Hay algunos anuncios que se le quedan a uno en la memoria; a cada quien, por sus gustos, sus recuerdos, sus amores y sus desamores. A mí se me quedó grabado el comercial de las camionetas Chevrolet, porque me recuerda mi infancia y mi presente: el camión escolar del Marista era un Chevrolet ’52; la familia de Angélica Hernández tenía una pickup Chevrolet Apache ’57 preciosa, de color blanco y azul marino; una vez compré una pickup Chevrolet ’46 y a mi hija Sofía le daba vergüenza que la llevara a la escuela en ella; después tuve una Apache ’57 negra, que mis hijas llamaron La Tomasa, y ahora tengo una fidelísima Chevrolet Silverado ’97 que me puede llevar lo mismo a Tijuana que a Mérida. Es uno de esos amores irracionales (amor, al fin y al cabo) que me acompañarán por siempre, como el amor por este mi país, agobiado de tantas tristezas.
El comercial que se me grabó anuncia el nuevo modelo de las camionetas Chevrolet: van padre e hijo por el campo, manejando una hermosa Cheyenne último modelo, se bajan en la ladera de una montaña y ven el valle a sus pies. “Algún día, hijo mío, todo esto que ves va a ser tuyo. Ya es mío, no necesito hacerme gobernador para apoderarme de más terrenos. Me los heredó tu abuelo y yo los hice crecer con mi trabajo. Tú lo vas a tener todo algún día”. Se hace un extraño silencio, porque el padre esperaba que el hijo le preguntara algo así como cada cuándo hay que rotar los cultivos, si el rendimiento por hectárea es mayor cultivando sorgo o criando ganado, si es conveniente usar maíz transgénico o no. “¿Qué pasó, m’hijo? ¿No está usté contento?” Finalmente el hijo se decide y le contesta, preguntándole: “¿y la Cheyenne, apá?”
Algo así me sucede ahora que veo noticias (sic) relacionadas con los presidenciables. Leí la página de El Universal dedicada al tema, y me enteré ahí de noticias trascendentales; las repasaré en el orden que aparecieron.
Manlio Fabio Beltrones. Se reunió a tomar un café con Ernesto Cordero, que es su amigo, a una plática de amigos. Hablaron de distintos temas y también de futbol.
Ernesto Cordero. Se reunió a tomar un café con Manlio Fabio Beltrones, que es su amigo, a una plática de amigos. Hablaron de distintos temas y también de futbol.
Marcelo Ebrard. Declaró que la izquierda no debe desunirse, y que AMLO debe aceptar los resultados de las encuestas.
Josefina Vázquez Mota. Se pronuncia a favor de la vida desde el momento de la concepción. Apoya las decisiones sobre ese tema que tome su partido en BCN y en SLP.
AMLO. Humberto Moreira sufre un ataque de amnesia (ya no se acuerda de Coahuila endeudado) y en compensación dice que el rival a vencer es AMLO.
Enrique Peña Nieto. Javier Alarcón lo acusa de bloquear la reforma laboral.
Santiago Creel. Dice que la candidatura no debe definirse por género (seguramente siente pasos en la azotea) sino por la capacidad y lo que cada quien pueda aportar a un mejor país.
Ante estas declaraciones, yo me quedo callado, el silencio incómodo se extiende por un minuto. Los presidenciables, inquietos, me preguntan qué me pasa, y yo les contesto “¿y la Cheyenne, apá?”
Absolutamente todas las noticias que dan, o de plano no son noticias, o son intrascendentes en el contexto de una futura elección presidencial. No estamos hablando de elegir al presidente municipal de Atotonilco de En Medio, sino al presidente de la Nación, el que nos debe guiar, señalar el rumbo y poner el ejemplo de lo que se debe hacer. Estamos hablando de quien va a ocupar el cargo más alto en este país. Estamos hablando de un mexicano que tiene que ser el mejor de los mexicanos, de alguien que tenga, para empezar, la inteligencia de entender cuáles son los problemas más importantes, que tenga también una visión de cómo atacarlos, y la capacidad de convencernos de que eso que quiere hacer con el país es lo mejor para el país.
¿Y la Cheyenne, apá? Eso es lo que les pregunto a todos y cada uno de los presidenciables. El único que ha tenido el valor de presentar un proyecto de nación es AMLO con su libro Nuevo Proyecto de Nación. Podremos estar de acuerdo con él no, pero al menos este político ha tenido el tino de sentarse con sus asesores, analizar la situación del país y decir lo que a su entender está mal y qué hay que hacer con esos problemas. De todos los demás presidenciables, no conozco ningún proyecto de nación.
Si la elección de presidente fuera una licitación, ganaría López Obrador por default, porque los jurados pasarían a la barandilla a los candidatos para preguntarles “dinos cuál es tu proyecto de nación”, y todos excepto AMLO contestarían, como en el chiste: “¿Proyecto de nación? ¿Apoco era para hoy?” En las licitaciones, el que no entrega completas sus propuestas técnica y económica, va para afuera: en el concurso por la presidencia, todos excepto López Obrador estarían descalificados.
Mi diagnóstico es que estamos tan mal, y los presidenciables nos consideran tan estúpidos, que ni siquiera se han tomado la molestia de decir qué quieren hacer cuando sean presidentes. No toman en cuenta que el deseo de todos ellos por ser presidente es irrelevante para nosotros; para el pueblo, lo que cuenta es la actuación que tendrán si llegan a ser presidente. Y las acciones de un presidente no se improvisan, se planean después de analizar la situación del país, ver sus problemas, analizar alternativas y comparar posibles soluciones.
Tengo otros dos fundamentos para sostener que los presidenciables nos consideran idiotas.
Primero recuerde usted, si tiene edad, que había una época en que el voto era simbólico, porque nada más contaba el del Gran Elector. Eso estuvo a punto de venirse abajo en el 88, se sostuvo en el 94 y cuando llegamos al año 2000 había en la población un deseo genuino de sacar al PRI de Los Pinos, y eso definió la elección. A partir de ese año, los partidos políticos se dedicaron a afianzar sus posiciones y a determinar sus acciones en base a los intereses de cada partido en vez de cuidar al país. Por ejemplo, el IFE ha caído en descrédito general gracias a la intromisión de los partidos políticos (yo pregunto: ¿qué hacen ahí adentro los partidos políticos?); se ha mantenido la costosísima figura del representante plurinominal porque de esa manera hay más dinero para repartir entre los fieles de cada partido; las grandes iniciativas jurídicas se definen en base a los arreglos entre partidos, y no en base al interés del país; la oposición tiene dos sexenios bloqueando prácticamente todo lo que el presidente propone. Con todo esto, el 95% de los mexicanos ha llegado a la triste conclusión de que “todos los partidos son iguales”.
Segundo, los partidos han afinado sus estrategias electorales, elevándolas al nivel de desfile de modas. Se trata de exhibir figura, de lucir el mejor traje o el mejor vestido, salir bien peinado, sonreír a las cámaras, etcétera. Recuerde usted cómo fue la campaña de Reynoso Femat a la gubernatura. Empezó desde años atrás, publicitando su rostro en espectaculares, bien peinado y sonriendo, y promocionando una obra de circo para el Estado, el Estadio Victoria. No promocionó hospitales o puentes o escuelas, sino un estadio de futbol. Cuando llegó el momento de la elección, su imagen era la más conocida en el estado, ganó fácilmente y ya ve usted cómo nos fue. Eso es lo que está pasando con Peña Nieto: peinado impecable, corbatas de boutiques exclusivas, fotografías en revistas de sociedad, casado con una actriz de telenovelas, promovido en la TV, etc. En este momento la imagen más conocida en el país es la suya. Y si las cosas suceden como calculan los publicistas, todo lo que se necesita es vender la imagen: las palabras y las ideas salen sobrando.
Pero el porvenir de este país no está en manos de los publicistas. Estará en sus manos, si lo permitimos, si nos creemos la historia que nos quieren vender, de que ya todo está decidido.
El gran paso que ha dado México en los últimos cincuenta años es que ahora, efectivamente hay democracia, porque el voto sí cuenta. Los partidos políticos y los políticos están interesados en torcer este sentido de la democracia, manipularnos como a niños chiquitos o como a idiotas, hacernos votar como ellos esperan, y al final legitimar su posición de poder con nuestros votos.
Pero los votos todavía no los hemos dado. Todavía podemos pensar por nosotros mismos, analizar los problemas del país y hacer preguntas directas a todos los que quieren ocupar ese alto cargo. En este momento, los problemas más importantes de México son seguridad, desempleo, educación, corrupción y falta de agua en el Altiplano. Invito a usted a preguntar directamente a los candidatos sobre esos problemas, y si no obtiene una respuesta satisfactoria, no vote por él (o por ella).
Que estos señores nos digan qué piensan hacer con esos problemas, y después decidimos por quién votar.
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