancías a Hamburgo (que podían haber traído los venecianos desde Constantinopla), y los países nórdicos podían enviar pescado, que existe en abundancia ahí, hacia el Italia y España. El comercio se realizaba en una proporción grande por vía marítima, remarcando el punto importante es que existía la posibilidad de llevar y traer mercancías entre lugares distantes de Europa, con relativa seguridad, rapidez y bajo costo; esta posibilidad nunca la hubo con respecto al tráfico con Asia y dentro de Asia, puesto que se hacía por tierra, en caravanas que cruzaban el desierto. Las vías marítimas en Asia sirvieron para un comercio endogámico, es decir, circunscrito a cada país o los de las zonas cercanas.
Esta gran actividad comercial por mar favoreció el crecimiento de las ciudades-estado, como Venecia y Génova en Italia, y las de la Liga Hanseática en el norte: Hamburg, Lübeck, Dansk, Riga, Malmö (de donde vino el marinero que ayudó a Borges a imaginar Emma Zunz). Las ciudades hanseáticas –con su mentalidad pragmática, no política y no religiosa- son un modelo de las relaciones entre países que existen ahora, basadas principalmente en el intercambio económico. Estas ciudades eran probablemente las más ricas en toda Europa, y naturalmente, junto con el comercio vinieron los bancos, que permitieron un manejo más seguro del dinero, sencillamente porque no había que transportarlo. Todas estas condiciones le dieron estabilidad y predictibilidad a la economía, condiciones indispensables para su crecimiento; el campesino que no sabe si va a poder comprar bienes traídos de lejos, prefiere guardar su cosecha a venderla y comerciar con ella. La presencia masiva del dinero y la facilidad para realizar transacciones relativamente seguras fue otro detonador de la actividad económica europea, semejante a la enésima explosión que el mundo vive ahora que se han generalizado las transacciones electrónicas. En el extremo opuesto está el antiguo sistema del trueque, al que algunos quisieran regresar en vista de los problemas ocasionados por ese demonio que es el dinero (por ejemplo, no podría haber pirámides financieras como el fraude de Bernard Madoff, por US$7,200 millones); lamentablemente, el dinero es un demonio que llegó para quedarse.
4-El poder político
Los reyes y príncipes locales vieron pasar y crecer frente a sus ojos, sin comprenderlo, un poder paralelo al político y al militar: los comerciantes se enriquecían con el tráfico de mercancías hecho con lugares en los que su rey no tenía control ni conocimiento, y así, poco a poco, además de la nobleza terrateniente, empezó a emerger el poder económico de los comerciantes. Este nuevo poder se salía del paradigma medieval en donde el reino en que se vivía era el Universo entero, el único lugar con el que el individuo tenía contacto; el propio reino era el que proveía, bien o mal, las necesidades de sus habitantes. Poco a poco, los reyes se sometieron al poder del dinero. Por ejemplo, no podían repudiar sus deudas, porque la siguiente ocasión que necesitaran un préstamo –evento que siempre estaba a la vuelta de la esquina- los banqueros le recordarían que no podían fiarse de él.
Si el rey no podía regular la actividad comercial con su propio país, más difícil hubiera sido que existiese una autoridad central que regulara en Europa los mercados comerciales: creando necesidades, bloqueando o favoreciendo actividades, poniendo impuestos generalizados, emitiendo moneda, fijando paridad. Cuando los grupos sociales o religiosos eran atacados en un lugar, se iban con sus conocimientos y sus relaciones a otro lado, como pasó con los judíos en muchas partes y con los hugonotes en Francia. Los judíos, diseminados en toda Europa, aprendieron el arte de caer siempre bien parados, porque podían llegar a otro lugar con la certeza de que sus amigos o familiares los ayudarían a iniciar una nueva vida. Las grandes autoridades, como la del Papa, escribieron bulas para la división del mundo entre españoles y portugueses, pero a la postre resultaron escritas en la arena, porque se les olvidó que los franceses, ingleses, y holandeses también querían tener su porción. Por ejemplo el famoso Tratado de Tordesillas que dividía el mundo entre España y Portugal, firmado en 1494 y aprobado por el Papa Julio II, es uno que hoy nos parece risible, pero que en su momento se tomaron todos en serio, tanto los participantes directos como los que habían quedado fuera. Los personajes que intervinieron ahí: el rey de España, el de Portugal, y el Papa, son un símbolo de que de ahí en adelante (como nunca la hubo, en realidad) ninguna autoridad sería capaz de determinar el futuro del mundo; el futuro estuvo cada vez más en las manos de las individualidades, que con sus acciones, sumadas, darán forma al mundo moderno.
5-Adam Smith del Renacimiento
Poco a poco, con muchas interrupciones en los acuerdos económicos sobreentendidos que sucedían por causa de guerras, se fue despertando la conciencia de que lo que se requería para que un país avanzara era: 1) paz, ante todo; 2) impuestos benignos; 3) administración tolerable de la justicia (esto también fue un cambio de paradigma: de la conquista de nuevos territorios como el medio por excelencia para crecer, a la conquista de nuevos mercados). Dadas estas condiciones, las fuerzas económicas que estaban presentes en Europa se encargarían del resto. Ante los ojos del siglo XXI esos postulados no tienen nada de novedoso, podrían estar inclusive al nivel de verdades obvias; en 1500 no era así, porque Europa había pasado los últimos 1000 años en pleitos internos sazonados con invasiones: de los árabes en España, de los mongoles en Rusia europea, de los hunos en Hungría, de los turcos en los Balcanes. En aquellas condiciones, el problema era sobrevivir, todo los demás era vanidad. Sólo en la medida que hubo períodos de paz que permitieron descubrir las ventajas de esos postulados, se vio la conveniencia de tenerlos siempre vigentes.
Las teorías económicas que se desarrollaron en Inglaterra varios siglos después pueden trazarse, en su origen, a estos acontecimientos; el ejemplo más famoso es La riqueza de las naciones, escrita por Adam Smith y publicada en 1776.
De vez en cuando, algún rey no entendía las reglas del juego, mataba la gallina de los huevos de oro y volvía a sumergir a su país en la división interna y en la pobreza. El ejemplo más importante es Felipe II, que malgastó el tesoro español (las rentas de Castilla y la plata del Nuevo Mundo) librando una guerra contra países protestantes en Alemania que estaban muy lejos de España, donde tenía poco que ganar y casi todo que perder. En el otro extremo estuvieron los reyes de Inglaterra, que convirtieron el problema de la separación del Continente en una virtud: mantuvieron una política aislacionista, y en vez de enfrascarse en guerras con otros países de Europa (semejantes a ellos en poder) prefirieron explorar el Nuevo Mundo, amplio y poco poblado, y tener sus colonias en paz allá. Esta es una de las razones por las que Inglaterra se volvió el país más poderoso hacia 1900, superando a una España empobrecida y empequeñecida, la que había sido el más grande imperio en tiempos de Carlos V.
6-El poder militar.
Siempre ha estado ligada la existencia y la estabilidad de los países a su poder militar; es una paradoja de nuestra raza humana, que tengamos que hacer armas para vivir en paz. Las fronteras permeables entre los países de Europa hacían posible la transmisión de conocimientos de un lado a otro, en particular, el conocimiento militar, y como consecuencia, los arcabuces de España eran semejantes a los de Dinamarca, y las técnicas de construcción de barcos que se descubrían en un lado terminaban por conocerse en todas partes; esta difusión del conocimiento se dio también como una consecuencia del comercio entre las naciones. En teoría algún país podría haber descubierto un arma extraordinariamente avanzada para la época, que le diera ventaja sobre los demás y le permitiera ser el amo de Europa. Pero, ¿qué arma podría ser? Tendría que haber sido algo como la dinamita, más poderosa que la pólvora y cuya composición química es relativamente sencilla y podría ser mantenida en secreto, pero no se dio. El único secreto militar efectivo de la edad media fue el Fuego Griego, una mezcla incendiaria que seguía ardiendo inclusive al contacto con el agua, y que protegió a Constantinopla en muchas ocasiones, cuando la ciudad era sitiada por barcos.
Otro factor importante dispersión de los secretos militares fue la densidad de población. Dentro de Europa había la suficiente cantidad de gente al norte y al sur como para que los viajes comerciales (en barco o por tierra) fueran costeables. La distancia que podían recorrer los barcos era adecuada a las dimensiones de Europa, y dispersaron los conocimientos entre Europa. Una caravana podría emprender un viaje largo, digamos desde Roma hasta Dinamarca, porque tenía la seguridad de encontrar caminos y posadas a lo largo del recorrido. Pero extenderse hacia Asia, digamos a través de Rusia, era aventurarse a una distancia diez veces mayor, desconocida, sin la seguridad de poder repostar periódicamente. Además, ¿para qué? Podían viajar entre Roma y Dinamarca llevando y trayendo mercancías conocidas, pero con Asia no se sabía bien ni lo que tenían, ni lo que les hacía falta. La cercanía entre los puntos comerciales (otra manera de referirse a la densidad de población) siempre ha jugado un papel determinante en la economía.
Había otras zonas densamente pobladas en el planeta hacia 1500: el mundo árabe, la India y China. Con respecto a las últimas, tenemos de entrada el obstáculo de la distancia, que hacía imposible el sostenimiento de relaciones comerciales (o de lo que fuera) en forma constante e intensa con esos dos. Con respecto a los árabes, se vivía un antagonismo que había producido guerras como las Cruzadas, y la presencia de los musulmanes en Turquía se veía más bien como una amenaza a Europa que como una posibilidad de hacer negocios. En resumen: le movimiento comercial europeo se confinó a Europa, llevando y trayendo mercancías y descubrimientos entre los países europeos. Como consecuencia, los cañones que se podían hacer en Inglaterra también se podían producir en Italia –por mencionar un ejemplo-, lo que impedía que un país pudiera tener supremacía militar sobre los demás. Dicho de otra manera, las fronteras naturales de los Pirineos, los Alpes, el Rin, etcétera, siguieron siendo fronteras que impedían extenderse a los países e impedía la dominación militar por parte de cualquiera de ellos. Europa conservó durante muchos años, en términos generales, la misma conformación de estados con que llegó al año 1500.
Se dio por esa época el fin de la caballería acorazada en toda Europa. La razón fue que las ballestas, los arcabuces y los cañones podían ejercer a distancia un daño que no resistían las armaduras, que están hechas para el duelo cuerpo a cuerpo, y lejos de ahí son un estorbo. Se inventaron cañones con nuevas aleaciones metálicas, principalmente de bronce, para hacerlos más maniobrables. Los cañones de los turcos eran impresionantes, lanzaban bolas de piedra de 30cm de diámetro y con eso rompieron las murallas de Constantinopla, pero imagine usted el tamaño de un cañón de la época, impulsado por pólvora, para mover esa piedra: era un artefacto monstruoso y poco manejable. Los europeos se dedicaron a construir cañones más pequeños que podían ser transportados con relativa facilidad, en vez de un monstruo que por sus dimensiones estaba condenado a permanecer fijo.
La técnica de la guerra se volvió más organizada: los regimientos y batallones atacaban sincronizadamente en vez librar una batalla campal; por lo tanto, los soldados requerían adiestramiento y ya no funcionaba la leva de campesinos sin instrucción militar; por lo tanto, los soldados se volvieron un bien más codiciado; por lo tanto, los soldados se volvieron más caros. Como las naciones no estaban perfectamente definidas (por ejemplo, España se unió hasta que los Reyes Católicos juntaron Castilla y Aragón), el sentido de nacionalidad era vago, y los soldados no luchaban por su país, sino por su patrón; dicho de otra manera, los soldados eran mercenarios, y terminado su contrato con alguien podían irse al bando contrario. El equivalente moderno son los jugadores de futbol, que pueden cambiar de club al terminar su contrato. Esa era la costumbre militar y no era vista con malos ojos.
Dados los ejércitos de mercenarios, y no de súbditos, el rey tenía que pagarles; por lo tanto, necesitaba dinero; por lo tanto, se creó una necesidad de riqueza entre los gobernantes para atender sus necesidades militares; por lo tanto, se creó una nueva dimensión –muy concreta- de competencia entre los gobernantes, en este caso por la riqueza: no la riqueza que daba gloria, sino la riqueza que pagaba mercenarios. Inevitablemente se fusionaron algunos reinos que se encontraban dentro de fronteras naturales, como el caso de España que mencioné, Italia en 1870, Inglaterra en tiempos de las guerras entre ingleses y escoceses. Las fusiones (o tomas hostiles, utilizando terminología actual) tuvieron tanto el componente militar de siempre como el componente económico emergente.
Ya mencioné arriba las ciudades hanseáticas: ciudades en la costa del Báltico que crecieron y adquirieron poder gracias a sus operaciones comerciales. El equivalente en el sur fueron Venecia y Génova, que también se hicieron ricas y poderosas a partir del comercio. Fue el Dux veneciano Enrico Dandolo el que intrigó para torcer el objetivo final de la 4ª Cruzada y llevarlo a saquear Constantinopla en 1204, generando una guerra entre cristianos que no tenía nada que ver con la religión y mucho con la codicia; los venecianos se llevaron a la Plaza de San Marcos los caballos que todavía la adornan, símbolo de su victoria (puede leer esta historia en mi artículo Constantinopla, 1204).
La Reforma Protestante generó una rotura en la Iglesia Católica, multitud de principados que se enriquecieron con la confiscación de los bienes de la Iglesia, y hubo guerras durante muchos años con el pretexto de la religión. Todas esas guerras terminaron sin modificar en lo esencial la conformación política europea que ya estaba dada por la geografía. Cambiaron de dueño muchas veces Bohemia y Moravia, que eran pequeñas regiones; las grandes potencias –que inevitablemente correspondían a regiones geográficamente bien delimitadas- como España, Francia, Inglaterra, Suecia, Italia y Rusia no sufrieron cambios sustanciales en su territorio en las guerras internas europeas desde 1500 hasta 1800. Indirectamente, la Reforma Protestante fue otro factor que impidió la hegemonía de cualquier país en Europa, puesto que fue un factor de división permanente (por ejemplo, Suecia sigue siendo protestante hasta hoy, e Italia es católica) y de uniones efímeras, como el Imperio quimérico gobernado por Carlos V (que no sobrevivió a su muerte: España y Austria se separaron).
7-La carrera armamentista.
La situación de guerra permanente, que solamente se turnaba a las regiones de Europa para ver a cuál asolaba, generó un escalamiento de miedo e inseguridad que desembocó en una carrera por desarrollar más y mejores armas y por mejorar la estrategia de guerra. Por ejemplo, está el cañón de los turcos en Constantinopla, muy destructor y muy poco maniobrable. De esta experiencia surgieron dos necesidades: cómo hacer más resistentes las murallas, y cómo hacer cañones más portátiles. La primera se resolvió de una manera poco elegante pero efectiva, rellenando de tierra entre las paredes de las murallas para que la tierra absorbiera el impacto de las balas. La segunda se desarrolló buscando y experimentando con nuevas fórmulas para las pólvoras y con nuevas aleaciones para los cañones, haciéndolos más pequeños y sacrificando el tamaño por la movilidad y el número; también se estudió la forma más adecuada de la bala, que empezó siendo una simple piedra, luego la redondeaban, y terminó con la forma de proyectil que tienen ahora.
Han sobrevivido dibujos de Leonardo da Vinci donde proponía el diseño de nuevas armas, y esto es un símbolo de que los científicos empezaron a ser convocados por sus patronos para que desquitaran el sueldo produciendo artículos para la guerra. Donde se conquistaron los avances técnicos más significativos fue en la navegación, y fue precisamente la mejora tecnológica en esta área lo que le dio el empujón definitivo a Europa para que se adelantara a otros países y fuera ella quien conquistara el Nuevo Mundo y Oceanía.
En todas partes del mundo había progresos: por ejemplo la pólvora había sido un invento chino. Pero desde el año 1500 en adelante la tasa de invención en Europa fue mucho más alta que en las otras regiones del mundo. Ya hemos visto los motivos para que los reinos europeos sintieran el aguijón del desarrollo, pero eso no explica por qué en otros lados no funcionó así, o al menos, no al grado europeo.
La razón principal fueron los monopolios: las cuatro regiones que pudieron haber competido con Europa eran China, Rusia, la India y Japón. La competencia aquí está dirigida a conquistar América, ya que a posteriori sabemos que fueron las riquezas encontradas y creadas en América lo que permitió a varios países europeos consolidar su poder. Por esta razón excluyo de la lista a Turquía, que estaba en medio de Eurasia, demasiado distante de América yendo por el Pacífico y encerrada en el Mediterráneo, si hubiera querido salir al Atlántico.
El caso ruso se explica porque el Zar no tenía mar libre a la vista y no estaba interesado en la navegación de altura; la costa del Pacífico quedaba a 9000 km de Moscú y había mucho por hacer en esas tierras antes de lanzarse a una aventura frontal en América. De todas maneras hicieron sus conquistas y fueron dueños de Alaska hasta que EEUU se las compró en 1857, y de una manera oscura reclamaban también posesiones en California, pero la posición rusa en América siempre fue débil.
En Japón vivieron un régimen (Tokugawa) en donde se prohibió a los japoneses viajar fuera del país, con esto está dicho todo.
La India tuvo el Impero Mugal, que dominó una parte grande del territorio y no quiso salir a experimentar.
El caso más patético es el de China, porque poseían tecnología para hacer viajes en alta mar y llegar hasta América. Sin embargo, vivían bajo regímenes imperiales en los cuales la voz del emperador era la voz de Dios, y siendo los humanos lo que somos, lo mismo podía estar en el poder un emperador interesado en la navegación que uno que le tuviera miedo a subirse en barco. Durante la dinastía Ming, que empezó en 1368, se vivió una época de aislamiento temeroso del exterior, y llegando a medidas como la prohibición de utilizar monedas de plata en las transacciones, a fin de evitar que el comercio innecesario fuera demasiado fácil. Después del primer emperador Ming, Hongwu, sus sucesores abrían o cerraban la puerta al comercio exterior y a la navegación conforme a su criterio personal. China, grande, relativamente aislada y autosuficiente, creyó en la política de aislamiento como lo mejor para el país.
Ninguno de los países mencionados tenía una competencia fuerte a un lado, un vecino de poder semejante que hubiera sido un estímulo para inventar cosas que lo defendieran o le permitieran atacar. En estos países se vivió el monopolio de la verdad dictada por sus gobernantes, no se estimuló la creación, y perdieron la carrera ante Europa.
8-Los avances en la navegación.
Hacia 1400 la técnica marítima era semejante en todas partes, en particular entre las tres regiones con mayor poder naval: Europa, Turquía, China. La calidad de los barcos, su autonomía, las técnicas cartográficas y los instrumentos de navegación eran semejantes. Como ya se mencionó arriba, Turquía estaba encajonada y de entrada la competencia para llegar a América sería entre China y los europeos. En el caso chino, ya vimos que el juicio del emperador en turno decidía si se hacían viajes al exterior o no, y a la larga esto condenó a los chinos al estancamiento. Uno de los emperadores Ming, llamado Yung-lo (reinó de 1402 a 1424) tenía a un eunuco musulmán llamado Cheng Ho (lo he visto escrito también como Zheng He), a quienes algunos consideran el mayor almirante que haya existido. Era un gigante de 2.20 metros, fuerte, enérgico, visionario, que emprendió una serie de expediciones navales de conquista a los países en el sur y sudoeste de China: SriLanka, VietNam, la India, Arabia, llegando hasta Mogadiscu en Africa. Sus viajes sumaron unos 15,000 kilómetros, lo que hace pensar a algunos expertos que los barcos chinos hubieran podido llegar, si se lo hubieran propuesto, hasta América, y en ese caso nuestro continente podría estar poblado por chinos en vez de europeos. La suerte de los indígenas americanos, en ese caso, sería una segunda especulación. Pero el punto es que esas expediciones dependieron de una casualidad y no de una tendencia en China: un gobernante que apoyó los viajes marítimos, y un almirante extraordinario. Murieron esos dos y las cosas en China regresaron a la normalidad, es decir, al aislamiento.
Por el contrario, en Europa se advertía una tendencia hacia la navegación y la experimentación, apoyadas en forma aleatoria por personalidades sobresalientes equivalentes a Yung-lo y Cheng Ho. Génova ofrece la mejor muestra de tendencia: a partir de 1453 perdió el comercio en el Mar Negro, porque Constantinopla cayó en manos turcas, y los genoveses se encontraron con dos malas noticias: se les acabó el negocio, y tenían su habilidad como navegantes inutilizada. En vez de encerrarse en sí mismos como los chinos (veamos la geografía de nuevo: no es lo mismo encerrarse en los confines de China que en la pequeña región que podía dominar Génova) decidieron que su experiencia en el mar era demasiado preciosa como para enterrarla, y buscaron nuevos rumbos para explorar y hacer comercio, y financiaron expediciones; en este contexto no es sorpresa que el descubridor de América, Cristóbal Colón, hubiera nacido en Génova.
El rey portugués Enrique el Navegante (1394-1460) es el mejor ejemplo de estos individuos que tuvieron el poder, la oportunidad, la visión, la decisión y los recursos para financiar exploraciones. Desde niño se interesó en la geografía y reflexionó sobre una calamidad que asolaba a los marinos europeos: había una base de piratas turcos en Ceuta y los barcos portugueses eran sus víctimas frecuentes. Insistió en atacarla y en 1415 consiguió someterla con sus tropas. Disponía de recursos muy amplios por varios nombramientos que recibió, además de príncipe y eventualmente rey, y utilizó sus fondos para fondear expediciones. Enfocó sus actividades marítimas de una manera racional, al revés de lo que habían hecho durante mucho tiempo los piratas berberiscos (atacar a los barcos que pasaban y refugiarse en sus bases). Esta racionalidad incluyó el desarrollo de la cartografía y la mejora constante en la construcción de barcos. Dirigió sus objetivos hacia lo que era una aventura (explorar el sudoeste de Portugal, hacia la costa occidental africana más lo que se pudiera encontrar por esos rumbos) pero no parecía tan descabellado, como el deseo de Colón, años después, de llegar a las Indias. Portugal era un país chico, con la España poderosa a un lado y el mar en el otro lado; no había para dónde crecer por tierra, era consciente de su extrema insuficiencia (palabras de Isaac Asimov) y eso lo forzó a buscar caminos para su engrandecimiento; por el contrario, China era consciente de su extrema suficiencia (también Asimov) y no consideró necesario invertir para explorar lo desconocido.
El resultado de sus exploraciones fue la costa occidental de África, casi hasta el extremo sur, más varias islas que en adelante sirvieron de punto intermedio para exploraciones más largas: las Azores, Madeira, y las Canarias. Enrique el Navegante era sencillo en sus maneras, quizá austero, trabador, y muy cristiano en el sentido que se le daba en aquella época: había que bautizar a los infieles. Después de un tiempo ya había rebasado las tierras musulmanas (el extremo occidental de Africa) y empezó a navegar más hacia el sur. Se involucró en el reclutamiento de esclavos para los trabajos que hacían por ejemplo en las Islas Madeira, donde habían cambiado el ecosistema (se les ocurrió llevar un par de conejos…) y en las tierras semidevastadas que quedaron encontraron que podían sembrar y cosechar con éxito la caña de azúcar. Es abominable a nuestros ojos que Enrique el Navegante justificara la esclavitud de los negros que llevaban ahí a cambio de su cristianismo forzoso, pero ésa era la mentalidad de la época. No ha cambiado mucho en el fondo, puesto que todavía en 1903 al presidente Theodore Roosevelt se le ocurrió su famoso corolario a la Doctrina Monroe, donde se autorizaba a EEUU a ir e imponer la ley y el orden en los países de América donde no la hubiera, al criterio de EEUU. Con este criterio fomentaron una revolución en Panamá para que se separara de Colombia, y el resto de la historia no ha sido muy halagüeño para esos dos países.
Enrique el Navegante le dio el impulso a los portugueses para que en 1488 el Cabo de Buena Esperanza fuera descubierto por otro portugués, Bartolomé Díaz. Su intención fue abrirse un camino hacia el Oriente bordeando África, lo que en su tiempo no se sabía si sería posible o no. Sus motivaciones fueron tanto personales (su gusto por el conocimiento y la navegación) como económicas, puesto que la vía terrestre hacia China estaba en poder de los turcos, y buscó la forma de darles la vuelta. Esta misma motivación sirvió para rodear a las caravanas de árabes que traían mercancías a través del desierto del Sahara. No consiguió sus objetivos plenamente, pero impulsó a su país para que más adelante se adueñara de Brasil.
En la Historia se tiene una tendencia al antropocentrismo europeo, por ejemplo hablando del “descubrimiento de América” como si nadie la hubiera vista antes de que llegara Colón. Es incorrecto el término, puesto que había pobladores en Cuba y en México, por ejemplo. Pero la costumbre se explica –no se justifica- porque los europeos llegaron a conquistar y a imponer su cultura en América, y no al revés. Es una visión descarnada, pero realista. Para los que al final marcaron la pauta, el Cabo de Buena Esperanza y América eran desconocidas en 1450.
La saga El Corsario Negro de Emilio Salgari narra de una manera muy descriptiva las mejoras que se les fueron haciendo a los barcos. La primera embarcación que describe, el Rayo, manejado por el mismo Corsario Negro, era relativamente pequeña, con diez cañones. El primer libro se termina en un encuentro naval (en la noche, relámpagos, y tormentas) cuando su mortal enemigo, Van Gult, condena a morir a todos después de prenderle la mecha a un barril de pólvora, parado en el castillo de un galeón holandés. El Corsario es salvado de morir, se van al agua junto con su esclavo negro, etcétera, y más adelante aparece Morgan, su lugarteniente, sosteniendo un romance con Yolanda, la hija del Corsario. Es una obra para adolescentes que yo disfruté hace muchos años y todavía recuerdo; se me grabó también cómo fueron creciendo el tamaño de los barcos, la colocación de los cañones (al principio estaban en cubierta, pero volvían inestable la embarcación; después los colocaban bajo la cubierta, con troneras donde se asomaban) y su número que aumentaba de 10 a 20, a 30, a 60. Los barcos se hacían más grandes, con más mástiles y más velas, más complicados en su maniobra, pero con más autonomía y más poderosos. Si no se siente con ánimos de leer el Capítulo V, Ships of the Line, de la obra de Geoffrey Parker llamada Illustrated History of Warfare, lea El Corsario Negro; aprenderá más o menos lo mismo y se entretendrá más.
Efectivamente, los europeos se concentraron en hacer barcos más grandes, más estables y con mayor autonomía que las anteriores galeras, movidas por hileras de remeros. Los turcos siguieron prefiriendo las galeras porque eran más ligeras, maniobrables, y fáciles de construir; los europeos prefirieron los barcos más grandes y menos maniobrables, pero con mayor autonomía y potencia de fuego. A la larga, ganaron los europeos, por varias razones. Para viajes largos, es preferible la fuerza del viento a la de los remeros (bien aprovechada, es mucho mayor) y además las velas no necesitan alimentarse. Esto significaba que podía dedicarse más espacio a la carga y al armamento, y esto último lo probaron en carne propia los turcos en la Batalla de Lepanto (1571, donde Cervantes perdió un brazo). Cuentan que Don Juan de Austria, el capitán de la flota cristiana, se asesoró sobre cuándo había que disparar los cañones, y aprovechar esa ventaja de mejor potencia de fuego, sin someterse a la ventaja de los turcos de una mayor maniobrabilidad de sus galeras y una mayor habilidad en el asalto de barco a barco. Le aconsejaron “dispare cuando los barcos estén chocando; que el ruido del cañón apague el ruido de las madera que se golpean”. Don Juan tuvo la sangre fría para aguantar la orden de fuego hasta ese momento, y destrozaron la flota turca.
El comercio marítimo intenso que apareció entre América y España y Portugal creó una fuerte piratería, por parte de los ingleses y los holandeses. Esto motivó a los constructores de barcos de uno y otro lado a construir mejores barcos, ya sea para atacar o para defenderse, y llegó un momento, hacia 1650, en que los adelantos navieros en Europa habían dejado muy atrás a los de los demás países. Después de haber empezado en igualdad de condiciones, hacia 1450, en dos siglos los europeos habían superado a los chinos.
Para ser justos con los chinos, vea un globo terráqueo y considere la diferencia de tamaño entre el Atlántico y el Pacífico; como estímulo para salir a la mar, los dos mares son buenos, pero el Pacífico es mucho más grande, y este mayor tamaño ya había hecho desde un principio más difícil la aventura hacia América desde el lado asiático.
La superioridad marítima de los europeos se encuentra felizmente condensada en la siguiente cita del historiador inglés Eduard Gibbon, que me la refirió mi hermano Jesús en una carta que me hablaba de la conquista de Constantinopla:
“[…] en la cumbre de su prosperidad, los turcos habían descubierto que, si bien Dios les había concedido la Tierra, había dejado el mar a los infieles”
tomada de su obra La declinación y caída del Imperio Romano, publicada en español por Gredos.
9-El éxito europeo en América.
Lo visto hasta ahora da una explicación de por qué los europeos llegaron a América antes que los asiáticos, pero no explica por qué pudieron conquistar a América. Esta parte es más sencilla de entender, pero habrá que hacerlo por zonas. Norteamérica estaba muy poco poblada y los indígenas nativos eran nómadas, agrupados en comunidades pequeñas, que no pudieron enfrentarse a las armas europeas. En México y Sudamérica se habían desarrollado muchas civilizaciones bastante desarrolladas y organizadas, como aztecas, olmecas, otomíes, mayas, incas, etc. Los europeos aprovecharon su superior armamento, los caballos que espantaban a los indígenas, trajeron enfermedades a América que aquí eran desconocidas y diezmaron a la población, y se aprovecharon de las rencillas entre los diferentes pueblos para ponerlos uno contra otro, como por ejemplo aliarse con los tlaxcaltecas para someter a los aztecas, y al final someterlos a todos. En el curso de unos 20 años, los españoles habían conquistado desde México hasta Sudamérica.
Una vez adueñados de América, los anglosajones mantuvieron su cultura, sus costumbres y su aislamiento con respecto a las poblaciones locales. La frase feliz (!) atribuida al General Custer “el mejor indio es el indio muerto” explica ampliamente la mentalidad inglesa. Los españoles llegaron junto con los misioneros que se dedicaron a adoctrinar a los indígenas en la nueva religión. Algunos de ellos aprendieron las lenguas nativas y aprovecharon los abundantes talentos indígenas que aprendieron el español y latín y sirvieron de intérpretes. Sin embargo, la tónica de la Conquista fue sustituir la cultura indígena por la española, como por ejemplo en el centro de Tenochtitlán, que fue enterrado y encima de aquellas construcciones edificaron las iglesias y los palacios de los virreyes.
América se convirtió en una fuente de recursos para los europeos. Una maldición para México fue que hubiera mucha plata en el país, lo que en mi opinión creó una mentalidad oportunista en toda la nación, la de buscar una situación realmente privilegiada que le permitiera a uno enriquecerse, simbolizada en este caso por aquellos que obtuvieron la autorización del rey para explotar las minas que se encontraban. Por el contrario, en Norteamérica nada más hallaron tierra inmensa para cultivar, no hallaron oro; los colonos ingleses se dedicaron a cultivar la tierra y mantuvieron vivo en ellos por generaciones ese espíritu aventurero que les hacía empujar hacia el Oeste, sin otros bienes que su carreta y lo que cabía ahí, y sin otra esperanza que disponer de algunos acres de tierra para cultivar o criar ganado. La distancia de Colorado y Wyoming a la ciudad de México es más o menos la misma que la que hay a Nueva York; los colonos ingleses se establecieron un siglo después de la conquista de Tenochtitlán; y con todo y eso, fueron los norteamericanos los que se lanzaron a conquistar el Oeste, no los mexicanos.
Los recursos americanos sirvieron para muchas cosas en Europa, pero principalmente para enriquecer a los banqueros, para financiar las guerras europeas (por ejemplo, la Guerra de Treinta Años 1618-1648), para estimular la competencia entre los países europeos, para incentivar la producción de más y mejores armas, y de paso, para incentivar los descubrimientos y la ciencia.
Ciertamente que la guerra no es el único camino al descubrimiento, pero es uno que ha funcionado como un gran estímulo en la historia. Ya narré en otro artículo la carrera armamentística entre los norteamericanos y los alemanes para producir la bomba atómica, y con los rusos por la bomba H. Es una lástima que haya ocurrido así, pero parece ser que la naturaleza humana reacciona mejor ante el miedo que ante otros estímulos. Espero que en algunos siglos más no haya necesidad de estos conflictos para hacer grandes descubrimientos, si es que la raza humana sobrevive.
Para terminar, mencionaré dos referencias contrastantes. Dice Tamim Ansary (Destiny Disrupted, Public Affairs, NY 2009) que los chinos habían inventado una máquina semejante a un telar mecánico desde siglos antes que los ingleses, y que los musulmanes conocían la máquina de vapor, también hacía mucho. Tuvieron entonces siglos antes que los europeos esos conocimientos (por ejemplo la máquina de vapor de los ingleses en el siglo XVIII), pero no siguieron adelante. Las razones de este autor son semejantes a las descritas aquí: no había necesidad de perfeccionar esos inventos. Los chinos tenían mano de obra en abundancia, ¿cuál era la prisa por despedir a los empleados? Los burócratas chinos sabían que una masa desempleada se vuelve hambrienta y peligrosa, y no tenía ningún sentido generar ese problema. Además, los chinos elaboraban sus productos para un consumo interno que tenían controlado, no estaban compitiendo con nadie. Y finalmente, los intelectuales trabajaban para una clase dominante ociosa, que vivía de su nobleza y de sus privilegios, y que no le veía el caso a producir algo que fuera de utilidad. Algo parecido al comentario de aquella tía de Bertrand Rusell, a quien el maestro menciona haberle platicado de una manifestación de obreros en Londres. La tía contestó, con desprecio: “oh, those workers… they should work!” (Oh, esos trabajadores… deberían ponerse a trabajar!). En China no hubo necesidad de seguir inventando, y en Inglaterra hubo personas como Bertand Rusell, James Watt, Lord Kelvin, James Clerk Maxwell y el mítico Philleas Fogg que se preguntaron qué había más adelante, y dieron el siguiente paso.
Este artículo no intenta argumentar de ninguna manera sobre la superioridad de la raza blanca. Personalmente no creo en eso (veo ejemplos de hombres talentosos en todas partes) y los argumentos que están expuestos aquí tienen que ver con la geografía, las guerras, la competencia y el dinero, pero ninguno con cualidades intrínsecas a los europeos. El crecimiento europeo dependió de circunstancias externas, no de los cromosomas.
Nota bibliográfica. Además de los libros ya citados, recomiendo de Paul Kennedy la obra The rise and fall of the Great Powers, Vintage Books, NY 1987. En las páginas 16 a 30 están muchas de las ideas expuestas aquí. También está la obra Why the West rules – for now, de Ian Morris, Farrar-Straus-Giroux, NY 2010, que describe hacia la página 414 el contraste entre Enrique el Navegante y los navegantes chinos. Finalmente, le recomiendo hojear Asimov’s Chronology of science and discovery, de Isaac Asimov, una antología muy disfrutable de los inventos, ordenada en secuencia temporal.
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