Había un emperador vano, pomposo y que se consideraba instruido; gustaba de exhibir su saber discutiendo clásicos con los eruditos. Un día encontró al ministro Jun Ji y recordó una pregunta que lo atormentaba recientemente:
“Dime: ¿qué es la fidelidad, qué es el amor filial?”
“La fidelidad es obedecer en todo al Emperador; el amor filial es acatar las disposiciones de mi padre.”
“¿Sin importar lo que se te ordene?”
“Sin importar.”
“Entonces, te ordeno que te suicides. Puedes elegir el medio. ¿Cómo lo harás?”
Jun Ji contestó “arrojándome al Yangstse”, agachó la cabeza en asentimiento y se retiró. Llegaron noticias de que el ministro comunicó en su casa la orden del Emperador y les ordenó aceptar; para despedirse de amigos y familiares, organizó un banquete que duró tres días, en donde intentaron convencerlo, en vano, de que apelara la decisión. Meditó luego tres días, y la mañana señalada dijo adiós y se dirigió solo al río. Los informantes del emperador vieron una figura humana que se convertía en un punto negro, flotando sobre las aguas.
En la tarde, se presenta Jun Ji con sus ropas todavía mojadas ante el emperador. Burlonamente, el monarca le dice “creí que ya estabas en el fondo del río; ¿decidiste ignorar mi orden?”
“Majestad, yo estaba ya entregado al río, cuando se me presentó el antiguo poeta Qu Yuan, que se había arrojado al río porque su emperador era despótico e imbécil y así se lo ordenó; me dijo cosas de él que mancillarían la memoria de cualquier emperador, sin importar si era estúpido o sabio. Puesto que tú eres un soberano instruido y noble, decidí venir a asegurarme de que quieres mi suicidio, porque una vez muerto yo, quizá por despecho podría manchar tu memoria. De cualquier forma, todavía estoy a tiempo de cumplir tu voluntad.”
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Fuente:
Leí la mitad de esta historia en 101 cuentos clásicos de la China, recopilados por Chang Shiru y Ramiro Calle.
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