1-La amenaza en los viajes largos.

Desde la antigüedad se sabía que los miembros de un grupo en una expedición o un viaje largo en donde la alimentación fuera monótona, basada principalmente en carne desecada, galleta y semillas, desarrollaban síntomas de malestar general, fatiga, ictericia, inflamaciones en las encías, se caían los dientes, surgían manchas en la piel, la condición se agravaba y a la larga, muchos morían. No bastaba con una dieta abundante para salir de esa situación, y se elaboraron multitud de explicaciones sobre el origen y la cura de ese padecimiento, pero transcurrieron muchos siglos hasta conocer la cura, hacia 1750, y luego todavía casi 200 años para entender la causa, en 1937. A este padecimiento se le llamó escorbuto.

Cuando llegaban otra vez a puerto, los marineros sobrevivientes se abalanzaban sobre los productos frescos, principalmente frutas y cítricos; de generaciones sabían que de esa manera se resolvía el problema, pero no había un conocimiento suficientemente amplio, que llegara hasta los responsables de organizar los viajes, como para tomar medidas que garantizaran el mayor tiempo posible de alimento fresco a bordo. Se intentaron muchos remedios, algunos derivados del mal entendimiento de la época de las sustancias que componen los vegetales: como se sabía que los cítricos resolvían el problema, y como éstos eran muy ácidos, entonces se pensaba que “el principio ácido de los cítricos” podía ser una solución, y de esta manera elevaron los ácidos, inclusive el agua vitriólica (ácido sulfúrico diluido) a la calidad de remedios.

Los estragos causados por el escorbuto eran brutales: una de las expediciones de Vasco de Gama partió con 170 hombres y murieron 116; el viaje de Magallanes alrededor del mundo perdió 208 de 230. Se necesitaba ser muy bravo, estar muy desesperado, ser muy ignorante o confiar mucho en la suerte para embarcarse en una aventura así en aquellos tiempos.

 

2-James Lind.

A medida que los barcos ingleses aumentaban, la flota crecía, hacían expediciones más grandes y el país dependía más y más del comercio marítimo, había necesidad de defender ese comercio con barcos de guerra y de patrullar las costas de las islas británicas. Esto significaba que las tripulaciones de los barcos tenían que estar preparadas para viajes largos, de varios meses sin tocar puerto, y el escorbuto tocaba a su puerta. Fueron incontables las bajas en los marinos ingleses (y de otras naciones) por este problema, y se calcula que entre 1500 y 1800 el escorbuto mató a más de 2’000,000 de marineros. Aunque tuvieran barcos que pudieran dar la vuelta al mundo superando las tempestades del Cabo de Hornos o del Estrecho de Magallanes, si no se podía resolver el problema del escorbuto el viaje estaría condenando a la muerte a la mayoría de los tripulantes.

Los ingleses tomaron medidas en favor de sus tripulaciones, como disponer que hubiera médicos a bordo, pero no con el encargo específico de combatir el escorbuto en particular, sino la salud de los marineros en general. El Almirantazgo, sin conocer la razón del padecimiento, sugería métodos “naturistas”, como buen estado de ánimo y ejercicio diario. Las medidas para combatirlo quedaban básicamente a discreción del capitán y del médico de a bordo.

James Lind nació en Escocia en 1716, estudió medicina y empezó a practicar como médico a bordo de barcos que iban al Mediterráneo y a la costa norte de África en 1739. Tenía una idea muy clara de que la higiene era importante para conservar y mejorar la salud, así que prescribió medidas para la tripulación: aseo personal, ropa y cama limpias, fumigación bajo cubierta con arsénico o ácido sulfúrico, tener una buena alimentación y hervir el agua de mar para producir agua potable. Hoy pueden parecernos triviales esas medidas, pero la higiene personal y la higiene de los médicos en sus intervenciones no han sido prescritos desde siempre; en la Rusia rural durante el siglo XIX, cuando los señores de la casa recibían una visita, antes de instalar al huésped enviaban a un muzhik (campesino) a acostarse en la cama del huésped, para que los piojos y las chinches se pegaran al cuerpo del sirviente y el huésped pudiera dormir más cómodo. Entonces, las medidas tomadas por Lind eran oportunas y futuristas.

Lind progresó y en 1747 lo asignaron como médico en el HMS Salisbury, que era parte de la Flota del Canal. Después de dos meses de navegar sin repostar en puerto, algunos marineros ya habían desarrollado síntomas de escorbuto, y el médico decidió realizar un experimento para decidir de qué manera podía curarlos efectivamente. En vez de aplicarles muchos remedios iguales a todos, dividió un grupo de 12 enfermos en 6 grupos de 2 hombres, y les administró a todos la misma dieta pero diferentes remedios, en forma diaria:

  1. Un cuarto de sidra
  2. 25 gotas de elixir de vitriol (ácido sulfúrico)
  3. 6 cucharadas de vinagre
  4. Media pinta (aprox. 240 ml) de agua de mar
  5. 2 naranjas + 1 limón
  6. Un vaso de agua de cebada

El experimento terminó cuando se quedaron sin frutas, a los seis días. Sin embargo, en ese tiempo los resultados ya eran muy claros: el grupo 5 mostró gran mejoría (uno de los dos marineros ya estaba totalmente curado), el grupo 1 mostró leve mejoría y el resto siguió el curso normal de la enfermedad.

Lind se retiró de la armada, regresó a Escocia para la práctica privada pero en 1753 publicó un libro (A treatise on scurvy) en donde afirmaba que los frutos cítricos curaban el escorbuto, pero fue prácticamente ignorado por las autoridades. Sin embargo, algunos marineros fueron convencidos por él y decidieron seguir sus consejos, como James Cook, que inició un viaje de circunnavegación en 1768, llevó provisión de semillas de berro para hacerlas crecer en mantas húmedas, y su viaje resultó prácticamente sin incidentes de escorbuto, porque obligaba a la tripulación a comer cítricos, de cualquier clase y aunque estuvieran pasados; mejor sería eso que morir de escorbuto.

Cook y otros marinos se convencieron, algunos por experiencia propia y otros por comunicación de otros viajeros, de que los remedios de James Lind eran buenos para prevenir y acabar con el escorbuto. No se sabía de qué forma actuaban los cítricos y algunas verduras, pero el remedio funcionaba. Después de pensarlo mucho, el Almirantazgo aceptó que el remedio era bueno y fijó como norma la alimentación rica en cítricos para todos sus marinos, lo que reforzó la salud y la moral de sus barcos y contribuyó a los éxitos que tuvieron frente a otras naciones, como la victoria de Trafalgar en 1815. Lind decía que le escorbuto había matado más marinos ingleses que todos los barcos de Francia y España reunidos.

3-Ensayos clínicos.

El descubrimiento de Lind de que los cítricos combatían el escorbuto en realidad no era suyo: sí eran suyos la insistencia ante las autoridades y el método que utilizó para llegar a sus conclusiones, que incluía los principios de los ensayos clínicos que se practican en la medicina moderna. La idea detrás de estos procesos es determinar una relación de causa y efecto entre un medicamento y una enfermedad; básicamente, se trata de probar que es precisamente ese medicamento y no otra cosa lo que ha curado al enfermo. Por esta razón, el paso crucial fue administrar diferentes medicamentos a diferentes grupos de enfermos de escorbuto. Actualmente, cuando el médico no sabe con precisión el bicho que trae uno en el cuerpo, receta penicilina de amplio espectro; si supiera cuál es el bicho, utilizaría ampicilina o garamicina o cefalosporina, algo específico para el bicho. El problema en 1747 era una ignorancia de casi todo en materia de infecciones y enfermedades, y se inventaban razones para estar enfermo y se tiraba con escopeta contra los padecimientos.

Lind fue lo suficientemente inteligente como para razonar que si mezclaba dos medicamentos y el paciente se aliviaba, no sabría cuál de los dos tenía el mérito de la curación, y si se moría, tampoco sabría si la mezcla de medicinas había tenido algún efecto colateral muy dañino. Decidió entones separara los posibles remedios y administrarlos solos, y de esta manera llegó a una conclusión forzosa y además cierta: el escorbuto se curaba con cítricos.

Posiblemente había estudiado al médico persa Avicenna, uno de los grandes médicos de la antigüedad, que escribió hacia 1010 el Canon de Medicina, donde describió prácticamente toda la medicina conocida en su tiempo, y estableció reglas muy claras para poder determinar si una medicina o un tratamiento efectivamente resolvían un problema de salud: usar sustancias simples y puras como drogas (evitar mezclas y contaminaciones), ver que coincida el tiempo de administración y asimilación con la posible mejoría, probar las drogas en humanos y no en animales, etc. Por ejemplo, resulta que la solución al escorbuto, que nosotros sabemos es la Vitamina C, no funciona más que para los humanos y unas pocas especies más, ya que el resto de las especies animales fabrican su propia vitamina; si Lind hubiera hecho una prueba con perros, no hubiera podido concluir nada de los efectos benéficos de la vitamina C, y posiblemente la hubiera desechado como medicina para humanos.

Se considera que el experimento de Lind fue la primera prueba clínica realizada con criterios modernos. Es doblemente importante porque resolvió un problema de vida o muerte para todos los marinos y de esa manera permitió que los viajes fueran largos sin la amenaza del escorbuto. La otra razón es que lo hizo en favor de Inglaterra, país que durante esos siglos produjo una enorme cantidad de hombres notables en muchas ramas del saber humano, que llegó a ser la potencia número uno para fines del siglo XIX, y que gracias a ese poder y a su presencia mundial contribuyó a difundir no únicamente la cura al escorbuto, sin la forma científica y moderna en que fue encontrada la cura.

Si usted es escéptico y no lo convence mi argumento, trataré de doblegar su voluntad con una anécdota. Un biólogo estaba estudiando a las pulgas, y se vio en la necesidad de medir de alguna manera la fuerza de sus patas. Los perros y los humanos saben que las pulgas brincan mucho, de forma que al estudiante se le ocurrió la idea de ver cuánto brincaba una pulga si tuviera una pata menos, dos patas menos, etc. Limpió su laboratorio, se consiguió una superficie limpia limitada por una barda como de prisión (no sea que la pulga fuera a escapar) e inició el experimento. Pegó un manotazo en la mesa, la pulga brincó 20cm, y el biólogo anota:

Pulga con todas las patas …. brincó 20cm

Le quita una pata, vuelve a azotar la mesa, la pulga brinca y el biólogo anota:

Pulga con (n-1) patas… brinca 18 cm

Le sigue quitando las patas, y el último resultado anotado es

Pulga con una pata … brinca 2 cm

El biólogo concluye el experimento, cortando la última pata de la pulga. Azota la mesa, y nada. Vuelve a azotar la mesa, la pulga sigue inmóvil, por lo que decide anotar:

Pulga con cero patas … se queda sorda.

 

4-Albert Szent-Györgyi

Muchos años después, en 1932 todavía se seguían pensando en causas y curaciones múltiples para el escorbuto. Se había aceptado que los cítricos y algunas verduras lo curaban, pero estaba vigente la pregunta de cuál es el ingrediente común a todos ellos o bien, cuáles varios ingredientes en esos vegetales podían curarlo. Como a los científicos les gusta la generalización, preferían encontrar una sola sustancia que hiciera el trabajo, y el biólogo Albert Szent-Geörgyi trabajaba hacia 1927 en Cambridge tratando de aislar y entender de dónde salía, cual era su estructura y qué pasaba con el ácido hexurónico, una sustancia que él había aislado a partir de las glándulas adrenalinas. Había nacido en Budapest en 1893, era hijo de una familia acomodada y no veía mayores problemas en el futuro que hacer lo que se le antojara, ya que tenía inclinaciones científicas y artísticas, el respaldo económico del padre y el apoyo intelectual de su tío y abuelo maternos, anatomistas. Se había aburrido en las clases de la universidad y prefirió meterse al laboratorio del tío Mihály Lenhossék, hermano de su mamá. El mismo debía su existencia al compositor Gustav Mahler, que dirigía la Opera de Budapest y escuchó la audición de la aspirante a cantante Jozefina Lenhossék; le dijo que mejor se casara y tuviera hijos, ya que su voz no era muy buena. Así que Albert nació gracias a ese rechazo, pero heredó el talento musical de la madre, puesto que él mismo era un pianista aceptable. Llega la 1ª Guerra Mundial y el encanto idílico de la Hungría Imperial se termina; lo mandan al frente, se las arregla para conseguirse una herida y regresa incapacitado, termina sus estudios de medicina y se gradúa. Trabaja en varias universidades y acaba en Cambridge, estudiando el ácido hexurónico. En 1930 regresó a Hungría a una de sus mejores universidades (Szeged) y vio que su sustancia era precisamente el agente antiescorbútico que era común a limones, naranjas, limas, berros y hasta algunas carnes, siempre y cuando se comieran término medio para abajo, porque el calor acababa con la sustancia.

Le otorgaron el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1937, por el descubrimiento de la vitamina C, como terminó por llamarse el ácido hexurónico. Vivió todavía largos años, todos dedicados a la investigación, y fue un hombre de convicciones singulares, muy personales. Lo mismo que se hirió a sí mismo para salir del frente, dio el dinero del Nobel a los voluntarios húngaros que fueron a luchar contra los soviéticos al lado de Finlandia en 1940. Durante la Segunda Guerra Mundial actuó como espía, los nazis le pusieron precio a su cabeza, anduvo a salto de mata y pudo salir del hoyo hasta que terminó la guerra, pero se encontró con que Hungría había cambiado de dueño, ahora eran los rusos. Los aguantó un rato y emigró a los Estados Unidos en 1947.

Siguió trabajando y ya con canas en las sienes se puso a estudiar Mecánica Cuántica para entender mejor algunos procesos biológicos. En EEUU vivió apoyado por un patrocinador durante unos años, pero a la muerte del financiero se enfrentó a muchos problemas. Ahí tenía el estigma de venir de un país del bloque soviético, y de haber inclusive colaborado con las fuerzas de ocupación rusas, aunque brevemente, de forma que el macartismo también fijó sus ojos en él y le hizo difícil la vida. Hacia el final de su vida estudió el cáncer y la influencia de los radicales libres en esta enfermedad. Murió en 1986, a los 93 años.

5-Dos experiencias.

Cuando yo era niño me enfermaba frecuentemente de las vías respiratorias. Me quitaron las anginas a los 6 años, pero el problema siguió. Hacia 1971 conocí al Dr. Armando Carillo en México, y me sugirió que tomara todos los días un gramo de vitamina C. Seguí su consejo, y a partir de entonces se disminuyeron mucho mis casos de gripa, bronquitis o faringitis.

La experiencia mucho más amplia del Dr. Szent-Györgyi quedó registrada en sus artículos de investigación en primer lugar, y también en los muchos trabajos de divulgación que escribió a lo largo de su larga vida. Estudiando el tema de este artículo encontré uno de sus artículos, que habla de su experiencia, sus puntos de vista sobre diversos temas importantes y su insistencia en que la educación es la madre del futuro: como enseñemos ahora, así será el futuro, termina diciendo. El artículo me pareció tan bueno que decidí traducirlo, para que usted lo pueda leer y conocer lo que pensaba un premio Nobel sobre problemas que aquejan a todo el mundo. La referencia es

https://jlgs.com.mx/traducciones/ensenanza-y-conocimiento-que-se-agranda/.