Después de los atentados terroristas de Charlie Hebdo, hubo una gran manifestación de solidaridad con las víctimas, se dispensó un funeral de honor a los muertos víctimas, en Francia hubo más de tres millones de personas que salieron a las calles a protestar contra el terrorismo, y se organizó una marcha encabezada por el presidente Hollande, donde asistieron muchos otros líderes de países como Cameron (Inglaterra), Merkel (Alemania), Abbas (Palestina), Poroshenko (Ukrania) y Netanyahu (Israel). En el resto del mundo no Islámico, prácticamente todos los países se solidarizaron con Francia; en los países Islámicos hubo prudente silencio, o declaraciones vagas, o la visión totalmente opuesta, glorificando como mártires a los que habían perpetrado el ataque en París.
En estos tristes eventos murieron los atacantes más otras16 personas (12 en Charlie Hebdo y 4 en un supermercado judío); en total veinte muertos que levantaron al mundo casi entero en rabia e impotencia, porque nadie puede hacer nada frente a un cadáver para revivirlo. Sin embargo el año pasado hubo otra masacre, la de los palestinos en Gaza, donde murieron algunos miles, entre ellos varios cientos de niños, a los que en cualquier patrón se les considera inocentes. Las reacciones mundiales fueron incomparables a las de Charlie Hebdo, como incomparable es el número de veinte muertos contra algunos miles. En el caso de los palestinos, la mayoría de los países expresaron vagos deseos de que las cosas se arreglen, Estados Unidos le dijo a su protegido Israel que había que buscar una solución pacífica, y no hubo, ni lejanamente, las manifestaciones multitudinarias que se presentaron con motivo de los eventos de Charlie Hebdo, a pesar de que en Palestina hubo muchos más muertos. El mundo parece repetir al unísono las palabras de Orwell: “todos somos iguales, pero habemos unos más iguales que otros.”
Esta comparación tan simple: veinte muertos y millones de manifestantes vs. miles de muertos y escasos manifestantes, es claramente una muestra de que no es el aprecio a la vida humana ni el repudio al terror lo que mueve a los manifestantes en París, sino el aprecio a su propia vida y el repudio al terror en la propia casa. Si hay un atentado terrorista en París o en Nueva York, inmediatamente la prensa mundial se horroriza y todos a una se solidarizan protestando contra el atentado; por el contrario, las matanzas sancionadas por Occidente, como la de los palestinos, son comentadas en términos de noticias, sin entrar en la descripción de los horrores sufridos por los sobrevivientes, como la mujer en Charlie Hebdo a la que respetaron la vida los asaltantes.
Todos los presidentes del mundo estaban “moralmente” obligados a participar, pero algunos se excusaron y enviaron representantes. Entre los que sí asistieron destacan el líder palestino Mahmoud Abbas y el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Me parece valiente la postura de Abbas, puesto que su pueblo fue masacrado el año pasado y aún así protesta contra las muertes causados por correligionarios suyos; me parece hipócrita y totalmente fuera de lugar la de Netanyahu, porque él encabeza un gobierno que está legalizando un apartheid en su país, donde los judíos son ciudadanos de primera y los árabes son el equivalente de los negros en la Sudáfrica de 1990.
No soy el único que piensa así. Como era de esperarse, más de un líder de los países islámicos lo condena, por ejemplo el premier turco Ahmet Davutoğlu dice que los bombardeos de Gaza y el asalto fatal israelí a un convoy de ayuda dirigido ahí en 2010 están a la par que los ataques en París, y acusa a Netanyahu de crímenes contra la humanidad; los comunicadores de ambos países se enzarzaron en una guerra de palabras que no llegó a nada. Pero también está un representante popular inglés, David Ward, quien publicó en Tweeter: “Netanyahu in Paris march – what! Makes me feel sick”, y también “Je suis Palestinian”. A Ward lo ataca en su mismo partido Nick Clegg, quien dice que los comentarios fueron “burdos, estúpidos e insensibles…claramente no habla por el partido y no puedo ser menos claro condenando lo que creo es una conducta poco apropiada”.
Parece ser que una de las reglas de la diplomacia es no llamar a las cosas por su nombre, y jamás entrar al centro de la cuestión. Ni el premier turco ni Ward defienden a los atacantes en París, simplemente comparan un acto abierto de terrorismo (Charlie Hebdo) con otro también abierto pero al que se pretende cubrir con un manto de silencio (el ataque israelí a Gaza). Ambas acusaciones no pasarán a mayores y no serán más que una momentánea guerra de palabras, pero detrás de ellos ve clara la ambivalencia de Occidente con respecto a actos semejantes: sin son de los árabes, son condenables; si son de Israel, se encuentran manera de justificarlos, o de hablar sin decir nada, o de ignorarlos. En su momento, Netanhayu defendió la enésima guerra contra los árabes del año pasado diciendo que los palestinos utilizan Gaza como base para infiltrarse en territorio israelí y perpetrar actos de terrorismo; en otras palabras, justificó la matanza de niños palestinos porque eso contribuía a salvar vidas de judíos.
Estos pocos ejemplos traen a la menta la cita bíblica del Deutoronomio (32:35):
Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo el pie de ellos resbalará, porque el día de su calamidad está cerca, ya se apresura lo que les está preparado.
Estas palabras las pronuncia Dios, pero es como si Occidente se hubiera apropiado de aquella declaración divina y hubiera reclamado para sí esos poderes, y además en forma exclusiva, los árabes no pueden desquitarse. Prestos a levantar la voz y a quejarse cuando son atacados, sigilosos para atacar ellos y para justificar, cuando hay necesidad, las atrocidades que también cometen los occidentales. Y cuando sucede un evento como los de Charlie Hebdo, se olvidan todos los antecedentes (de siglos) en que los pueblos árabes han sufrido opresión de Francia, Inglaterra y Estados Unidos y se aísla el hecho, sacándolo del contexto general y ligándolo nada más las caricaturas de Mahoma, ofensivas, pero publicadas en nombre de la libertad de expresión.
La lucha contra el terrorismo no se gana con manifestaciones ni con más policías ni con armas más sofisticadas; este enfoque únicamente produce ganancias a los fabricantes de armas. La lucha contra el terrorismo se ganará cuando se trate de crear un mundo más justo, cosa aparentemente improbable.
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