La Historia es una ciencia no exacta que posee hechos que han sido interpretados incorrectamente o bien que fueron tergiversados con fines políticos. Por ello la revisión de la Historia es esencial para una sincera búsqueda de la verdad.
La pretendida idea heroica y gloriosa que ha existido, y que aún hoy existe sobre el dirigente mexicano Benito Juárez, idea que la Historia oficial de México nos ha vendido e inculcado con gran esmero desde hace más de un siglo, es completamente falsa.
Parece mentira que aún con tanto material, fuentes e investigaciones serias disponibles, el pueblo mexicano continúe considerando a Benito Juárez como un “héroe”, y no sólo un héroe, sino el más grande héroe que ha tenido México. Esto habla mucho sobre el actual grado de conciencia que posee dicho pueblo.
El gobierno liberal mexicano representado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), mismo que fuera fundado por francmasones en 1928 bajo el nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR), se encargó de crear una historia oficial repleta de héroes mitológicos e inverosímiles, dentro de los que destaca Juárez. Han inventado una serie de mentiras alrededor de la figura del indígena zapoteca, mentiras que son vistas como “actos sublimes” y que muy penosamente siguen enseñando a los niños durante la educación primaria con el afán de mantener a toda costa el poder que han ganado con dichas mentiras, adoctrinando la conciencia de la juventud y orientándola a los cuestionables ideales como los que promulga el mal llamado “liberalismo social”, mismo que ha sido defendido por la francmasonería internacional desde 1789, en la época del infame francmasón Robespierre.
El Juárez histórico v.s. el Juárez mitológico
Las ideas fundamentales que nos han presentado sobre Juárez son:
Juárez es un notable ejemplo de esfuerzo y dedicación, ya que de ser un humilde indígena que cuidaba rebaños, llegó por sí mismo a ser presidente del país.
Ejemplo de intelectualidad superior.
Él separó a la Iglesia del Estado.
Él fue el autor de las Leyes de Reforma.
Actuó siempre apegado a la ley, la defendió y nunca permitió que la soberanía del país fuese violada.
Veamos ahora qué tan ciertas son estas aseveraciones.
Benito Pablo Juárez García fue un nativo zapoteca de raza pura nacido en Guelatao, Oaxaca el 21 de marzo de 1806. Llega a la ciudad de Oaxaca en 1818, huyendo de un tío suyo con quien trabajaba por el supuesto extravío de una oveja con su hermana Josefa quien trabaja de cocinera en la casa de Don Antonio Maza, su futuro suegro, luego se va de mozo a la casa de un fraile con la oportunidad de ir a la escuela en sus ratos de ocio.
La Iglesia Católica le ayudó a salir de la miseria y le educó según las costumbres de aquel tiempo, enseñándole latín, comer en la mesa y con cubiertos, vestir de traje y hablar correctamente. Carente de vocación, entra al seminario pero jamás logra ordenarse cura, en cambio, se recibe de abogado.
Sus contemporáneos lo definen como una persona “cerrada”, “de inteligencia mediocre” y “no muy buen orador”, no hablaba mucho, ni reía. Cuando llegó a ser gobernador de Oaxaca, fue un buen feligrés, exhortaba a sus trabajadores a que pagaran el diezmo, se confesaran y comulgaran para pedir auxilio divino. Posteriormente pasará de ser un cristiano laico al más encarnizado perseguidor de aquella institución que otrora fuera tan bienhechora con él. Esto gracias a las la influencia recibida de parte de los maestros francmasones que albergaba el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, donde recibiría su educación profesional.
Cuando Juárez llega al poder después de la Guerra de Reforma se encarga de instaurar un gobierno completamente “liberal” y pretendió, lo que 60 años antes se había divisado en la Guerra de Independencia: “una nación donde todos los individuos fuesen iguales”, ideal siempre utópico y fantasioso y más aún en “el país de la desigualdad”, como una vez Alexander von Humboldt llamara a México. Lógicamente muchas comunidades indígenas se opusieron a ese proyecto de nación porque, con gran acierto, no se consideraban mexicanos. Entonces Juárez comenzó una seria represión en contra de estas comunidades. El presidente indio olvidó sus raíces indígenas.
Juárez no demostró jamás estar orgulloso de su origen indígena, al contrario, al parecer se sentía avergonzado pues por desgracia casó a toda su prole con gente de orígenes caucásicos.
En las elecciones presidenciales de 1871, Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Profirio Díaz se presentaron como candidatos, resultando ganador Benito Juárez, aunque con evidentes fraudes electorales, por lo que nunca fue presidente constitucional ni elegido por el pueblo, sino que aprovechó las circunstancias de la guerra. En respuesta, Porfirio Díaz se levantó en armas con el Plan de la Noria para arrojar del poder a Juárez, pero fracasó. Juárez se hizo pasar por presidente durante 11 años (1858-1864 y 1867-1872) sin ningún respeto por la legalidad existente pues la Constitución establecía cuatro años para el poder ejecutivo. Más tiempo que Antonio López de Santa Anna, quien apenas pudo sumar unos seis o siete años de gobierno. Además Juárez salía frecuentemente del país hacia lugares como Panamá, La Habana, Nueva Orleáns, sin permiso del congreso.
Se deshizo de sus enemigos políticos fuera de todo orden constitucional y de guerra y asesinó con toda impunidad. En cinco años, de 1867 a 1872, derramó más sangre a espaldas de la ley que el general Porfirio Díaz en treinta años.
Tratado McLane-Ocampo
Juárez autorizó y firmó una serie de tratados que pisoteaban y aniquilaban la soberanía del país en beneficio de los EE.UU, Justo Sierra dijo de ellos que constituían un “crimen político”. En ellos se concedía a militares estadounidenses los accesos en los pasos de Mazatlán a Matamoros, Nogales a Guaymas y en todo el Istmo de Tehuantepec (de Tabasco a Chiapas), con permiso de matar, arrestar y poseer tierras. Este era el nefasto Tratado McLane-Ocampo firmado el 14 de diciembre de 1859, que no se llevó a cabo por la negativa del senado estadounidense. Juárez también pidió dinero al gobierno de EE.UU. para que, en apoyo a las Leyes de Reforma, se construyeran campos de concentración con el propósito de internar a militares eclesiásticos y conservadores.
Acosado por Miguel Miramón y preocupado porque los estadounidenses no le prestaban ni un centavo, Juárez y sus esbirros se parapetaron tras las murallas de San Juan de Ulúa, y para fortuna de ellos, los conservadores rechazaron la propuesta de los norteamericanos cuando éstos les ofrecieron 15 millones de dólares por la compra de Baja California, Sonora y Chihuahua, acto seguido enviaron a Lerdo de Tejada como representante liberal ante el embajador norteamericano comunicándoles el deseo de Juárez de que los estadounidenses invadieran México, que se impusiera el idioma inglés y se prohibiera la religión católica, también propuso la “americanización” con la inmigración masiva de norteamericanos e importar oficiales para que enseñaran al ejército mexicano disciplina militar.
Con autorización de Juárez comenzaron a maquinar la idea de hacer de México un “protectorado” estadounidense y concedieron todo lo que éstos pedían a cambio de asistencia económica y militar para la “noble” causa liberal. Sólo que las gestiones se estancaron momentáneamente ya que James Buchanan, presidente de EE.UU. de ese entonces, no quería protectorados sino territorios mexicanos.
Desesperados por el avance conservador comisionaron al francmasón Melchor Ocampo para volver a negociar ayuda y en 1859 reciben a Robert M. McLane, embajador de EE.UU. ante el “gobierno” liberal, negrero explotador y también socio de la Louisiana Tehuantepec.
Maximiliano de Habsburgo
Casi todas las acusaciones que se le hicieron a Maximiliano de Habsburgo, podían con la misma facilidad hacérselas a sí mismos Juárez y sus secuaces; pero a Juárez le interesaba demasiado la sentencia de muerte del Emperador. Hasta supo desentenderse de la súplica que le envió el estadounidense William H. Seward pidiendo clemencia para Maximiliano, pero Juárez no mostró ninguna clase de ella con él cuando fue derrotado por las tropas juaristas y fusilado en el Cerro de las Campanas en 1867.
Además de esto, no hay que olvidar que la mayor parte de los liberales se adhirió, con todo el pueblo, a la intervención y al Imperio. Es risible, pues, la estúpida ley del 25 de mayo de 1862, promulgada por Juárez, en que se declara traidores a los intervencionistas y monarquistas, es decir, declaraba prácticamente culpables a todos los mexicanos, puesto que la autoridad de Maximiliano fue reconocida por la gran mayoría del pueblo.
Los mismos liberales no pudieron hacer menos que servir a quien les ayudaba a vivir en orden y tranquilidad, porque para ellos el Imperio –como dice Francisco Bulnes– “fue la verdadera gloria, la verdadera Patria, la verdadera doctrina política” (463). En vista de esto no es de extrañar que Payno haya encontrado –después del Imperio– ciento cuatro mil solicitudes de empleo al gobierno de Maximiliano, hechas por los liberales, por lo que Lerdo de Tejada le dijo: “si publica usted la lista, nos quedamos sin partido liberal” (Bulnes, 577). Pero el mismo Juárez desde su residencia en el Paso, Texas, pidió a su apoderado en México que revalidara los bienes eclesiásticos que se adjudicó, reconociendo por ese hecho la autoridad del Emperador.
Maximiliano, por su parte, –frívolo y versátil en extremo– no resultó el gobernante que se esperaba, porque se vio obligado a gobernar con las injustas y aborrecidas leyes liberales de Juárez y con un ministerio por entero liberal. Maximiliano, quien curiosamente también era liberal, se rodeó de liberales y los propios liberales fueron minando su trono; y cuando se vio sin el apoyo de las bayonetas francesas y sin el auxilio de los liberales que lo abandonaban, entonces y sólo entonces se echó en brazos del partido conservador a quien había despreciado y hasta tratado de disolver; partido que, dando una muestra de suma lealtad, lo protegió en lo posible.
Fue así como los abusos de los liberales trajeron como consecuencia un malestar social que fue uno de los factores más importantes de la Revolución de 1910.
Juárez, el legislador
Juárez, además, inició el periodo no decente de la Historia de México, haciendo gala de ser el hombre de la ley y la democracia, mientras burlaba el sufragio y la ley, gobernaba tiránicamente e impedía la educación política del pueblo. Y, por sugerir el principio constantemente latente en su vocabulario de que es “Ley lo que se promulga” (por impopular, injusto e irracional que sea), resulta el primer gran falsificador en el orden jurídico, responsable de que en México, a partir de entonces y contra lo que exige un deber primordial, no se mire con respeto ni a la ley ni a las autoridades que tan frecuentemente han sido meras falsificaciones.
Juárez fue, finalmente, uno de los principales destructores del rico patrimonio artístico y bibliográfico de México, puesto que el 15 de julio de 1867, cuando regresó a la Ciudad de México, su caravana destruyó obras de arte de diversos artistas como Bartolomé Esteban Murillo, El Greco, Francisco de Zurbarán y otros artistas más, además de que se dedicaba a saquear pueblos y conventos.
Las Leyes de Reforma y la separación entre la Iglesia y el Estado
No fue Juárez el autor de las Leyes de Reforma. Los principios en que se inspiran las Leyes de Reforma fueron dadas al también francmasón Valentín Gómez Farías en la Junta Anfictiónica de Nueva Orleáns (logia masónica de Estados Unidos) en septiembre de 1835, y éstas, tan defendidas y difundidas por el alocado juarismo, no son, a diferencia de lo que comúnmente se piensa, la simple separación de la Iglesia y el Estado, separación que es necesaria y completamente acertada, sino que se fue más allá, promulgando la subordinación total de la Iglesia al Estado, despojándola de sus bienes y libertades. Juárez no quería ninguna separación de poderes, sino una “Iglesia Mexicana” sometida a su voluntad en la que él desempeñara el oficio papal muy al estilo de Enrique VIII.
En realidad, la famosa separación entre Iglesia y Estado fue hecha por Ignacio Comonfort y Sebastián Lerdo de Tejada, no por Juárez. Juárez sólo firmó la Ley Juárez que suprimía tribunales especiales de militares y eclesiásticos así como la anulación de su fuero.
Juárez, francmasón.
Frecuentemente se admira a Juárez por haber llegado a ser presidente “por su propio esfuerzo” siendo que era un humilde indígena. Esta apreciación no toma en cuenta, sin embargo, la influencia masónica que recibió durante sus estudios profesionales en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, después de haber sido educado por la Iglesia.
Muchos de los maestros en esta intitución eran masones, tal es el caso del mismísimo Porfirio Díaz quien fue profesor de Derecho en ese mismo instituto.
Juárez se inicia en la masonería en el Rito Yorkino en Oaxaca. Luego entra al Rito Nacional Mexicano llegando al máximo grado, el nueve, que equivale al grado 33 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. El Rito de York era de ideas más liberales y republicanas respecto al Rito Escocés que también existía en México y el cuál era de ideas políticas centralistas.
A la ceremonia de iniciación de Juárez concurrieron distinguidos masones, como Manuel Crescencio Rejón, autor de la Constitución de Yucatán de 1840; Valentín Gómez Farías, Presidente de México; Pedro Zubieta, comandante General en el Distrito Federal y el Estado de México. Realizada la proclamación, el Aprendiz Masón Benito Juárez, adoptó el nombre simbólico de Guillermo Tell.
Juárez fue ferviente en la práctica masónica. Su nombre se conserva con veneración en diversos ritos. Muchas logias lo han adoptado como un símbolo sagrado, casi una deidad. Prueba de ello es el fastuoso monumento de la Ciudad de México dedicado a Juárez, que fuese construido por los masones mexicanos para honrar eternamente a su dios invicto.
Benemérito de las Américas
Aquí queda demostrado que Benito Juárez es el mexicano más antimexicano que haya dado la historia. Y la masonería mexicana e internacional lo celebra porque comenzó los planes de poder y persecución de sus opositores en México y en Latinoamérica, particularmente los eclesiásticos. Por eso es considerado el “Benemérito de las Américas”, no por otra cosa.
“Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”
Es un hecho ampliamente aceptado que Benito Juárez no sólo pronunció aquella célebre frase, sino que fue original del propio Juárez.
Efectivamente esa frase fue pronunciada por Benito Juárez en un discurso que dio cuando regresó a la ciudad de México el 15 de julio de 1867, después de que Maximiliano fuese fusilado. Sin embargo, la frase no es de su autoría. La frase al parecer se inspiró en una escrita por Immanuel Kant en su obra La Paz Perpetua. Kant era un filósofo a quien Juárez admiraba. Además, no sólo Juárez usó esa frase, también fue citada por el revolucionario y masón José Martí.
Bomberito Juárez
Ese famoso Juárez que nos han vendido, es un milagro de la medicina: siendo sólo un busto, vive y es dañino como la peste. Pobre, huérfano, tiranizado por su tío, víctima de Eolo que aleja el carrizal de la orilla del estanque (lo cual provoca que sus ovejas se desbalaguen), rival del rubio europeo Maximiliano de Habsburgo, a quien la historia oficial ha condenado, como un “traidor” y hasta “criminal”. Por eso Juárez arruina las ventas de los historiadores, porque es casi perfecto, pero en ese “casi”, está toda la diferencia.
Pero en la desolemnización y desacralización de nuestro “Benny Goodman”, quien se lleva el oro es Manuel “El Loco” Valdés quien en un programa de televisión, en los lejanos tiempos de la alta investidura de Echeverría, se echó la puntada de referirse como “Bomberito Juárez” al personaje, y no soportando esta deshonra al todopoderoso dios Juárez, el gobierno ordenó que el Loco Valdés fuese multado. Al día siguiente, se refirió a “doña Manguerita” Maza. -Múltenlo y sáquenlo del aire- dijo el “Tigre”.
Conclusión
Se nos enseña que Juárez fue un héroe pero fue un típico presidente mexicano. Trató de instaurar su propio concepto personal de nación, reprimió a los pueblos indígenas, expropió los bienes de la Iglesia para que los compraran sus secuaces en el poder, pisoteó la soberanía nacional en beneficio de EE.UU. y todo eso desembocó en la dictadura de Porfirio Díaz. Juárez le tendió la mesa al régimen de clientelismo, represión y liberalismo que continúa hoy sufriendo México.
Resulta irónico, pues, lo que advertimos en una carta que escribiera el propio Juárez a Maximiliano el 1 de marzo de 1864:
Es dado al hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la Historia. Ella nos juzgará.
Muy cierto, Benito. Muy cierto… Pero no contabas con que esta acusación, terminaría convirtiéndose en una confesión.
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Bibliografía.
-José Vasconcelos, Breve Historia de México.
-Celerino Salmerón, Las Grandes Traiciones de Juárez. Tradición.
-Armando Fuentes Aguirre, La roca y el ensueño. La otra historia de México: Juárez y Maximiliano. Ed. Diana.
-Salvador Abascal Infante, Juárez marxista. Tradición.
-Armando Ayala Anguniano, La Epopeya de México Vol. II, Fondo de cultura económica.
-Francisco Bulnes, El Verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio.
-José Ortiz Monasterio, Juárez el impasable (artículo de la revista Nexos, sept 2001).