Mi hija Lucía, que estudia Física, quiere investigar el origen del Universo (o el final, ahora que me acuerdo creo que no le entendí); yo, que estoy más viejo, me conformo con saber qué podemos hacer con lo que alcanzo a ver con mis ojos y palpar con mis manos. Ella me habla de las estrellas que se alejan del centro del Universo con una velocidad cercana a la de la luz, y yo le digo que será suficiente con que conozcamos al Sol y lo aprovechemos lo mejor que podamos mientras nos dure (que va a ser después del 12.12.2012). Ella calcula el impulso inicial que debió tener aquella estrella para salir disparada tan lejos, quién fue el pitcher que lanzó esa bola rápida, y yo le digo que el Sol está en el mismo lugar y a la misma hora desde que yo me acuerdo, y que siempre nos ha quemado las manos y la cara a los que vivimos en esta zona del mundo. Ella tiene que utilizar métodos sumamente indirectos para calcular la velocidad de aquellas estrellas, y yo tengo que usar métodos muy directos para que el Sol no me manche todavía más mis manos. Ella y yo nos maravillamos ante el Universo; ella, ante lo que calcula, y yo, ante lo que palpo.
Es cierto que el Sol es una estrella relativamente pequeña entre las que existen en el Universo, pero para lo que a nosotros refiere es tan grande como un dios, y como dios lo han adorado en muchas culturas. En la Terra, con esa combinación tan peculiar de distancia al Sol, de una órbita ligeramente elíptica, de una rotación sobre su eje inclinada con respecto al plano de la órbita, debemos el milagro de la presencia del agua, de la alternancia de días y noches, del ciclo de las estaciones de año, y con todo esto, de la aparición de la vida.
No es casualidad que no se haya descubierto vida como la conocemos (es decir, basado en las propiedades químicas del Carbono) en ningún otro de los planetas del Sistema Solar: Mercurio y Venus están demasiado cerca del sol, y por lo tanto, demasiado calientes. Marte, Júpiter y los otros, demasiado lejos y demasiado fríos. La Tierra está en una posición favorable para recibir la energía del Sol en cantidades que permitieron la aparición de la vida, protegida por la atmósfera, y con esas variaciones debidas al día y la noche, y a las estaciones del año, que han hecho crecer plantas, helechos, peces y mamíferos. El milagro de la vida en la Tierra, viéndolo como el resultado de un conjunto de sucesos muy improbables (por ejemplo, si la tierra no rotara sobre su eje: tendríamos un lado quemado siempre por el Sol, y el otro lado, perpetuamente frío), está proporcionado por esa sabia ministración de los rayos del Sol en la superficie de la tierra, con variaciones de día y de noche, que calientan sin quemar, y luego dejan enfriar sin bajar demasiado la temperatura. No es maravilla que muchas personas hayan atribuido ese diseño a una inteligencia superior, a Dios; los que no lo vemos así, nada más hemos desplazado el ámbito de las preguntas sin respuesta a otro lugar; siempre habrá un lugar para Dios en el universo de nuestras incógnitas.
Para todos efectos prácticos, para el largo de la vida mía, de Lucía, y de usted, el Sol es una fuente inagotable de energía. Es cierto que algún “día”, en unos millones de años más, se terminará la energía que está consumiendo y se volverá una masa inerte; sin embargo, en el pequeñísimo lapso de la historia humana, el Sol ha proporcionado siempre la misma cantidad de energía. A esa energía debemos otro milagro, el de las lluvias. Toda el agua que nos cae del cielo estuvo alguna vez en los océanos; fue evaporada de su superficie por el Sol, convertida en nubes, acarreada por los vientos (también obra del Sol) hasta el cielo sobre tierra firme, y después, cuando la nube se enfría, ese vapor de agua se condensa, forma agua líquida y bendice la tierra. Las nubes no son más que inmensas cantidades de agua evaporada, como la que se pega al espejo cuando nos bañamos con agua caliente, como la que empaña los vidrios del coche, como la que sale de la cafetera que nos anuncia el hervor del agua.
Así, todo el ciclo de la vida en la Tierra, basado en el agua que riega las tierras, no es más que un proceso de convertir la energía de los rayos del sol en vapor de agua, arrastrar las nubes encima de la tierra, y descargar la lluvia para que los organismos que vivimos en esta superficie podamos vivir. Este ciclo es capaz de favorecer la aparición y la conservación de la vida porque es la ministración de enormes cantidades de energía calorífica, que cada día recibe la Tierra del Sol, en esas cuatro quintas partes de su superficie, que están formadas por los océanos, otro milagro de improbabilidad: que en la Tierra haya vaciado Dios agua suficiente para que se cubra nada más 4/5 de su superficie. La mayor parte de esa energía se desperdicia; aunque los habitantes de Londres se quejen de la falta Sol, la mayoría de las nubes formadas terminan por descargarse otra vez en el mar. Los hombres hemos sido beneficiarios pasivos de esta energía; hemos nacido con un reloj biológico que se mueve en ciclos de 24 horas, descansamos cuando es de noche y trabajamos (sic) durante las horas del día, y nos hemos acostumbrado a que el Sol “está ahí”, y a que en estas latitudes, prácticamente todo el año tengamos días soleados. Pero no ha habido un esfuerzo sistemático y generalizado para aprovechar de otras maneras esa enorme dosis de energía que cada día nos llega.
Uno de los grandes científicos de la Humanidad fue Arquímedes, el que descubrió por qué los barcos flotan en el agua, el del famoso “Eureka”. Vivía en Sicilia hacia el año 212 A.C., cuando los romanos sitiaron su ciudad, Siracusa, rodeándola con su flota desde el mar. Arquímedes inventó un método con el toque de sencillez que solamente tienen los genios: hizo que concentraran los rayos del Sol en las velas de los barcos romanos, utilizando una gran cantidad de espejos. ¿Ha caminado usted en alguna calle cuando los rayos del Sol iluminan un edificio con ventanas reflejantes, y la luz es reflejada por donde usted pasa? Es inmediata la sensación de tener en la piel el doble del calor que se recibe normalmente del sol. Estar parado en esas circunstancias por más de cinco minutos es insoportable. Ahora imagine usted que alguien le hizo el favor a su barco de calentarlo con los rayos de cientos de soles, tantos como espejos juntó Arquímedes: su pobre barco se convierte en antorcha. Esto les pasó a los romanos, y sirvió para retrasar un poco la conquista de Siracusa. Cuando al fin sucedió la conquista cayó también el genio, bajo la espada de algún soldado imbécil del que sólo sabemos que mató a Arquímedes.
La energía del Sol es gratis, ya que a nuestro honorable Congreso no se le ha ocurrido todavía un impuesto al Sol. Además de gratuita, es enorme. ¿Sabe usted de dónde salió toda la furia destructora del huracán Katrine? De la energía del Sol, que calentó el aire en algún lugar del Atlántico, formó una enorme columna de aire caliente que se elevaba y esa columna hizo que a su alrededor, girando de izquierda a derecha, se formaran las nubes del huracán. ¿Cuánta energía del Sol recibe cada día el desierto que está al sur de Ciudad Juárez? ¿Y las costas de Sonora? ¿Y el cerro del Muerto? ¿Podríamos hacer algo con esa energía, además de combatirla gastando más energía en los sistemas de aire acondicionado?
Una solución a la última pregunta está en los calentadores solares: imagine usted los espejos de Arquímedes, concentrando los rayos del sol en un lugar determinado. Lo que sucede en ese lugar, es un aumento de la temperatura, es decir, energía calorífica ¿Qué puede hacerse con esa energía concentrada? Multitud de usos; uno de los más simples, que afortunadamente está tomando impulso, es el de los calentadores solares. Muchas casas están ya instalando en sus azoteas estos aparatos, porque inclusive en estos meses de invierno, a pesar del frío que sentimos, sigue siendo enorme la cantidad de energía solar que reciben nuestras azoteas.
La energía solar es además energía limpia. No se quema nada, no se provocan humos y desperdicios radioactivos. Es energía renovable, cortesía del Sol, y como decía al principio, para todos los efectos de la existencia humana, es inagotable.
Esta es una de las ventajas que tiene México sobre otros países situados más al norte. Aunque tradicionalmente hemos visto como una maldición el que nuestro país se encuentre en la misma latitud y con los mismos problemas que el Sahara, tienen ambos la ventaja de un Sol constante casi todos los días del año, en el caso de México, en algunas regiones como las del Noroeste. Los españoles construyeron una planta de energía solar que utiliza a escala masiva el invento de Arquímedes: concentran en una torre los rayos del Sol que caen una superficie muy amplia, y en la torre se utiliza la enorme energía calorífica recibida para producir electricidad. Esta planta, construida cerca de Sevilla, tiene resuelto de entrada uno de los grandes problemas de cualquier fábrica: ¿de dónde vamos a sacar la energía necesaria para mover nuestros aparatos? En este caso, la energía la proporciona el Sol, gratuitamente. Aunque todavía hay que hacer investigación para mejorar el proceso de convertir energía calorífica en energía eléctrica, estos españoles tienen la mitad de su problema resuelto.
Otra aplicación posible de la energía solar es imitar el ciclo de las lluvias para producir agua potable. ¿Ha probado usted el agua de lluvia? ¿Ha mirado usted al cielo cuando llueve, ha abierto su boca para recibir la bendición de unas gotas de lluvia? El agua de lluvia es potable, porque es agua que se evaporó del sol, y aunque se le pegaron algunas partículas de polvo en su viaje, es agua buena para beber. El agua salada del mar, por el contrario, no es potable, por los cambios químicos que produce en las células que terminan, a la larga, por producir la muerte. Este proceso de evaporación del agua del mar, formación de nubes, y condensación, está alimentado por la energía del sol. Actualmente hay varias plantas en el mundo que reproducen este proceso y generan de esta forma agua potable a partir del agua salada del mar.
México tiene varios miles de kilómetros de costas con rayos del Sol que caen a plomo prácticamente todo el año. Es decir, están ahí dos de los tres ingredientes necesarios para producir agua potable, uno de los grandes problemas que tiene este país: hay tanta agua del mar como se quiera, y tanta energía del Sol como se pueda utilizar. Este tipo de desarrollos podrían convertir las tierras desérticas del norte de Sonora que están entre el Golfo de Cortés y la Sierra Madre Occidental en tierras de cultivo. Israel, que tiene condiciones semejantes a Sonora en su zona costera, ha desarrollado plantas que utilizan diversos métodos (como el de ósmosis inversa) para desalinizar el agua de mar. Australia, que tienen gran parte de su país en condiciones semejantes a las de México (tierra desértica o semidesértica, inclusive junto al mar) ha hecho esfuerzos extraordinarios para conseguir agua potable a partir del agua de mar. Es seguro que en unos años desaparecerán los automóviles de combustión interna, porque se acabará el petróleo; cambiaremos a otro tipo de motores, y se resolverá este problema. Pero la dependencia de la vida humana, y de casi toda vida en la Tierra, de un adecuado suministro de agua potable, nunca se podrá cambiar. México tiene las condiciones favorables para investigar en estas tecnologías, y una urgencia cada vez mayor de obtener agua de lugares diferentes de los tradicionales: alguien se acabó el lago de Tenochtitlán, los pozos se cavan cada vez más profundos, y yo recuerdo con incredulidad que mi papá me contó una vez que en su juventud había barcas en el Río San Pedro.
jlgs, El Heraldo de Ags., 17.12.2010
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