El emperador de Chi era amante de la caza y tenía halcones amaestrados a los que apreciaba mucho. Un día salió de viaje a visitar dominios lejanos y encargó sus halcones al consejero Bo, quien se sintió honrado por esta distinción y decidió festejar con sus amigos la confianza del emperador. Pero descuidó a los halcones, no los supo controlar y un día que había salido con ellos emprendieron el vuelo y no regresaron.
Cuando regresó el emperador, Bo se postró frente a él para informarle y pedir su clemencia.
“Mereces la muerte por tu descuido” le dijo el monarca, y mandó encerrarlo, pero consultó el caso con su ministro Tang, que apreciaba a Bo; en caso de que aprobara la medida, se sentiría seguro porque como amigo de Bo, Tang sería justo en su opinión y no trataría simplemente de avalar lo que quería hacer el emperador.
Tang dijo: “Merece la muerte; deberá ser además ejecución pública, para que todo el pueblo entienda que las instrucciones del Cielo tienen que acatarse estrictamente.”
Liberado de una presión, el emperador contesta: “que así sea”.
Llaman a Bo para conocer su sentencia, y le dice Tang:
“Cometiste un delito imperdonable, y has orillado a tu emperador a condenarte a muerte; deberá pesar más sobre ti la violencia que ejerces en su voluntad, que tu propia muerte. En castigo, tu muerte será pública, para que la gente conozca la clase de persona que eres. Además cargarás con el dolor de saber que la noticia de tu ejecución volará sobre las fronteras del reino, llegará con nuestros enemigos y aprovecharán la ocasión para criticar a nuestro monarca, diciendo con dolo que aprecia más la vida de un animal que la de un consejero. Deberás morir sabiendo que todo esto ocurrirá.”
“Mmh…” murmuró el emperador, “quizá no sea necesario un castigo tan grande”, y suspendió la sentencia.
No se sabe si castigó a Bo con la muerte en privado o si nada más lo desterró.
Fuente:
Leí la mitad de esta historia en 101 cuentos clásicos de la China, recopilados por Chang Shiru y Ramiro Calle.
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