Los Estados Unidos han mantenido desde su creación en 1776 un orgullo bastante justificado de ser un país de leyes. Su constitución es un modelo de brevedad y buen tino, fue creada por un grupo de individuos que habían estado reflexionando sobre la manera de separarse de Inglaterra y crear un país muy diferente, con un marco jurídico que diera certeza a los asuntos que ellos consideraron más importantes, como una efectiva división de Poderes, el punto más importante en mi opinión. Estos Padres Fundadores dejaron una serie de artículos que fueron publicados en periódicos de NY, que formaron la jurisprudencia original de los Estados Unidos, y que todavía hoy se toman en cuenta, con seriedad y respeto, en algunos litigios. En más de dos siglos, han juntado apenas 27 modificaciones a la constitución original, un record en todo el mundo, al menos comparados con México: nuestra constitución de 1824 fue desechada en 1857, se creó una nueva, que también fue desechada en 1917 y es la que tenemos, más parchada que cobija de pordiosero; además, como tampoco le gusta a nuestro Padre Transformador, está entre sus miras crear una nueva Constitución Moral.
A pesar de la guerra civil librada en EEUU el siglo XIX, cuando ganaron los del Norte no cambiaron la constitución, nada más crearon enmiendas para refrendar en las leyes lo decidido con respecto a esclavitud, el motivo oficial de la lucha entre Confederados y la Unión: se prohibió la esclavitud.
En el papel, entonces, Estados Unidos es un país de leyes. Nunca ha sido derrocado un presidente, no ha habido levantamientos armados excepto la Guerra de Secesión, el Congreso actúa como congreso. Diría un economista que las macro-señales legales que lanza ese país son de cumplimiento.
¿Y las microseñales? Un chiste dice que la mitad de los norteamericanos se demandan entre sí, y la otra mitad son sus abogados. La cultura de la demanda, por lo que sea, por el más fútil de los motivos, está muy extendida allá. Recuerdo una película en donde los asistentes a una fiesta tienen que salir corriendo porque algo los asustó, y a la salida está un abogado repartiendo tarjetas y ofreciendo demandar al dueño de la casa por daños y perjuicios. Una gran cantidad de películas y series de tv tratan precisamente ese tema: juicios, abogados, litigios, jurados, argumentos, etc. Aunque hay una cultura de respeto por las leyes elementales, por ejemplo las de tráfico, también existe la convicción de que si tienes un desacuerdo con tu prójimo, las cortes judiciales son el lugar para resolverlo.
El país ha vivido encrucijadas que marcan si efectivamente son o no son un país de leyes. Cuando la elección presidencial de 2000 no tuvo un ganador por el medio tradicional (votación del Colegio Electoral), la decisión final recayó en la Suprema Corte, quien se basó, a fin de cuentas, en lo que había sucedido en el estado de Florida, donde según cuentas de la SCJ unos cuantos votos fueron suficientes para inclinar la balanza en favor de Bush contra Al Gore. La decisión fue debatible, pero el pueblo aceptó la opinión de la corte, empezando por el mismo Al Gore, quien se refería a Bush como “Comandante Supremo” cuando fue entrevistado en Harvard a propósito de los eventos de Septiembre de 2011.
La elección de Trump en 2016 también es discutible, pero por razones diferentes: se cuestiona la intervención de un país extranjero en las elecciones para ensuciar a Hillary Clinton y beneficiar a Trump. Una comisión bipartita de inteligencia en el Senado ha reconocido que efectivamente hubo interferencia rusa en 2016 y que H. Clinton salió perjudicada[1], lo que hace perder legitimidad a Trump pero está muy lejos de ser una prueba, jurídicamente hablando, para declarar nulidad en las elecciones, por mencionar un resultado drástico. El camino para conseguir que este hecho, la intromisión rusa, se convierta en causal de nulidad o destitución es muy largo y está sembrado de abogados.
Los demócratas han estado acumulando pruebas –léase motivos- para enjuiciar al presidente y quitarlo del puesto. Trump les da motivos sicológicos y morales a montón: puedo disparar a alguien en la 5ª avenida y no pasa nada, cuando uno es importante puede agarrar a las mujeres ahí donde te platiqué, no publico mis declaraciones fiscales, mi yerno (que es judío) representará a EEUU en el diálogo de paz entre Israel y Palestina, instruyo al abogado general para que tranquilice cierto asunto, yo estuve ahí al pie de las Torres Gemelas en 11 de septiembre, inspiré a Alexander Hamilton sus artículos en El Federalista, etc. El retrato moral de una persona así, en el puesto más importante del país, es ciertamente repugnante, pero no es motivo de destitución.
El camino de una destitución, en lenguaje norteamericano Impeachment, es largo y está sembrado de abogados. Tiene que iniciar con las acciones de la Cámara de Representantes, en particular del líder de la parte mayoritaria, quien inicia formalmente el procedimiento e instruye a sus compañeros de bancada para que actúen y la ayuden (la líder es Nancy Pelosi) a juntar pruebas. Los diputados, entonces, son el Fiscal en este caso judicial: tienen que reunir pruebas de que hay motivos suficientes para culpar a Trump de violar las leyes, y deberán presentar su caso ante el Senado, que se convierte en el Juez del caso: escuchará los argumentos de la Cámara Baja, escuchará los de Trump a través de su ejército de abogados, y decidirá mediante una votación de los senadores. La vocación de Trump por respetar las leyes puede verse en su orden para que la Casa Blanca no atienda ningún citatorio (subpoena) que les haga la Camara Baja.[2]
Y aquí está el problema, que se decide mediante una votación de los senadores. En teoría, como todo juez, deberán votar de acuerdo a su conciencia y a la contundencia de los argumentos escuchados. Mi expectativa es que Nancy Pelosi presentará un caso contundente para los que ya están convencidos de que Trump no debe ser presidente, y su caso será dudoso para los que todavía no están convencidos. Trump tiene una vida completa viviendo en la rayita, estirando a su provecho las leyes para salir beneficiado, y habrá tenido cuidado, hasta cierto punto, para no involucrarse directamente y para encontrar un chivo expiatorio en los casos más incriminatorios. No hay fotografías de Trump recibiendo un expediente del embajador ruso, con material incriminatorio sobre H. Clinton o sobre Joe Biden. Todas las pruebas serán discutibles, en todo caso para eso existen los abogados, para encontrar que aquí y allá faltaba un punto y coma, un símbolo de interrogación, o que la fotografía-evidencia pudo ser creada en Photoshop, lo que traería un experto en Photoshop cuyo testimonio también podrá ser desacreditado, si conviene a una de las partes desacreditarlo. En pocas palabras, podrán argumentar y argumentar ambas partes desde aquí hasta el final de los tiempos, sin llegar a una conclusión definitiva.
Pero para eso existen los abogados y los asesores en campaña. Arriba decía que los senadores votarán “en conciencia”, y es momento de revisar esta afirmación temeraria, que los senadores tengan conciencia. Yo creo que los senadores van a votar a favor o en contra del Impeachment destitución dependiendo de un factor: su propia curul. En 2020 van a elegirse 34 senadores (de un total de 100), y en 20222 se elegirán otros 34. Los más nerviosos son aquellos que tienen la elección el año próximo, porque el Impeachment estará fresco en la memoria de sus electores, quienes usarán la conducta del actual senador en este proceso como un elemento para votar a favor o en contra. Si el senador cree que va a hacer enojar a sus electores favoreciendo a Trump, entonces apoyará el Impeachment; si cree que les da lo mismo a sus electores o que se enojan si vota por el Impeachment, entonces votará por rechazar el Impeachment. Esta es la conciencia del senador –sí la tiene- y se llama curul.
Moralmente, entonces ya no estaremos juzgando la conducta del presidente, sino la de los senadores en este proceso: en vez de que el caso se simplifique para nuestra comprensión, se complicará porque ahora hablamos de la conciencia de los 53 senadores republicanos al día de hoy. Originalmente, la tarea de los Representantes demócratas era juntar evidencias suficientes para probar que Trump ha violado leyes en forma suficiente para destituirlo; luego se convierte en defender estas evidencias en argumentos públicos que deberán presentar en el Senado, quien escuchará también la defensa de Trump. Finalmente será el voto de los senadores, quien según mi opinión votará de acuerdo su deseo personal de conservar la curul. Y esto a su vez, se convierte en campañas de elección de senadores en cada uno de los Estados donde toca hacerlo en 2024, que serán conducidas por asesores de campaña demócratas y republicanos, listos a mostrar los dientes dependiendo de cómo vote el senador republicano que busca su reelección. Y en cada una de estas etapas, participarán abogados y más abogados, sus honorarios subirán, y los más valuados serán, terminando el año 2020, los que tengan hoy en 2019 las mejores expectativas de conducir la campaña de los aspirantes a senador, es algo así como una Bolsa de Valores donde las acciones que se juegan las expectativas de los asesores de campaña. Ya se nos olvidaron a todos las leyes, y lo que juzgaremos será qué tan bueno es el asesor de campaña de mi futuro contrincante…
Creo que Estados Unidos no es país ni de leyes ni de abogados, sino de políticos que contratan abogados. Y también de shows, como este que promete ser The Biggest Shitshow Ever.
[1] https://techcrunch.com/2019/10/08/senate-report-says-russian-election-interference-invariably-supported-trump-recommends-national-psa/
[2] La Camara Baja tiene el poder de citar a quien sea, pero por lo visto, el citado puede rehusarse… menudo poder tiene la Cámara.
[comment]