1-Africa
El continente africano fue cuna de una de las grandes civilizaciones, la de los egipcios, construida a lo largo del Nilo en sus miles de kilómetros de recorrido, con un flujo de agua conocido desde siglos y aprovechado para cultivar y para hacer ciudades en el valle que forma el río. El resto de África no es tan favorecido por la naturaleza, y tenemos millones de kilómetros de desierto, más al sur la sabana africana, con hierbas y matorrales, y en el extremo sur Sudáfrica, con un clima variado, que se parece al del sur de los Estados Unidos, por la cercanía por tres lados al mar. Los negros vivieron en paz, peleándose entre ellos mismos, mientras no llegaron los blancos europeos: entonces conocieron las miserias de ser sojuzgados, encadenados, llevados a patrias que no eran las suyas, vendidos como esclavos y hechos vivir como animales de carga o de trabajo. Los españoles y portugueses disfrazaban sus intenciones de beneficio propio diciendo que era preferible ser un esclavo, pero católico, a un hombre libre lejos de la Santa Madre Iglesia; los ingleses, franceses y holandeses no cuidaban tanto el vocabulario y sin justificaciones cargaban con ellos en sus barcos, llevándolos a América. El hombre blanco se sentía superior y justificaba su superioridad con los hechos: si no fuera así, decían, ¿cómo hubiera sido posible que los conquistaran y los hicieran esclavos?
Después de que África fue conquistada y colonizada por los europeos, alrededor de 1700, el continente se dividió en tres zonas: al norte la población árabe, de religión musulmana, incluyendo Egipto, Libia, Argelia, y el Sahara; al sur Sudáfrica, colonizada por holandeses e ingleses; al centro un grupo de países que todavía está buscando un futuro y una identidad. La peor parte la llevan los países más desérticos y que no tienen petróleo, como Sudán, en donde el recurso de la agricultura es incierto, como en el altiplano mexicano, y la ganadería también es insegura, ya que sin pastos y sin comida, no hay ganado que sobreviva.
Sudáfrica se convirtió en un país para blancos en tierra que había sido de negros: con tecnología y armamento superiores, la población negra nativa fue sojuzgada sin problemas y condenada a vivir durante siglos bajo el dominio blanco. Fue una posesión de la corona británica desde 1909 hasta 1961, cuando se convirtió en un país independiente, una república en donde el último gobernador británico fue el nuevo presidente. La población blanca dominaba el país, la economía, el gobierno, y disfrutaba de privilegios exclusivos que pasaron a la historia como apartheid, sistema en donde los negros tenían derecho a vivir, respirar, reproducirse, y trabajar en los empleos que les permitieran los blancos. Los negros y la población no blanca tenían que vivir en lugares separados, no les estaba permitido casarse con blancos, asistían a diferentes escuelas orientadas a las labores manuales y naturalmente tenían mucho menos oportunidades de desarrollo profesional. Muchos lugares como playas, hoteles, parques, bancas en parques, etc., estaban reservados para los blancos, con letreros que claramente indicaban ese uso exclusivo. La policía era blanca y defendía el statu quo, y dado que las leyes establecían claramente esa discriminación hacia la población no blanca, no había manera legal de defenderse y los negros y asiáticos tenían solamente disponible la vía de la inconformidad, la protesta o la rebelión.
2-Nelson Mandela
A medida que la educación y el conocimiento se hacen disponibles para más personas, una y otra vez, en todos los países del mundo, se ve que la inteligencia, la capacidad de aprender y de crear, no son privilegio de ninguna raza. El caso más impactante es el de los EEUU, donde los negros fueron traídos como esclavos de África y ahora han producido un presidente. La pretendida superioridad de la raza blanca era una superioridad de conocimiento, no una superioridad intrínseca: una vez que la ingeniería, la medicina, las matemáticas, la física o cualquier disciplina se ponen al alcance de un latino, un negro, o un asiático, puede producir resultados semejantes a los que produjeron durante algún tiempo, en forma casi exclusiva, los blancos. Esta es una reflexión a posteriori, muy diferente de la que hacían los negros en Sudáfrica en la época del apartheid, que terminó en 1994: se sentían discriminados, humillados, limitados, y estaban dispuestos a luchar por eso. No los ayudaba el hecho de que la población negra africana se divide en una multitud de etnias que durante siglos mantuvieron pleitos entre sí, algo semejante a los pleitos entre aztecas y tlaxcaltecas que encontraron y aprovecharon en su favor los españoles al llegar a México. Los blancos aprovechaban y fomentaban esos pleitos entre negros, que dilataron por unos años lo que a fin de cuentas tenía que suceder.
Nelson Mandela nació en 1918, conoció desde niño el estado de segregación en que vivían los negros y luchó activamente contra esa discriminación. Fue a dar a la cárcel en 1962 acusado de sabotaje, terrorismo e inclusive de colaboración con el extranjero para invadir Sudáfrica; negó los cargos, pero junto con varios compañeros fue sentenciado a prisión perpetua en 1964. Durante sus años de prisión se inscribió en un programa de la Universidad de Londres para estudiar leyes por correspondencia, y poco a poco se fue convirtiendo en un símbolo de la resistencia negra. El presidente Botha le ofreció la libertad en condiciones que no eran aceptables, básicamente la renuncia a su lucha y a participar en actividades con su grupo, el ANC (African National Congress); Mandela rechazó la oferta, alegando que no podía aceptar la libertad si las actividades de su grupo eran prohibidas, que solamente el hombre libre puede negociar y que él, prisionero, no era libre.
Las presiones de todo el mundo sobre Sudáfrica para terminar con el apartheid aumentaban con los años, con boicots ocasionales de algunos países al comercio con ese país; internamente, los negros seguía luchando por rescatar también para ellos la tierra que por siglos había sido de sus antepasados, y finalmente el presidente de Klerk dio el paso definitivo, eliminando la proscripción al ANC y liberando a Mandela el 11 de febrero de 1990.
A partir de ahí fue creciendo la participación, ahora abierta y legal, del ANC en la vida pública de Sudáfrica. Los objetivos eran terminar con el apartheid y en particular con una limitación impuesta a los negros: no podían votar en las elecciones. Fueron unos cuatro años de muchos problemas, en donde la posibilidad de una solución pacífica al conflicto se hacía en ocasiones casi imposible cuando aparecían matanzas como la de Boipatong, en donde un grupo rival del ANC, también negros, los Inthaka, masacraron una villa poblada por simpatizantes del ANC; hubo sospechas de participación de la policía, pero nunca fueron aclaradas. Se pretendía durante esos años sostener una reunión para negociar pacíficamente el establecimiento de una democracia que incluyera a los negros, pero esta masacre y muchos otros problemas de ese tipo enturbiaron el ambiente, dando en ocasiones la impresión de que no sería posible la vía de la negociación. La duda de si sería posible una salida pacífica a la situación de Sudáfrica atormentó también a Mandela, hasta que finalmente se convenció de que la solución definitiva a ese conflicto de siglos era acabar con el conflicto, es decir, negociar: la ascensión por la fuerza de un nuevo grupo al poder sería cambiar de amos, no cambiar la condición de segregación en Sudáfrica; con nuevos amos, vendrían nuevas segregaciones. Finalmente, en 1994 se celebraron elecciones libres y multirraciales en Sudáfrica; ganó el ANC, Mandela fue su primer presidente, y el ANC se ha conservado en el poder desde entonces.
3-The bang bang club.
Mi interés actual por este tema surgió de una película, llamada como esta sección; el título en español es desafortunado, como casi siempre que el traductor quiere mejorar al director (imágenes del alma). Hacia 1990 un grupo de cuatro fotógrafos que trabajaban para el Johannesburg Star, todos blancos, presenciaron y fotografiaron muchos eventos importantes para África y para su país. Dos de ellos recibieron el Premio Pullitzer de fotografía, Kevin Carter y Greg Marinovich; ambos eran sudafricanos y por casualidad se encontraron laborando para el mismo periódico, congeniaron y junto con Ken Oosterbroek y Joao da Silva formaron su club. La película empieza en una escena donde Marinovich se acerca a un lugar en donde yace un negro que acaba de ser muerto; lo contemplan otros negros, lo fotografían reporteros, la madre llora, alguien se la lleva. Al final se van todos excepto Marinovich y un par de jovencitos negros, que están sentados viendo el cadáver con indiferencia. El reportero pregunta a los niños quién lo mató, y le responde que fueron otros negros, de un grupo rival; un grupo quiere boicotear la economía del país para presionar, otro quiere trabajar y vivir en paz. Los dos grupos quieren lo mismo, pero todavía no lo saben y luchan entre ellos como si uno de esos grupos fuera efectivamente el blanco opresor. Marinovich sigue a la multitud a su reserva, lugar que posiblemente no había visto un blanco desde antes de la Creación, y termina perseguido y huyendo de la turba de negros que lo quiere matar, porque les cayó del cielo en su barrio un blanco, opresor. Al final irrumpe en una casa donde un negro de mayor jerarquía detiene a la turba, habla con el fotógrafo y le explica cómo viven, cuáles son sus temores y a quiénes combaten; escencialmente temen a todo extraño, y a todo extraño combaten, no importa que sean negros o blancos.
Esa escena termina en una escena de baile y canto que improvisan los negros; alguien habla fuerte una palabra y espontáneamente el grupo corea una respuesta; el primero repite su palabra, el coro su respuesta. Es una especie de ritual de guerra, cantado y bailado por negros vestidos con pantalones y camisetas, calzando tennis deshilachados, moviéndose y hablando como negros, olvidando por esos momentos que África ya no era nada más de ellos. Marinovich sale de la reserva, va al periódico y entra en tratos para vender sus fotografías; le ofrecen un trabajo informal –cuando te aceptemos algunas fotos, te pagaremos; cuando no queramos tus fotos, véndelas a la API- y empieza a salir regularmente con los otros tres, a cualquier barrio y a cualquier hora, porque todos los días y en todos los lugares de Sudáfrica, en esos años, había escenas que podían reportearse.
Marinovich fotografía la escena de un linchamiento: miembros del ANC, el mismo de Mandela, atacaron, prendieron fuego y asesinaron a otro negro, miembro del grupo enemigo Inthaka; era incierto que el muerto fuera enemigo, que fuera espía, que fuera informante; bastó que fuera oída una acusación contra alguien extraño, para prenderle fuego. Esa fotografía le valió el Premio Pulitzer.
4-El buitre y la niña.
En marzo de 1993 Carter y da Silva viajaron a Sudán para capturar imágenes de la versión del infierno que vivía entonces ese país, el hambre: Sudán está situado en una zona del mundo demasiado calurosa, faltan las lluvias, la mayor parte del territorio es desértica. Un suelo poco favorable, división de etnias y religiones, la población negra hacía éxodos en masa para llegar a lugares en donde pudieran encontrar comida que había llevado la ONU.
Carter caminaba por el campo, mirando a la gente que se movía y que dejaba atrás la muerte por hambre para cambiarla por la esperanza de un nuevo lugar que no era el hogar pero que al menos tendría comida. Vio a jóvenes y a viejos tratando de llegar al refugio; una niñita, pequeña, probablemente de cinco o seis años, se movía trabajosamente en dirección al sustento; la niña se inclina sobre el suelo, cansada, y un buitre baja del cielo y se posa detrás de ella. El buitre huele la muerte y está dispuesto a esperarla minutos u horas, el tiempo que la niña quiera todavía resistir: las piernas en los huesos, las costillas marcadas, la cabeza desproporcionada y apoyada en el suelo nos hacen entender el instinto del buitre. Carter vio la imagen y la fotografió.
No se sabe lo que pasó con la niña: lo más probable es que el buitre tenía razón y la niña murió un rato después de ser fotografiada por Carter. Él siguió su camino, buscó nuevas imágenes, y días después regresó al lugar para tratar de encontrarla, pero no lo consiguió. Para el fotógrafo se convirtió en un peso insoportable haber logrado esa foto, símbolo de esa bestia que el hombre carga adentro y que es fábrica de alimento para buitres. Le preguntaban y lo cuestionaban que por qué no había ayudado a la niña, y posiblemente eran injustas la pregunta y la respuesta, porque los reporteros que lo cuestionaban no estuvieron ahí y posiblemente hubieran seguido, igual que Carter, su instinto de fotógrafos, siempre en busca de mejores imágenes. Fue injusta la respuesta (I went farther, dammit!) porque Carter no ayudó a la niña, y tuvo que cargar con esa imagen en su conciencia, los meses que la sobrevivió. Había nacido en una familia blanca y católica a la que él cuestionó, sin respuesta posible, cómo podían coexistir esas creencias en Dios junto con esa actitud de ignorar las condiciones de los negros en Sudáfrica. Al año siguiente, en julio, se encerró en la cabina de su camioneta, conectó una manguera del tubo de escape a la cabina, y murió por envenenamiento de monóxido de carbono.
5-Buitres.
No tendría que ser de esa manera, pero así es: no habría necesidad de que el hombre blanco esclavizara e hiciera trabajar al negro como si fuera un animal, pero lo ha hecho; no tendría que haber hambre en un mundo en el que ya se pueden enviar hombres a la luna, pero hay hambrunas. El hombre ha aprendido muchas cosas, pero todavía no domina el arte de la convivencia. Es quizá inevitable que las fotografías de catástrofes nos llamen más la atención que las tomas de una Aurora Boreal, pero así es; hemos aprendido a compadecer a esa niña acechada por un buitre, pero no hemos aprendido a ser diferentes de los buitres.
El suicidio de Kevin Carter es una muerte individual, pero también colectiva: lo imagino respondiendo en cualquier parte del mundo preguntas incómodas de reporteros viviendo en ciudades confortables, lo imagino en sus noches imaginando una niña y un buitre que acecha y al fin devora su presa, lo imagino hastiado de lo que hizo, de lo que vio y de lo que hacemos todos, un mundo de personas al acecho de otras.
Nota. Puede encontrar la película en Sam’s Club, cuesta $135.