1-China en 1912.
La mejor comparación es un edificio enorme que se está resquebrajando en todas partes:
- El país estaba ocupado parcialmente por extranjeros
- Estaban obligados a comerciar el opio que importaban los europeos
- Víctimas de los tratados desiguales con los europeos y con EEUU
- Gobernado por emperadores-títeres y por una mujer, Cixi, intrigante y extravagante
- Gobierno incapaz de frenar a los extranjeros y de cuidar a su pueblo
- Corrupción rampante en todas las áreas de la administración
- Pueblo en la miseria y nobleza viviendo en la opulencia improductiva
- Por la debilidad del gobierno central, cada gobernador de una provincia era un virrey local que no atendía a la capital y buscaba la manera de extraer más dinero del pueblo
- La situación no tenía contento a nadie, y se produjeron muchos pequeños levantamientos contra el gobierno
- Uno de esos levantamientos, al final tuvo éxito. En 1911 cayó la monarquía imperial y se proclamó la República.
2-Los grupos sociales en 1912
China se había gobernado durante siglos bajo el poder de un Emperador quien era depositario del Mandato del Cielo, un concepto muy amplio que decía que el Emperador lo era por designio divino, la versión china de lo que por su parte habían descubierto muchos monarcas europeos, el último de ellos el zar Nicolás II. Teniendo una historia tan vieja en China, las dinastías habían llegado, permanecido y después de algunos años o siglos, caído; el pueblo interpretaba estos ciclos de la historia como que la dinastía saliente había perdido el mandato del cielo, y había aprendido a detectar en señales visibles que eso estaba sucediendo: las inundaciones, guerras desastrosas, lluvias escasas, plagas y en general los problemas grandes que llegaban a agobiar al pueblo eran interpretadas como signos de que el Cielo ya no protegía como antes al Emperador. Los cambios en un país no se dan espontáneamente ni de un momento a otro, y mientras mayor el país, más tardan los cambios. En China las cosas empezaron a ir mal desde el siglo XIX, con las invasiones bárbaras, y otras calamidades como la Revuelta Taipei, que hacia 1860 costó decenas de millones de vidas, y la desastrosa Guerra con Japón en 1895 eran contadas como presagios de que las cosas iban mal para China y que la dinastía Qing tenía el fin a la vista.
La nobleza era uno de los grupos importantes. Había vivido durante siglos dedicada al elogio del emperador por un lado y al disfrute de la vida por otro. Tenía su riqueza basada en las posesiones de tierra, la hacían trabajar a los campesinos en condiciones de supervivencia apenas, y la miraban como una especie de caja chica (o grande) de donde sacaban dinero para sostener el ritmo de vida que llevaban. El trabajo no era para ellos, lo suyo era gozar la existencia. Todo grupo privilegiado intenta mantener el statu quo, y la nobleza lo hacía por medio de alianzas entre ellos mismos que generaron con los años una convicción de que ellos eran nobles porque así tenía que ser, el pueblo (comerciantes y campesinos) pertenecía a otro nivel y cumplía su parte en el orden de las cosas obedeciendo. Las dificultades que hemos descrito volvieron cuestionables las alianzas entre nobles porque el statu quo ya no era claro, ni conveniente, ni defendible; uno de los síntomas de la descomposición de la nobleza fue que se perdió el sentido de solidaridad de clase que durante siglos los mantuvo en la punta de la pirámide social.
Por ejemplo, China enfrentó la introducción de productos extranjeros y la competencia en el extranjero de los productos chinos como la seda, porque Japón la producía de mejor calidad. China campesina y feudal se topó con la industrialización que ya tenía mucho avance en Europa, y que poner al día a China en esa área, cosa que se empezaba a ver como necesaria, representaba importar tecnología, importar conocimientos y disponer de capital. China era campesina en 1880 y el valor económico por excelencia era la tierra; frente a la industrialización se requieren otros valores, principalmente el dinero. Los extranjeros se dieron cuenta de que China era un proveedor inagotable de mano de obra barata y empezaron a instalar fábricas en los puertos del noreste, principlamente Shangai, y los chinos no tenían ni los conocimientos ni el dinero para entrar a competir en el terreno industrial. Todos estos sucesos hicieron que el antiguo noble revalorara las alianzas con otros nobles, y buscaran nuevas formas de subsistir como clase privilegiada.
Por otro lado, el emperador cada vez contaba menos; una razón era que en realidad no mandaba él, sino Cixi, mujer que casi llegó a vivir lo suficiente para ver la destrucción de su dinastía; cuando el último emperador cayó, era un niño de 12 años que gobernaba a través de regentes. Siempre que desaparece la autoridad en un país, aparece lucha y anarquía; siempre, el poder central es una forma de mantener controlados los conflictos entre grupos e individuos. Por ejemplo, el territorio de la Nueva España, al caer el virreinato, terminó por dividirse en 5 ó 6 países; por ejemplo, la URSS al desaparecer hizo ver con claridad que las poblaciones de Asia Central, como Uzbekistan y Tajikistan nunca fueron rusas. La desaparición o el debilitamiento del poder central siempre son interpretadas por el pueblo como una señal de que ahora es válido pelearse, sacar a relucir rencores de años, o simplemente cuestionar las antiguas alianzas. Así dejó de existir la solidaridad de clase entre nobles, y cada uno de ellos empezó a ver nada más por su personal conveniencia o supervivencia.
En el resto del país se generó una oposición tripartita, como dice el autor Wolfram Eberhard, integrada por la clase media, el proletariado y los campesinos. Unos pocos chinos habían conseguido brincar las dos alternativas que ofrecía el país, ser noble o campesino, e iniciaron carrera como comerciantes o como banqueros en pequeño. Enviaron a sus hijos a estudiar al extranjero y a través de ellos aprendieron cosas de fuera de China. Los estudiantes regresaban con la experiencia de haber conocido la vida en otros países, sus avances técnicos y científicos, y sus teorías sociales; de esta manera el marxismo inició su camino de entrada en China. También en este grupo pueden considerarse a los estudiantes de las universidades nacionales, con menos glamour que un estudio en el extranjero pero también semillero de ideas y de discusiones. Independientemente de la teoría social que se maneje, la realidad china era una invitación abierta a la inconformidad, y si se tenían motivos de resentimiento, para la rebelión; el marxismo llenaba ese curriculum. Los banqueros sufrían, dentro de este grupo, los sinsabores de saberse ricos frente a los chinos e inmensamente pobres frente a los bancos europeos y por lo tanto incapaces de entrar a la pelea para financiar los enormes proyectos industriales que necesitaba el país; esto no tiene que ver con ideología, pero sí con resentimiento.
El proletariado era muy pequeño, porque la industria era incipiente y localizada en los puertos del noroeste. Como todo obrero explotado en extremo, eran campo fértil para oír teorías y atender exhortaciones a descargar en protestas o en levantamientos el sentimiento de miseria que les daba día a día su propia vida. No eran personas educadas, eran campesinos que habían emigrado a las ciudades y encontrado ahí, en horarios y ropajes diferentes, los mismos sinsabores que tenían cultivando la tierra.
Finalmente, estaba la enorme masa del campesinado, el sostén y la alimentación de China durante milenios, apolítica y no educada, pero también campo fértil para cualquiera que llegara a prometer una vía para salir de la miseria de generaciones, cuyo horizonte de vida era el día de hoy y cuya alegría mayor era que no le inventaran nuevos impuestos.
Estos tres grupos nada más tenían en común su resentimiento al régimen, a la nobleza, y su queja constante del deterioro nacional. No había manera de crear un programa nacional que los unificara, para empezar porque tanto los proletarios como los campesinos no sabían lo que podría ser un plan nacional ni tenían el entrenamiento mental para armar uno; había enormes diferencias de matiz entre las diferentes regiones –al sur estaban en odio contra los ingleses, al norte contra los japoneses, en Shangai se hablaba de salarios y en toda la tierra cultivable de levantar cosechas- y todo el elemento en común era odio al régimen. Era muy difícil producir un proyecto que los uniera, pero era factible proponer algo de un tipo muy general y dejar para las circunstancias posteriores el acomodo de los detalles. El doctor Sun Yat-Sen (1866-1925), bondadoso de naturaleza y revolucionario por eliminación, propuso en sus Tres Principios del Pueblo el camino que debería seguir China para salir de su condición actual: una primera fase de lucha contra el viejo sistema, luego una fase en donde se educaría a la gente en los principios democráticos, pero gobernados todavía en forma autoritaria, y finalmente la fase feliz, la fase democrática. Por caminos diferentes a los marxistas, llegó a conclusiones semejantes en cuanto a las etapas en que se debería desarrollar un país; los marxistas hablan de lucha revolucionaria, del gobierno comunista y finalmente del gobierno socialista, una especie de paraíso aquí en la tierra. En la práctica, todos esos intentos se atoran en la segunda etapa, cuando el nuevo gobernante se convierte en dictador.
La vida intelectual en China también estaba destrozada. El sostén moral e ideológico del país por más de 2000 años, Confucio, había caído. Dos aspectos de sus enseñanzas no eran compatibles con los cambios que quería el país: la monarquía como forma de gobierno, y la desigualdad entre los hombres; quizá no eran sino dos expresiones de un mismo principio: que el príncipe sea príncipe; el ministro, ministro; el padre, padre y el hijo, hijo. Los intelectuales buscaron en otros lugares, y los estudiantes que habían ido al extranjero regresaron con teorías de bárbaros: el cristianismo, el budismo, el marxismo.
Había otro problema, intrínseco a la historia de China. Es incompatible la ignorancia generalizada en un país con su progreso, al menos en estas épocas, y la ignorancia se combate, por principio de cuentas, mediante alfabetización: si la gente no sabe leer ni escribir, no hay salida a este problema. El asunto es que en China no existe “alfabetización” posible, tomada en sentido literario, porque la escritura china no está basada en letras sino en ideogramas; no existe un conjunto pequeño de símbolos utilizados para representar sonidos puros con los que se arman las p-a-l-a-b-r-a-s, cada palabra es un nuevo símbolo. Tiene la virtud estética del arte de la caligrafía, pero es un enorme obstáculo para diseminar el saber; durante siglos, los letrados chinos fueron una clase minoritaria, y entre ellos había niveles que podían medirse por el número de símbolos que conocía el experto (medidos en millares). Se vio entonces que era necesaria una simplificación, y naturalmente estaban los alfabetos occidentales a la disposición. Aquí aparece otro rebuscamiento del idioma, que consiste en que el tono (la altura del sonido) con que se pronuncia una sílaba determina el significado. Es decir, no nada más se trata de pronunciar “pa”, por ejemplo, sino decirlo con una entonación aguda o grave, subiendo o bajando; todas esas variaciones de lo que en lenguas occidentales es la misma sílaba pueden representar palabras y significados diferentes en chino. Como consecuencia, los alfabetos occidentales son insuficientes para describir estas sutilezas del chino, y eso obligó a los intelectuales a crear fue una versión simplificada de la escritura, basada en el habla que utilizaba el grueso de la población, y no en la que manejaban las clases elevadas y letradas (para que una vez fijada, todo mundo la pudiera manejar). Esto fue una revolución literaria, en estricto sentido, y permitió que una vez que se hubo fijado esa versión del chino, pudieran traducirse obras escritas en idiomas occidentales y leídas por un gran número de personas.
Esta revolución literaria fue algo análogo a lo que Martín Lutero logró en Alemania con el alemán: se hablaban muchos dialectos, no había manera fácil de entenderse entre ellos y era imposible la unificación. Lutero tradujo a una versión especial del alemán la Biblia -¡el primer libro impreso!- y aprovechando su influjo personal, la diseminación del Protestantismo y la importancia de la obra traducida, fijó de esa manera un alemán estándar, el que se llama Hochdeutsch (alto alemán) y que hoy en día conocen suizos y austríacos y hannoverianos, el que se escucha en la radio y el que se usa para comunicaciones oficiales y clases en la universidad.
Una solución para el problema chino de escritura sería utilizar el alfabeto latino (añadiendo posiblemente algunos caracteres) junto con un pentagrama musical, algo así como la partitura de una canción, donde se escriben las palabras y las notas musicales con la duración e intensidad que tienen que utilizarse para pronunciar el texto. Por muy original que pueda ser esta idea, tiene varios defectos, los más notables de ellos que yo no soy chino y que los chinos ya tienen su propia solución, así que no creo que mi propuesta progrese ni que yo vaya a pasar a la posteridad gracias a ella.
3-Breve historia de la república.
La parte sencilla de la Historia es decir que en tal país gobernaba un rey que en cierto año fue destronado por sus injusticias, que lo sustituyó un presidente que lo superó en ignominias, quien fue depuesto al año siguiente; en los intermedios revolucionarios, el pueblo sufría. Este es el objeto de la presente sección; la parte difícil, explicar el por qué sucedieron las cosas como sucedieron, es lo que consume la mayor parte de la actual serie de artículos.
Desde mediados del siglo XIX hubo levantamientos, grandes y chicos, contra el régimen imperial. El más importante de todos, la Revuelta Taipei fue sofocada en 1862 con la ayuda de los extranjeros, pero así como el gobierno, quizá sin pretenderlo, libraba de facto una guerra de hambre contra la gran masa del pueblo, así los muchos levantamientos libraron una guerra de muchos frentes contra el gobierno, que poco a poco y ayudado por los ejércitos extranjeros, debilitaron al emperador hasta que llegó el momento en que bastó un empujón para quitarlo. Era el emperador-niño, Puji, quien de todas maneras no gobernaba, quien fue obligado a abdicar. Las fuerzas revolucionarias proclamaron la República de China el 10 de Octubre de 1911 y el primer presidente fue el intelectual que había diseñado un camino para el avance del país, Sun Yat-Sen; fue elegido presidente por la Asamblea reunida en Nanjing el 1º de enero de 1912.
Resultaba que Sun Yat-Sen era el alma ideológica de la revolución, un símbolo, pero no el poder real, estaba en las manos del general Yuan Shikai, el que había forzado la deposición imperial. En un caso extraordinario en la historia, Sun Yat-Sen prefirió ceder el poder al general, en vez de intentar reunir el tipo de fuerza para la que su condición de intelectual no lo había preparado. Yuan Shikai fue electo presidente en 1913, y mostró inmediatamente sus intenciones: censuró y reprimió a la oposición, poco tiempo después proclamó el Imperio y a sí mismo como Emperador, y hubieran vuelto a repetirse los años finales de los Qing, encarnados en la nueva dinastía Yuan, si el nuevo emperador no se hubiera muerto en 1916.
Lo habían ayudado a morirse los problemas, ya que los gobernadores y caudillos en muchas regiones no hubieran aceptado ningún gobierno central ante esa maravillosa oportunidad que les presentaba el Destino de hacerse independientes; mucho menos aceptarían un nuevo emperador. Yuan Shikai se fue y dejó a China agonizando, partida de hecho en muchas regiones unidas por una historia muy lejana y por el recuerdo del hastío común contra el Emperador. Desde 1916 hasta 1927 se vivió el período de los Señores de la Guerra, incierta traducción que significa muchos caudillos locales, malgobernando su propia región, en pleito con todos los vecinos y con la causa común del rechazo a cualquier gobierno central.
Durante esos años aciagos, en un país dividido en muchas Chinas, el doctor Sun Yat-Sen siguió trabajando en su quimera de unificar China bajo un bueno gobierno. Entraba y salía del país como se lo dictaban las circunstancias, fue huésped de Inglaterra y de Estados Unidos y llegó a tener un certificado de nacimiento que lo acreditaba como norteamericano, para poder entrar sin problemas a ese país. Hacia 1917 lo ubicamos en Guandong, provincia del sur, donde había conseguido la ayuda de caudillos locales para su proyecto de China unificada. Reestableció el Kuomitang (KMT), el partido político que había fundado años antes y que fue proscrito por Yuan Shikai, conciente de la repulsión natural que causa cualquier partido político a un emperador.
Los viajes al extranjero del doctor Sun Yat-Sen declaraban la búsqueda de simpatías por su causa, pero internamente cumplía el penoso deber de juntar dinero para sostener su causa, sabiendo que no existe revolución sin dinero y que cada moneda recibida era un compromiso adquirido a futuro, cuando tuviera el poder. Hacia 1919 había perdido la esperanza en el convencimiento y sabía que la única manera de unificar al país era sometiendo militarmente a los caudillos regionales. Todos los países sabían que ese río revuelto podría ser ganancia para ellos, pero el recién inaugurado exportador de revoluciones, la URSS, les tomó la delantera y firmaron un pacto (Sun-Joffe) en enero de 1923, donde los soviéticos darían ayuda y asesoría militar (léase armas y entrenamiento militar) al KMT para organizarlo conforme al modelo del Partido Comunista ruso, con una línea vertical de autoridad –entre paréntesis, la única válida-, organización y disciplina. Es una paradoja que los partidos políticos, paladines de la democracia, solamente pueden funcionar cuando están gobernados centralmente y en una forma autoritaria; se cubren las formas y se celebran asambleas, pero el control subsiste. Esa es una prueba de que el PRI es un verdadero partido político y los demás, por el momento, un puñado de buenas intenciones.
Con la ayuda soviética las fuerzas del KMT fueron avanzando hacia el norte, recuperaron ciudades importantes como Beijing, y el doctor se murió en marzo de 1925 de cáncer en el hígado. Con él se perdió al pensador e intelectual idealista que buscaba la unificación china; dejó personalidades más pragmáticas, más dominantes, o más astutas, con el país convertido en laboratorio en donde la URSS podía poner en práctica sus tácticas revolucionarias y llevar a otro país, el más grande del mundo, al redil comunista.
Por lo pronto, el beneficiario directo de la muerte del doctor fue su amigo Chiang Kai-shek, un general que estaba a cargo de las tropas de Cantón, que habían sido organizadas con la asesoría soviética. En el segundo congreso del KMT, en 1926, se dio una lucha entre los derechistas y los izquierdistas, unos querían seguir el modelo occidental y otros el señalado por los asesores soviéticos. Cada vez había más comunistas en el KMT –las instrucciones de Stalin eran afiliarse a ese partido pero conservar su pertenencia al Partido Comunista Chino-, pero también intereses que apoyaban la industrialización y la capitalización como se hacía en Europa. El fiel de la balanza fue Chiang Kai-shek, que se había casado con una cuñada del doctor Sun Yat-sen y de esta manera se había relacionado con una de las grandes familias de banqueros. Los dados corrieron cargados, y después de servirse de los comunistas para conquistar Shangai y muchas ciudades importantes del noreste, Chiang Kai-shek decidió deshacerse de ellos de la forma más clara posible, matándolos.
Se habla del período de Nanjing (1927-1936) porque ahí fue fijada la capital. En esa zona, el noreste, se concentró la industria, la banca y una buena parte de la agricultura, aprovechando el Yang-tse. Todo hubiera resultado bien para la República, si no existiera más que un general; el caso es que internamente, el gobierno del KMT gastó la mayoría de sus esfuerzos en combatir las revueltas que se presentaban en muchos lados, hasta que terminó arrojado de China continental hacia Taiwan en 1949. Por lo pronto había un gobierno, fue reconocido por las potencias, y poco a poco renegoció los tratados desiguales para librarse de ellos.
Los problemas con Japón habían estado presentes desde 1895, y de una manera intermitente se sentía su influencia en la costa noreste: empresas japonesas, intrigas importadas de Japón, escaramuzas militares. En 1931 sucedió que Manchuria, la región más al norte de China, que había sido la manzana de la discordia entre Japón y Rusia, que originó la guerra entre esos países, estaba gobernada por Chang Hsueh-liang, un general que tampoco quería someterse al gobierno de Nanking; negoció con los japoneses y prefirió abrirles el paso para que ocuparan su región. De esta forma perdía China cerca de 1 millón de km2 de terreno bien comunicado por ferrocarriles, adecuado para la industrialización. China protestó en la Liga de las Naciones, que cuando fue organizada tenía bastantes pendientes en Europa como para prever que los japoneses podrían invadir Manchuria, le dieron un coscorrón a Japón y las cosas siguieron igual. En el oeste muchos jefes locales se declararon en rebelión, y de esta manera Chiang Kai-shek se vio gobernando nominalmente a China, pero en la práctica se dio cuenta que en muchas partes del país su poder no existía y vio prolongada, en la forma peor posible, la primera etapa de las que Sun Yat-sen había declarado para el avance china: la lucha contra el enemigo se ampliaba, porque había enemigos en la propia casa. El resto de su gobierno fue una lucha y un retroceso continuos frente a las fuerzas que se le oponían, chinas o extrajeras, hasta que fue expulsado a Taiwan en 1949.
Japón había ambicionado expandir su territorio; la Naturaleza le había asignado menos de 400,000 km2 en muchas islas frente a Rusia y China, y un pueblo industrioso como son ellos tenía que buscar, tarde o temprano, más territorio; los objetivos naturales eran Rusia oriental, Manchuria y Corea. Japón se reorganizó y modernizó mucho antes que los demás países asiáticos; para fines del siglo XIX ya tenía una Monarquía Constitucional, fuerte industria, servicios bancarios, ejército y un emperador, Meiji, que supo identificar y atender oportunamente las necesidades de su pueblo y no nada más su placer personal y el de la nobleza aduladora: él mismo otorgó la constitución a Japón, no fue una conquista del pueblo. En otras palabras, Japón estaba más adelantado y era más fuerte que China; ya había vencido a otro estado gigante, Rusia, y se sentían con ánimos de apropiarse por los medios necesarios de un buen territorio, y si se llegaba a requerir, contaban con un ejército bien entrenado.
Japón invadió Manchuria, aunque cuidando las formas no agresivas, y puso un gobierno títere ahí, con el ex emperador Puyi al frente. Ya era un territorio grande, pero la ambición humana no tiene límites y quisieron obtener más aún, presionando hacia el sur; hubo escaramuzas militares en toda la frontera de Manchuria con China, y al fin estalló la guerra formal en 1936. Chiang Kai-shek estaba más ocupado peleando con los comunistas dentro de China que con el invasor japonés; posiblemente analizó que los diversos comunistas locales podrían ser vencidos, uno por uno, pero en cambio una guerra contra Japón tendría cierta la derrota para él. Entre los chinos que querían guerra contra Japón no nada más por nacionalismo, sino por sus propios intereses estaba un líder de la región de Manchuria, Zhang Xueiliang, secuestró a Chiang quien estaba al mando de una operación contra señores de la guerra en el norte de China. Zhang Xueiliang era uno de esos señores de la guerra, y quería que el gobierno central lo ayudara en su lucha contra Japón en vez de andar cazando comunistas por todo el país. El 12.12.1936 secuestró a Chiang y su séquito, y lo tuvo prisionero mientras debatía su suerte. Siendo la política lo que eso, todo mundo opinión: el KMT quería salvar a su líder, los comunistas querían que lo ejecutaran, las potencias querían una solución dialogada, Zhang y sus fuerzas querían ejecutarlo en el acto. Los que lo querían ejecutar era por se de venganza, los que lo querían salvar lo hacían porque consideraban que una China sin líder sería un evento desastroso para el país y enormemente benéfico para Japón; el peor enemigo de Chiang era Mao Tsedong (líder de los comunistas) y el mayor aliado, la esposa de Chiang. La indecisión fue rota por Stalin, quien hizo un cálculo muy sencillo: si matan a Chiang, entonces China va quedar sumida en el caos y Japón afianzará su presencia en Manchuria y podrá extenderse al sur (tomando territorio de China) o al norte, a costa de la URSS; por consiguiente, Chiang era más útil vivo que muerte y les dio instrucciones a Mao y los comunistas chinos que respetaran a Chiang, que hicieran una tregua con él y que juntos atacaran Japón. Chiang fue liberado, se firmó el armisticio entre KMT y el partido comunista chino, y China ingresó formalmente en guerra contra Japón.
Con o sin comunistas, China tenía poco que hacer frente a las fuerzas japonesas, que avanzaron hacia el sur conquistando ciudades importantes como Shangai y Nanjin y dejando a Stalin respirar algo de aire para ocuparse de su otro enemigo, Hitler. Chiang y los nacionalistas se fueron retirando hacia el sur, ayudados oficialmente por los comunistas pero nunca en completa armonía. Chiang vio que su territorio se empequeñecía y que China estaba ocupada en buena parte por Japón, y en otra gran porción por diversos jefes locales. La guerra contra Japón no se decidió en China, sino en Hiroshima y Nagasaki; Japón aceptó la paz sin condiciones en agosto de 1945, los soviéticos “supervisaron” la retirada de Japón de Manchuria y aprovecharon el viaje para llevarse toda la maquinaria industrial que encontraron ahí. Dejaron a los chinos nacionalistas (del KMT) y comunistas librar su guerra en paz.
Durante la guerra con Japón, los comunistas se habían dado cuenta de la enorme importancia que tenía en China el hecho de que más del 90% de la población era campesina: identificaron al campesinado como su obscuro objeto del deseo, porque estaba más que agraviado por siglos de exacciones y pobreza, y era tierra fértil para predicar en ellos la lucha contra el opresor, ya fuera el emperador o el KMT. Se salieron de la ortodoxia marxista soviética, que predicó una vez y para siempre, que la Revolución había de empezar en el proletariado, y decidieron empezarla en el campesinado. Al terminar la guerra contra Japón, los comunistas tenían de su lado el campo y los campesinos, y no había manera de que Chiang consiguiera unificar a China bajo el KMT. En 1949 los nacionalistas fueron arrojados a Taiwan, Mao proclamó la República Popular China y terminó el antiguo régimen.
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