Las guerras modernas terminan en empate. Podemos listar a Vietnam y Afganistán, puesto que ninguno de los ejércitos en lucha destruyó al otro; también a Iraq, porque después de quitar a Saddan no han podido instalar un gobierno “democrático” tal como lo prometía Bush; la lucha contra el terrorismo, que hasta el momento solamente ha polarizado al mundo, y la guerra contra el narco en México. Algunas de esas guerras tienen causas y consecuencias también militares: la “lucha contra el terrorismo” de los Estados Unidos se enfrenta, entre otras cosas, a las armas que han ido dejando regadas por el mundo los norteamericanos y que cayeron en manos de los extremistas; la guerra contra el narco en México está financiada por los consumidores de droga norteamericanas y alentada por la industria armamentista, que contribuye con su granito de arena a atizar ese fuego. El trasfondo numérico de estos hechos es el 20% del presupuesto federal que los Estados Unidos dedican a Defensa (aproximadamente US$600,000 millones anuales), es decir a sostener su ejército y a producir más armas. Para que estos conflictos realmente terminaran, se necesitaría que EEUU reconvirtiera su industria militar a usos puramente civiles, lo que es menos probable que ganar el siguiente Melate.

Las guerras económicas de hoy en día también participan de esa suerte indecisa; el motor de la indefinición en el resultado es la extraordinaria interdependencia que las naciones del mundo tienen entre sí.

El caso más notable es el de China y Estados Unidos. Actualmente la balanza comercial es favorable a China en unos US$350 billones, los chinos felices porque acumulan dólares, actualmente se calcula que tienen guardados US$1,000,000 millones, y los norteamericanos preocupados por la disparidad. ¿Qué va a hacer China con tanto dinero, qué va a hacer EEUU para contrarrestar el déficit?

Por un lado está la opción extrema para los chinos: pueden poner a la venta esos dólares, con lo que anularían el valor mundial del dólar por exceso de oferta, hundirían la economía norteamericana, eso provocaría un caos económico mundial y todos saldrían perjudicados, en particular los chinos porque ni EEUU ni nadie podría comprarles. Más prudente será, creo yo, seguir acumulando y guardando, desarrollar empresas propias (sin capital extranjero), comprar o desarrollar tecnología, invertir en el extranjero, y subsidiar lo que haya que subsidiar para que los productos chinos sean competitivos.

También hay una opción extrema para Norteamérica: imponer un arancel del 40% a las importaciones de China con la esperanza de que las grandes corporaciones repatriaran su producción a Estados Unidos –ya no tendría gran utilidad fabricar en China-, pero entonces tendrían que pagar sueldos norteamericanos y no chinos, por lo tanto los costos subirían para el consumidor. Es algo parecido a lo que dice Trump que va a hacer con México: imponer un arancel a las importaciones desde aquí. Supongamos que lo hace. A los mexicanos nos pican la cresta y contestamos diciendo que de aquí en adelante todo producto norteamericano pagará un arancel, en particular el maíz que importamos en enormes cantidades y que es producido en el Medio Oeste norteamericano, y que mejor lo traeremos de Brasil, de Argentina o hasta de la Antártida. Se suspende la exportación de maíz desde EEUU, y todos los productores del Medio Oeste, que actualmente tienen un mercado garantizado, repentinamente se quedan con el producto embodegado sin saber a quién vender, y ese trenecito de fichas de dominó que es la economía de EEUU[1] se cae completo. Si Trump quisiera vender maíz a otro país, tendría que tener un acuerdo aduanal que beneficiara también al otro país, algo parecido al Tratado de Libre Comercio (TLCAN) al que pertenecen EEUU, México y Canadá, es decir, haría un hoyo para tapar otro. Por razones como ésta, no creo que vayan a poner un arancel a las importaciones chinas ni que el TLCAN vaya a ser modificado sustancialmente.

Pero la historia es más complicada y más interesante, no se trata de un fenómeno que se presentara espontáneamente, sino es un movimiento económico que se ha venido cultivando durante siglos, más concretamente, desde que los ingleses, hacia 1800, decidieron evitar la política de conquista que habían seguido España y Portugal y en su lugar eligieron la guerra económica. Parte de sus motivaciones era, naturalmente, haber perdido su propiedad más preciosa, las colonias inglesas en América que se habían independizado recientemente, dándose cuenta de que la dominación militar no era el camino.

Los Estados Unidos siguieron creciendo en extensión, primero adquiriendo de Francia la Luisiana y después librando una guerra de conquista contra la población nativa para apoderarse de todo el terreno desde el Atlántico hasta el Pacífico. La expansión militar se terminó hacia 1850, después de que se quedaron con la mitad del territorio mexicano en la guerra de 1847. Las adquisiciones posteriores (el Territorio de Oregón y Alaska) fueron compras hechas a Inglaterra y a Rusia, no conquistas. Habiendo adquirido casi todo el terreno que ahora tienen, decidieron que de ahí en adelante buscarían el engrandecimiento de su país mediante la economía, no mediante la guerra. La prueba de fuego fue Cuba, un territorio que los mismos fundadores codiciaban desde el siglo XVIII, y que cuando se presentó la oportunidad, en 1895, se contentaron con ayudar a los cubanos a conquistar su independencia de España, sin anexarse el territorio.

La política norteamericana se orientó a hacer negocios con todo el mundo, proteger a sus empresas cuando estuvieran en peligro, declarar a América su zona de influencia y organizar uno que otro golpe de estado para que cierto país cambiara su gobierno por otro más favorable a los intereses de EEUU, pero evitando lanzarse a guerras de conquista. El país creció junto con sus empresas, y hacia 1945 la economía norteamericana era indudablemente la más fuerte del mundo, la que decía lo que se hacía y lo que no podía hacerse. A partir de entonces, en que afortunadamente no hemos vuelto a ver guerras como la Segunda Guerra Mundial, en todo el mundo se desarrollaron nuevas economías fuertes, en particular Alemania, Japón y China, quienes gradualmente fueron disminuyendo el porcentaje de la economía mundial que había llegado a acaparar EEUU.

Las empresas norteamericanas crecieron al cobijo de su gobierno y aprovecharon el crecimiento territorial para crear grandes fortunas: nombres como Stanford, Carneige, Rockefeller, Vanderbilt representan familias que se hicieron aprovechando las condiciones de crecimiento acelerado que vivía el país. Por ejemplo, Leland Stanford, gobernador de California que había hecho su fortuna con los ferrocarriles, creó la Universidad de Stanford, donde han juntado 21 premios Nobel. Podemos verlo así: el gobierno aprovechó la oportunidad y creó condiciones para que los más visionarios sobresalieran, por ejemplo con concesiones de ferrocarril, pero los empresarios beneficiados correspondieron con su país, creando universidades y fundaciones y bibliotecas. La relación Estado-Empresas se convirtió en algo favorable para los dos, y poco a poco las empresas fueron adquiriendo poder político, en particular mediante la facultad de hacer contribuciones a las campañas, ayudar a ganar gubernaturas o escaños en el Congreso, y tener amigos en el poder.

Esto funcionó más o menos hasta 1950, cuando las empresas norteamericanas eran 100% norteamericanas. A partir de entonces, en parte por la bandera ideológica del libre comercio y en parte por los avances tecnológicos, las comunicaciones mejoraron, el mundo se hizo más chico, y cuando antes había que comprar un barco para trasportar cien millones de dólares de América a Europa, actualmente se puede hacer a través de internet en segundos. Para las empresas, esto significó que aunque sus mercancías tuvieran que viajar por barco o por avión, su dinero podían tenerlo donde quisieran. Hacia 1980 entró China a la escena económica mundial, en 1992 se firma el TLCAN, y acuerdos semejantes empiezan a aparecer en todo el mundo, todo con el objetivo de favorecer el tránsito de mercancías y los negocios entre países. Quizá no fue la intención principal, pero las grandes empresas vieron una oportunidad: llevarse la producción a donde tuvieran que pagar menos, como China, México, Filipinas, Tailandia, etc. Así, las grandes corporaciones se encontraron en el mejor de los mundos posibles: podían producir donde fuera barato, vender donde fuera caro, y tener sus capitales donde les conviniera, es decir, donde pagaran menos impuestos. Las grandes corporaciones repentinamente dejaron de sentir amor por su patria, y aunque tienen el corporativo en Estados Unidos, la producción está en China, la venta en todo el mundo, y los impuestos… donde se pague menos, por ejemplo el caso de Apple, que vendió en España en más de 76 millones de euros y pagó de impuestos 143,000 euros.

Mientras tanto, los Estados Unidos han seguido gastando como si el mundo se fuera a acabar mañana, tienen que mantener su complejo industrial-militar, los estándares de vida siguen siendo altos y el gobierno se endeuda más y más. Estados Unidos dejó de ser un exportador de mercancías, para convertirse en un exportador de deuda. Al mismo tiempo, las empresas quieren pagar menos impuestos y los republicanos en el poder quieren favorecerlas bajando impuestos, pero se encuentran ahora ante una enorme encrucijada, representada por el problema del déficit comercial con China y la decisión de imponer o no imponer tarifas a los productos chinos. Un problema extra que tienen los congresistas republicanos en su deseo de quitar impuestos a las corporaciones, porque esto crearía un déficit de ingresos vs. gastos, que habría que reponer de alguna manera, y no pueden seguir acumulando deuda ni imponer impuestos a la población beneficiando a los más ricos porque sería suicida políticamente. El mundo se acostumbró a la permeabilidad de fronteras para el tránsito de mercancías, y ningún país puede unilateralmente imponer sanciones tarifarias a otro, porque le pagarían con la misma moneda.

En Estados Unidos les gusta hablar de su presidente como “el hombre más poderoso del planeta”, pero yo creo que no es así. Trump está atado de manos, tanto por su persona y su incapacidad, como por circunstancias externas. Ese creador del mítico libro The Art of the Deal, ni siquiera puede negociar con su propio partido para sacar adelante una nueva ley de salud, como lo probó el fiasco de su intento por quitar el Obamacare, y hemos analizado los problemas que enfrenta él relacionados con las importaciones y cambios a los impuestos. Me parecen mucho más poderosos Vladimir Putin y Xi Jinping, quienes gobiernan países menos glamorosos que Estados Unidos pero tienen mucha mayor libertad para decidir lo que consideren más adecuado.

El mundo moderno se ha movido los últimos años bajo ciertas premisas:

  1. libertad para el individuo y para las empresas
  2. relaciones económicas basadas en la oferta y la demanda
  3. facilidad de tránsito para los individuos
  4. libertad para las empresas, traducida en
    1. libertad para producir donde convenga, es decir donde haya mano de obra barata
    2. libertad para vender donde puedan colocar sus productos, idealmente los mercados más caros
    3. libertad para establecer su domicilio donde paguen menos impuestos.

La consecuencia es que empresas y gobierno se están enfrentando, se ha roto aquella simbiosis de 1850 en donde el mundo era California, había que hacer ferrocarriles y el territorio norteamericano bastaba para crear fortunas fabulosas. Los países ahora compiten por atraer capitales, aunque sea nada más para que los tengan ahí, como el caso de Londres, mientras las operaciones se realicen en otro lado. Un ejemplo de esta dependencia del capital en las fronteras permeables es precisamente la City de Londres, donde están establecidos muchos corporativos que posiblemente cambiarán su sede a Europa continental cuando Inglaterra consume el Brexit.

Trump está atado de manos, como lo están casi todos los presidentes del mundo. Con China y con México va a renegar acerca del “worst deal ever”, pero terminará por hacer muy poco para cambiar los tratados que existen entre Estados Unidos y el resto del mundo. México y China tienen manera de ejercer presión sobre Trump: por nuestra parte, una porción considerable de la agricultura norteamericana está basada en mano de obra barata de mexicanos, y los chinos son los únicos que pueden influir en Corea del Norte, otro quebradero de cabeza para Trump y para el mundo.

[1] En realidad, la economía de cualquier país es como un tren de fichas de dominó.

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