Hace unas semanas me tomé por equivocación la pastilla del Xeón (tenía la oreja izquierda caída, inadmisible en un perro fino y además señal de infección en el oído; le estábamos dando algún antibiótico) y cuando me di cuenta que la pastilla no era para mí llamé alarmado al veterinario. Me dijo que no había problema, que era como si tomara una pastilla de penicilina, me dijo que tuviera cuidado y me despidió. Respiré tranquilamente.

Pero días más tarde también estaba distraído de nuevo y me tomé la otra pastilla del Xeón (que contiene levotiroxina, porque padece deficiencia en la tiroides), pero me di cuenta hasta que ya estaba avanzado mi consumo diario de café. Otra vez llamo al médico, quien me dice que en qué estoy pensando, que debería tener las pastillas del perro junto a la bolsa de croquetas y no en mi escritorio, etc. Le pregunto sobre el posible efecto dañino de esa sustancia en humanos, me dice que cree que no hay, pero que va a consultar por ahí. De rato me habla y me informa que yo me acabo de tomar 10 veces más la dosis máxima permitida en humanos, y que ese medicamento puede producir urticaria, choque anafiláctico o en casos severos, estado de coma.

Yo estaba preparado para un regaño del veterinario pero no para la noticia de mi muerte cercana; en efecto, me sentía perfectamente hasta que el doctor empezó a hablar de choque y de coma. En ese momento me empezó algo como una temblorina, y con voz que tartamudeaba alcancé a preguntar al doctor qué había que hacer.

“Para empezar, tiene que estar en observación,” me dice el veterinario, pero yo no alcanzaba a imaginar cómo un paciente comatoso podría observar a cualquier persona, “y tratar de inducir el vómito. Tómelo con calma y si siente que se pone más mal, vaya inmediatamente al hospital más cercano.”

Inmediatamente todos los síntomas que alguna vez en mi vida supe que estaban asociados al coma aparecen o se recrudecen, y maldigo mi buena memoria por acordarse de tantas cosas. Voy al baño y trato de vomitar pero no puedo, me detengo un momento en mi posición de hincado y hago la cuenta del café que me tomé después de la pastilla (medio litro), el vaso de agua de rigor y llego a la conclusión que todo eso más el desayuno, debería vomitar como 3 litros para quedar libre de la levotiroxina; intento una y otra vez, y no puedo. Me entra un sudor frío que no sé si es por el esfuerzo de devolver el alimento o por la acción del medicamento, y por mi mente cruza la idea de escribir un artículo en una revista médica que se llamara algo así como “síntomas previos a un inminente ataque de coma inducido por levotiroxina animal”. Me levanto y me muevo impacientemente por la oficina, notando con angustia que me puedo mover, que puedo caminar, que puedo sentarme, ver por la ventana, oír a los pájaros y regañar al Xeón, el culpable en primer término de mis desgracias. La angustia aumenta, a medida que los síntomas permanecen igual, es decir, porque no he podido detectar todavía en mí el estado de coma. Aprovecho estos últimos instantes de vida consciente para pedirle a Alma que me prepare un vaso de agua con medio kilo de sal, porque había oído que con ese brebaje el vómito sale como si se hubieran consumido tres litros de tequila. Alma, que no entiende qué pasa pero está acostumbrada a obedecer después de que un día la regañé por preguntar de más, me sube el vaso. Lo tomo de un tirón, voy al baño, y consigo devolver algo así como 250ml. Hago mis cuentas, deduzco que la levotiroxina se ha disuelto aún más en el agua salada que permanece en mi estómago, y me resigno al final.

Voy a mi escritorio y considero la posibilidad de escribir mi testamento, pero me gana la curiosidad por ver en algún lugar del internet información sobre la levotiroxina, y lo hago. En un estado de actividad mental acelerada, al mismo tiempo que busco en el internet reflexiono sobre la naturaleza humana, que ante la cercanía de la muerte prefiere satisfacer una pequeña curiosidad en vez de dejar arreglada la herencia. Encuentro varios sitios que dan información sobre ese medicamento; algunos mencionan que la sustancia es la misma para perros que para humanos, salvo por la dosis, y que la dosis en los humanos, por ser más pesados que los perros, es mayor. Esto era algo que yo ya sabía o al menos sospechaba, pero en la angustia no reparé en ello: el problema, sin embargo, sigue siendo la dosis. Por ahí encuentro datos: la pastilla del Xeón tiene 0.8mg pero no encuentro la dosis para humanos, y mi sensación de entumecimiento sigue, lo que aumenta mi angustia, porque veo que estoy condenando a choque anafiláctico junto con estado comatoso, y en otra ventana que tengo abierta en la computadora confirmo que no hay un solo caso registrado de un paciente que haya salido vivo de ambos padecimientos al mismo tiempo. Con la angustia en las nubes, por fin encuentro que la dosis recomendada para adultos es de 400mg; hago cuentas y mi estado depresivo hace que no entienda la razón de mi coma incipiente: imagino que han corrido el punto decimal, pero veo otros sitios y confirmo que 400mg es la dosis recomendada en algunos casos para adultos, y esto significa que yo no me tomado casi nada, dada mi condición de humano, adulto y con algo de sobrepeso.

En ese momento se me quita la comezón, la hinchazón, el tartamudeo y el sudor frío. Le hablo al doctor con la intención de venderle la idea de que lo voy a instruir para el siguiente caso de descuido que se encuentre, pero me informa que ningún dueño de los perros que él ve le ha reportado algo como yo, y mucho menos, dos veces el mismo dueño.

De todas maneras, perdono al doctor por haberme regañado. Es la euforia de haber salido del coma.

29.2.2012

[comment]