El autor es alguien que sin ser especialista en la materia, habla de temas muy sofisticados con claridad, elegancia y naturalidad, volviendo esos temas comprensibles y atractivos para el lector promedio. En este libro en particular, su objetivo es narrar los esfuerzos rusos y norteamericanos por crear la bomba H (bomba de hidrógeno), describiendo no nada más el trabajo en general de científicos, militares y políticos, sino haciendo una presentación de los avances científicos involucrados, las ideas necesarias para convertir el conocimiento del átomo en armas de gran poder, los riesgos que implica esto para el mundo y el gran peligro que vivió el mundo durante unos diez años de que estallara un conflicto nuclear entre la URSS y los Estados Unidos.
Aparentemente los grandes jugadores nucleares aprendieron la lección y no han vuelto a imaginarse una guerra nuclear, pero los jugadores pequeños siguen jugando con la fantasía nuclear. En estos últimos meses Corea del Norte e Irán han alertado al mundo con sus acciones, aunque naturalmente no es claro lo que pueden y quieren hacer; averiguarlo es materia de espionaje. Y está también Israel, que en una de las guerras libradas contra los pueblos árabes, viendo vio amenazada su supervivencia, consideró la alternativa nuclear, al menos para vengarse de sus agresores en caso de ser destruido.
¿Qué tanto poder tienen esas bombas? Enorme. En Hiroshima y Nagasaki, donde cayeron dos bombas atómicas “pequeñas”, cada ciudad fue destruida con una sola explosión, el calor infernal mató a todos los hombres en varios kilómetros a la redonda, y dejó secuelas de quemaduras y cáncer en muchos mal llamados supervivientes: yo creo que es preferible la muerte a ver y sentir que tu piel se desgaja hasta los huesos y en cada pedazo se lleva un trozo de tu vida. Aquellas pequeñas bombas eran atómicas, producto de la fisión nuclear, que consiste en el desgajamiento de los núcleos de ciertas sustancias, produciendo otra sustancia y liberando partículas cargadas con gran energía calorífica, cinética y de radiaciones. Se trata de una muy clara y muy peligrosa aplicación de la fórmula de Einstein E = mc2, que dice que la materia puede convertirse en energía: eso es precisamente lo que hacen las bombas nucleares, fisionan (es decir, parten o dividen) núcleos de Uranio o Plutonio, produciendo otros elementos y liberando energía. Para dimensionar el poder: la energía contenida en una pelotita de 15 cm de Plutonio, alrededor de 5 kg de peso, basta y sobra para borrar del mapa la ciudad de Aguascalientes, no dejando en pie ni los postes de concreto.
La bomba H es peor. Obtiene su energía de la fusión nuclear, una suerte proceso inverso a la fisión: dos núcleos de hidrógeno se fusionan (se juntan), produciendo un átomo de helio y liberando energía. En el caso de la fisión, el núcleo pierde partículas, y esas se sueltan cargadas de energía; con la fusión, es al revés: dos núcleos producen un nuevo núcleo, al que le sobran algunas partículas que estaban en los dos núcleos originales y estas partículas se sueltan cargadas de energía. El poder de la bomba H es descrito por Rhodes de manera gráfica, superponiendo explosiones nucleares en el perfil de Nueva York. Primero está la bomba atómica de Hiroshima, que produce una bola de fuego del tamaño de unas dos o tres cuadras, pero que alcanza a destruir el centro de la ciudad; luego pone la bola de fuego de una bomba H, que tiene 5 km de diámetro, algo así como una bola de fuego que desde el centro de Ags. hasta la Av. De la Convención por los cuatro puntos cardinales, cubriendo todo lo que está adentro; esto es nada más la bola de fuego, falta la onda de choque y el aire soplando a miles de kilómetros por hora: se trata de una destrucción que llegaría hasta el Cerro del Muerto. Luego de esta destrucción inicial, está la lluvia nuclear: todas las partículas nucleares que quedarían flotando en el aire, haciendo imposible la vida en muchos kilómetros a la redonda, y llevando radioactividad y cáncer a la voluntad de los vientos, hasta donde se quiera imaginar.
Dos comparaciones más, para entender el poder de que estamos hablando. El sol y las estrellas son gigantescas bombas de hidrógeno, que tienen millones de años irradiando y que gracias a ellas tenemos vida aquí en la tierra. Las modernas bombas termonucleares en realidad consisten en dos bombas: una “chiquita” que es atómica, que se utiliza para calentar, comprimir y explotar el hidrógeno en forma de deuterio que contiene la bomba. Es decir, primero destruirían Hiroshima para utilizar esa energía como detonante y luego explotarían la bomba mayor (el deuterio) aniquilando la ciudad más grande que se pueda imaginar.
El descubrimiento y desarrollo de la bomba H se hizo alrededor de 1950. Edward Teller, científico que participó en el Proyecto Manhattan para construir las bombas que dieron el tiro de gracia a Japón en 1945, realizó un diseño de la bomba H hacia 1943 y convirtió su vida en una cruzada para desarrollar más y mejores bombas y armar a Estados Unidos a tal grado que pudiera quemar el planeta entero. Perfeccionó sus ideas junto en 1950 con Stanislaw Ulam, creando el modelo Teller-Ulam, donde utilizan precisamente una explosión atómica para producir una explosión de deuterio. Paralelamente los soviéticos, a través de sus científicos y de sus espías, desarrollaron en forma acelerada un proyecto que los llevó a tener la bomba A y la bomba H, aunque en menor número y con menor potencia que las norteamericanas.
Está diferencia llevó a pensar a algunos halcones de la guerra, en especial al general Curtis LeMay, a aprovechar el tiempo en que EEUU todavía era superior a la URSS para destruirla. Sí, destruirla. Utilizar este tipo de armas no limita el daño a los soldados, son armas de destrucción masiva, tampoco limitadas a humanos: todo lo que se mueva en muchos kilómetros a la redonda se muere, el suelo queda contaminado e inservible por decenas de años, y el viento lleva la radioactividad a lugares apartados. Este general tuvo oportunidad de aprovechar varias coyunturas históricas para lanzar por su cuenta un ataque nuclear, puesto que en 1954 todavía no había los controles que existen ahora, que requieren “poner la bomba en ON”, hechos por personas en lugares distantes. En la crisis de los misiles, Cuba 1962, ambos países estuvieron al borde de la guerra, con consecuencias catastróficas.
LeMay hacía cuentas alegres de que dejando caer diez bombas H en las diez ciudades más importantes de la URSS, las consecuencias serían limitadas a la URSS, empezando por la destrucción de su poder militar. Estudios posteriores demuestran que inclusive en el caso de un ataque limitado, así como lo planeaba LeMay, tendrían consecuencias devastadoras para el planeta entero. Concretamente, el Invierno Nuclear: la nube de polvo radioactivo cubriría el planeta, impediría que llegaran los rayos de sol, de que depende el ciclo de las estaciones, la vida de las plantas y por lo mismo, toda la vida en la Tierra. Con algo de suerte, se salvaría John Connor para actuar en Terminator V, los demás humanos, junto con mis mascotas Dmitri, Belka, Fellini, Phi, Inna (gatos) y Teufel (perro), moriríamos de radiación, de cáncer o de hambre.
Las cuentas alegres de LeMay me recuerdan el chiste del hombre que murió apuñalado, y una viejita que había leído la noticia, comenta con la mejor intención: “le hicieron muchas heridas, menos mal que nada más una era mortal”.
Personalmente pienso que la leyenda de Prometeo se convirtió en realidad con el descubrimiento de la energía nuclear: hemos arrebatado a los dioses sus secretos, y estamos encadenados a las armas y a nuestra débil capacidad de entendimiento entre humanos, porque seguimos desarrollando más y más armas, tentando a la suerte, a la muerte y a los dioses.
Richard Rhodes:
Dark Sun, the making of the hydrogen bomb.
Simon and Schuster, NY 1993
731 pp, fotografías, pasta dura, idioma inglés.
El libro puede conseguirse en www.thriftbooks.com y en www.abebooks.com, que son librerías de segunda donde hay millones y millones de títulos. Visítelas, yo he conseguido verdaderas joyas en esos lugares.
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