De las lecturas de mi juventud, algunas sobresalen; entonces conocí a Borges, a Chéjov, a Spivak y a Mika Waltari, quien escribió una obra estupenda: Sinuhé el Egipcio. Superficialmente se trata de una novela de aventuras, ya que narra los viajes de un médico por el mundo conocido por los occidentales en tiempos de los faraones; tres países sobresalen en estos viajes, Egipto, Creta y Babilonia. La obra engancha por sus aventuras, pero también es una reflexión sobre el mundo, hecha por una especie de Quijote egipcio, acompañado de su Sancho Panza, el esclavo Kaptah. El libro mezcla descripciones de ciudades que no conocimos, la geografía del lugar, costumbres y vestidos de la gente, sicología de las diferentes regiones, y como fondo constante, el mismo hombre que con diferentes ropajes, lenguas y costumbres, habita la Tierra. Describiendo a Babilonia, Sinuhé narra:
…los dioses eran también generosos y propicios y gozaban con las suntuosas ofrendas. Los ricos se enriquecían todavía más y los poderosos ampliaban su poderío, y los pobres eran más pobres todavía, como los dioses lo han prescrito, de manera que cada cual estaba contento con su suerte y no murmuraba. Tal me parece este pasado que no volverá más; el tiempo en que yo estaba en la fuerza de la edad y no cansado por los largos viajes, mis ojos tenían curiosidad de ver cosas nuevas y mi corazón avidez de saber.
Esto puede decirse de cualquier país medianamente próspero, en cualquier época y lugar.
En Babilonia, el rey le toma afecto a Sinuhé y se beneficia de su arte en la medicina, porque traía conocimientos y técnicas desconocidas allí; en particular, la trepanación del cerebro, que Sinuhé aprendió en Egipto y que le sirvió para atender muchos casos en sus viajes. El rey quiere a Sinuhé, pero se entretiene y se divierte con Kaptah, el esclavo; alguien descrito como Sancho Panza, un hombre feo y obeso, con un humor y una sabiduría de pueblo, con sensatez para las cosas del aquí y el ahora, que no las da como consejos paternales, sino como lo hace Sancho Panza, aprovechando la ocasión para hacer mofa de algo. Y el rey quiere quedarse con Kaptah, porque lo divierte; ofrece honores y dinero a Sinuhé, pero el amo también está encariñado con su esclavo, y a su manera, lo cuida. No llegan a un acuerdo, y aparentemente el asunto queda ahí, el rey conforme y aceptando una decisión que no fue la suya.
Un atardecer Sinuhé encuentra a una turba de soldados, parte de la guardia real, corriendo por las calles y haciendo alboroto. Los sigue y va a dar a Palacio, donde todos beben y bailan, al rey lo han despojado de sus vestiduras y de su corona, queda desnudo ante todos pero no le hacen caso, buscan a Kaptah para coronarlo rey. Lo encuentran en un rincón, reposando la comida y la bebida, rehuyendo el trabajo y reusando cualquier ocupación; le quitan sus vestidos de esclavo, lo visten con la túnica real, lo ciñen con la corona y se postran ante él. Uno a uno, los soldados de la guardia real se dirigen a Kaptah como a su rey, cercana su frente al suelo y dirigiendo palabras que solamente son para un rey. Todos, salvo Sinuhé, parecen estar de acuerdo en que Kaptah es el rey lo y veneran como majestad. Sinuhé no entiende nada, los soldados están demasiado borrachos para preguntarles, la gente del pueblo no estará informada, solamente queda el antiguo rey para averiguar la verdad. “Cada año, un atardecer elegimos a alguien para que sea nuestro rey por un día. En ese tiempo goza de todos los honores, puede visitar el gineceo y gozar de sus mujeres, puede emborracharse y decir lo que quiera; se le presentan casos y él administra justicia, el puesto dura un día exactamente; al siguiente anochecer se le da un vino mezclado con veneno, él se duerme siendo rey y no despierta, porque nadie excepto yo puede ser rey, ni siquiera un instante.” Sinuhé pregunta quién eligió a Kaptah, y fue el rey mismo, que quiso gozar en 24 horas del ingenio y las ocurrencias que Kaptah le hubiera dicho en la vida, si lo hubiera comprado.
Sinuhé quiere alertar a Kaptah, diciéndole que huyan mientras tienen tiempo, porque no va a salir nada nuevo de esta farsa, pero le responde el esclavo:
Tus palabras son como zumbido de moscas en mis oídos, no he oído jamás algo tan estúpido. ¿Marcharme cuando este pueblo simpático acaba de nombrarme rey?
Los soldados se llevan a Kaptah para administrar justicia, y le presentan casos para que muestre su sabiduría. Un hombre se postra y expone el problema: tiene cinco años de casado, no ha procreado hijos; la mujer lo engaña con un soldado, quien es alto y fuerte y no se atreve a enfrentarlo. La esposa ha dado a luz un hijo, y no sabe si es del soldado o de él mismo, y pregunta al rey qué hacer, y especialmente quiere que le diga si el hijo es suyo o no.
Kaptah mira alrededor con angustia, porque ciertamente no conoce la ley ni sabe de quién es el hijo, pero se repone y ordena:
Coged unos palos y apalead a este hombre para que se acuerde de este día. Merece la paliza porque me molesta por una tontería: ¿se ha oído jamás hablar de un hombre que dejó su campo inculto y luego venga a quejarse de que otro lo sembró y quiere que le entregue la cosecha? No es culpa de la mujer sino del marido que ella haya puesto sus ojos en el soldado, y por eso merece ser apaleado.
La gente ruge de emoción, apalean al marido quejoso y cornudo, y Kaptah sigue administrando justicia en forma parecida, para deleite de toda la multitud que abarrota el Palacio de Justicia. Un comerciante rico y corpulento se queja de que fue al templo de Ishtar a comprar la virginidad de una muchacha, pero se indispuso y cuando regresó, ella ya se había entregado a otro; exige justicia comparando el bien que había comprado con un jarro que le quieren entregar roto.
Verdaderamente no he visto tanta estupidez, este cornudo pretende burlarse de mí. Si el imbécil no estuvo cerca para gozar de lo que había pagado, es justo que otro aproveche el momento. Además, la muchacha lo invitaba a divertirse con él después, ¿por qué no aceptó? Puesto que confunde a las muchachas con jarros, lo condeno a no divertirse en adelante más que con jarros y nunca más tocará a una muchacha.
El pueblo quiere más justicia, pero Kaptah está harto, y pide que lo lleven al gineceo real. En teoría puede divertirse con quien quiera ahí, pero el verdadero rey está prendado de una muchacha que acaba de adquirir y no quiere que se la toquen. Dentro del gineceo, lo reciben las esclavas viejas que están ansiosas de recibir a un hombre, pero Kaptah fija sus querencias y encuentra a la preferida del rey, quien le resulta muy brava, lo araña y lo golpea, le pone morado un ojo y él sale despavorido reclamando a la guardia para que castigue a la muchacha. Todo mundo está feliz con este espectáculo, continúan bebiendo y festejando lo que hace Kaptah.
Al llegar el siguiente anochecer, le dan un vino que Sinuhé ha intervenido, mezclando una pócima que simula la muerte en vez del veneno, y consigue salvarlo, metido adentro de una vasija, huyendo para siempre de Babilonia; dejan atrás ese carnaval, al rey que los quería a los dos, para seguir su propio destino.
Yo creo que esta historia es una leyenda que recogió Mika Waltari en algún lado, pero no he podido averiguar su origen; tuvo que estudiar e investigar las vidas de los pueblos que describe, llenando muchos huecos puesto que algunas de esas civilizaciones se perdieron para siempre, como la de Creta. Este es uno de esos pocos libros que pueden leerse con satisfacción a todas las edades; divertirá en la juventud, en la vejez uno se sentirá identificado con el narrador, quien cuanta su historia ya viejo y achacoso y con la nostalgia del recuerdo que seguirá siendo recuerdo, nunca volverá a la vida.
La historia de este bufón elevado a rey me ha estado recordando a Trump durante muchas semanas. También está feo, es gordo, es desagradable, pero es “un regalo de Dios para los caricaturistas” y nadie en muchos años, con excepción de Hitler, ha hecho verter tanta tinta en torno a su persona. También lo eligió una turba borracha, metafóricamente hablando: todos los norteamericanos blancos, resentidos, blue collar, con instrucción limitada y dispuestos a creer que Estados Unidos puede volver a ser el #1 a pesar de que este mundo es diferente del de 1970; a alguien se le ocurrió la puntada de que quería ser rey –precisamente a Trump- y la turba de votantes de regiones rurales o industriales, las regiones menos favorecidas y menos instruidas, decidieron creer, no analizar, la demagogia resentida y triunfalista de Trump, que por la mera fuerza de voluntad resucitaría la industria del carbón, aunque el mundo ya se ha dado cuenta -¡hasta en mi propia oficina¡- que el sol es gratis y que unos pocos metros cuadrados de paneles solares bastan para bajar la cuenta de luz hasta el mínimo aceptable para la CFE, unos $100 pesos. Trump bloqueó y presionó a unas pocas industrias para que echaran a andar plantas en EEUU en vez de México, como Carrier, hubo gran alboroto por unos 800 puestos de trabajo, se cantaron loas al salvador de la clase obrera norteamericana, irónicamente un billonario, y poco a poco las cosas vuelven a la normalidad en Carrier y otras empresas, bajando los empleos al mínimo, porque así son las empresas, así es el capitalismo, así son las cosas y así serán.
El gobierno de Trump es, efectivamente, el reinado del rey bufón: nos da de que hablar a todos, hace albergar esperanzas a los más ignorantes, utiliza un vocabulario de 77 palabras, lo que dice hoy podrá ser contradicho mañana, sustituye la prueba documental por el slogan “believe me”, no le cuadran las cuentas ni le cuadrarán, porque es flojo, su “art of deal” consiste en presionar brutalmente a la contraparte para que ceda, y su inteligencia no alcanza a distinguir el alto oficio del puesto que tiene del trabajo de un CEO; tampoco tiene tiempo ni inteligencia para leer la constitución ni para enterarse de que existe la 25ª Enmienda, que abre un cauce para quitarlo del puesto. No es sabio ni cultivado, es astuto: probablemente esta astucia lo llevó a designar para su gabinete a los más ineptos que encontró, siempre y cuando sean serviles y nunca vayan a voltearse contra él.
Mientras tanto, el mundo sufre y se divierte. Antes era cada semana, pero últimamente en forma diaria se pelea con alguien, insulta a un soldado, al padre de un soldado muerto “at the service of his country”, a los de la NFL, reta a su Secretario de Estado a un concurso de IQ, insulta a México, a Corea del Norte, a Inglaterra, a Puerto Rico, se queja de que es injusto que Alemania tenga superávit comercial, ofende a senadores de su partido, minimiza a los demócratas; todo aquel que no piensa como él –se salva nada más quien no piensa pero opina como Trump- puede ser objeto de sus mofas. Domina a fondo el arte arcano de enemistarse con todos, de pelearse con su propio partido, es un pequeño plutócrata que por un error estocástico, o porque hay muchos parecidos a él en EEUU, llegó a ser rey por inconveniencia.
Yo me pregunto cuándo terminará esta payasada, cuándo meterán a Trump –simbólicamente hablando- en una vasija y se desharán de él para siempre. El rey bufón puede divertir un día, una semana, un mes; puede hacer reír a propios y extraños, llenar las ocho columnas de todos los periódicos del mundo, ser la musa del peor de los caricaturistas, pero no puede gobernar. El arte de gobernar, ese sí es arte: implica conocimientos del país, de economía, de relaciones con el mundo, de fortalezas y debilidades frente a todo escenario plausible, y sobre todo, requiere conocer a las personas, la habilidad de establecer puentes de comunicación con amigos y enemigos, para que todos, estén a favor o en contra, actúen como él lo necesita, o al menos para que no le estorben. Gobernar implica habilidad para negociar en grado sumo, porque en esta época no existen los autócratas, y en Estados Unidos, más que en cualquier otro país, creen en su constitución y en la interpretación literal de algunas de sus provisiones, como la separación de poderes, la libertad de expresión y la de poseer armas. Nunca ha sido necesario, pero también creen en la Enmienda 25.
Ninguna de estas virtudes la posee Trump, y es claro que amigos y extraños lo saben, cualquiera que tengo ojos para ver y cabeza para analizar. Está llevando a EEUU al n-ésimo lugar en muchas áreas en los cuales se sentían ellos únicos y excepcionales: como economía, fuerza exportadora, investigación e innovación, ejemplo de libertad y de legalidad, vivir bajo un estado de derecho, eran un beacon of liberty (faro de libertad, la expresión no es mía). Lo que les está quedando nada más es ser el primer lugar en venta de armas y en gasto militar (20% del presupuesto federal), gasto que yo estimo los está llevando poco a poco a un mayor endeudamiento y eventualmente a la quiebra.
Yo creo que esto tiene que terminar forzosamente, pero la última palabra la tienen los republicanos, principalmente los inútiles y cobardes senadores y diputados, que durante años estuvieron criticando al Obamacare y ahora que tienen todos los controles en sus manos, son incapaces de aprobar otra legislación de salud. No es lo mismo criticar que hacer, o equivalentemente prometer no empobrece, dar es lo que aniquila, como decimos en México. Este Congreso y este presidente van a pasar a la historia como los peores de Estados Unidos, pero son tan nocivos y tan inútiles que es posible que permitan a Trump terminar su período.
Este fastidiado aprendiz de escritor y también, creo yo, el mundo entero, estamos hartos de la jornada de desatinos que presenciamos y esperamos que llegue pronto ese anochecer donde terminará el reinado del rey bufón.
Por otro lado, mientras eso sucede: lea Sinuhé el Egipcio, le va a encantar.
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Extraordinario artículo.
Y sí, “Sinhué el Egipcio”
la obra del escritor y dramaturgo M Waltari es un libro extraordinario.