Un profesor de literatura que se exilió de México a Europa regresa a su país después de varios años de ausencia, un poco después de que el PAN ganara la presidencia en 2000; encuentra un México cambiado por los contrastes de sus recuerdos y lo que ahora ve, principalmente en el campo que ha sido tomado por los narcotraficantes. Otras nuevas realidades no son tan nuevas, es nada más la simple evolución de los años que hizo más viejos a todos, más poderosos a algunos, más sabios a algunos pocos. El profesor se encuentra a sus antiguos compañeros de la universidad y revive en conversaciones con ellos el sabor del ingenio, la alegría, la crítica y la desesperanza de sus años de estudiante; sus amigos siguen siendo irreverentes y él ya no lo es tanto, es un mexicano a punto de no conocer a su patria.
La infancia había transcurrido en San Luis Potosí y en una hacienda ubicada en un rumbo incierto, la frontera entre San Luis y Zacatecas. Lo que alguna vez fue la hacienda ya no lo es más: quedó en sus recuerdos y ha sido cambiada por las sequías, el narco, los agraristas y el recurso infinito de la televisión, que la quiere convertir en escenario para rodar una telenovela sobre los cristeros. Julio Valdivieso, el personaje principal, el testigo a través del cual fluye al lector la imagen de este México nuevo, es un estudioso de Ramón López Velarde, al que él contribuye a ubicar en el texto, el contexto o el subtexto de la telenovela; lo hace forzado por las circunstancias y autorizado porque López Velarde fue religioso a su modo, como lo somos la mayoría de los mexicanos; pero no lo puede hacer como quisiera, es decir, que no apareciera en medio de los balazos, porque los destinos de la telenovela están en manos de los amos del entretenimientos, que nutren y manipulan la sensibilidad, la cursilería, la religiosidad, las esperanzas fallidas –lo que suceda primero- de los mexicanos, para encauzar la opinión pública en la forma que a ellos les parezca más conveniente, es decir, para captar auditorio.
Algunas cosas son claramente nuevas para el profesor, como la presencia del narco en el campo mexicano, otras son evoluciones del México que él ya conocía; ambas son narradas con los ojos de un niño que sabe maravillarse, y con los ojos de un viejo que ha perdido la esperanza. El libro, que es difícil soltarlo una vez empezado, deja un sentimiento de tristeza porque efectivamente, el México narrado por Juan Villoro es el que estamos viendo ahora. Villoro sabe reunir en una sola obra esta característica muy nuestra, la habilidad de poder reír y llorar ante nuestra realidad, y esta una de las muchas virtudes que tiene.
La obra mereció el Premio Herralde de Novela. Por mi parte, recibe una entusiasta recomendación.
Juan Villoro: El testigo.
ANAGRAMA, Narrativas hispánicas.
Editorial Anagrama, Barcelona 2004.
470 páginas.