Es natural que las piezas de un aparato sufran desgaste y con el tiempo fallen. Las llantas sufren calentamiento, van perdiendo poco a poco la superficie y después de 50,000 km ya les aparecen las cuerdas de acero debajo del hule; las aspiradoras se desgastan del eje del motor; los focos se funden. Estos son ejemplos de un desgaste normal en los objetos que manejamos. Pero hay más de un tipo de desgaste: por ejemplo yo guardo un celular que utilicé hace como 7 años, pero aunque todavía trabaja, no voy a cambiar mi iPhone por él. Las computadoras viejas de las oficina son canibaleadas en sus partes, porque ya nos soportan el Windows 7 ni tienen más que 640kb de memoria. Este es el desgaste por obsolescencia: el equipo todavía funciona, pero ya hay equipos semejantes con demasiadas características nuevas como para querer usar el equipo viejo.
Estos dos tipos de obsolescencia son legítimos: el primero es natural, el segundo es porque los fabricantes ha sacado artículos con más prestaciones. No podemos decir ahí que haya mala voluntad por parte de los fabricantes.
Pero en un reportaje publicado por Televisión Española (tve) que se encuentra en el sitio http://www.youtube.com/watch?v=3btYLqacz1I se analiza otro tipo de obsolescencia: cuando el fabricante produce sus artículos para que fallen o dejen de funcionar después de un cierto tiempo, o de un número determinado de eventos. No es que se haya desgastado ni que nos ofrezcan algo tan superior que haga indeseable el anterior, es sencillamente que ya deja de funcionar el equipo. El reportaje toma como modelo a una impresora Epson que un buen ya no imprime, mandando un mensaje diciendo que algo anda mal por ahí; el dueño va con el proveedor y escucha una historia larga y triste en donde le informan que tiene que hacer un diagnóstico (con costo), luego tienen que pedir las partes (también con costo) y finalmente echarla de nuevo a andar (también con costo). En resumen, la reparación le cuesta el triple que lo que costaría una impresora nueva, por lo tanto, lo mejor es que se olvide de su impresora descompuesta y se compre una nueva. El cliente va con otros dos proveedores y recibe la misma historia.
Sin embargo, el cliente no se la cree, porque no entiende que una impresora que estaba trabajando bien de repente deje de funcionar por razones misteriosas. Hace una investigación y descubre con internet que hay un ingeniero ruso que se encontró este mismo problema, y siendo Rusia el hogar del 90% de los hackers del mundo, ese ingeniero ya encontró que es un chip que está programado para detenerse a las tantas impresiones. ¿Solución? Reprogramar el chip. El ruso envía al español un programa que hace eso, y la impresora vuelve a funcionar.
Esta historia es un ejemplo de Obsolescencia Programada: un artículo está diseñado para fallar, no para funcionar. Podrá usted alegar que “si se vence el fierro, con mucha mayor razón una letra de cambio”, como contestó el deudor moroso cuando le fueron a cobrar. Pero el punto aquí es que el equipo está diseñado para fallar luego de alcanzar un determinado uso, independientemente de que aquella impresora tuviera bien la cabeza de impresión, el impulsor de hojas funcionara, no tuviera golpes, etc. El fabricante no estaba dispuesto a esperar a vender una nueva al cliente cuando la anterior se desgastara naturalmente, y se decidió a acelerar su obsolescencia.
También con impresoras, a mí me consta que con estos equipos lo caro no es el aparato, sino los consumibles. Tengo una impresora HP Laserjet 1022 que ha funcionado muy bien desde hace 5 años, y estoy feliz con ella… mientras no hay que cambiar el toner. Nada falla, simplemente se gasta el toner y hay que ir por uno nuevo. Actualmente cada toner me cuesta tanto como me costó la impresora nueva (unos $1,200), que incluía un toner nuevo adentro de ella. En una impresora de color en mi oficina sucedió que el “tambor” (no sé qué es, pero así se llama) se descompuso y había que comprar otro, que cuesta un poco menos que la impresora nueva. Aparte lleva 3 cartuchos de toner de color, y cada uno de ellos cuesta $1,800. La cuenta del tambor más los toner’s es superior al valor de una impresora, y decidí ya no usarla y no comprar impresora de color.
El caso más ridículo (con perdón de las mujeres) de obsolescencia programada es la moda en el vestido: varias veces al año Liverpool y El Palacio de Hierro anuncian la colección de primavera o verano u otoño o invierno, y los anuncios de estas tiendas son en el sentido de que lo de la temporada pasada ya no sirve, porque ya no está de moda. Me pregunto qué innovación tan fundamental hay en el vestido de otoño que obligue a las mujeres a olvidarse del que compraron en la primavera. Los hombres también sufrimos de la obsolescencia en la ropa, pero a un paso mucho más lento, los ciclos en la moda masculina son mucho más largos que en la femenina. Nunca oigo a mis amigos decir “lo que está de moda este año son los trajes sastre con pantalones a rayas y pañuelo de color morado” o algo por el estilo, posiblemente porque no tengo amigos metrosexuales. Pero en cambio con muchas mujeres, en todas las edades, a partir de que brincaron de la cuna para afuera, escucho frases de ese estilo. Me acuerdo de mi madre, que se fijaba en esas cosas y tenía un muy buen gusto para vestirse, pero ella se cosía sus prendas, y nunca tuvo que sangrar a mi padre con demandas de ese estilo.
Los casos que he mencionado podríamos dividirlos en tres:
- Cuando la cosa falla
- Cuando el fabricante hace fallar la cosa
- Cuando ya no queremos la cosa
Y los casos que nos interesan son 2 y 3. Usted puede observar que la mayoría de las aspiradoras que se venden actualmente son de plástico en casi todas sus partes: naturalmente, el plástico aguanta menos que el fierro, y se acaban relativamente pronto. En la oficina tengo una aspiradora vieja que se ve muy maciza y tiene muchos componentes de fierro, así que cuando le empezaron a salir chispas del motor la llevé a servicio, donde por $600 me la dejaron como nueva. El técnico se deshizo en alabanzas de esa aspiradora y me dijo que “ya no las hacían como antes”. Cuando el fabricante le pone componentes de mala calidad o peor aún, diseñados para que al cabo de un tiempo fallen, está practicando la obsolescencia programada. Lo hace así por negocio, para acelerar el ciclo compra-uso de producto-desgaste-nueva compra y poder vender más. En mi opinión es incorrecto, pero el mundo moderno está metido en una dinámica en que intentar desacelerar a las empresas produciría un caos económico que perjudicaría a todos.
En 1954 los fabricantes de EEUU se dieron cuenta de que las cosas que producían duraban demasiado. El consumidor mandaba decir misas por el fabricante, pero no le volvía a comprar. Hubo necesidad de planear las cosas para que el consumidor comprara algo un poco mejor, un poco más nuevo, un poco más pronto de lo que era necesario, palabras con las que el ingeniero Brooks Stevens pasó a la historia. De Henry Ford decían que contestaba usted puede ordenar su auto Modelo T del color que quiera, siempre y cuando sea negro cuando le preguntaban por características cosméticas del modelo T. Por el contrario un siglo después, cada año nos quieren vender la ilusión de que el nuevo modelo es infinitamente mejor que el anterior, porque le cambiaron los faros, o las salpicaderas, o el color de las vestiduras. Todas las marcas ofrecen un sinfín de variedades en cada modelo: austero, trendline, top-of-the-notch, lo-máximo, sublime-y-majestuoso, etc., y yo extraño los tiempos en que el Vocho era el Vocho.
Efectivamente, las empresas y el mundo económico moderno están trabajando para convertir al hombre moderno en consumidor. En la muy sabia Declaración de Independencia de EEUU, Thomas Jefferson escribió que
Consideramos estas verdades evidentes por sí mismas: que todos los hombres fueron creados iguales, que fueron dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…
El resultado, 235 años después, es que la felicidad del hombre se ha convertido en la búsqueda de confort, de novedades, del auto más nuevo, la ropa de moda, el iPhone y el iPad. Los fabricantes ponen de su cosecha, ofreciéndonos automóviles mucho mejores que los de hace 50 años, que en algunos aspectos son más duraderos (p. ej., los motores) pero en otros se vuelven más frágiles porque tienen tantos componentes de confort y “felicidad”, que es mucho más fácil que algo se descomponga. Los individuos ponemos de nuestra parte buscando novedades o simple y sencillamente cambiar por cambiar. Los bancos aprovechan la ola y se ofrecen gentilmente a financiarnos. Yo me pregunto si mi padre era más feliz en 1960 que yo ahora: ni siquiera había televisión en casa (gracias a Dios), así que él se entretenía leyendo o jugando futbol con sus hijos. Cualquiera de los coches que él tuvo no se compara con los que tenemos mis hermanos o yo, pero no creo que eso nos haga más felices. Para él fue un triunfo conseguir su primer coche, y en mi caso, hace unas semanas escuché una sabia opinión de mi hermano Fernando que “quizá” los jóvenes de ahora ya no aspiren a un VW sedán, como nosotros lo queríamos.
Es muy difícil ser una isla en medio de este mar de consumismo. Todas las semanas recibo ofertas impresas de las tarjetas de crédito para viajar o comprar cosas que no me hacen falta. Todas las semanas se desperdician toneladas de papel enviando a las casas publicidad de todo lo que se puede vender. Yo puedo resistir la oferta de un Home Theater, pero soy débil cuando amazon me envía una lista de libros de historia (o de matemáticas, o de ciencia, o de literatura… ), y creo que actualmente no existe ningún Diógenes que únicamente le pediría al Emperador Consumismo que se hiciera a un lado para recibir mejor el sol. Creo que cada uno de nosotros tiene alguna debilidad por consumir; yo justifico la mía diciendo que los libros son lo máximo, etc., pero igual oigo a adolescentes ponderando el Blackberry que por fin les dio su papá.
Además del gasto innecesario, esta carrera consumista tiene otro problema: la basura. El documental español que mencioné retrata unos lugares en Ghana, país pobre entre los pobres, en donde los países industrializados envían contenedores con lo que a ellos ya no les sirve: monitores, licuadoras, computadoras, celulares, etc. Se ve un paraje desolado, como un enorme basurero, en donde los ghaneses están desbaratando o rompiendo los objetos para ver si hallan algo útil, como cobre o piezas de metal. Una vez desbaratado, lo no utilizado se queda ahí, a la intemperie, y Ghana se está convirtiendo en un basurero. Sin ir más lejos, en Aguascalientes y en todas las ciudades que visito recorro calles caminando y veo aquí y allá bolsas de plástico tiradas en la banqueta, en los parques, en la calle, junto a los ríos. En México ya vivimos una advertencia del problema de la basura hace unas semanas, cuando estuvo de moda publicar noticias que hablaban de los problemas que tiene la Cd. De México para disponer de un basurero adecuado.
En resumidas cuentas, el mundo está metido en una dinámica de producir, producir, producir, y los individuos tenemos que comprar, comprar, comprar (de preferencia a crédito), so pena de que quiebren las grandes empresas y la economía se paralice. Y en el camino, nos estamos llevando entre los pies al mundo, por la enorme cantidad de desechos que se están produciendo. Parece que Thomas Jefferson no tenía razón.
Nota: el autor agradece a Luis Fernando Méndez, de Xalapa, la sugerencia de tratar este tema y la información sobre el documental español.
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