(abril de 2011)
Con mucho, la mejor telenovela con que nos han alegrado todas las televisoras de este país es la que protagonizan actualmente Carlos Slim, Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego. Como las obras verdaderamente buenas, no dan todo lo bueno al principio sino que el autor va dosificando las cantidades de intriga, amor, odio, pasión, dinero, y así han conseguido un rating semejante al de la Copa Mundial de futbol: ya nada más estamos a la espera de que aparezca en escena la mala o la buena, con tal de que esté guapa; hasta el momento, los protagonistas no califican para ningún concurso de belleza. La obra había empezado plácidamente, en ese idílico ambiente de colaboración y amistad que se da cuando se pueden hacer buenos negocios sin estorbar al del otro lado. Pero todo puede echarse a perder y todo termina en la vida, sobre todo las alianzas de negocios cuando el que era cliente se quiere convertir en proveedor, y por lo tanto, en competencia.
Durante años fueron aliados estratégicos y juntos hicieron buenos negocios: Slim inundaba de publicidad los canales de televisión, y aunque el cliente era incómodo y pagaba las tarifas más bajas, era un cliente seguro y compraba mucho. A medida que Slim fue añadiendo empresas a su emporio fortificó su posición y en vez de anunciar nada más a Telmex, se juntaron Telcel, Sanborns y se podrían añadir las que adquirió esta semana, pero esas ya son del siguiente capítulo; el peso de su carga publicitaria era un dulce tormento para las televisoras, que cedían a sus pretensiones de precios, pero tenían segura una buena cantidad. La alianza funcionó mientras la tecnología maduraba, las ambiciones se mantenían controladas y el gobierno no abría esa caja de Pandora que es el 3-play, el 4-play y lo que pueda seguir. Observando la historia resulta que con siglos de cobrar impuestos, aún no es posible que tengamos unas reglas impositivas claras; en el caso a la mano, midiéndole las zancas al caballo, oyendo los ruidos de ese motor –como lo sugerí hace algunos artículos- cualquiera puede entender que el gobierno, ante una tecnología nueva, ante una situación que no se había presentado, y presionado por todos lados, hizo lo que pudo: alentó esperanzas por todos lados, todavía no existe en su vocabulario la palabra monopolio, ha publicado licitaciones dudosas y la ley correspondiente brilla por su ineficacia.
De momento tenemos circo gratis, cortesía de Slim, Televisa y TVAzteca. Slim canceló la publicidad que por años había comprado en las televisoras, busca formas de meterse al jugoso mercado de la TV por cable a través de empresas relacionadas como Dish y afila las uñas para participar en la lucha por obtener concesiones para televisión abierta. Las televisoras descubren en estas circunstancias que son hermanas de sangre y que nunca debieron pelearse, y se juntan para señalar que los precios de interconexión que les cobra Slim son excesivos. Ambos se acusan de monopolistas.
Aquí entra en acción el único y verdadero talento artístico de este reality show, don Francisco Gabilondo Soler, alias Cri-Cri, con su canción El comal y la olla. Si usted no la conoce, le menciono unos pocos versos:
El comal le dijo a la olla: “Oye olla, oye oye.
Si te has créido que yo soy recargadera,
búscate otro que te apoye”
Y la olla se volvió hacia el primero: “¡peladote! ¡majadero!
Es que estoy en el hervor de los frijoles,
y ni ánimas que deje para usté todo el brasero”
El comal a la olla le dijo: “¡Cuándo, bruja, no arrempuje!
Con sus tiznes me ha estropeado ya de fijo,
la elegancia que yo truje”
Y la olla por poquito se desmaya: “¡presumido! ¡vaya, vaya!
Lo trajeron de la plaza percudido,
y ni ánimas que diga que es galán de la pantalla”.
En un lenguaje más nuevo y menos inspirado, son dos burros hablando de orejas. ¿Monopolio? ¿Precios altos? ¿Qué nos pueden enseñar esos señores a nosotros de lo que es sufrir un monopolio? Yo me acuerdo cuando había que sobornar a los instaladores de Telmex para que vinieran a colocar los aparatos; eso se terminó cuando hubo competencia. Por el lado de la tv, el duopolio Televisa-TVAzteca agrede a todo el país con esa odiosa manifestación del centralismo, que las grandes televisoras estén en la capital, y que llenen sus horas mayoritariamente de basura: telenovelas, reality shows, programas idiotas en donde sale un grupo carcajeándose de las estupideces de ellos mismos, y dejando al gobierno y a su excelente Canal Once la penosa labor de hablar de cultura. ¿Qué es cultura? ¿Cantantes desafinados elevados al estrellato gracias a la TV comercial? ¿Futbol? ¿Anuncios al por mayor?
Todo el pleito gira en torno a penetración en el mercado y a dinero. Slim quiere una tajada de la tv comercial, y Azcárraga y Salinas pliego quieren mayor penetración en telefonía. No hay otros asuntos en juego. No hay series históricas en preparación como Los Tudor, John Adams, o las que produce la BBC. No hay una intención clara de bajar las tarifas telefónicas. Yo pienso que seguiremos con la misma basura en la TV abierta y con los mismos cobros en teléfonos. Yo no sé si Slim planea poner una televisión cultural, y creo que no lo va a hacer, puesto que le gusta aprovechar instalaciones ya hechas para sus proyectos culturales, como la del Auditorio Telmex (de la Universidad de Guadalajara) y nuestro Museo Descubre (del ICA), y dadas las inversiones que tiene que hacer en USA y en Sudamérica, yo creo que su presupuesto para filantropía está prácticamente agotado. Por el lado de la telefonía celular, mientras Slim tenga controlado el flujo de datos a través de la red que él construyó, las demás empresas están atadas de mano, y de nuevo, usted y yo pagamos el pato. Aquí y casi siempre que se ventilan los grandes asuntos nacionales, al pueblo le toca todo el circo y un poquito de pan.
En este pleito de magnates hay dos perdedores y dos ganadores. A la larga, ambas partes en pleito tendrán lo que buscan, aunque se resignarán a la competencia. El gran perdedor somos usted y yo, que seguiremos sin TV comercial de calidad y pagando precios de telefonía por encima de los estándares internacionales. El otro perdedor es el gobierno, que no ha promulgado las leyes adecuadas ni tiene el poder para parar esta bronca, el que ha empollado a la hidra de los monopolios, y al que hoy mejor que nunca podríamos recordarle el dicho “cría cuervos y te sacarán los ojos”.
Hay un asunto que brilla por su ausencia en la información que he revisado: en el fondo, estamos hablando de las concesiones que están en juego. Determinados bienes y derechos, o el uso de ciertos recursos son por razón natural propiedad de la Nación; como ejemplos podemos dar el suelo, los recursos naturales como el agua y el petróleo, el uso de las frecuencias del espectro radial, los ríos y lagos, el agua subterránea. ¿Qué es una concesión? Es básicamente un permiso para que un particular haga uso de esos bienes, derechos, o recursos, y valiéndose de ellos, el particular venda un producto o un servicio. Por ejemplo, la minería, el servicio de agua potable, y naturalmente la telefonía y la televisión, que mediante las concesiones que se obtienen del gobierno autorizan a particulares a ofrecer esos servicios. Las concesiones se otorgan pagando cantidades simbólicas, dado lo que está en juego, y ofreciendo actuar por parte de los concesionarios de acuerdo a reglas suficientemente elásticas como para que en TV se transmita casi lo que sea, y en teléfonos se cobre lo que se quiera. Pero una concesión no es una propiedad del concesionario; en teoría, el gobierno puede revocar la concesión, cuando encuentra razones suficientes. El problema es que ciertas concesiones, como la televisión, llegan a convertirse en armas en manos del concesionario, porque estaría en juego la libertad, sacrosanta palabra que sirve como comodín para todo, en este caso para la libertad de expresión. Yo me pregunto lo que perdería México si el día de mañana dejasen de transmitirse las telenovelas: en mi opinión, saldríamos ganando. Pero jamás he visto que le quiten elfiat a un notario, mucho menos le van a quitar su concesión a una televisora.
Y así, los dos perdedores, pueblo y gobierno, llegamos a un callejón sin salida donde nada más podemos contemplar el enfrentamiento de dos fuerzas muy desiguales: se calcula la fortuna de Slim en 70,000 mmdd, contra 10,000 mmdd de las dos televisoras juntas, y aquí gana por mucho Slim. Pero las televisoras tienen en sus manos el acceso directo al público, ellas pueden influir directamente en la opinión pública, privilegio que Slim no tiene. En otras palabras, el pleito se traslada a dinero de Slim vs. opinión pública, y yo pienso que los ganadores serán las televisoras, porque pueden bombardear a la opinión pública con información, con reportajes y con opiniones favorables a su postura. El ataque contra Slim está enfocado en un asunto sensible al público: lo que pagamos por el teléfono; involuntariamente seremos solidarios con las televisoras, porque Telcel nos cuesta mucho. En cambio el ataque de Slim a las televisoras no nos toca a nosotros: ¿le quieren cobrar más por los anuncios? El mexicano promedio dirá que a mí no me importa, a mí no me cuesta, y va a ser muy difícil que Slim lo convenza de ponerse de su lado. Yo creo que el daño al pueblo es mayor por el lado de la tv, porque nos conserva en un estado de idiotez, pero también creo que mi voz predica en el desierto.
Y así, finalmente, el asunto se decidirá mediante las alianzas que ambos grupos puedan hacer adentro de la élite del poder. No se va a producir en el mediano plazo un marco jurídico adecuado, porque los legisladores desconocen el tema, por las presiones que recibirán, y porque los mexicanos tenemos un gen que nos obliga a negociarlo todo, hasta las leyes. Desde hace años se ha conformado una alianza de las televisoras con Peña Nieto, quien no va a sacrificar, en vísperas de campaña, la imagen que ha conseguido gracias a la televisión. Eso deja a Slim obligado a aliarse con el PAN y el PRD, porque seguramente él sí sabe que si no se unen estos dos partidos, van a perder. Al ganador en la próxima elección presidencial le pasarán la factura de la alianza que haya hecho.
jlgs/8.4.2011
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