Las moscas son tan importantes que hasta los grandes escritores de la antigüedad reflexionan sobre ellas: fastidiaron a Homero, a Mika Waltari, a Chejov, a usted y a mí, tienen un ciclo de vida muy corto pero aprovechado al máximo, es decir, reproduciéndose por miles. No recuerdo dónde leí que una plaga de moscas en cierto lugar tropical fue combatida de una manera muy curiosa: en vez de hacerles frente directamente, por ejemplo fumigando o haciendo que Sedesol regalara millones de matamoscas, se empleó una técnica verdaderamente científica. Los biólogos que analizaron el caso estaban haciendo experimentos con moscas estériles, que guardaban en un ambiente controlado y de las que disponían por metro cúbico; propusieron inundar la zona afectada con estas moscas estériles, razonando que las capaces de tener descendencia se aparearían con las estériles, interrumpiendo de esta manera el ciclo de vida. Efectivamente, así resolvieron el problema de aquella plaga.
El advenimiento de internet tiene muchas semejanzas con el invento de la imprenta de tipos móviles (Gutenberg, 1453), y efectivamente abrió la puerta para la difusión masiva de información, pero la extraordinaria facilidad que existe hoy para publicar es la diferencia radical con la imprenta de Gutenberg: entonces, se requería contratar un taller que poseyera imprenta, crear las páginas individualmente, imprimirlas, pagando el papel, el taller y la distribución; hoy basta que uno quiera decir algo tan importante como “jajajaja” y cual varita mágica aparece Facebook (más que abundante en comentarios profundos) para compartir aquella emoción con el mundo.
Prácticamente todos los medios impresos tienen su versión en internet, lo que nos permite hoy leer las noticias que aparecieron impresas en cualquier lugar del mundo. La publicación en calidad de reportero o articulista en cualquier medio está controlada por sus editores, pero no las respuestas del público, que frecuentemente opinan muy diferente del autor y lo atacan, tanto con argumentos como con sinrazones. Los medios están obligados a permitir estos foros por dos razones: uno moral, que es respetar la opinión del público lector y darle un espacio; otro es de auditorio, porque los medios cerrados a comentarios pierden interés para muchos lectores. Frecuentemente leo los comentarios que aparecen en tres sitios: yahoo.com.mx, TheGuardian, TheNewYorkTimes; el primero me sirve para ver el detestable nivel de cultura y educación que tiene nuestro pueblo (al menos, la generalidad de los que participan ahí), es más para enterarme de la última majadería en boga que para formarme una opinión, pero los otros dos son muy interesantes por sus comentarios, principalmente el inglés (TheGuardian), que tiene un público educado que participa, dando y en muchas ocasiones razones de peso.
Hasta ahí, todos es un asunto interno a los medios; pero si observamos el fenómeno desde el punto de vista de los poderes (gobiernos y grandes empresas), la opinión pública no puede dejarse al garete, es decir al libre albedrío de lo que puedan publicar los periódicos y contestar sus lectores. Por ejemplo, hay muchos casos en Estados Unidos en donde la noticia publicada en un diario de un asunto estrictamente personal, digamos que cierto senador pasó el fin de semana con su secretaria, que se convierten en tema de suma importancia precisamente porque la gente comenta la noticia, se escandaliza, exige respuesta coherente y frecuentemente termina con la renuncia del funcionario. Lamentablemente eso no sucede en México, porque los políticos han adoptado aquella solución biológica a la plaga de moscas, en este caso inundando la vida pública de amoríos, robos, desfalcos, ausentismo del trabajo, favoritismo, nepotismo, franca estupidez y contratos asignados sin licitación; hay literalmente tantos casos así en México, que los mexicanos nos hemos acostumbrado y un gobernador puede mentar la madre frente a la tv sin que pase nada.
Aún así, los verdaderos asuntos no son los pequeños y grandes robos que realicen funcionarios, sino los grandes intereses que puedan ser afectados: un nuevo producto que va a salir al mercado, la creación de una cadena de tiendas, alguna reforma a la ley, la invasión o la defensa de un tercer país; esos son los temas que preocupan a grandes empresarios y a presidentes; ahí es donde les conviene ejercer un control.
Yo he seguido con atención las noticias de Ucrania desde el año pasado, y he publicado mi opinión. Entre las fuentes consultadas, frecuentemente está TheGuardian, donde lectores favorables a Putin o a Estados Unidos dan su opinión, en muchas ocasiones expresando nada más su sentir, en otras dando razones de peso. En ese medio y en otros, encuentro críticas fuertes a la versión pro-occidental, la que rechaza la “intromisión” de los países europeos y principalmente de los norteamericanos; en ese mismo medio, un día leí un comentario que decía que un ejército de duendes (trolls) pagados por Putin se dedicaba a llenar los medios de comentarios favorables a Rusia. A mí me pareció ridículo el comentario por dos razones: una, no aportaba ningún dato concreto, y dos, no refutaba el contenido de los comentarios pro-rusos, simplemente los etiquetaba e implícitamente los rechazaba.
El día de hoy (2.4.2015) sale en TheGuardian un artículo interesante: Desde Gran Bretaña hasta Beijing: cómo los gobiernos manipulan el internet. Analiza los casos de Inglaterra, Ucrania, India y China, mencionando fuentes concretas en donde comentaristas pagados por esos gobiernos, difunden o comentan artículos y noticias en forma favorable a sus empleadores. Yo no dejaría fuera a los Estados Unidos, para quienes personajes como Edward Snowden representan un embarazo público, precisamente por divulgar secretos de gobierno, al que han tratado de cubrir y atacar en todas las formas posibles.
En México tenemos a la vista el caso Aristegui. Los comentarios se dividen en dos clases: aquellos que dicen que MVS puede contratar y despedir a quien quiera, y que el asunto fue un tema estrictamente laboral, y los que dicen que la presidencia presionó a MVS para que despidiera a Aristegui, porque se había convertido en la comentarista incómoda, aquella que se iba con todo contra muchos asuntos oficiales, aportando frecuentemente datos que avalaban su posición, como la historia de adquisiciones, préstamos, construcciones, e hipotecas de nuestra Casa Blanca. Efectivamente MVS puede contratar y descontratar, pero MVS no es como la gasolinera donde lleno el tanque de mi coche, que encuentro frecuentemente a un nuevo despachador; un medio no es nada más una empresa, es una organización con un sentido social. Las frecuencias de radio y de televisión son otorgadas por el gobierno (teóricamente) para cumplir este cometido; por lo tanto, la desaparición de aquel importante noticiario no puede encajonarse a un simple pleito entre patrón o empleado. ¿Quién sale ganando? A la larga el gobierno, porque se ha quitado de encima un programa muy incómodo; ¿quién pierde? MVS (algunos millones de pesos en publicidad) y los mexicanos, porque perdimos una voz disidente.
Leo un libro muy interesante (La locura de Stalin, por Constantine Pleshakov[1]), regalo de Rodrigo y Sofía; narra la historia alrededor del 22 de junio de 1941, cuando Hitler invadió la URSS a pesar de que tenían vigente el Pacto Molotov-vonRibentropp, donde se repartieron Polonia y otros países. A Stalin le entró el pánico porque no creía posible la acción, y también porque no estaba preparado, no tenía ni plan defensivo ni ofensivo, y además las purgas habían desaparecido a la mayoría de sus mejores generales, entre sus enemigos, sus críticos y millones de ciudadanos, lo que provocó una sensación de terror total en la URSS, puesto que se alababa a familiares y vecinos que delataban a sospechosos de “actividad antisoviética”, es decir, cualquier cosa. En estas purgas se llevó Stalin a los mejores oficiales del ejército, y cuando llegó la guerra tenía los altos mandos ocupados por gentes dóciles y serviles, pero en muchos casos inútiles como militares. Uno de ellos era el teniente general Fiodor Kuznetsov, quien tenía a su cargo el Frente Noroeste (los países bálticos), servil al jefe pero incapaz como comandante. En una de las situaciones desesperadas de aquellos primeros días, el general Morozov envió un telegrama a Kuznetzov en donde lo increpaba por haber abandonado a sus tropas en el Ejército 11º, dejándolas sin refuerzos y a merced de los alemanes. Sistemáticamente, los alemanes ganaban todas aquellas batallas, por su propia capacidad y por los errores de Stalin, pero alegar cualquiera de esas causas para explicar una derrota no era nada más políticamente incorrecto, sino que lo ponía a uno frente al paredón. Kuznetzov lee el telegrama y pregunta su opinión a Kurochkin, un subalterno; éste sale del aprieto como puede, contestando una evasiva y diciendo que Morozov estaba rodeado por los nazis.
“¡Usted no entiende nada, no es un verdadero militar! Dígame, ¿conoce al general Morozov?” También era una pregunta delicada, porque Morozov tenía mayor rango que Kurochkin, quien contestó, para salvarse, lo que necesitaba Kuznetsov: “Sí, lo conozco.”
“No es posible que Morozov, que es un militar profesional y educado, haya dicho eso ni difundido un mensaje derrotista. Aquí se trata claramente de una intromisión de los alemanes, quienes interceptaron nuestras comunicaciones y están enviando mensajes como este para desorientarnos. Tenemos que rechazar el telegrama como falso.”
Y de esta manera se libró del gran problema que representaba para él el dilema de socorrer o no a un compañero de armas, echándole la culpa a la infiltración alemana. El ejército de Morozov fue aniquilado y Kuznetsov vivió hasta 1961.
La versión popular de esta historia terrible va así: el sultán tiene un sueño, en donde se ve él solo, vagando en un palacio desierto. Pregunta al primer consejero el significado, y escucha “el sueño indica que vas a perder a tu familia”. El sultán se enoja y manda que le corten la cabeza; pregunta al segundo consejero, quien le responde: “vas a sobrevivir a tus familiares”. El sultán escucha complacido la noticia y llena de honores al consejero.
El Ministerio de la Verdad, diseñado por George Orwell en su obra futurista y profética 1984, estaba dedicado a noticias, entretención y arte; entre sus departamentos era especialmente importante el que “corregía la historia”, para que la versión pública de los hechos concordara con la versión oficial, la del Gran Hermano (el verdadero Big Brother, no el de Televisa). Orwell pudo imaginar muchas cosas, y aunque tomó como modelo la Rusia soviética y Stalin, en mayor o menor medida ese Ministerio de la Verdad existe en todos los países; aquí se llama Dirección de Comunicación Social, en Chile se llamó División de Comunicación Social durante el régimen de Pinochet, a veces tiene nombre y apellido, como Nancy Pelosi, la vocera de la Casa Blanca. Todas esas dependencias o personas tratan de controlar la información que se difunde ante el público; idealmente, que solamente aparezcan noticias favorables, o si son malas, resaltando los esfuerzos del gobierno para rectificar; esto es posible en la medida que tienen influencia sobre los medios, como el caso Aristegui, hasta aquí llega el poder de adivinación de Orwelli; sin embargo, cuando quien publica noticias y comentarios adversos es el público en general no hay medida preventiva, pero puede tratarse como la plaga de moscas, e inundar el internet de “duendes” que cuestionen la crítica y hablen bien de sus empleadores. Visto desde cierta luz, Sinuhé el egipcio de Mika Waltari también era futurista: el esclavo Kaptah desechaba los comentarios incómodos diciendo “son como el zumbido de moscas en mis oídos”.
Si usted tiene curiosidad por saber cómo intento yo filtrar las verdaderas noticias, contestaré que me fijo principalmente en dos cosas: los hechos concretos que citan, y el manejo del contexto general de la noticia. Desecho las opiniones que sin justificación alaban o atacan; para mí es especialmente importante que el autor o comentarista muestre un cierto dominio del tema, que no evada la cuestión diciendo “tal país hace lo mismo”, y que pueda opinar sobre las causas del asunto en cuestión. No, no tengo una receta; muchas veces debo que consultar en varios lados para formarme una opinión.
[1] Constantin Pleshakov: La locura de Stalin. Paidós, Barcelona 2007. Traducción del inglés por Carles Roche.
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