Con la fuerza de los rayos del sol que calientan la tarde, con la lentitud de la gota de agua que termina por horadar la piedra, así habían ido creciendo las molestias en el curso de los años, hasta que casi se olvidaran los tiempos en que podía dormir de un tirón y no tenía que levantarse para ir al baño. Anoche habían sido tres veces, pero el martes de la semana pasada que la señora le había preparado sus chilaquiles picosos para la cena, tuvo que ir en cinco ocasiones. “No es nada más la molestia de levantarse, sino que con la edad uno pierde el buen sueño y ya despierto es muy difícil volver a dormirse”, pensaba el ingeniero Boris Godunov en el insomnio de la madrugada; y mirando con resignación a su esposa, en plácido descanso a su lado, se dijo con ironía: “en cambio la señora, mire nomás, ella duerme como si no le hubiera puesto picante a los chilaquiles.”
A las diez de la mañana, cuando el sol había calentado un poco el ambiente y quitado algo de frío a los huesos, el ingeniero decidió levantarse, pensando “¿para qué me levanto antes? Ya no tengo nada qué hacer.” La señora había adquirido dotes de adivina en el curso de un matrimonio que ya parecían dos, y le dice: “¿Y entonces para qué te levantas? Mejor quédate aquí en la cama.” Con mayor que la que había reunido antes que le leyeran la mente, Boris Godunov se levanta, visita el baño para no tener que regresarse a medio camino, cuando vaya al comedor, y empieza a hablar en voz alta del desayuno, sin pedir abiertamente que alguien se lo prepare. Como es el procedimiento acostumbrado para anunciar en esa casa la hora del desayuno, la señora se levanta, pregunta si le apetece un vaso de leche o de café, si quiere los huevos revueltos con tocino o con jamón, y calienta unas tortillas para acompañar. El ingeniero come nada más la mitad del plato, alegando que no tiene mucha hambre y que los frijoles que le preparaba su nana cuando era niño estaban hechos con manteca de cerdo, no con jabón como se acostumbra hacer ahora.
-Los frijoles están muy buenos, en la mañana tus hijas y tu nieto desayunaron eso. Seguramente no tienes hambre porque ya casi no haces nada de ejercicio, te pasas todo el día sentado.
-Es que en la noche voy muchas veces al baño y ya no puedo dormir, y durante el día me estoy durmiendo porque me siento cansado
-¿Por qué no vas a ver al médico? Los hombres de tu edad ya atendieron ese problema desde hace muchos años.
Finalmente el ingeniero Boris Godunov acepta consultar a un doctor. Como les tiene desconfianza a todos, ha pedido cita con tres urólogos, calculando que es prácticamente imposible que los tres vayan a estar de acuerdo, lo que probaría que la medicina no es ciencia sino cuestión de opiniones, y en el remoto caso de que los tres dijeran lo mismo, podría empezar a creer en los médicos.
Sucede lo que tenía que suceder. El primer doctor lo revisa concienzudamente, le informa que la próstata está crecida pero que no parece haber ningún tumor, sin embargo es necesario ir a sacarse cinco estudios diferentes para poder saber con certeza y aún sin ellos, está seguro que algún día tendrá que operarse. El segundo médico es un fatalista y cree que Boris Godunov ya ha vivido lo suficiente, por lo que no vale la pena aplicar ningún tratamiento. El tercero lo confunde con un magnate, le diagnostica prostatits en grado IV y no lo quiere dejar salir del consultorio, intentando convencerlo de que se someta a cirugía inmediatamente. Habiendo sostenido las discusiones de rigor con los doctores, el ingeniero termina su ronda de consultas feliz, ya que los expertos no estuvieron de acuerdo. Regresa a su casa quejándose de que unos le cobraron mucho y otros un dineral, le informa a su mujer de las discrepancias y declara que así no puede tener confianza en la medicina.
-¿Y qué esperabas? Seguramente a uno le contaste que te levantabas nada más dos veces al baño, y al otro le dijiste que dormías la noche completa de un tirón. La siguiente vez, te acompaño yo para que no eches mentiras.
El ingeniero reconoce que nada más ganó tiempo con esta ronda de consultas y que el tiempo trabaja en contra suya, porque la siguiente noche, igual que las anteriores, se tiene que levantar muchas veces y además no logra dormir, pensando que quizá el primer doctor tenía razón y será necesario operarse. Consulta con el doctor Don Félix, asiduo visitante a su casa, de quien estima mucho su opinión excepto cuando habla de medicina, pero está de acuerdo con él que con los años todo se descompone y no hay que preocuparse mucho por eso.
-Usted qué opina, doctor: ¿será necesario operarme?
-Don Boris, usted ya sabe que todo se echa a perder, y la vida es una carrera para ver si se muere uno primero, o si se muere antes el cuerpo – contesta el doctor, que por regla general evita opinar en cuestiones de medicina.
-Siempre hemos estado de acuerdo usted y yo eso, doctor, pero es que ya tengo muchas molestias, me siento incómodo y tengo que ir al baño cada cinco minutos.
-En ese caso, de acuerdo a nuestra filosofía, lo más indicado es acabar con la próstata antes que ella acabe con usted. Sí, yo creo que tiene usted que operarse.
Esa noche, como por arte de magia, llegan todos los hijos y sus cónyuges a cenar. Boris Godunov los mira con sospecha, ya que nada más en los cumpleaños coinciden todos en la casa, y cautelosamente abre conversación en la mesa sobre un tema inocuo: el resultado de las últimas elecciones. Pero Boris Godunov Jr. está casado con una abogada, quien se las arregla para volver inicuo el tema que nada más era inocuo.
-Es una vergüenza lo que pasa en nuestro país: esto que llaman democracia es nada más atole con el dedo, allá arriba se ponen de acuerdo entre ellos y al pueblo no le dan opciones reales para votar. Nuestra democracia es un cáncer, hay que extirparlo. A propósito, ingeniero, ¿cómo le fue en su cita con el doctor? – la nuera ha omitido, arteramente, cualquier pluralidad en ese pequeño ejercicio democrático del suegro, visitando varios médicos, pero lo mira fijamente dándole a entender que todavía puede decir más cosas.
El ingeniero palidece y no sabe cuál de todos los médicos que visitó será el menos nocivo en esta cena familiar. Se va por camino seguro, elige el que quería operarlo inmediatamente para sacarle más dinero y se queja de que la medicina es un negocio nada más.
-Papá, ya sabes cómo son algunos doctores: inclusive peor que los licenciados, como decía Chejov, –la hija que habla tiene estudios de literatura y no se lleva con la cuñada abogada- pero no todos son así. Mi mamá y yo platicamos con el doctor Don Félix y él nos recomienda la clínica de un amigo suyo, te ofrecen un paquete “todo incluido” para la operación.
-¿Todo incluido? –contesta de mala gana el ingeniero- ¿Incluye también el entierro?
-Cómo crees, papá, no seas así, estamos hablando en serio. Esa operación la ofrecen en paquete porque es algo muy común en los hombres de tu edad, y ya no es con cuchillo y sangrado como antes, ahora lo hacen con rayo laser y un bisturí microscópico.
Cuando se acuestan, la señora vuelve a la carga.
-Deberías escuchar lo que te dicen tus hijos, ellos están más enterados que nosotros de la medicina moderna y ya averiguaron cómo tienes que hacerlo.
Boris Godunov tiene un temor ancestral a la sangre, no soporta su vista; todo mundo lo sabe en la familia pero es tema tabú y siempre tienen que dar un rodeo para hablar del asunto; en esta ocasión la hija literata le dio al clavo, mencionando que no habría bisturí. Al día siguiente el ingeniero comenta al doctor Don Félix que se ha decidido, que por favor lo acompañe al hospital de su amigo para hacer los trámites necesarios. Don Félix se entusiasma y está a punto de echar a perder todo el asunto:
-Lo felicito, Don Boris, que se haya armado de valor. Ahora todo lo que tiene que hacer es no pensar en la operación y encomendarse a Dios.
El día acordado, lo acompañan dos hijas y un nieto al hospital; la señora tiene una gripa fuerte y no puede salir de la casa, es un día muy fresco en enero. El ingeniero está muy nervioso y en esos casos se pone locuaz, platica casi tanto como su esposa y sus hijas.
-¿Y de veras no habrá otro remedio? Leí en el periódico que hablaban de una solución casi milagrosa, un aparatito que se pone a vibrar emitiendo ultrasonidos y disuelve la próstata, así desaparece el problema.
-Claro que no, papá. Ese aparatito se utiliza para los cálculos renales, que son piedras, La próstata es tejido blando, así no se desbarata.
-Yo creo que sería mejor que todos tuviéramos fecha de caducidad, que Dios le dijera a cada quien: vas a vivir tantos años. Claro, vivir bien, sin enfermedades, y ya cuando le tocara a uno su turno, que Dios se apiadara y un buen día, simplemente no despertar. ¿Cuál es el objeto de todas estas miserias? Yo me acuerdo cuando me tomaba toda una jarra de agua de limón que preparaba mi mamá, y ahora no puedo tomar medio vaso porque inmediatamente me dan ganas de ir al baño. ¿Para qué tanto sufrimiento? De todas maneras ya sabe uno que se va a morir, ¿qué sentido tiene recordarlo a cada instante?
Las hijas lo conocen, lo dejan hablar y quejarse. Entre lamentaciones de Jeremías llega el momento inevitable, el doctor que lo operará ha llegado a presentarse y se ofrece caballerosamente a llevarlo en silla de ruedas a la sala de operación. Le dice a la familia que no hay de qué preocuparse, que todos los parámetros del ingeniero están controlados, pero como sin querer les pregunta si ya pasaron al laboratorio para donar sangre.
-¿Donar sangre? ¿Para qué? Me dijeron que la operación era sin bisturí, doctor, por favor deténgase…
El doctor se detiene efectivamente, pero en la sala de operaciones. Boris Godunov entiende que las cosas están fuera de su control y sigue la recomendación de encomendarse a Dios, pidiéndole una señal, si es que despierta con vida.
La operación tarda un poco más de lo planeado pero todo sale bien y el enfermo regresa a su cuarto, el número trece. Entre sueños cuenta que el doctor parecía saber lo que hacía, pero el asistente le causaba mala espina, que lo miraba y lo amenazaba con un serrucho.
Al día siguiente el enfermo ha recuperado totalmente el sentido. Se despierta y ve a su alrededor la familia: uno de sus hijos, dos hijas, un nieto, la abogada inicua y el yerno que le debe dinero y quiere congraciarse con él.
-La operación salió mal, ¿verdad? Veo que estoy muerto, que no la libré. Pedí una señal y es ésta, estoy en el infierno, de otra manera ¿cómo se podría suceder que siguiera rodeado de la misma familia?
El doctor no quiere retenerlo mucho tiempo en la clínica, porque durante la operación, el ingeniero Boris Godunov confesó bajo los efectos de la anestesia que tenía una hija abogada y que los podía demandar si las cosas no salían bien. Sus informantes le dicen que no es la hija sino la nuera pero no quiere correr riesgos y ordena que le manden el desayuno, que le preparen la cuenta y lo da de alta sin asegurarse de haber cobrado sus honorarios.
Cuando llega a su casa, la señora ya se ha mejorado un poco de la gripa y tiene ánimos de levantarse para recibirlo. Boris Godunov entra en silla de ruedas, mirando la casa como si fuera algo nuevo y agradable para él. Adelante está la esposa, que lo mira sonriendo; al llegar frente a ella se le enternece la mirada, la mira y le parece hermosa bajo la luz del sol de la mañana, como cuando la vio por primera vez. Le tiembla un poco la quijada, toma su mano y la besa con ternura; por un momento es un niño que ha estado fuera de casa por mucho tiempo y por fin pudo regresar, en otro instante es nada más un hombre enamorado. Pide que lo lleven a su cuarto y que lo ayuden a subirse a su cama, y que la señora se acueste junto a él. Se voltea un poco de lado para mirarla, le vuelve a tomar la mano y casi llega a completar una caricia. Todos alrededor miran la escena con asombro, un Boris Godunov desconocido para los jóvenes y casi olvidado para la señora.
Después de unos minutos el ingeniero recupera el aliento y la compostura, se levanta un poco apoyándose en el codo izquierdo, levanta el índice de la otra mano, señalando a su esposa:
-Tú creías que te ibas a quedar viuda, ¿verdad? Pues no se te hizo, aquí estoy todavía.