Por razones que solamente los norteamericanos entienden, Iowa y New Hampshire son muy importantes en las elecciones: son estados son poca población, no tienen muchos votos electorales, pero sin embargo hay un consenso de que ahí se deciden las cosas, creencia probablemente más relacionada con el azar que con otro motivo, y esos dos lugares son efectivamente una especie de amuleto de la buena suerte que todos los partidos, precandidatos y candidatos ansían poseer.
En este momento (enero de 2016) se están decidiendo los candidatos de los partidos, y el estado de Iowa está en el foco de atención de la próxima convención republicana: ¿a quién apoyarán los de Iowa? ¿Trump, Jeb Bush, Ted Cruz? Con el convencimiento de que se juegan el destino, los precandidatos han hecho lo que debe hacerse en la democracia moderna: inundar de publicidad Des Moines, capital del estado. La noticia publicada en The Guardian el pasado 18 de enero[1] nos dice que en esa ciudad (más chica que Aguascalientes), los grupos que apoyan a los precandidatos republicanos han gastado unos US$ 6.5 millones, calculando un promedio de US$23 dólares por cada habitante. Des Moines no es una población especialmente importante en los Estados Unidos, el estado de Iowa tampoco figura con frecuencia en las noticias; de hecho, ocupa el lugar nacional número 73 en términos de hogares con televisión, y sin embargo las televisoras, radios y periódicos de Des Moines están haciendo su agosto durante enero, gracias al financiamiento de los precandidatos. Lo único especial de 2016 es que cada cuatro años se contempla la misma historia: precandidatos y candidatos gastan a manos llenas en publicidad para conseguir la nominación primero y los votos electorales después.
Y aparentemente, ese es todo el secreto de ser nominado y de ser elegido: contar con los suficientes millones de dólares para estar permanentemente en la conciencia de los ciudadanos, a través de entrevistas, anuncios pagados, spots de tv y de radio, volantes y toda la parafernalia que es la moderna mercadotecnia. Donald Trump lleva ventaja sobre sus demás competidores: dispone de una fortuna personal que está dispuesto a gastarla en propaganda. Los demás precandidatos republicanos han tenido que remontar la corriente, pero por ejemplo Jeb Bush, a través de uno de sus grupos de ayuda, ya ha juntado US$100 millones para apoyar su campaña, de los cuales se ha gastado US$1.2 en Iowa. Con estos pocos datos es fácil de entender por qué los precandidatos están o no están en la mente de los habitantes de Des Moines o de cualquier otro lugar de Estados Unidos: gastan lo suficiente en publicidad a través de los medios masivos de comunicación, o no gastan.
Esta situación sugiere dos reflexiones. La primera, muy conocida ya, es que la moderna democracia no se gana con ideas ni con ideales, sino con publicidad. La segunda es una pregunta: ¿cuáles son los medios legales en Estados Unidos para que un candidato pueda disponer de dinero para sus campañas? En México ya los conocemos: el gobierno federal tira a la basura unos cuantos miles de millones cada vez que hay elecciones, regalando ese dinero a los partidos políticos, y no se permite que otras organizaciones ni que individuos aporten a las campañas.
El caso de Estados Unidos es sui-géneris, conviene conocerlo un poco. La carrera armamentista que es la lucha por publicidad entre los candidatos vuelve insuficiente el financiamiento que puedan recibir de los partidos políticos, y la ley ha reconocido otras vías para financiamiento: los PAC’s y los SuperPAC’s, acrónimos de Political Action Commitee, que son organizaciones creadas para recaudar fondos y aplicarlos en apoyo a las campañas políticas. Los PAC’s tienen restricciones para recaudar fondos y para gastarlos, por ejemplo no pueden aportar más de US$5,000 a un candidato en su elección, pero pueden gastar lo que quieran si el gasto es “independiente” de un partido político o de un candidato, lo que no es sino una forma legal de hacer la vista gorda al gasto en campañas, porque hay incontables maneras de apoyar a un candidato sin hacerlo abiertamente. Las campañas, sus votaciones y los gastos de campaña están vigilados en Estados Unidos por la FEC, Federal Election Comission.
En este contexto un asunto muy importante es cuánto pueden aportar los individuos o las corporaciones en apoyo a sus candidatos, y en general para acciones de matiz político. Anteriormente existía un tope a las contribuciones que pudieran hacerse, lo que impedía que las grandes corporaciones, que manejan mucho dinero e inevitablemente tienen interés en que salga un candidato y no otro, invirtieran a su arbitrio en campañas políticas; “invertir” es la palabra exacta. En 2010 se decidieron dos casos muy importante que habían llegado a la Suprema Corte: Citizens United v. FEC, y Speechnow.org v. FED. Lo que la corte decidió en esas ocasiones sentó un precedente convertido en ley: de ahí en adelante, los individuos y las corporaciones podrían aportar a las organizaciones políticas tanto como quisieran, siempre y cuando los recipientes no lo gastaran directamente en los candidatos ni en los partidos. Para aprovechar esta libertad empezaron a aparecer los SuperPAC’s, organizaciones que recaudan fondos ilimitados al amparo de esta decisión, que no los pueden gastar directamente en los candidatos o en los partidos, pero que respetando esta restricción, pueden hacer lo que quieran con el dinero. Por ejemplo, no pueden pagar la cuenta del hotel donde se hospeda el candidato, pero pueden contratar miles de spots en tv en donde hablen bien de su candidato o echen pestes del contrincante, lo cual convierte todos los cuestionamientos éticos sobre el financiamiento a las campañas políticas en Estados Unidos en un simple problema de contabilidad: clasificar los gastos en directos o indirectos. Ya no hay límites a las aportaciones de las empresas para fines políticos, siempre y cuando ese dinero sea empleado en “otros gastos”. Sabiendo que la publicidad y el acarreo de personas y el visitar a los electores cuesta mucho pero no tiene que hacerlo directamente el candidato, los SuperPAC’s se gastan millonadas en campañas políticas apoyando a sus candidatos, en forma perfectamente legal.
Esta situación no es más que una legalización del poder del dinero para definir el resultado de las elecciones. Independientemente de la ideología, del color de la piel, del sexo, del racismo y de la xenofobia que posean los candidatos, de sus propuestas y de sus críticas, las elecciones en Estados Unidos siguen su marcha, y los resultados se definen basándose en campañas publicitarias financiadas por los individuos y corporaciones más ricos. Colocar a una persona en la presidencia o como gobernador de un estado, para los profesionales de la comunicación, es exactamente el mismo problema que colocar la CocaCola Zero en la mente del público y convencerlo de consumirla. Habiendo dinero y talento publicitario, hay éxito. El talento publicitario es difícil de medir, pero la llave del dinero está abierta, cortesía de la Suprema Corte.
[1] http://www.theguardian.com/us-news/2016/jan/18/presidential-election-political-ad-candidates-iowa-caucuses
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