Steve Jobs (1955-2011)
In Memoriam
La Universidad de Stanford invitó a Steve Jobs en 2005 a iniciar el año escolar dando una conferencia. Fue una invitación valiente, porque Steve nunca se graduó de una universidad pero era uno de los empresarios más exitosos del mundo, y Stanford corría el riesgo que se generara una estampida de estudiantes para saltarse los estudios y lanzarse directamente a realizar sus sueños. Pero la conferencia fue sencilla: se paró frente a los alumnos y les dijo lo que pensaba de sus sueños, de sus problemas y cómo los convirtió en oportunidades, les habló de la vida y de la muerte; compartió con ellos tres historias en su propia vida.
Excepto por un párrafo, exactamente la misma conferencia podía haberla dado hace un mes, cuando se retiró de Apple porque sentía cercano su fin. Hubo un párrafo, uno solo, en donde se equivocó. Hablaba de que le detectaron cáncer de páncreas y el primer diagnóstico fue sombrío, pero sucedió que era una clase especial de cáncer que era tratable, lo operaron y “esto fue lo más cercano que me he encontrado frente a la muerte, y espero que será lo más próximo que haya estado por unas pocas décadas más”. Un pequeño error (mejor: una expectativa), que todos cometemos cuando pensamos en el día en que habremos de morir: no fueron décadas, nada más seis años; el resto de su conferencia, y él dijo entonces por qué, podría haber sido dicho hace un mes.
Steve Jobs es de uno los hombres que han hecho grande a los Estados Unidos. Grande y arrogante, grande y patrón insufrible, grande y exigente, pero grande; como Henry Ford, como Thomas Alva Edison. Entre los científicos e inventores, el más cercano a San Francisco de Asís fue Albert Einstein, todos los demás tienen esos defectos de carácter con que la Naturaleza de alguna manera los compensa y les recuerda que a fin de todo, son simples humanos, aunque hayan sido dotados de gran inteligencia. Steve Jobs tuvo, junto con la inteligencia para entender su entorno, la imaginación para pensar en un entorno diferente, la perseverancia para perseguir sus sueños, y la arrogancia y la exigencia para que los que estaban junto a él, trabajaran como él quería.
Con el paso de los años, es muy fácil unir los puntos, como decía él mismo en esa conferencia. Los adultos íntimamente reconocemos los aciertos y los errores que nos han llevado a ser lo que somos ahora; con bochorno no compartido aceptamos que algunas decisiones pudieron ser mejoradas. No hay manera de prever el futuro, pero Steve dio una fórmula que puede funcionar: confía en ti mismo. Puede ser tu habilidad para cocinar, tu don de gentes para convencer, tu memoria que almacena todas las placas de los coches que has tenido, puede ser que te guste la caligrafía, el caso de Steve. Narra que había ingresado a una universidad cara y que no vio sentido a continuar ahí, porque sus padres no tenían muchos recursos y él no sabía qué quería hacer ahí. Renunció, dormía en el suelo en los departamentos de sus amigos, juntaba botellas de cocacola para venderlas y poder comer, y una vez a la semana iba al otro lado del pueblo a hacer una buena comida con los Hare-Krishna. Los posters y letreros que había en esa universidad, hermosamente escritos a mano, lo animaron a inscribirse en un curso de caligrafía; ahí descubrió los tipos Times New Roman y SanSerif, y ese conocimiento sin otro destino que el olvido le sirvió diez años después cuando diseñó la primera Mac.
El primer sistema operativo gráfico fue el de Macintosh, la primera computadora que tenía facilidades de manejo muy por encima del competidor fuerte, MS-DOS; pudo ser así por dos razones, en mi opinión: a Steve le gustaba que las cosas se vieran bonitas, y Steve quiso que fuera así.
Muchos años después tuve yo mi primer producto de Apple, un iPod. Conmigo no funcionó ese invento, porque yo creo que hay que oír música en el trabajo con unas bocinas, en casa con un buen aparato de sonido, o sentado tocando el piano; mis hijas me conocen y le dieron mejor uso al iPod. Hace poco tuve el primer producto de Apple que realmente utilizo y me satisface. Cada año que renovaba mi contrato del celular se presentaba la tentación de comprarlo pero nunca me decidí, hasta que me convenció Rodrigo este año de canjear los puntos de una tarjeta de crédito por un iPhone; ahora creo que entiendo un poco más a Steve. Sencillamente no hay comparación entre la calidad de este teléfono con todos los que había tenido: el acabado de las orillas en acero, las uniones entre las partes que no dejan pasar ni el polvo, la elegancia y sencillez, la apariencia de solidez y un sistema operativo, intuitivo, fácil de usar hasta para los adultos mayores, con detalles de ingenio como tocar dos veces una foto para que crezca, y un solo botón. Esta filosofía empresarial de buen diseño, la mejor calidad, facilidad de uso, agradable a la vista y al tacto, es lo que ha convertido a Apple en una de las empresas más valiosas del mundo.
A toro pasado, es fácil decir que Apple lo único que ha hecho es fabricar productos novedosos y de gran calidad. Hace 35 años nadie lo sabía. Todo empezó en aquel curso de caligrafía, que Steve tomó porque le gustó; no sabía qué iba a hacer con él, simplemente le gustó. Siguió ese llamado obscuro que nombramos vocación y se aferró a él; con sus palabras se lo dijo a los estudiantes de Stanford, en la forma de consejo: confía en ti y haz lo que te gusta.
Steve tuvo dos reveses fuertes en su vida: lo corrieron de Apple y le dio cáncer.
Cuando Apple ya había crecido, en 1983 contrataron a John Sculley para labores de dirección, pero se presentaron diferencias entre él y Steve, y terminó con la separación del creador. Fue una época muy difícil para Steve porque Apple ya era una compañía famosa, y esta fama convirtió en humillación pública su separación. Se deprimió, no sabía qué hacer, pero reflexionó “que se sentía ligero, sin la carga de dirigir Apple, listo para iniciar de nuevo” y arrancó nuevos negocios, Pixar y NeXT. Con Pixar hicieron la primera película animada hecha totalmente en computadora, Toy Story. El mundo dio vueltas y Apple adquirió NeXT en 1996, una época en que Apple tenía muchos problemas. Steve trabajó un año como asesor hasta que en 1997 lo volvieron a nombrar CEO, y desde ese año, la historia de Apple ha sido otra.
Todos sabemos que nos vamos a morir, solamente la fecha es incierta. Casi todos preferimos olvidar en nuestro día a día este diario acercamiento al final, porque no nos resignamos, no podemos volvernos inmortales, y preferimos no pensar en eso. Los que se han visto cerca de la muerte regresan con otra actitud: aprecian cada día como un regalo y hacen las paces por anticipado con esa hora final.
Steve compartió en Stanford la sabiduría aprendida en su enfermedad de una forma sencilla. Dijo que la mejor prueba que uno puede hacer sobre sí mismo es preguntarse
Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría yo hacer lo que estoy haciendo ahora?
Cuando se juntan muchos “no”, quiere decir que vamos por mal camino, y hay que cambiarlo. Con más chispa me dijo la misma idea una amiga mía: “cada cinco años, la mujer tiene que cambiar o de casa o de trabajo o de marido”.
Los afortunados que han sabido encontrar su camino son los que quieren seguir haciendo lo mismo hasta la víspera de su muerte. “Afortunado” es una mala elección de palabra, nada más la mitad es cierta. Steve Jobs tenía talento al nacer pero le faltaba la otra mitad: usarlo. Había nacido inteligente y ególatra, ahora tenía que justificarlo. Lo hizo intuitivamente antes de que tuviera cáncer, y con madurez de hombre que sabe la inminencia de la muerte, después. Steve Jobs, con esa seguridad de sonámbulo con que persiguió sus sueños me recuerda a Don Fortunato, un hombre menos afortunado a quien siempre he visto feliz. Es el velador del edificio donde teníamos nuestras oficinas; me lo encontraba en la noche al salir y le preguntaba “¿cómo está usted, Don Fortunato?” Siempre me dio la misma respuesta: “estoy muy bueno, ¿qué no me ve?” Don Fortunato ya es un hombre viejo, pero riega las plantas al frente del edificio con cuidado, a veces lo veo con unas tijeras de jardinero hincado en el piso y cortando el pasto; ese jardín está verde todos los días del año. Una vez le pregunté: “si le dijeran que mañana se va a morir, ¿vendría a trabajar ahora?”. Fue la única vez que lo vi serio, pero nada más un momento; me respondió que sí, que en su casa se aburriría.
Estos dos hombres, a quienes mi vida ha tocado en forma muy diferente, me enseñan una cosa: que hay que hacer lo que a uno le gusta. También me enseñan que la manera es hacerlo bien. También me enseñan que hay que ensuciarse las manos con el trabajo de cada día para que las cosas salgan bien. También me enseñan que hay muchos caminos para estar contento. Me muestran que es más fácil ser feliz siendo un jardinero que siendo un genio, pero si tú que me lees, amigo, crees que tienes un talento, reconoce que falta poner tu mitad, que es mantener encendida la llama de tu deseo, hacer el trabajo de todos los días y tener la perseverancia para superar los obstáculos.
El último consejo que dio Steve en su conferencia fue simple, una invitación a renacer todos los días y a aprovechar cada nuevo día con los ojos y la esperanza de un niño: “stay hungry, stay foolish”.
Personalmente tengo una deuda con él: le debo mi trabajo, ya que me inicié en la computación por una invitación de mi hermano Fernando a trabajar en un negocio suyo que vendía computadoras Apple. Ahí aprendí a programar en Pascal en una Apple II, descubrí que me gustaba y aquí estoy. Descansa en paz, Steve.
PD Rodrigo cuenta también su tristeza por la pérdida de Steve Jobs con sus palabras y en su sitio: http://blog.rodrigogomez.com.mx/2011/10/steve-jobs/

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