En 1973, cuando le dieron a Henry Kissinger el Premio Nobel de la Paz cuando era Secretario de Estado de la administración Nixon, salió publicada en un diario de la capital una caricatura donde caminaban como pareja un águila representando a Estados Unidos, y un oso, representando a la URSS. El oso ofrecía su brazo al águila, y entre los dos empujaban un carrito para niño, que llevaba un bebé simbolizando la paz recientemente lograda al terminar la guerra de Vietnam. Era la época de la Guerra Fría, y la colaboración entre ambas superpotencias para conseguir el fin de esa guerra le valió el premio a Kissinger, porque supuso un entendimiento, aunque momentáneo, para lograr un fin que les convenía a ambas partes: en EEUU había muchas presiones para terminar la guerra, y a los rusos no les convenía la presencia norteamericana en Asia.
Me acordé de esa caricatura ahora que vi triunfar a la coalición PAN-PRS en BCS, y pensaba que la andanada de alianzas que hemos visto en prácticamente todas las elecciones de gobernador, en donde uno de los tres partidos grandes se junta con uno de los partidos cortesanas, presagian una alianza de mayor envergadura para la elección del 2012; quiero decir, la posible unión de PAN y PRD para hacer frente al candidato fuerte, el PRI. Parecería extraño y hasta absurdo que dos partidos que se atacaron con todo lo que podían en 2006 resultaran aliados en 2012; además de la enemistad entre muchos de sus miembros, están las ideologías de derecha y de izquierda que ambos dicen representar. Pero recordando a la caricatura y leyendo un libro de Kissinger llamado Diplomacy (Simon & Schuster, 1994), veo claro que la enemistad existe en política nada más cuando se persiguen fines incompatibles, y que la ideología no debe confundirse con vocación por el martirio: un buen político nunca querrá el martirio.
Después del tremendo susto que les sacó la Revolución Francesa a los países monárquicos europeos (Inglaterra, España, Prusia, Inglaterra, Rusia, Austria), y de la amenaza de conquista que vino después con Napoleón, una vez derrotado Napoleón en Waterloo se reunieron las potencias vencedoras en el Congreso de Viena de 1815 para restablecer el antiguo orden, para quitarle a Francia todo lo que había conquistado y para crear un pacto de cooperación entre las diversas monarquías, a fin de salvaguardar precisamente la monarquía, incluyendo a Francia, donde restauraron a los Borbones en el trono. Los peces grandes se comieron a los chicos, y los ganadores en el reparto de tierras y poderes fueron Inglaterra, Austria, Prusia, y Rusia. Todavía no existía Alemania como país: su territorio estaba formado por varios pequeños reinos y uno grande, Prusia.
Esa alianza en donde las diversas monarquías decidieron apoyarse unas a otras contra los grupos políticos que habían empezado a surgir, a ejemplo de la Revolución Francesa, para crear repúblicas en vez de monarquías, funcionó bien durante unos 30 ó 40 años. En 1848 subió al poder como presidente electo de Francia un sobrino de Napoleón, llamado Louis Napoleón Bonaparte; soñaba con una Francia tan poderosa como la había imaginado su tío, sin las circunstancias históricas en que vivió su tío y sin el talento político y militar de su tío. Pero se animó a dar un golpe de estado contra sí mismo, y en 1851 se proclamó emperador, con el nombre Napoleón III. Se embarcó en una serie de aventuras estériles y costosas para Francia, como una guerra en el norte de Italia para rescatar el reino de Lombardía de los Austríacos, y el sueño de instaurar la monarquía de Maximiliano en México.
Había un imperio que poco a poco perdía poder, y que las potencias europeas, como aves de rapiña, se aprestaban para recoger sus despojos: el Imperio Otomano. Los turcos habían llegado hasta las puertas de Viena, pero fueron rechazados y dejaban atrás partes de Hungría, de los países balcánicos, Bulgaria y Crimea. Por cercanía, los beneficiarios naturales eran Austria y Rusia, pero a Inglaterra y a Francia no les convenía, y de ahí vino la Guerra de Crimea entre Francia y Rusia, que ganó Francia, aunque actualmente nadie sabe qué fue lo que ganó realmente.
En principio, cualquier conflicto entre Inglaterra, Francia, Prusia, Austria y Rusia era una violación a los acuerdos de 1815, donde las monarquías habían decidido apoyarse mutuamente. Pero la primera piedra la arrojaron los franceses, cuando instauraron la Segunda República en 1848 y pusieron a Luis Napoleón al frente, porque república y monarquía son antagónicas; cuando esta república se convirtió en el Segundo Imperio, los sueños de Napoleón III siguieron contribuyendo a perturbar la paz europea que se había logrado en 1815. El verdadero ganador de todos estos pleitos fue Prusia, gracias al genio diplomático de su primer ministro Bismarck. Cuando empezó su carrera política en 1849 tenía un objetivo, un miedo, un enemigo y un aliado. El objetivo era la unificación de los principados alemanes bajo Prusia; el miedo era que se formara una coalición de las otras potencias que pudiera atacar y rodear a Alemania (lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial); el enemigo era Francia; el aliado era Austria. Inglaterra no quería meterse en pleitos en el continente y Rusia se mantenía ocupada avanzando en la conquista del Este; no eran viables ni como amigos ni como enemigos de Prusia. Pero Prusia no podía apoderarse de los pequeños principados alemanes sin violar los acuerdos de apoyo mutuo entre monarquías, así que necesitaba que alguien agitara las aguas y arrojara la primera piedra; los sueños de Napoleón III le hicieron el trabajo sucio a Bismarck.
Una vez que empezaron las guerras entre las potencias, la antigua diplomacia que sostenía mutuamente a las monarquías dejó de existir y las relaciones entre los países se basaron simplemente en la fuerza que cada uno tenía, o que aparentaba tener, o que creía tener, lo que se llamó Realpolitik. Esto me recuerda una anécdota de Gonzalo N. Santos, cacique en San Luis Potosí, cuando le preguntaban que cómo había adquirido tanto poder en su estado. “Es sencillo: en México les digo que tengo muchos amigos en SLP, y en SLP les digo que tengo muchos amigos en México.” La política de Bismarck fue astuta, haciendo alianzas con quien le convenía hacerlas, sembrando la discordia entre los países que le convenía que estuvieran en pleito, aunque cada uno por separado pudiera ser aliado de Prusia. No fue el único que participaba en esos juegos de poder; por ejemplo, en 1876 los búlgaros se rebelaron contra los turcos, que reaccionaron salvajemente e hicieron una matanza de miles de búlgaros. Rusia se indignó contra el ataque a otro pueblo eslavo y amenazó con atacar a Turquía, pero como a Inglaterra no le convenía que Rusia se apoderara de esa parte de Europa y amenazara su dominio marítimo en el Mediterráneo, se puso del lado de Turquía, y los miles de búlgaros sacrificados fueron considerados por la diplomacia inglesa como una baja aceptable en el equilibrio de poder.
Finalmente, Bismarck consiguió que Francia le declarara la guerra, y Prusia humilló a Francia en la guerra Franco-Prusiana de 1871, donde perdió los territorios de Alsacia y Lorena. Los tratados de paz que se firmaron le dieron la oportunidad a Bismarck de que Prusia se apoderara de los pequeños reinos alemanes y creara un nuevo país, Alemania.
A partir de esta fecha los problemas de Bismarck se incrementaron, porque Alemania se convirtió en el país más poderoso de Europa, todos los demás empezaron a recelar contra él, y el espectro de una coalición que rodeara y atacara a Alemania era más factible en 1875 que en 1850. En los 15 años siguientes es donde se manifestó el genio político y diplomático de Bismarck, declinando intervenir en conflictos y creando y manteniendo alianzas con los dos candidatos naturales, Austria y Rusia, ya que las otras dos potencias eran inviables como aliadas: Francia estaba derrotada y resentida, e Inglaterra estaba allá lejos y prefería una política de aislamiento. Sin embargo consiguió mover adecuadamente los hilos de la política y mantuvo la paz y el crecimiento para Alemania, hasta que subió el nuevo emperador Guillermo II y lo hizo renunciar en 1890. Cuando dejó el poder, dejó la advertencia de que la política no se debía dejar en manos improvisadas, y que si no se hacía así, habría una coalición de países contra Alemania en el curso de los siguientes 20 años.
A pesar de la advertencia, a partir de esa fecha la política del país más poderoso de Europa quedó en manos de gente incapaz que ni lejanamente tenía la visión y el talento de Bismarck. Guillermo II no quiso renovar la Alianza con Rusia, y decidió apoyar a Austria en sus aspiraciones en los Balcanes (donde Alemania no tenía interés); Rusia se sintió ofendida y agredida, y se alió con Francia. De esta forma, la pesadilla de coalición que siempre temió Bismarck se convirtió en realidad. El final de esta pesadilla de Bismarck lo conocemos: la Primera Guerra Mundial y sus millones de muertos, que estalló porque un separatista asesinó al príncipe heredero de Austria en Sarajevo, 1914.
Esta historia me enseña tres cosas: la primera es que para aliarse no se necesita tener las mismas creencias. Como decía Fox a Cárdenas cuando estaban en la campaña de 2000: “no necesitamos ser amigos para trabajar juntos”. La segunda es que en política no hay ideología, la única ideología es la búsqueda del poder. Al igual que los rusos comunistas se aliaron con los norteamericanos en 1973, que los prusianos protestantes se aliaron con los austríacos católicos en 1914, que Inglaterra dejó pasar una matanza de búlgaros para no permitir que Rusia aumentara su poder, en México podría aliarse el Cardenal Primado de México con el líder del Partido Comunista, si lo tuviéramos. La tercera enseñanza es que las alianzas son convenientes casi siempre. Veamos el caso de Alemania. Era el país más poderoso de Europa y podía derrotar por separado a cualquier otra potencia, pero no a todas juntas; por lo tanto, le convenía una alianza o con Francia, o con Inglaterra, o con Rusia. Los sucesores de Bismarck eran aficionados a la política que no vieron esto, y el mundo sufrió millones de muertes.
Ahora veamos el caso de México, el asunto que más nos interesa. Después de dos sexenios de panismo en la presidencia, los mexicanos nos sentimos decepcionados. Algunos culpan al gobierno panista y otros pensamos que cualquier partido cargaría con la misma falta de resultados. Como consecuencia, el PRI avanzó mucho en las elecciones de los últimos años. Como siguiente consecuencia, los del PAN y los del PRD están a punto de olvidar que se dieron hasta con la cubeta en 2006, y posiblemente consideren a Ebrard como candidato común en 2012. El PRI no tiene nada que ofrecer como aliado al PAN y al PRD por la presidencia, puesto que es mucho más fuerte que cualquiera de ellos y los aplastaría, pero estos dos, sumados, pueden darle la batalla al PRI.
Esto me dice que México ya pasó el Kinder en la escuela de la democracia, que consiste en la posibilidad de trabajar juntos los que eran enemigos a fin de conseguir el poder. Lo que todavía estamos muy lejos de pasar es la primaria de la democracia, es decir, saber jugar en la oposición. Nuestros partidos políticos concentran el 99.99% de sus esfuerzos en tratar de ganar las elecciones; una vez que hay ganador y perdedor, les queda el 0.01% de sus recursos para gobernar y para ejercer la oposición. En estas condiciones, los sainetes de tomas del presídium que los diputados mexicanos poseen como patente (la solicitud de patente de Ucrania llegó después), y la absoluta falta de respeto de Fernández Noroña a la institución presidencial me comprueban que pasarán todavía años para que México apruebe la escuela primaria de la democracia.
Nota. Mi deuda con Rodrigo es más grande que la vida; en esta ocasión le debo además el tema y el argumento central de mi artículo.
jlgs, 12.2.2011, El Heraldo de Aguascalientes.

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