Por la autopista Querétaro-León vi una ocasión dos cosas que me hicieron pensar en una característica de nuestra gente. Era época de elecciones, y pasando Celaya, vi una pared con el mensaje
HAY QUE DAR DE COMER AL CAMPO.
Me sorprendió el letrero, porque yo había creído hasta ese momento que era precisamente al revés, que el campo nos proporcionaba alimento a los que vivimos en la ciudad; sin embargo, el letrero estaba ahí, acechando mentes de buena fe que podrían pensar que en las macetas que tuvieran en su propia casa podrían cultivar maíz y frijol suficientes para comer ellos y repartir un poco a la gente del campo.
Más adelante, otra pared me llamó la atención. Eran los muros del CRIT que corresponde a Irapuato: con colores vistosos y muy mexicanos, se ven hermosos enmedio de un terreno que siempre he visto verde, rodeado por unos árboles que limitan el campo, y que al verlos desde la carretera parecen juntar el campo y el cielo. Al contrario de lo que pensé cuando vi el muro politizado, el CRIT me dio la sensación agradable de saber que de alguna manera, como un subproducto de la escandalosa publicidad que le hacen las televisoras cada año, está surgiendo por todo el país una alternativa para tratar a los niños que tienen alguna deficiencia. Pensé, también, que con todo ese aparato publicitario en torno al Teletón, es natural que mucha gente sienta gusto por saber que se está atendiendo a esos niños.
El resto del camino no vi edificios del CRIT ni bardas exhortando a alimentar al campesino, pero me quedé con las imágenes en la mente. Comprobé una vez más que los colores del CRIT de mi pueblo eran los mismos, y averigüé de otras escuelas que hay aquí, también para niños con algún problema, ya sea físico o de aprendizaje. Mi curiosidad se extendió primero a escuelas de ese mismo tipo en otras ciudades del país, y me dijeron que efectivamente, prácticamente en cualquier ciudad de tamaño medio en adelante, cuentan con una o varias instituciones dedicadas a atender niños de “educación especial”. Y ya que tuve la seguridad de que esa parte de la población está razonablemente cubierta, se me ocurrió la otra pregunta, la que también es natural de hacerse en este contexto, pero que parece ser, no se ha preguntado públicamente: ¿qué atención se les da a los niños especialmente dotados?
En mi familia abundan los maestros, de los que no están afiliados al SNTE; respondieron incómodamente a mi pregunta, diciendo unos que eran profesores universitarios, y otros, que la educación infantil no era su rama. Algunos me dijeron de plano que no sabían. Finalmente pregunté, en forma cruda ¿conoces alguna escuela para niños especialmente dotados? La respuesta fue no. Una amiga mía en Monterrey atiende niños “especiales”, en el otro sentido del término, y es directora de una escuela que hace una buena labor con estos niños. Me platicó que no conocía, en todo Monterrey, una sola escuela para niños dotados. A otra persona, con amplia experiencia en educación universitaria, le indignó mi pregunta y me contestó que para eso estaban el IPN y la UNAM, pero hasta donde yo sé, estas dos instituciones empiezan en bachillerato, todavía no enseñan a niños. Llegué a la conclusión simple de que en México no hay, ni con mucho, un esfuerzo para atender a niños dotados que sea comparable al que se hace para atender a niños con problemas.
Un matemático ruso muy famoso, Vladimir I. Arnold, que murió en junio de 2010, era conocido por su sentido del humor. Cuentan de él que una vez llegó a la primera clase del semestre y les dijo a sus alumnos: “es bien sabido que una persona estúpida puede hacer preguntas que 100 hombres inteligentes no pueden responder. De acuerdo a este principio, voy a presentar a ustedes varios problemas, cuya solución todavía no se conoce.” Recordé esta anécdota cuando empecé a sentir la incomodidad de estar molestando a mis amigos con mis preguntas, pero me decidí a abordarlos otra vez, planteándoles un nuevo fastidio: ¿tú crees que en México no hay escuelas para niños dotados porque en México no tenemos niños dotados? Algunos se indignaron y otros estuvieron a punto de retirarme el parentesco, todos se incomodaron, y ninguno -a pesar de que yo los considero inteligentes- me pudo responder.
Pero yo seguí averiguando cómo estaba la situación. Me di cuenta que en México sí hay escuelas para atender a niños dotados, pero en el deporte. En mi propia historia, los maestros del Marista valuaban probablemente igual a los niños sobresalientes en el deporte, que a los que sacaban las mejores calificaciones; quizá mejor a los deportistas, porque había campos para jugar futbol y basketbol, pero no había lugares para el desarrollo de habilidades especiales del intelecto. Además de primarias y secundarias, hay escuelas de futbol para los niños que lo quieren practicar, hay escuelas de natación, y también academias donde se enseñan artes marciales. Pero yo sigo sin ver escuelas en donde se anuncie algo así como “si su hijo es muy bueno para las matemáticas, música, astronomía, historia, etc., podemos potenciar el talento de su hijo”. Probablemente con los maestros de educación especial (es decir, los maestros con deficiencias mentales) que padece el SNTE, quedan pocos recursos para hablar de educación especial, en el sentido más optimista del término.
Unos días después recordé la pared que vi cerca de Celaya, y reflexioné que el interés por sacar a la luz a los grupos sociales marginados, como algunos campesinos y los niños con síndrome de Down, apelan ambos a una conciencia que tenemos muy desarrollada en México, que pude ser un sentido de la caridad cristiana, si queremos verlo en su mejor cara, o es nada más paternalismo, o puede ser también un interés morboso por fijarnos nada más en las cosas que están mal, y dejar de lado las que están bien, pensando que no existen. Por ejemplo, los reality shows, que se han puesto tan de moda, son una manera de hacer públicas las miserias de mucha gente. Yo he visto fragmentos en donde había casos en que una pareja exhibe públicamente sus infidelidades, para conmoverse y perdonarse al final por las palabras del conductor y las lágrimas del público. Prácticamente todos los días encuentro alguna publicidad, casi siempre pidiendo dinero, para tal o cual centro en favor de los niños discapacitados. Y así sucesivamente, todos los días y en todas partes se exhiben los problemas que padece nuestra sociedad. Pero jamás he visto anunciado, y nunca me han pedido dinero para una escuela especializada en niños dotados. ¿Por qué? ¿Es que en México, nuestra mejor expectativa es tener un IQ normal, y ya que somos mexicanos, ninguno de nosotros posee una inteligencia arriba del promedio? ¿O sí hay niños muy inteligentes, pero no queremos que sobresalgan?
La historia de los cangrejos ilustra esta última pregunta. Juan Camaney va de vacaciones a España y visita a su primo Manolo, que vive en Valencia. Un día Manolo invita al primo mexicano para que vayan a la playa a agarrar cangrejos. Se llevan una cubeta, y cada vez que agarran un cangrejo lo meten a la cubeta y la vuelven a tapar para que no se salgan los que están adentro. Al año siguiente Manolo viene de visita a México y Juan Camaney lo lleva a la playa a cazar cangrejos. Llevan su cubeta y la ponen en la playa. Después de unos cuantos cangrejos metidos a la cubeta, Manolo se da cuenta que la cubeta no tiene tapadera, y le advierte al primo que los cangrejos se van a salir. “No te preocupes, Manolo. Los cangrejos mexicanos, cuando ven que uno de ellos empieza a subir por la pared y ya se va a escapar, lo agarran entre todos de las patas y lo regresan al fondo de la cubeta”.
La Historia nos da infinidad de ejemplos de genios que lograron avanzar gracias a la educación especial que les otorgaron. Mozart tuvo en su padre Leopold un excelente maestro y guía, quien le en señó música y lo ayudó a desarrollarse. El matemático alemán Gauss fue descubierto como niño prodigio por el duque de Brunswick, que se convirtió en su protector durante toda la vida. Chaikovski tuvo una mecenas, la baronesa Von Meck. Alejandro Magno fue educado por Aristóteles. Casi todos los pianistas y violinistas famosos que conocemos por sus discos, fueron identificados como niños dotados, y fueron favorecidos con una educación que les allanó el camino a su talento. ¿Qué hubiera sido de ellos, en caso de no haber gozado de esa ayuda?
No es necesario que esperemos a que aparezcan genios de ese tamaño para ponerles su escuela. De todas maneras abundan las escuelas de futbol, aunque no hayamos producido ningún Pelé. En Estados Unidos hay cazadores de talentos en las escuelas, que identifican a los estudiantes dotados… para el basketbol o el futbol americano. A esos estudiantes les dan becas, les facilitan de enorme manera el tránsito por sus escuelas, con tal de que se dediquen profesionalmente al deporte. ¿Por qué? Porque es un gran negocio.
Nunca será tan gran negocio el espectáculo de una olimpiada en matemáticas como el basketbol; ya los romanos decían “al pueblo, pan y circo”, y no decían “al pueblo, pan y matemáticas”. El circo de los reality shows que padecemos en México, junto con la exhibición de desgracias ajenas que tanto nos gusta mirar, es lo que vende más. La educación vende, pero en otro sentido, el de distinción de clase social.
Hace unos meses estuve en Xalapa y recorrí, como gusto renovado, sus calles y jardines. Cerca del centro oí música, parecía un grupo de alientos, como una banda, pero mucho mejor que las estridencias que se han puesto de moda. Me acerqué y advertí el espectáculo impresionante de un grupo de jóvenes indígenas que tocaban clarinete, saxofón, trompeta, trompetín, timbales, y lo hacían con arte y con conocimiento. Tenían sus partituras colocadas en atriles, pero en uno de los intermedios al clarinete le dio por improvisar una melodía, y el de la trompeta le contestaba; supe ahí que no era nada más gracias a las partituras y a la música estudiada de antemano que podían tocar bien, eran talentos naturales. Me acerqué y les saqué plática; les pregunté que de dónde venían y que dónde habían aprendido a tocar. Me dijeron que eran de un pueblo allá por la sierra, que ahí donde ellos vivían todo mundo sabía tocar un instrumento, y que desde pequeños los guiaban los más grandes para que pudieran tocar varios instrumentos y aprendieran a hacerlo en grupo. Esa escuela para niños dotados es el único ejemplo que conozco en México.
Desgraciadamente, porque se suma a la cuenta de áreas en donde México está retrasado. Hice algunas averiguaciones para escribir este artículo, y me informan de un sistema que se creó en la antigua URSS para identificar en todo ese enorme territorio a los niños más dotados, enviarlos a escuelas especiales y prepararlos para servir después mejor a su comunidad. Al menos Rusia y Ucrania heredaron estas escuelas, y las conservan actualmente. Ni qué decir de los Estados Unidos, hasta en las caricaturas de Los Simpson hablan de estas escuelas. También las tienen en Francia, Alemania, Inglaterra. En pocas palabras, las naciones más avanzadas, las del G8, disponen de escuelas para niños dotados.
Siguiendo la tradición de Arnold, hago otra pregunta estúpida: ¿qué es correcto: pertenecer al G8 y luego hacer escuelas para dotados, o hacer escuelas para dotados y tratar de llegar al G8? Es cierto que esos países tienen más recursos que México. En realidad, esto es una verdad a medias. En algunos casos, como Estados Unidos y Canadá, tienen más recursos en prácticamente todos los órdenes, y un pellizquito a su presupuesto sería 10 veces el presupuesto de la Federación. Pero Inglaterra, Francia, Alemania, Japón y Ucrania no tienen más recursos en todos los órdenes, empezando por la superficie. El más grande es Ucrania, unos 600,000km2, contra 2 millones de México; Inglaterra tiene unos 250,000km2. Nuestras costas son unos 3000km, ¿alguno de esos países tiene algo que siquiera se le parezca? Sin embargo, Japón es una potencia pesquera mundial. Francia, Alemania y Japón no tienen petróleo. Pero están en el G8 y México no. La cuestión no está nada más en los recursos naturales del país, que ayudan pero no son determinantes.
La cuestión está en las gentes. Si México invierte recursos en atender a los que menos tienen, es un esfuerzo loable. Pero el dejar de atender propiamente a los que nacieron dotados, pensando que la vida ya les dio mucho y se tienen que rascar con sus propias uñas, es un desperdicio de recursos. Cierto que podrán ingresar a la UNAM y al IPN para estudiar Física o Biología Molecular cuando crezcan, pero la atención al talento puede y debe darse desde que son pequeños. Y está también una reflexión odiosa, que tengo que hacer. Los niños con problemas mentales representarán toda la vida una carga social; en el mejor de los casos, podrían ser ayudantes en algún trabajo simple. Por otro lado, los niños más dotados son un potencial que bien cuidado, a la vuelta de los años nos dará ingenieros, médicos, científicos o artistas, y este desarrollo personal de ellos devolverá en alguna medida al país lo que se les haya invertido. Nuestro país tiene que distribuir sus recursos, entre ayudar a los menos favorecidos a buscar una integración razonable en la sociedad, y apoyar a los más dotados, para que a la vuelta de los años puedan ser profesionistas que ayuden a su comunidad.
En el fondo, lo que se trata es que todos podamos aprovechar al máximo las cualidades que tengamos, y no nada más intentar mejorar las cualidades de los que menos tienen. ¿O en México no hay superdotados?
PD. Febrero de 2013. Las personas que hayan encontrado interesante este artículo pueden leer también niños superdotados, que habla del mismo tema e insiste en el papel y la ayuda que los padres pueden prestar a hijos así.
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