Universidad Veracruzana, Xalapa, 2011,
625 páginas.
Traducción de Jorge Brash
El autor narra en dos volúmenes que juntan más de mil páginas los recuerdos de una vida larga, que empezó en Polonia en 1887 y terminó en Ginebra en 1982. La narración es de oído, es decir, confiada a la memoria, puesto que nunca llevó un diario. El mismo dice en unas breves palabras de introducción que se hubiera perdido, si lo llevara, en las dos guerras mundiales. El primer volumen termina cuando Rubinstein cumplió treinta años y dejó de divertirse abiertamente, porque a los treinta años el hombre es lo que es; antes era promesa, pero no pueden estirarse demasiado los años de expectativa. Es precisamente el primer volumen el que tradujo la UV.
Rubinstein conoció, o vio de cerca, a todos los personajes de la cultura europea que vivieron hacia 1900: los pianistas como Godowsky, Busoni, Gabrilowitsch, Rachmaninof; personajes de la política como el Kaiser Guillermo II, la reina Victoria, los Rotschild; colegas músicos como Szymanowsky, Heitor Villa-lobos, Stravinsky, Fiodor Chaliapin, Ravel y Debussy; incontables mujeres a las que amó, algunas que lo persiguieron, unas cuantas que vivieron con él.
Su vida es el epítome del hombre dotado de talento artístico y magnetismo personal, que supo aprovechar su talento para convertirse en uno de los grandes pianistas del siglo XX, usó sus encantos para hacer amistad con miles de personas, y disfrutó la vida.
Sus memorias, vistas superficialmente, como él se presenta a sí mismo –no se presenta como un hombre vano, pero sí como alguien que viaja a San Petersburgo con unas pocas horas de anticipación para tocar ante Alexandr Glazunov, y regresa al día siguiente- son el recuento de cenas, conciertos, paseos, aventuras, discusiones. Da la lista de los invitados y los platillos que se sirvieron en cenas sucedidas sesenta años antes de escribir las memorias; refiere que para ayudar sus finanzas tocaba al piano, de memoria, algunas óperas de Wagner para que las estudiaran siguiendo la partitura algunos cantantes; recuerda el vestido con que lo recibió, enojada, Pola Harman, el amor de su juventud.
Si usted es músico o toca el piano, quizá quiera leer el libro buscando consejos de interpretación o de técnica; olvídelo, no lo va a encontrar aquí. Rubinstein disfrutaba la vida, incluyendo la música, y no se sometía a sí mismo a las torturas del estudio diario de ocho horas, ni tenía que analizar mucho las obras para saber cómo tocarlas: las tocaba como él sentía, y ya. El mismo dice que nunca estudiaba mucho, y solamente un episodio en esas largas mil páginas está dedicado a un estudio riguroso del piano.
Pero eso no importa, porque Rubinstein también fue dotado del arte de saber contar las cosas; en vida era un gran imitador y narrador de anécdotas, y ahora que ya ha muerto, podemos disfrutar de esa chispa de los dioses que fue su vida, narrada por él. En caso de que todavía no se decida a comprar este libro, lo invito a que lea el artículo en este mismo sitio, donde narro algunos de sus momentos gloriosos, y el más obscuro de todos, cuando Rubinstein intentó suicidarse. Después de todo, era un hombre de carne y hueso como usted y yo.
jlgs, 22.12.2011
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