1-Japón

Hace unos días estuve en el aeropuerto y vi a un joven japonés, también en la sala de espera; sus huéspedes llegaron antes que el mío, pude admirar la forma en que los recibió: se paró respetuosamente al final del pasillo de salida de pasajeros, hizo varias inclinaciones, y finalmente tomó en sus manos el equipaje. Los viajeros eran personas mayores que él y correspondieron también con cortesía, pero con dignidad; las caravanas apenas delineadas indicaron con claridad quién tenía mayor nivel. Este pequeño hecho es una muestra clara de la forma en que está organizada la sociedad japonesa: las jerarquías están claramente trazadas, el de inferior rango debe subordinarse y respetar al superior, éste tiene que corresponder en forma digna y además respetar la persona del inferior, sin aprovecharse de su mayor rango ni hacer más ostentación que lo que las reglas de cortesía ordenan.

En el fondo esta forma de organización, que tiene sus raíces en las enseñanzas de Confucio, nos es más que una convicción profunda del lugar que uno ocupa en la sociedad, de que el individuo está obligado con la sociedad, y de que la sociedad corresponderá a esta convicción, honrándola. Es un intercambio de valores entre sociedad e individuo: la sociedad cuidará del individuo, éste la respetará y será un engranaje que funcione de acuerdo a las reglas de la comunidad. Es un reconocimiento al lugar y al respeto que se conceden sociedad e individuo.

Leí hace muchos años un ejemplo extremo de este orden social, cuando gozaba la hospitalidad de mi tía Enriqueta al salir de trabakar en el centro de México; encontré por casualidad una recopilación del Reader’s Digest llamada Famosos casos de estafa y pillaje; el caso que guardó mi memoria fue el de un espía japonés, el capitán Tanama. Hacia 1901 se empezó a ennegrecer el cielo de las relaciones ruso-japonesas, por el conflicto más antiguo entre países, la tierra; ambas querían extenderse y tenían a la mano tres oportunidades, pero quiso el destino que coincidieran en un lugar: Corea. Hubo escaramuzas diplomáticas –la historia no oficial dice que los japoneses propusieron un reparto, la otra historia, que Rusia no quería negociar- y finalmente estalló la guerra. Todavía mientras se aclaraban las posiciones, apareció en la corte de San Petersburgo un agregado de la embajada japonesa; era joven, noble, disponía de recursos ilimitados, había dejado a su familia en Tokio y estaba dispuesto a hacer amistad con actrices y cantantes, recibía con gusto la compañía de los rusos que quisieran acompañarlo. Sus fiestas lo hicieron famoso, llamó la atención del Ministerio del Interior; el funcionario designado se convirtió en confidente, lo acompañó a sus juergas, le ayudó a mejorar la pronunciación del ruso y le dio consejos para enamorar a cierta actriz; reportaba a sus superiores que Tanama, si no fuera japonés, sería su mejor amigo. A finales de 1903 el conflicto parecía inevitable, y providencialmente se supo en la Cancillería que Tanama había embarazado a la actriz; la seriedad del asunto creció, cuando el Ministro conoció que un personaje importante también la había visitado, pero reaccionó con vigor: llamó a Tanama a la Cancillería, amenazó con exponer su conducta ante el embajador japonés, y solamente suavizó el castigo cuando Tanama aceptó regresar a su país e informar de los planes japoneses.

Al poco tiempo la guerra estalló, y los rusos recibían periódicamente reportes de Tanama; todos ciertos, todos de poco alcance: Rusia ganaba algunas escaramuzas pero perdía las grandes batallas. El informe de las minas colocadas en el mar frente a Port Arthur llegó tarde y se hundió el Petropavlovsk, junto con el Almirante Makarov, al entrar a la bahía y chocar contra una de ellas. No había manera de acusar a Tanama de romper el acuerdo; tampoco era posible valorar en mucho su contribución. Los rusos presionaron a través de su agente en Tokio, y a principios de mayo de 1905 llegó a San Petersburgo información secreta sobre los planes que tenía el Almirante Togo para interceptar a la flota rusa del Báltico, que se dirigía a marchas forzadas al Mar de Japón, rodeando África y Asia; si acaso Togo interceptara los barcos rusos, sería el final de la guerra; era de crucial importancia evaluar la información enviada por Tanama. A mediados del mes supieron los rusos que los japoneses habían descubierto los actos de Tanama, juzgándolo como espía y traidor; condenado al fusilamiento, a su padre le fue negado el honor del harakiri, y la familia completa puso fin a sus propias vidas sin el consuelo de una muerte honrosa. Los rusos se maravillaron de que la suerte les explicara todo de manera tan clara, informaron a la flota del Báltico de las intenciones de Togo, y la instruyeron de acercarse a Vladivostok por el estrecho de Tsushima, donde la armada japonesa los acechaba, a pesar de Tanama. La Batalla de Tsushima, el 28 de mayo de 1905, hundió a la flota y las esperanzas rusas de ganar la guerra.

Años después, un funcionario de la cancillería rusa visitó Tokio y quiso saber de Tanama. Un empleado menor, quien no tenía presente ante quién hablaba, informó la versión japonesa de la historia. “¿Tanama? Sí, lo recuerdo perfectamente. Aceptó actuar como espía ruso para dar información falsa; sabía que tarde o temprano tendría que demostrar a los rusos que su información poseía valor, y por eso aceptó la deshonra pública y el fusilamiento, y estuvo conforme con que su padre no podría ejercer la muerte ritual. ¡Qué gran honor, sacrificar el propio honor y dar la vida por el Emperador!” El empleado japonés hablaba con entusiasmo de un héroe nacional, ante un europeo que estaba acostumbrado a observar que los familiares y amigos del Zar ocuparan los mejores puestos; ese ruso sabía que el General Alexeiev, quien había dirigido desastrosamente las operaciones militares en Corea durante la guerra que perdieron, debía su puesto al hecho de que algunos años antes había sacado la cara por el Gran Duque Nikolai en un burdel francés, pasando una noche en la cárcel. Ese ruso oyó, sin poderla entender, la visión japonesa de por qué Rusia perdió aquella guerra.

Todavía no se sabía entonces que dos generales rusos que terminaron enemistados al final de esta guerra, Samsonov y Rennenkampf, jugarían un papel importante años más adelante, en la Batalla de Tannenberg, agosto de 1914: esa batalla –y la posibilidad de que Rusia pudiera atacar a Alemania, y la Primera Guerra Mundial, y el Imperio Ruso- se perdió porque aquellos generales rusos no habían satisfecho sus rencores viejos, hicieron transmisiones descuidadas entre ellos que interceptaron los alemanes, y Samsonov terminó envuelto junto con su ejército por el enemigo. La enemistad era conocida por el Coronel Hoffman, un oficial alemán, quien convenció a sus superiores de la estrategia que había diseñado y que aprovechaba esa rivalidad; Hoffman apostó que esos dos generales rusos no colaborarían entre ellos. Solzhenitsyn narra la historia en Agosto 1914.

Para México, los aciertos y las desgracias de otros países son materia de aprendizaje.

2-México

Nuestro país se parece más a Rusia que a Japón.

Nuestra Constitución dice en su artículo 134:

Los recursos económicos de que dispongan la Federación, los estados, los municipios, el Distrito Federal y los órganos político-administrativos de sus demarcaciones territoriales, se administrarán con eficiencia, eficacia, economía, transparencia y honradez para satisfacer los objetivos a los que estén destinados.

Los resultados del ejercicio de dichos recursos serán evaluados por las instancias técnicas que establezcan, respectivamente, la Federación, los estados y el Distrito Federal, con el objeto de propiciar que los recursos económicos se asignen en los respectivos presupuestos en los términos del párrafo anterior. Lo anterior, sin menoscabo de lo dispuesto en los artículos 74, fracción VI y 79. 

 

Lo que empieza ordenando este artículo no es otra cosa que el sentido común aplicado al bienestar nacional: el dinero público debe ser para el bien público, los mexicanos no nos distinguiremos ahí de lo que ordenan otras constituciones. Pero el segundo párrafo sí es propiamente mexicano: conocedor quizá el legislador de que el funcionario querrá hacer mal uso de los recursos públicos, antes de que se le ocurran demasiadas ideas lo amenaza con “las instancias técnicas” para que lo vigilen y se aseguren de que el dinero público va a donde debe de ir. El legislador pudo haber insertado un llamado a los valores cívicos y a la conciencia, a la responsabilidad y al honor del funcionario, pero dio el caso por perdido y prefirió hablar inmediatamente de la vigilancia. El subtexto de lo que no está escrito en el artículo es no hay que perder el tiempo exhortando a la virtud o al honor, mejor empecemos de una vez con la vigilancia y las sanciones.

El legislador tenía razón, no se advierte mucho honor entre los gobernantes. Para justificar mi afirmación reuní una colección no exhaustiva de “elefantes blancos”, es decir, obras costosas, de relumbrón e inútiles, obras que fueron mal concebidas, mal planeadas y que nunca debieron ejecutarse.

  • Centro de  Convenciones de Aguascalientes. Durante el sexenio de Reynoso Femat (2004-2010), entre otras hazañas, se empezó a construir esta obra, que terminó peor que elefante blanco porque no se terminó. Todos los días paso frente a ella y miro con rabia las columnas blancas, pregunto cuándo pondrán las paredes y anoto nuevas manchas de corrosión entre las trabes del techo. Calculo que se gastaron ahí alrededor de $500 millones.
  • Mega Rueda de la Fortuna, Puebla. Costó $400 millones de pesos. El gobernador Moreno Valle no se acordó que todas las ferias de pueblo tienen su rueda de la fortuna, y que sale gratis al erario; posiblemente ese fue el problema.
  • Parque Guanajuato Bicentenario. Se gastaron $1100 millones en una obra que sirvió para recibir al Papa, y que ahora se utiliza para eventos sociales.
  • Villa Panamericana, Guadalajara. Fue construida para albergar a los atletas en los Juegos Panamericanos de 2011, pero está entre el Bosque de la Primavera (que debería ser una reserva natural en Jalisco) y terrenos de Omnilife, así que no pueden utilizarse los departamentos de la Villa para habitación normal, y actualmente están vacíos. El actual gobernador (PRI) lamenta que el gobernador anterior (PAN) haya tirado $1100 millones a la basura; esperemos a la opinión del siguiente gobernador sobre el actual.
  • Refinería Tula, Hidalgo. También nos iba a sacar de pobres, pero parece que nada más llevan construida la mitad de la barda. El costo no lo conozco, en la primaria nunca llegamos a ese número.
  • Centro de Convenciones de Los Cabos. Costó $1200 millones, sirvió para albergar la reunión del G20, y actualmente está casi sin utilizar.
  • Torre Bicentenario, DF. Sin comentarios.

 

Mi lista no es ni la punta del iceberg, lo que me recuerda una anécdota atribuida a Porfirio Díaz. Llega con el presidente un gobernador afligido, que se queja de que no tiene dinero, el sueldo no le alcanza para satisfacer los gustos de su mujer. “Está usted pobre porque quiere, mi gobernador,” contesta Porfirio Díaz, “haga obras, ¡haga obras!”. La lista anterior tiene como participantes a hijos y nietos espirituales de aquel gobernador.

No es necesario que la obra sea de relumbrón para violar el artículo 134. El sexenio de Felipe Calderón tuvo una magnífica iniciativa, reforestar al país; se convocaron expertos en árboles, arbustos, tubérculos y raíces, y entre todos diseñaron un megaproyecto que haría palidecer al Amazonas comparado con México. ¿Recuerda usted qué quedó de todo esto? Yo tampoco, pero sí me acuerdo que se gastaron más de $1000 millones.

Nuestro artículo 134, aparentemente, considera dos opciones: a) la especie en extinción de los funcionarios que aplicarán el recurso como lo dice el artículo, b) los que se asustarán al ver las amenazas; lamentablemente este análisis es incompleto. Si un funcionario quiere violar la ley, siempre encontrará maneras de hacerlo; además, mientras más elevado sea el puesto que ocupa, más fácilmente encontrará (o lo buscarán) compinches que estén dispuestos a colaborar con él para ignorar el artículo. Por otro lado, si un hombre no tiene la voluntad firme de hacer las cosas bien, entonces seguirá el camino del menor esfuerzo, y a la primera oportunidad se rendirá ante las ofertas, sugerencias, sobornos o intimidaciones que reciba para torcer la ley.

Y esto nos lleva a la cuestión del honor. Los actos de un servidor público son relevantes por el impacto social que tienen, no por él en lo personal; los juicios y opiniones que se hacen sobre ellos son las de un grupo social acerca de quien lo encabeza. El funcionario es un individuo inmerso en una comunidad en la que influye grandemente, y que debe tener carácter suficiente para valorar que sus acciones no son para beneficio propio, sino para el social, y que el bienestar social está antes que el suyo. Pero esta valoración implica que el funcionario concede un valor a la sociedad, es decir que la respeta, no nada más que se aprovecha de ella a través del cargo recibido; si este funcionario no le otorga valor alguno a la sociedad, no habrá contraloría ni amenaza de sanción que lo mueva, porque a grandes alturas de la burocracia siempre se cree que hay aliados que lo ayudarán; un funcionario así es alguien que piensa que siempre estará disponible algún juego de complicidades para utilizarlo en su favor o para sacarlo de algún apuro.

El honor es el respeto por el propio nombre ante una sociedad, es la capacidad de mirar de frente a cualquiera en la calle sin el temor de que uno vaya a ser agredido o insultado. El honor significa que yo respeto la opinión fundada de mis semejantes, no porque yo sea monedita de oro sino porque sé que no he hecho cosas que ofendan o perjudiquen a mis semejantes; es aprecio de mi propio nombre y es respeto por mi semejante.

Pero los funcionarios modernos mexicanos han encontrado una manera de tapar el sol con un dedo: se hace a un lado la cuestión espinosa del honor, y se visten a sí mismos con ropajes finos que confecciona para ellos la Dirección de Comunicación Social; nos encontramos con que sin desaprovechar diario ni día, en todas las primeras planas aparecen noticias alusivas al buen gobierno del gobernador o del presidente municipal, de preferencia con fotografías en donde se saque su mejor ángulo al servicio de la sociedad. Formalmente no aparecen como inserciones pagadas, pero tanta insistencia en las buenas obras del gobernante en turno por parte de los medios no dejan otra alternativa a pensar que la inserción pagada.

El legislador está enterado de esto, y lo previó en el párrafo octavo del artículo 134:

La propaganda, bajo cualquier modalidad de comunicación social, que difundan como tales, los poderes públicos, los órganos autónomos, las dependencias y entidades de la administración pública y cualquier otro ente de los tres órdenes de gobierno, deberá tener carácter institucional y fines informativos, educativos o de orientación social. En ningún caso esta propaganda incluirá nombres, imágenes, voces o símbolos que impliquen promoción personalizada de cualquier servidor público.

Las imágenes en televisión y prensa, las “noticias” en todas partes, los titulares a ocho columnas que han sustituido el oficio periodístico de informar por la inserción de declaraciones del gobernador en turno, quien quiere convencernos con sus palabras de que estamos en el mejor de los estados; el honor de quien respeta la opinión pública porque respeta al pueblo que lo eligió es cosa del pasado o de otros países, en su lugar está el oficio de la Dirección de Comunicación Social. En todos los estados hay ejemplos así, pero el más lamentable es el de Chiapas, un estado con innumerables riquezas naturales y con legendaria pobreza en sus habitantes, en donde el gobernador de Chiapas Manuel Velasco, quien se promueve en su estado, en el DF, Edomex y gasta US$10 millones que podrían tener mejor uso en su propio estado, aunque tuviera que mocharse con el 30%.

Y una vez más la ley, como la semilla que cayó en tierra estéril, asomó unos centímetros sobre el suelo y se secó. Nuestro país quiere remediar con remiendos legales lo que debería surgir de la convicción del funcionario, de que está ahí de paso y al servicio de su comunidad; pero se piensa permanente y se actúa como eterno,  paga sus propias alabanzas y termina por creerlas. En vez del honor de los japoneses, está la vanidad el gobernante envuelta en el incienso que le arroja su Dirección de Comunicación Social. Quizá las enseñanzas de Confucio puedan ser también una solución en México, como consiguieron crear una sociedad bien estructurada en Japón, donde cada individuo conoce y reconoce su lugar; y todo esto es una manera de decir que una vez más, estamos observando problemas originados por una falta de valores que ninguna constitución va a remediar por decreto.

Reforma publicó el 14 de enero un artículo de Jorge Alcocer V. llamado Violación tumultuaria, en donde describe las repetidas violaciones al último párrafo de la constitución citado aquí: gobernadores, jefes de gobierno, delegados, diputados, senadores y presidentes municipales, todos ellos han pagado mensajes en radio, televisión y prensa en donde promueven su figura personal; yo añado: en donde se pretende sustituir la falta de honor con el barniz de la imagen que nada más es imagen. México enfrenta aquí un problema tan grande como la epidemia de la peste: estando todos los niveles de gobierno coludidos en la violación del mismo párrafo constitucional, ¿quién podrá poner orden? Nadie.

Hay una solución, propuesta por Héctor Aguilar Camín: que sea prohibida la compra de espacios en radio, televisión y prensa a cualquier funcionario o entidad pública, que se limiten a los tiempos oficiales. Esto no les restituirá el honor a los funcionarios, pero al menos nos los quitaremos de encima y no los estaremos viendo ni oyendo en todas partes.

Yo tengo mi propia propuesta, tan realizable como la de Aguilar Camín: enviar a todo funcionario a un curso –de preferencia muy largo- con algún maestro confuciano antes de que pueda entrar en funciones.