Como forajidos que acuerdan de antemano la manera de repartirse el botín, Alemania nazi y la URSS firmaron el pacto Molotov-Ribbentrop en agosto de 1939. El objeto del tratado era el territorio entre ambos países, que por siglos había sido codiciado por los dos: Polonia y los países bálticos principalmente, pero también estaban decidiendo el futuro de partes de Hungría, Rumania y Checoslovaquia. Hitler haría el trabajo sucio y Stalin se sentaría a la mesa puesta. El 1º de septiembre de 1939 los alemanes invaden Polonia, aplican por primera vez el concepto de Blitzkrieg, el ejército polaco cae en pocas semanas y los nuevos amos toman posesión de sus conquistas; Alemania después de una corta guerra, la URSS simplemente por haber firmado el pacto. Ambos países tienen frontera común y es cuestión de tiempo cuándo se romperá el equilibrio, puesto que los dos líderes, con razones muy diferentes, habían declarado con mucha anticipación su interés por más territorio. Hitler habló del Lebensraum para los alemanes (las tierras fértiles de Ucrania) desde que escribió Mein Kampf en 1923 y Stalin pretendía exportar la revolución socialista a todo el mundo, no está claro si era simplemente su intención la de volver comunistas a todos o más bien aprovechar esa revolución para que él, al frente de la URSS, fuera el amo de más territorio.
La luna de miel duró poco menos de dos años. En verano de 1941 Hitler ya tenía preparada su Operación Barbarroja, el inicio de la guerra contra la URSS, y Stalin sabía que en algún momento habría guerra con Alemania, pero calculaba que sería en 1942 y él mismo soñaba con adelantarse a iniciar las hostilidades. En cualquier caso, había que realizar preparativos, o bien para una guerra ofensiva o bien para una defensiva, pero no hizo adecuadamente ni una ni otra. Parte de las razones es que no confiaba más que en sí mismo, pretendía tener un conocimiento de la sicología de Hitler suficiente para saber cuándo atacaría, y en la Gran Purga de 1937-38 se había desecho de la mayoría de sus buenos militares; consiguió el miedo generalizado en la población, pero destruyó la élite militar. De esta manera, el mes de junio del 41 lo tomó con una nación obediente, impreparada, y con nulidades en los altos mandos del ejército.
El 22 de junio de 1941 los alemanes cruzan la frontera y abren las hostilidades; durante diez días, por culpa de la falta de preparación, porque los saboteadores alemanes habían cortado las comunicaciones, porque Stalin daba órdenes y contraórdenes militares extraordinariamente ineptas, porque generales y soldados soviéticos no sabían que hacer, y porque los alemanes habían preparado de la manera más eficiente esta guerra, los nazis avanzaron hasta casi llegar a Moscú; la URSS perdió Bielorrusia, Lituania, partes de Ucrania, y el país estaba a punto desmoronarse porque al principio Stalin quiso imponer su autoridad sobre la estrategia y la táctica militares, luego pasó unos días en que no sacaba la cara, luego se retiró a su dacha, hasta que finalmente recobró el ánimo y volvió a mandar, pero ya nada más como líder del país, no como militar.
Los diez días de derrotas colosales y consecutivas, causadas principalmente por los errores y la locura creada en la mente de Stalin por el pedestal en donde se había subido, que representaron 600,000 muertos y algunos millones de km2 perdidos, es lo que narra Pleshakov en un libro interesante, ágil, con una mezcla balanceada entre los pormenores del hambre, las heridas y la muerte de soldados en el frente de batalla, las reuniones en el alto mando alrededor del gran jefe, y reflexiones de lo que eso significó para la URSS y de los grandes riesgos que corrió el país durante ese desdichado mes de junio.
El autor es ruso, documentado con una gran cantidad de fuentes, entre las que tuvo que hacer una labor enorme para estudiar y comparar, y finalmente discernir lo que su criterio fue lo que realmente sucedió, aunque aclarando que muchísimos detalles de esas semanas están todavía sujetos a interpretación. Muchos nombres son citados en la obra, pero un índice alfabético al final ayuda al lector a retomar el hilo de los personajes.
Pleshakov evita los juicios históricos tradicionales a Hitler y a Stalin, intentando presentar exclusivamente los hechos, y sobre ellos dar una opinión. Para alguien que quiere conocer más a fondo lo que sucedió en aquellos días, esta es una excelente fuente.
Constantine Pleshakov: La locura de Stalin
Paidós
Barcelona, 2007
367 páginas.
Traducción de Carles Roche
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