De Han Feizi conocemos poco, solamente noticias llegadas por boca de sus enemigos o de los que no lo comprendieron: que nació noble en la provincia de Han, que disfrutó de todos los dones de la elocuencia, excepto el del habla; que su mente lúcida vio con claridad el destino oprobioso de su país, Han; que fue enviado a negociar con un rey agresivo una suerte más benévola para Han y que no lo consiguió; que quien se encargó de esto fue un antiguo compañero de estudios, y por su propia mano le sirvió el veneno que terminó con su vida; que, puesto que había abogado por métodos crueles y drásticos para gobernar, no pudo llamarse mártir. Quedan unos cuantos de sus escritos, que se convirtieron en el fundamento de la escuela legalista china; estas notas tienen por propósito aclarar al personaje y dejar una huella de lo que dijo.
El país de Han era una pequeña región rodeada por países más grandes, poderosos y agresivos; eran los últimos años de la época de los Reinos Combatientes, el siglo III antes de Cristo. Las regiones alrededor de Beijing habían aumentado su población y ya no era el comercio entre provincias lejanas lo que las regía, sino los roces de quienes se han convertido en vecinos y codician la tierra ajena. Han era pequeño, pacífico y gozaba fama de albergar grandes poetas y pensadores; al Este estaba Lu, donde nació Confucio; casi rodeando a Han se encontraba la provincia de Qin, crecida apoderándose de territorios, poblada por bárbaros y gobernada por una estirpe guerrera que difícilmente podía entonar el idioma y no distinguía flauta y tambor.
Han Fei sufrió el triple infortunio de nacer noble en familia empobrecida, en país cultivado pero débil, y de ser más capaz que cualquiera de los que conoció. Desde joven decidió estudiar a los clásicos, su maestro fue Xunzi y juntos abjuraron de Confucio el optimista, de Confucio el que escribió para hombres que no son de este mundo, de Confucio el ingenuo quien pensaba que la buena educación era suficiente para tener un país de hombre nobles. El ingenio y el pincel de Han Fei superaron a su maestro y humillaron a los compañeros de estudios; uno de ellos, Li Si, albergó un rencor que germinó en tiempo oportuno.
Han Fei precedió a Maquiavelo en el consejo al príncipe. Habló de hacer uso “de compañeros de cama”, refiriéndose con claridad de cristal a mujeres hermosas o bellos mancebos, cualquiera es candidato a llevar un mensaje del príncipe o a realizar una pequeña labor. En un lugar inferior al de los compañeros de cama, Han Fei menciona a los asistentes, “aquellos que están prestos a decir ‘¡sí, sí!’ aún antes de dar la orden, o los que responden ‘mi Señor, así lo haré’ desde antes de señalar el objetivo”. Se adelantó algunos milenios al pensamiento moderno de que convencer a otros no es cuestión de tener la razón o poseer autoridad, sino de conocer a quien se quiere convencer, enumerar sus virtudes y debilidades, y hacerle ver que lo que uno propone halaga unas y disimula otros; cínico y amoral en el arte de gobernar, considera que “virtud” y “defecto” son nombres accidentales a características que poseen los individuos, en donde no es materia de gobierno discutir si son buenas o malas, puesto que el individuo ya las tiene.
No le fue fácil hacer amigos, porque pensaba mejor, les adivinaba el pensamiento y superaba cualquier idea que tuvieran; sus argumentos eran claros como el agua y contundentes como el acero. Quizá su destino hubiera sido mundano, de no ser tartamudo, dotado de una elocuencia de la palabra que nunca pudo pronunciar con sus propias palabras. En frustración, decidió retirarse a escribir; la época lo perdió para las hazañas del aquí y el ahora, todos los que vivieron después vemos, escrita, la claridad de su pensamiento.
Decía que al persuadir hay que tener en cuenta las características que vuelven orgulloso al interlocutor, y las que lo humillan; las primeras hay que resaltarlas, las segundas hay que olvidarlas. Una política de paz no es cuestión de grandes ideales, sino de conveniencia, ya que el príncipe que pudiendo, no ataca al país vecino es indigno de su puesto. Hay que desconfiar de palabras y acciones demasiado halagüeñas de paz, como las del Duque de Zheng, que se casó con la hija del rey de Hu para crearle confianza. Tiempo después, preguntó a sus generales: ¿Cuál reino nos conviene atacar? Le respondió uno de ellos: “Hu, puesto que es débil y está más cerca.” El Duque se enfureció, lo acusó de querer traicionar un Estado hermano y lo mandó ejecutar. Cuando el rey de Hu escuchó esta historia se llenó de confianza, y bajó la guardia. Entonces, y sólo entonces, el Duque de Zheng atacó al reino de Hu y lo derrotó[1].
El reino de Han estaba en condición precaria, orgulloso de sus mentes y avergonzado de sus ejércitos. Han Fei preparó un argumento para su rey, señalando los problemas del reino y proponiendo medidas para resolverlos. Tartamudo, tuvo que someter por escrito sus ideas en vez de presentarse ante él y convencerlo con la elocuencia, ya que su lengua se negaba a seguir el paso a la mente. Entonces como ahora, los reyes no tenían tiempo de leer escritos que no pudieran juzgar de un vistazo y relegó a sus ministros la respuesta a dar; no hubo ninguna.
Entre todos los reyes de China, los escritos de Han Fei fueron a dar a las manos del gobernante de Qin, el vecino ambicioso de Han. Su estirpe era guerrera, no cultivada, necesitaba ideas realizables y castigos ejecutables, no le hacía falta el Ren de Confucio ni ninguna de las virtudes del hombre superior; la escuela legalista de este experto, nacido por un azar de la vida en el estado más débil de China y no en Qin, era lo que necesitaba el rey de Qin. Preguntó a su ministro Li Si por este autor tan claro de mente, y supo que los dos habían sido compañeros de estudios, que su maestro era Xunzi y que lo mismo que Han Fei explicaba, él, Li Si, tenía ya tiempo intentando aplicar en Qin. El rey miró con sorpresa e incredulidad esta revelación, y el ministro empezó a planear su venganza.
El destino marcó el último camino a Han Fei. Con las señales más claras, finalmente el rey de Han aceptó que Qin era un peligro para el reino y había que tomar medidas; las militares estaban descartadas, quedaba la diplomacia y la persuasión. Otorgó a Han Fei el honor de poder llamarse Han Feizi, que significa “señor Han Fei”, y le encargó la tarea de viajar a Qin y convencer a su rey de no atacar a Han.
En Qin, el rey lo recibió con alegría, puesto que conocía su trabajo. Durante unos días comieron y conversaron, desarrollaban confianza antes de llegar a un acuerdo. Han Feizi argumentaba que de todos los reinos, Han era el que menos convenía atacar a Qin, puesto que Han era débil pero tenía prestigio, y en ese caso uniría a los demás reinos en contra de Qin; lo adecuado era formalizar una alianza en donde Qin aportaría la fuerza y Han el intelecto. Li Si, el ministro, buscó a solas al rey y le hizo ver que la lealtad de Han Feizi siempre estaría con los Han, puesto que era miembro de la familia que reinaba ahí; consiguió convencerlo de que el análisis de Han Feizi, que era una visión descarnada de la realidad de China, tenía la intención oculta de debilitar a Qin y engrandecer a Han. Consiguió convencer al soberano, y le entregó a Han Feizi para que fuera sometido a investigación. Li Si quería ejecutarlo, pero el asunto era delicado y no hallaba la manera de justificar la medida ante el rey, porque frecuentemente le preguntaba por los resultados de las pesquisas –prohibió la tortura en este caso porque no quería engañarse a sí mismo- y había urgencia de resolver el problema.
Finalmente Li Si dijo al rey: “Permíteme ir al reino de Han a hablar con su rey y averiguar sus intenciones. Mientras, mantendremos a Han Feizi bajo arresto.” Li Si partió para Han y el rey no le concedió audiencia, y de esta manera pudo regresar con las noticias exactamente como él las quisiera contar. Habló, convencido, del peligro de estado de Han y de la imposibilidad de quedarse con Han Feizi –su lealtad era cuestionable- ni de regresarlo a Han –su intelecto era incuestionable, era un peligro para Qin- y el único camino posible era aplicar la ley, precisamente lo que pregonaba el intruso: merecía un castigo que no podía ser menor al de la muerte, por haber intrigado contra Qin. De mala gana, ya que su fuerte eran las armas y no los argumentos, el rey concedió el deseo.
Li Si sirvió el veneno y Han Feizi, convencido de que no podría convencer al rey ni regresar a su país, lo bebió.
El verdugo tuvo una muerte diferente. Años después, cuando el rey murió, se alió con un falso eunuco para falsificar el testamento del rey e imponer al candidato común; tuvieron éxito pero el eunuco lo traicionó más tarde, mandó arrestarlo, bajo tortura le arrancó confesión de crímenes futuros y lo mandó matar por desmembramiento: ataron cuatro caballos a manos y pies del condenado, cada caballo jaló para su lado hasta que le arrancaron los miembros, y al final le concedieron la gracia de rebanarle el estómago para que dejara de gritar.
[1] Han Feizi: Las dificultades de la persuasión.
28.8.2014
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