Alguien me pasó una vez cierto documento en donde se describían los equipos de canotaje que participaron en unas competencias internacionales. Estaban los alemanes, ingleses, japoneses, etc., y naturalmente los mexicanos. Básicamente todos los equipos constaban de pequeñas variaciones de entrenador, médico, jefe del equipo y deportistas, excepto el equipo mexicano, que contaba con todos los anteriores más un Director General, su secretaria, dos subdirectores (para los remos del lado izquierdo y los del derecho), un asesor en benchmarking, dos aguadores, un consultor en optimización de recursos y un vocero oficial, que era el encargado (a priori) de explicar por qué no habían ganado. A su regreso al país, el vocero informó que el problema había consistido en que no habían incluido en el equipo a un experto en Seis-Sigma, una revolucionaria teoría japonesa que les hubiera permitido identificar a tiempo los errores que originaron esta derrota.
Este chiste es una metáfora de la burocracia mexicana, de esa necesidad sexenal de dar ocupación a amigos, recomendados y compromisos. Sin embargo, mientras no pase de ahí, este país no corre sino la misma suerte del resto del mundo, como nos lo ilustra lo que sucedió con el emperador bizantino Romano Diógenes en la batalla de Manzikert (1071, territorio actual de Turquía), que había puesto la retaguardia al mando de Andrónico Ducas por recomendación de sus amigos en Constantinopla, y llegado el momento de la verdad, la retaguardia huyó y dejó al emperador listo para que acabaran con él las fuerzas musulmanas.
El verdadero problema aparece cuando el abultamiento de los cargos públicos ya no es la simple burocracia. ¿Que hay necesidad de contratar a Rosa Luz Alegría como Secretaria de Turismo? Adelante, el presupuesto aguanta. ¿Que hay que tener una empresa electrificadora para el país y otra para el DF? Adelante, el presupuesto también aguanta (por un tiempo). ¿Que unos estados tienen once municipios y otro más de 500? Adelante, el presupuesto aguanta. ¿Que hay que nombrar una comisión para que vaya a investigar cómo producen la leche las vacas de Nueva Zelanda? Adelante, para esto está el presupuesto, y así sucesivamente. El problema sube de nivel cuando por decreto se decide que necesitamos más representantes.
En mi opinión y en la opinión del 100% de las personas que he entrevistado, dos senadores por estado y un diputado por distrito son más que suficientes. Como una posición de principio, yo me pregunto para qué queremos tanto legislador fabricando nuevas leyes, si las antiguas todavía no se cumplen. Pero aceptemos que ya los Romanos tenían senadores y estamos siguiendo su ejemplo (me parece más cómoda esa explicación que decir que hemos copiado desde nuestra Independencia el modelo de gobierno norteamericano), y que todas las naciones civilizadas tienen un cuerpo legislativo integrado por senadores y diputados.
En algún momento de nuestra historia se empezó a pensar que no teníamos suficientes legisladores –al menos, esa es la versión oficial- y el número empezó a aumentar. Dos senadores por estado suman un total de 64 senadores, digamos que está bien; sin embargo, nuestra actual Constitución dice que debe haber 128 senadores, y yo, como el 99% de los mexicanos pregunto para qué, descalificando a priori la respuesta de que ese número es para que la nueva sede del Senado no se vea muy vacía. Por el lado de los diputados, la situación es más confusa, puesto que están definidos basándose en distritos electorales, cuyo número que no es fijo, como el de los estados. Por lo tanto, una redistritación del país, por cualquier razón, aumenta automáticamente el número de diputados. El resultado es que ahora padecemos a 500 diputados, 300 elegidos directamente y los otros 200, puestos ahí de acuerdo a un concepto más incomprensible que el Principio de Incertidumbre de Heisenberg (puede conocerse la posición o la velocidad de un electrón, pero no ambos al mismo tiempo).
Indago en los artículos 51 a 70 de nuestra Constitución y sigo sin entender para qué necesitamos tantos senadores y diputados; la ley es clara y dice que son 128 y 500, pero no dice por qué. ¿El trabajo está muy difícil? ¿Ya se acabaron el presupuesto de horas extra? ¿Cada sexenio reescriben la Constitución? Leyendo con cuidado, me aparece ahí una palabra extraña: plurinominal, en donde dice que hay algunos senadores y diputados que no son los que elegimos directamente para que legislen en nuestro nombre, sino de una manera para mí inaceptable en lo que se refiere a representatividad. En mi opinión, el diputado federal de mi distrito es el que ganó la elección; no importa si salió el que yo quería, ese es mi representante. Fuera de ahí, yo no considero tener otro representante diputado.
Aparte de la representatividad, hay dos maneras de ver el asunto: 1) analizar el papel que han tenido estos representantes plurinominales (podrían ser un regalo de Dios a México), 2) ver quién sale ganando con esta disposición.
En cuanto al papel de los representantes populares en general, mi opinión es completamente negativa. Para empezar, como ya dije, este país no necesita más leyes sino cumplir las que ya tenemos. Considerando sin embargo que algunas leyes deben de ser mejoradas (como las incomprensibles leyes fiscales), el panorama que contemplamos ahora los mexicanos es que los legisladores tienen atoradas todas las grandes reformas legales que el país podría necesitar: política y fiscal, por ejemplo. Desde que este país descubrió la democracia vivimos una época en que las Cámaras se dedican a decir que no a todo lo que el Presidente diga sí. Recuerdo con vergüenza de mexicano que le pagaron a Fox con su misma moneda los diputados y senadores, puesto que en su momento él aparecía con orejas de burro para ridiculizar al presidente en turno. Del papel de levantadedos que tenían los diputados y senadores en la época del PRI, pasamos a una etapa en donde es imposible que se pongan de acuerdo en nada, excepto en una cosa: asignarse enormes partidas presupuestales.
Un mal Congreso puede paralizar al país, por ejemplo no aprobando un presupuesto, y tradicionalmente nos tienen en vilo y la aprobación llega en el último minuto de la última sesión del año. Con enorme vergüenza recuerdo el papel de algunos congresistas encaramados en el presídium y tratando de bloquear una toma de poder del nuevo Presidente. No entiendo que personas que fueron electas para uno de los cargos más elevados que pueda otorgar una nación quieran arreglar a golpes y a patadas lo que no pueden arreglar mediante una discusión civilizada. No entiendo que se le echen encima a un diputado que se le ocurrió devolver un sobrante de viáticos. Tampoco entiendo lo que son los plurinominales, ni sé para qué sirven.
Por otro lado, ¿quién sale ganando? El beneficiario directo son los diputados y senadores ungidos por ese extraño concepto legal, que quizá podría haber funcionado, pero los años de experiencia, de 1986 a la fecha, nos demuestran que no han servido para nada. El segundo beneficiario, naturalmente, son los partidos políticos, que ven como botín esos 200 diputados y 64 senadores que no son elegidos directamente, pero que sirven para premiar a los que son fieles o son amigos del líder o les deben un favor, y son parte de la fuerza que los partidos ejercen al momento de las votaciones.
Olvidé una tercera manera de ver el asunto: 3) ver quién sale perdiendo.
La respuesta es muy sencilla: perdemos usted y yo, los ciudadanos. Perdemos porque se gasta más dinero de nuestros impuestos en gentes que no representan al pueblo, sino a los intereses de sus propios partidos. Los electores en los Estados Unidos justifican su voto a favor de uno u otro candidato a la presidencia con las cartas y las indicaciones que les dan sus representados, no pueden votar por el que les dé la gana. Le pregunto a usted, lector: ¿ha sido consultado alguna vez en toda su vida por su diputado o su senador? Para lo que sea, no importa si el asunto era chico o grande. Y ahora lo invito a reflexionar: si los diputados y senadores que representan a nuestros distritos no nos consultan, ¿qué clase de representación es esa?
Y con respecto a esos otros, los plurinominales, definidos mediante la fórmula
¿a quién podrán consultar? El diputado por mi distrito puede llegar a mi casa y preguntar mi opinión, puesto que sabe que él me representa. El diputado plurinominal, asumiendo el milagro de que quisiera consultar con sus representados, ¿a quién le va a preguntar? No hay manera de determinar a quiénes representan, puesto que son elegidos por conceptos extraños como “representación proporcional”, que insisto, es más fácil agarrar quietecito a un electrón (es decir, violar el Principio de Incertidumbre de Heisenberg) que encontrar a los representados de un diputado o senador plurinominal.
En conclusión: ni los diputados ni los senadores nos tienen muy contentos a los mexicanos, pero cuando menos puedo decirle al diputado de mi distrito (Raúl Cuadra) que deje de patear al público en el Estadio León. Los plurinominales, ni me representan ni quiero saber de ellos.
Y ya que no nos tienen contentos, cuando menos ahórrenos el gasto, señores Congresistas. Eliminen a los plurinominales, que no representan a nadie, no les conocemos la utilidad y nada más nos están costando.
Cuando menos, que nos salga más barato.
jlgs / El Heraldo de Ags / 25.6.2011
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