En tiempos de los Han vivía un estratega llamado Su Chin que había creado el plan para defenderse de los jinetes nómadas Hsiung Nu, que asolaban por el país en el norte. Guardaban celosamente el secreto, pero conocieron que un espía consiguió estar al tanto, escapar, e informar a los agresores. Los chinos no sabían qué hacer, y Su Chin estudiaba una alternativa, cuando uno de sus sirvientes, pagado por Hsiung Un, lo hirió y escapó.

La herida no era fatal, todos se alegraron. Pero Su Chin les dijo:

“Tienen que declarar que soy un traidor, que fui descubierto y hacerme matar en público. Repudiarán el plan que he diseñado, porque fue hecho por un traidor; los nómadas se enterarán de mi ignominia y mi fin y creerán que descartamos mi plan. De esta manera, si ustedes se apegan a él, los sorprenderán y derrotarán.”

El Emperador lloró por única vez; dio su consentimiento y prometió honrar la memoria del héroe, una vez rechazados los Hsiung Nu.

El día de la ejecución, el atacante estaba entre la multitud. Vio amarrar cuatro caballos a manos y piernas de Su Chin, escuchó la declaración de traición, la sentencia a muerte y deshonra, la promesa de recompensa para aquel que, habiéndose enterado de la traición antes que ellos, les facilitó el camino hiriendo al estratega. Su Chin murió entre aullidos y maldiciones, como corresponde a la escoria.

Muchos reclamaron el premio; al preguntar las señas de heridas, vacilaban y eran rechazados. El que pudo señalar la costilla en donde penetró su puñal y describir las ropas rasgadas fue invitado a palacio, para que el Emperador lo recompensara; no vio al monarca, sí vio al verdugo y entendió el engaño cuando caía su cabeza.

En Hsiug Nu supieron de la muerte por desmembramiento; también llegó la noticia que la familia de Su Chin conservó la vida pero fue exiliada, Avanzaron confiados, porque creyeron que China estaba desconcertada. La estrategia de Su Chin funcionó y aniquilaron al invasor.

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