Los historiadores militares mencionan a tres batallas que muestran los mayores niveles estratégicos y tácticos logrados jamás, y que han servido de modelo y caso de estudio durante siglos: Cannas (librada el año 216 A.C. entre Aníbal al frente de los cartagineses, contra los romanos; Aníbal derrotó a una fuerza muy superior), Blenheim (librada en 1704 en Baviera; el duque de Marlborough lidereó una coalición de Austria, Prusia e Inglaterra, y derrotó a los franceses), y Austerlitz (Napoleón al frente de los franceses, contra una coalición de Inglaterra, Austria y Rusia, el 2 de diciembre de 1805; triunfó Napoleón). Considero que injustamente ha sido excluida de esta relación la Batalla de San Jacinto (Texas, 21 de abril de 1836, Santa Anna contra Sam Houston, mexicanos contra texanos y norteamericanos) y planeo remediarlo con este artículo. Por cuestiones didácticas, elaboraré un paralelismo entre esa batalla y la de Austerlitz, y por vía de comparación, contraste y otras técnicas pedagógicas, trataré de establecer los puntos importantes de una y de otra, y recuperar para esta batalla olvidada el lugar que se merece en la Historia. En otros artículos planeo hablar in extenso de Cannas y Blenheim.
1-Austerlitz.
Una batalla bien ganada es casi siempre un acto de coreografía: el líder organiza sus fuerzas en grupos –infantería, caballería, artillería- y en el curso de la batalla hace que sus fuerzas se muevan: avanzar, retroceder, rodear, atacar, abrirse, resistir, ocultarse, dar el golpe final. La imagen de la batalla como una guerra campal, todos contra todos, dejó de aplicarse hace muchos años por los buenos generales. Los malos generales hacen avanzar sus fuerzas estúpidamente, abiertamente, aunque sepan que van a perecer. Hay una escena de guerra en la película Barry Lyndon, de Stanley Kubrick; sucede en el siglo XVIII, y los dos bandos que se enfrentan avanzan sobre un terreno plano, en filas que van cayendo conforme se acercan unos a otros, a medida que los fusiles disparados pueden apuntarse mejor. No hay estrategia ni organización, nada excepto la orden de marchar al frente, y si se hace contacto físico con el enemigo, atacar con la bayoneta. Es una coreografía absurdamente simple.
El primer acto de Napoleón en la batalla de Austerlitz fue meses antes de la batalla, en el verano de 1805. Estaban estacionadas sus tropas francesas en la costa noreste de Francia, preparadas para invadir Inglaterra. Nunca se produjo la invasión, pero en cambio esa amenaza motivó a Inglaterra, Austria y Rusia a que formaran una coalición. Napoleón tuvo que hacer rápidamente el siguiente cálculo: en Inglaterra nunca vamos a pelear, pero sí vamos a hacerlo contra Austria y Rusia, en algún lugar de Europa. No sabía dónde, nada más tenía la certeza de que eventualmente se iban a juntar los austríacos y los rusos, y que si las cosas se ponían mal, también tendría que pelear contra Prusia. Decidió abandonar la idea de Inglaterra y apresurar el encuentro con Austria y Rusia antes de que se les fuera a juntar Prusia. La segunda decisión tenía que ver con el lugar: fuera de Francia, por supuesto; lo más lejos posible, pero no tanto como para adelgazar la línea de comunicaciones; en un lugar que él pudiera escoger y planear adecuadamente la batalla. Los puntos anteriores definieron su estrategia (los puntos más importantes) y condicionaron la táctica (los puntos relacionados directamente a la batalla). Es muy fácil repetir como el perico que Austerlitz fue la batalla modelo de Napoleón, posiblemente hasta algún profesor del SNTE lo sepa; entenderla y comprender lo que significó para la historia de Europa puede lograrse si trata uno de ponerse en los zapatos de Napoleón; eso estamos haciendo.
Napoleón sabía de coreografía militar: ni se improvisa ni cualquiera puede participar. Los pasos de baile necesitan habilidad para seguir la música, saber contar, condición física, elasticidad y entrenamiento. El baile puede ser en un escenario o en la batalla, y quizá es más fácil en el escenario, ya que no te va la vida en ello ni tienes que cuidarte por todos lados, ni tienes que distinguir, entre los gritos y los disparos, la voz de tu jefe para saber lo que tienes que hacer. Napoleón había dedicado años a formar La Grand Armée, que como ejército era el mejor de Europa. Una de sus decisiones más importantes fue basar los ascensos en el mérito y no en la nobleza o en la recomendación, al revés de otros países como Rusia; él mismo era de origen popular, y junto con él subieron a mariscales personas que le demostraron inteligencia, capacidad, valor, fortaleza y lealtad. Los oficiales eran escogidos necesariamente entre los mejores. Los soldados eran entrenados continuamente, él mismo los visitaba con frecuencia y organizaba desfiles y eventos para levantar la moral. Los recompensaba cuando mostraban valor en la batalla y sabían que si morían, Napoleón se encargaría de mantener a su familia. Llegó a ser un dios para sus soldados, y las victorias sucesivas confirmaban la fe que tenían en él, fomentando un espíritu de obediencia ciega y resuelta a las órdenes de los mandos superiores, porque sabían que a través de ellos les llegaban las órdenes de Napoleón.
Hacia septiembre de 1805 enfrentó Napoleón su primer problema práctico: desplazar el ejército en la costa hacia el Oriente, hacia Viena. Lo hizo en la forma que le convenía: rápidamente y sin dar oportunidad a los aliados de que supieran cuántas fuerzas eran, ni de qué clase; en vez de avanzar ostentosamente con los aproximadamente 300,000 hombres de La Grand Armée, lo dividió en varios cuerpos de ejército, avanzaron a lo largo del Rin en un frente amplio, no en columna (para impedir que los contaran al pasar por un punto) y distanciados pero en posibilidad de apoyarse unos a otros haciendo una marcha de 24 horas. Napoleón sabía dar y sabía exigir: en esta marcha los soldados avanzaron durante unas semanas a pie, siguieron el Rin hasta Manheim, luego cortaron por la Selva Negra para llegar al Danubio delante de Ulm (una ciudad al sur de Alemania, cerca de Munich, ahí nació Einstein), y así rebasaron a las tropas austríacas estacionadas en Ulm, les cayeron por la espalda y las derrotaron. Tenían una victoria y se hallaban a unos 400 kilómetros de Viena; recorrieron el camino siguiendo el Danubio, tomaron Viena y descansaron mientras Napoleón planeaba el siguiente paso. Esta fue la gran coreografía. Había calculado que podría llegar a Viena antes que los rusos caminaran desde Moscú, y lo logró; la velocidad era esencial para el éxito. Se anotó la primera victoria estratégica: atacar por separado a sus enemigos, antes de que se reunieran.
Ahora venía el problema de enfrentar a Rusia y Austria juntas. Era mediados de noviembre y Napoleón veía que había que hacerlo antes de que Prusia se juntara, lo que le daba aproximadamente un mes; ahí intervino la sicología de Napoleón, que conocía al zar Alejandro I y sabía que era impetuoso, tenía tendencias místicas, le gustaba sobresalir, tenía poder absoluto, se hallaba rodeado de aduladores que le decían que siempre tenía la razón (nada de esto tenía que ver con la guerra) y mandaba el ejército ruso. Así que Napoleón decidió darle por su lado y engañarlo haciéndole creer que era menos fuerte de lo que esperaba, confiando en que el zar insistiría tanto en presentar batalla, que el emperador austríaco, quien prudentemente quería juntar más fuerzas, terminaría por ceder. Ahora necesitaba un lugar para realizar la batalla, donde pudiera dar la apariencia de debilidad pero también que fuera defendible, con buenas vías de comunicación para poder llamar, desde lejos, a las tropas que mantendría ocultas por la distancia; finalmente, donde pudiera maniobrar a su antojo, es decir, hacer sus pasos de coreografía.
Eligió una llanura a unos 70 km al norte de Viena, atravesada de norte a sur por el río Goldbach, cerca de Brünn, (actualmente Brno). Sus espías le habían informado la cantidad de tropas enemigas, menos de 100,000 hombres. Napoleón decidió presentar un ejército de 45,000 para dar impresión de inferioridad 1 a 2, pero tener a sus refuerzos al alcance para traerlos, aunque fuera a marchas forzadas, para que entraran a tiempo en la batalla. El siguiente punto era invitar al enemigo a atacar cierta parte del frente de batalla. Dividió su ejército en tres grupos, colocados más o menos a lo largo del Goldbach de norte a sur, y el grupo del extremo sur (su flanco derecho) al mando de Davout, fue el elegido para presentar debilidad. La razón era que los refuerzos vendrían del sur, de Viena. Su plan era que los aliados mordieran el cebo atacando con fuerza el sur y debilitaran el centro; si eso ocurría, él podría lanzar un ataque masivo ahí en el centro, cortar por la mitad las fuerzas enemigas, y atacar por la espalda a los que estaban atacando su flanco derecho. El centro del lugar de la batalla están las Colinas de Pratzen, un montecito no muy alto pero que tenía valor estratégico en la batalla porque desde ahí podía dominarse el resto del escenario. Los franceses la habían tomado, pero hicieron una retirada para fingir debilidad, la tomaron los rusos pero después la soltaron para ir hacia su izquierda a atacar el flanco derecho francés, se distrajeron con esa treta y dejaron suelta la posición estratégica, que Napoleón tomó inmediatamente y desde ahí destruyó el centro de las fuerzas aliadas.
Parte del genio de Napoleón era su habilidad para transmitir sus ideas y preparar a sus generales para lo que a cada quien le tocaría hacer, es decir, organizar. En los días anteriores al 2 de diciembre recorrieron los franceses el lugar elegido: viendo el río, el bosque al norte, el pantano al sur, la pendiente del centro, les explicó lo que él quería que sucediera, les dio sus razones y sus instrucciones. Una de ellas fue la siguiente: “estudien bien este terreno, porque aquí es donde se va a decidir el futuro”. Por el contrario, la víspera de la batalla los aliados se sentían superiores numéricamente, ya habían decidido atacar el flanco sur de Napoleón, y decidieron algunos jefes rusos festejar la victoria, bebiendo. Los franceses conocían las intenciones de los aliados y sabían que su proyecto era malo; se sabían también parte de una maquinaria bien engrasada, con hombres bien entrenados y que podrían hacer cosas que los aliados no esperarían.
Una de estas hazañas fue la marcha que realizó el cuerpo de ejército francés al mando de Davout, que recorrió a pie 145 km en dos días, y llegó a tiempo para apuntalar a los franceses y decidir la batalla. Porque la batalla de Austerlitz sucedió como Napoleón la había pensado, como si él hubiera dado instrucciones a los aliados. Atacaron a los tres grupos del ejército francés el 2 de diciembre, y avanzaban y retrocedían en los tres frentes. Después de unas horas, el flanco derecho francés mostró su debilidad frente a los aliados, y entonces una parte del centro aliado se lanzó para apoyar al sur (debilitando su propio centro); pero entró ahí en acción el ejército que venía del sur al mando de Davout (para apoyar al flanco derecho), y los franceses se lanzaron a atacar con fuerza el centro debilitado. El resto fue la carnicería del centro aliado, luego acabar con el sur, y al final, reforzaron todos el flanco izquierdo, que había combatido todo el día muy parejamente contra el flanco derecho aliado.
Fue una batalla que Napoleón ganó espectacularmente gracias a la preparación de años que le había dado a su ejército, a la velocidad en el desplazamiento de sus tropas, a la capacidad de sus tropas de realizar los movimientos que él había imaginado, al engaño y a la sicología. Vista en retrospectiva, es una batalla de manual. Vista en perspectiva, solamente a Napoleón se le ocurrió. Ganó esta batalla y otras más, pero perdió a la larga, porque no calculó bien en 1812 tres situaciones: el adelgazamiento de su línea de aprovisionamiento cuando atacó Moscú, el invierno ruso, y la capacidad de sufrimiento de los rusos, que preferían quemar todo y echarse para atrás, antes que rendirse ante el invasor o dejarle provisiones. Napoleón conquistó un Moscú incendiado pero perdió la guerra.
Una de las muchas razones para leer La Guerra y la Paz de Tolstoi es precisamente su descripción de la batalla de Austerlitz; es una novela y no un tratado militar, pero describe de una manera muy completa los preparativos, la confianza y autosuficiencia de los aliados, un plan largo y pomposo e irrealizable propuesto por el jefe militar austríaco mientras que el jefe ruso, Kutuzov, se hacía el dormido para no tomar partido en las deliberaciones de una batalla que sabía perdida con la estrategia propuesta. La descripción de la batalla muestra muy bien el desconcierto, la sorpresa y la falta de comunicación que existió entre las fuerzas aliadas, en oposición a Napoleón, quien supo desde mucho antes lo que quería y mantuvo el control total durante toda la batalla. En las páginas anteriores a este episodio Tolstoi utiliza el contraste para presentar el desfile militar organizado antes los emperadores de Austria y de Rusia, caballos hermosos, uniformes relucientes y un zar que sabía atraer con su bondad a sus soldados, haciendo que desearan dar la vida por él. Unas páginas más adelante, en unas pocas líneas, nos describe al mismo zar llorando y huyendo por el desastre que les cayó encima. Tolstoi no hace juicio, ni sobre Napoleón ni sobre Alejandro I, sus palabras son suficientemente elocuentes para provocar un juicio en sus lectores.
2-San Jacinto.
En el otro extremo del mundo y de la genialidad, contamos con don Antonio López de Santa Anna. Fue once veces presidente de México, abandonaba el cargo cuando se sentía fastidiado del poder, fue realista e insurgente, apoyó a Iturbide y lo traicionó, fue conservador y republicano, tenía el ojo alegre con las mujeres, era parrandero y jugador, aceptó con gusto el apodo El Napoleón de América, perdió una pierna en una batalla y la enterró con honores, se hizo llamar Su Alteza Serenísima y vendió la mitad del territorio nacional. Esto solamente podía suceder en México o en las novelas de García Márquez.
Hay personajes folklóricos en todas partes, pero solamente en algunos países padecen a presidentes así como él. México es uno de ellos, Haití es otro (cuando el presidente Papá Doc murió en 1971, su hijo Baby Doc nada más tenía 20 años, y la ley le inhabilitaba para ser presidente, pero lo resolvieron muy sencillamente: el Congreso declaró que tenía 23 años). Yo me pregunto cómo es posible que alguien ocupe once veces la presidencia, cómo sucedió en este país que después de perder Texas (con la cooperación de Santa Anna), en vez de fusilarlo todavía lo hayamos nombrado otra vez presidente; me pregunto qué tenemos los mexicanos para tener al frente de nosotros a gentes como él; a riesgo de que usted se moleste, yo pregunto si no podemos producir otra clase de políticos, porque a fin de cuentas, ellos son tan mexicanos como usted y como yo.
A la vuelta de los años hemos encontrado un cómodo chivo expiatorio de la pérdida de Texas: Santa Anna, pero yo creo que no fue así.
La Nueva España y México juntaron más de 300 años en que las provincias del norte (Texas, Nuevo México, Arizona, California, Utah) estuvieron prácticamente en el abandono; los Estados Unidos necesitaron aproximadamente 50 años para apoderarse de ellas. Para entender las razones, veamos que hubo un factor que favoreció a los norteamericanos: hay línea de continuidad desde las 13 colonias que se independizaron en 1776 hasta Texas. Al noreste de EEUU, siguiendo la costa hacia el sur, se llega a Florida y luego, hacia el Oeste, se llega hasta Texas. Hablo de “línea de continuidad” porque toda esa zona, varios millones de km2, es plana, tiene poca elevación sobre el nivel del mar y está abundantemente cruzada por ríos caudalosos; de ahí a convertir esa enorme superficie en plantaciones de trigo, maíz, algodón, etc., todo lo que falta es necesidad de subsistir. Los norteamericanos hicieron eso con los inmigrantes europeos que estuvieron llegando desde el siglo XVII, que llegaron con una ética de trabajo, fruto de su religión protestante, y dispuestos a hacer producir su tierra, al grado de que los primeros años de independencia, los EEUU basaron su economía en el apoyo a los granjeros: ciudadanos que se animaban a comprar algunos cientos de hectáreas a precios muy bajos, y financiados por el gobierno, pero dispuestos a hacer producir sus terrenos. Así fue como llegaron a Texas, como una marea humana que se había apoderado de toda la costa Este y ahora estaba empujando hacia el Oeste. El Destino Manifiesto, y la Doctrina Monroe son explicaciones y justificaciones de este hecho, reclamando para los norteamericanos todo el terreno del que pudieran adueñarse, contra la intervención europea. Los países latinoamericanos no fueron tomados en cuenta por una razón: comparados con EEUU eran débiles.
Por el lado de México, el abandono se explica por varias razones. No es la distancia una de ellas: está más cerca San Francisco de la ciudad de México que de Washington, D.C. La razón física es que no hay línea de continuidad. México tiene en medio la Altiplanicie Central, esa zona limitada por las Sierras Madre a los lados, con altitudes promedio de 1800 metros, seca a la altura de Aguascalientes y desértica a medida que subimos al norte. Es una zona que no invita a estarla colonizando con granjas, al estilo de EEUU. En esa zona falta el elemento vital, el agua, sin la cual los humanos tienen que crear artificialmente un entorno para vivir. Los mexicanos, buenos para poner pretextos, vimos a California “del otro lado de ese desierto” y se nos quitaron las ganas de ir. Para nuestra mala suerte, en la Nueva España se encontraron yacimientos de plata en muchos lugares, que la convirtieron la posesión más lucrativa de España, y durante los siglos de la Colonia, el saqueo de esa riqueza nacional para financiar la Corona Española y sus guerras fue enorme. En resumen, los territorios del norte estaban muy lejos, había un desierto en medio, y aquí había mucho que hacer con la minería. Paradójicamente, el hecho de que en el territorio de los EEUU no se descubrieran en esa época yacimientos minerales equivalentes a los de México, sirvió para que Inglaterra no viera con tanta codicia a su colonia como la vio España; y al final, como los colonos no tenían forma de explotar la tierra más que con la agricultura o la ganadería, a eso se dedicaron.
Así llegamos a 1836, cuando Santa Anna descansaba en su hacienda Manga de Clavo, y los mexicanos descansábamos de él pero estábamos en medio de las guerras internas que siguieron a la Guerra de Independencia. Para entonces, la cantidad de inmigrantes norteamericanos que se habían establecido en Texas superaban a la población local 10 a 1, es decir, de facto Texas ya era norteamericana. El gobierno mexicano había autorizado a cierto número de inmigrantes, y había prohibido la esclavitud en todo el territorio, pero los norteamericanos, que vieron que las enormes llanuras de Texas que están en la costa del Golfo tenían muchos ríos y podían ser productivas, llegaron con sus esclavos y lo único que hicieron fue seguir la tendencia de los anteriores colonos, que se habían apoderado de todas las tierras al sur de Nueva York, y ahora caminaban hacia el Oeste. En el camino se enfrentaron a España, que poseía la Florida y luego se las vendió, y definieron los límites entre Luisiana y Texas en 1819, en los Tratados de Onís. México consideraba que ese tratado definía el límite oriental de Texas, y por consiguiente de su propio territorio. Los norteamericanos argumentaban que el tratado era con España, no con México, ahí el asunto se convierte en cosa de abogados y no lo desenreda ni el diablo. En última instancia, ¿en base a qué derecho se apoderaban los españoles o los norteamericanos de esa zona? ¿No estaba habitada por indios, y por lo tanto, era de ellos? En mi opinión, el asunto legal es el menos importante en esta materia.
Lo importante era que México despierta de su larga siesta en 1836, y se acuerda que Texas es suyo porque los norteamericanos ya la habían invadido. Pacíficamente, pero invadido. En mi opinión, no tienen peso las actas oficiales ni los funcionarios nombrados en esa zona ni las protestas mexicanas; según yo, lo que vale es que en 1836 había muchos más anglosajones en Texas que mexicanos, a pesar de que era parte de México. Eso es exactamente lo mismo que abandono.
Pero hete aquí que México se acuerda que tiene un héroe, y lo manda llamar para ir a pelear contra los invasores. Santa Anna reúne un ejército de unos 3000 hombres, y se va para el norte, para enfrentarse a las fuerzas de Sam Houston. Al terreno de los hechos, un lugar en la desembocadura del río San Jacinto, cerca de la actual ciudad de Houston, llegaron aproximadamente 1400 mexicanos, que pelearían contra unos 800 norteamericanos. Hacía poco, en febrero, los mexicanos sitiaron El Alamo durante semanas, y terminaron por matar a todos los defensores; en otra localidad cercana (Goliad), también acabaron con los norteamericanos. Aquí entra la sicología de uno y otro lado: por parte de los mexicanos sentían que iban avanzando satisfactoriamente, creían próxima la victoria, se sentían optimistas, confirmaban su fe en Santa Anna. Del otro lado, Houston y sus gentes estaban resentidos por las derrotas sufridas y con ganas de venganza. Era en abril, la zona estaba verde por el pasto muy crecido cerca del río, todo invitaba a la reflexión y al descanso. Sam Houston conocía a los mexicanos y sus costumbres, pero se enfrentaba a desventaja numérica y algunos de sus jefes opinaban que sería mejor retroceder hacia el Este. Sin embargo, Houston insistió, porque conocía esta hermosa costumbre mexicana de la siesta, y consideró que podía atacar por sorpresa.
Y así fue. A las tres de la tarde (no en la madrugada ni a la media noche, sino al mediodía) los norteamericanos avanzaron hasta unos pocos metros de las fuerzas mexicanas, cubiertos por el pasto crecido y ayudados –providencialmente- porque los vigías también estaban dormidos. Atacaron al grito de remember El Alamo!, y masacraron a unos 800 mexicanos. De Santa Anna, cuentan los norteamericanos que estaba reposando de sus fatigas junto a una mulata llamada Emily Morgan, y crearon una canción para festejarlo: The yellow Rose of Texas. Santa Anna consiguió huir pero fue capturado, encadenado, enviado así a Washington, y para nuestra mala suerte, no se quedaron con él, lo devolvieron. El resto es historia, Texas estaba perdida.
Propongo poner esta batalla junto a la Austerlitz, porque se aprovechó al máximo uno de los elementos tácticos fundamentales: la sorpresa. Sam Houston conocía a los mexicanos y tuvo la inteligencia de diseñar un plan de ataque basado en este punto que le dio la victoria en unos 20 minutos, con una coreografía simple –prácticamente minimalista– de ambos lados; los norteamericanos ejecutaron dos pasos: avanzar todos a hurtadillas, y atacar todos al mismo tiempo; los mexicanos también ejecutaron dos pasos: dormir la siesta y huir. Gracias a esa batalla se formalizó lo que era un hecho de tiempo atrás: Texas era norteamericana.
Como mexicano, yo resiento la pérdida de Texas y todos los territorios del norte. Como crítico de mi país, yo digo que no la perdimos, la regalamos. Tener un bien, cualquiera que sea, abandonado y a la vista de un vecino codicioso, es una invitación a que se apodere de él. Es cierto que había misiones de franciscanos en todos los territorios del norte, pero los franciscanos no participan en guerras. Los territorios no se defienden con tratados, se defienden ocupándolos, utilizándolos, y si es necesario, por las armas.
La personalidad de Santa Anna, compleja y contradictoria, pero no es más que un ingrediente en este episodio. Los soldados de su ejército, dormidos como él, fueron tan culpables como él. No puedo entender que teniendo al enemigo cerca, se relaje la disciplina de vigilancia. En mi opinión, el descuido de Santa Anna y de sus soldados es simbólico del descuido de nuestra nación con respecto a todos los territorios del norte, que terminamos por perder. Los historiadores mexicanos guardan un respetuoso silencio con respecto a detalles tan vergonzosos, pero yo creo que los problemas son para ventilarse y aprender de ellos, e insisto en que la pérdida de Texas, empezada siglos antes de San Jacinto, no es más que una muestra del abandono que en muchos aspectos hemos tenido a este país.
jlgs/El Heraldo de Ags. / 21.5.2011