Joaquín Mortiz, México 1980, 154 p.

 

Es una lástima que Ibargüengoitia haya muerto en un accidente aéreo en España en 1983: a todos los talentos se les llora su muerte, pero Ibargüengoitia tenía todavía muchos años más por delante (había nacido en 1928) y nos hubiera alegrado –o al menos distraído- nuestros mexicanos días con su humor destructivo y liberador, al menos de tensiones.

La Ley de Herodes, título tomado de un dicho muy mexicano, es una colección de cuentos salpicados de escenas ridículas, irónicas, vergonzosas, divertidas; todas humorísticas, con el humor negro que Ibargüengoitia le sabía poner a sus escritos.

Son objeto de su burla, para empezar él mismo; después de él, todos los personajes que desfilan en estas demasiado pocas páginas. Hay agentes de la CIA, sacerdotes jesuitas, agentes de los jesuitas, notarios, mujeres, amigos, la madre del personaje: a ninguno respeta, a todos les encuentra el lado chusco de su existencia. En algunos casos lo chusco empieza en el nombre (el arquitecto Boris Godunov, el señor Barajas Angélico, el notario Malancón), en otros lados es una mujer hermosa (“…lo que importa es que Blanca tenía unos muslos fenomenales…”), él mismo (“escribí una comedia que, según yo, iba a abrirme las puertas de la fama,…, creía que la fortuna iba a sonreírme. Estaba muy equivocado: la comedia no llegó a ser estrenada, las puertas de la fama, no sólo no se abrieron, sino que dejé de ser un joven escritor que promete y me convertí en un desconocido…”), sus amigos (“Los domingos invitaba a una docena de personas a comer en mi casa y les decía a todas: -Traigan un platillo. Con las sobras comíamos el resto de la semana.”), la humanidad (“Sarita me sacó del fango, porque antes de conocerla el porvenir de la Humanidad me tenía sin cuidado”), el cine mexicano (habla de un guión escrito al alimón, que tuvo que ser cambiado porque el oso amaestrado –personaje principal – se había muerto y fue sustituido por un joven cantante), el amor (el narrador le había confesado que admiraba a Pampa Hash por ser profesional, concienzuda y delicada; sigue este diálogo: “-¿Y por qué admiras esas cualidades? -No preguntemos demasiado, dejémonos llevar por nuestras pasiones”). Todas las páginas están llenas de una extraña contemplación de la vida, manifestada en forma de humor negro.

Hay muchos escritores de talento en México, y sería difícil hacer una lista de los que debemos leer. Pero definitivamente yo incluyo a Ibargüengoitia en mi selección, porque él compartió con nosotros este descreimiento de nuestra vida y nuestras instituciones, pero él tuvo el tino de producir la risa.

Como nota final, la película homónima no está basada en este libro. Es un argumento magnífico, pero yo no encontré relación directa con el libro.

jlgs/14.1.2012

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