La vida de la Emperatriz Cixi (escrita también como Ts’u-hsi, por la falta de equivalencia entre los símbolos del idioma chino y el alfabeto latino), el gobernante de facto en China desde 1860 hasta 1912, está narrada en este libro con lujo de detalle, con un estilo más bien fastidioso que se entretiene en las minucias y arroja poca luz sobre el devenir de los grandes asuntos. Por ejemplo, el primer capítulo narra el nacimiento así:
Al nacer, en 1835, el décimo día de la décima luna, que es año fue un 29 de noviembre, se llamó Lan Kuei (Pequeña Orquídea). China era Chung Kue, Reino Central, y en el poder estaba entonces el emperador Tao-kuang (Gloria del Principio Justo), de la dinastía Ch’ing o manchí, que había heredado el imperio de su padre, el emperador Ch’ia-ch’ing (Suma Felicidad), cuando éste fue muerto por un rayo en 1921. Pero la gloria de C hina declinaba y mientras el país perecía, de 1935 en adelante aumentó la suerte de Ts’u-hsi.
El final de la emperatriz, su muerte el 15 de Noviembre de 1908 está narrado con las palabras
“Al volverme hacia los recuerdos de estos últimos 50 años”, dijo, “me doy cuenta de los desastres internos y las agresiones externas que sufrimos con sucesión inexorable y veo que la angustia no ha dado un solo momento de reposo a mi vida”. Volviendo el rostro hacia el sur y estirando los miembros como era debido, Ts’u-hsi murió el 15 de noviembre en la Hora de la Cabra (de 13 a 15 p.m.).” 
Unas líneas arriba, la autora había narrado sus dolencias: debilitamiento general por la edad, disentería. Es poco creíble que en esas circunstancias pronuncie palabras póstumas tan bien hiladas, pero hay inclusive una referencia a la cita original.
Entre el nacimiento y la muerte hay una gran profusión de nombres, fechas, lugares y detalles. El libro está profusamente ilustrado: abundan las fotografías, imágenes de arte chino, mapas e inclusive algún plano. Pero hay que tener mucha paciencia y perspicacia para ubicar los muchos datos mencionados en el gran contexto de la historia China. Por ejemplo, el Tratado de Shimonoseki, que finalizó la guerra con Japón de 1895,  significó el grito de arranque para la rapiña generalizada sobre China, porque además de los europeos, estaban ahora los japoneses al acecho; pero esas circunstancias merecen apenas una referencia casual: “…inmediatamente despertó la voracidad desenfrenada de las potencias en el Lejano Oriente…” El personaje chino que ha dejado la huella más honda, Confucio, es mencionado en las primeras páginas y después recibe una sola cita (pág. 210) en donde su nombre aparece por casualidad, porque había nacido en la ciudad que en 1900 estaba experimentando agresiones contra los extranjeros, el objeto de narración de la página 210.
En resumen, para enterarse de detalles muy particulares (como los males reales e imaginarios de la Emperatriz y del emperador Kuang-hsu, muerto un día antes que ella) puede ser interesante, pero es una biografía perdida en las menudencias de esa larga vida.
Marina Warner
La Emperatriz Dragón
Organización Editorial Novaro, México 1974.
272 páginas.
Traducción al español: Jorge Ferreiro Santana
 

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