Andrzej Wajda (1916-2016) es uno de los directores polacos más importantes, a quien le tocó la maldición de vivir tiempos interesantes –el fin de la 1ª Guerra Mundial, la 2ª, Polonia bajo el yugo stalinista, después nada más subordinada a los soviéticos, y la caída del bloque comunista. De sus reflexiones sobre lo que vio en su vida salieron muchas obras maestras, y creo que Katyn (2007) es una de las mejores, de las que más carga emotiva tienen sobre los polacos, y de interés para el mundo porque habla de una de las muchas atrocidades en las que el ser humano se ha empeñado para recordar a todos que homo homini lupus.
Un bosque en Bielorrusia, cerca de la ciudad de Vitebsk, eso es Katyn. En 1942, cuando los alemanes habían avanzado sobre Moscú, se descubrieron fosas clandestinas ahí, de oficiales del ejército polaco ejecutados según el ritual de la policía secreta soviética: un balazo en la nuca. Los alemanes permitieron que los polacos examinaran los restos, y concluyeron que habían sido los rusos. Dos años después la URSS había reconquistado el espacio perdido y entraron al período de la posverdad, declarando que habían sido los nazis quienes mataron a los oficiales polacos, y esto continuó siendo dogma durante muchos años, aunque las viudas y los hijos de aquellos oficiales hacían cuentas no les cuadraban con la versión soviética. Finalmente se estableció con certeza que habían sido los rusos, por órdenes de Stalin, y las autoridades rusas lo reconocieron en 1990, después de había caído el bloque soviético.
La película es una narración elocuente, hermosa y sobria de estos hechos.
1-Contexto histórico.
Polonia tuvo la mala suerte de estar entre dos naciones fuertes y con las que ha mantenido enemistad por siglos: Rusia y Alemania. Ni siquiera le tocaba el consuelo del mar, que Holanda utilizó para construir un imperio mercantil. Polonia, en medio de tierras hostiles, tuvo un momento de respiro cuando al terminar la 1ª Guerra Mundial cuando los Aliados decidieron castigar a Alemania y diseñaron la estúpida solución de partirla en dos pedazos, creando un territorio polaco entre el cuerpo de Alemania y Prusia Oriental, donde está la ciudad que antes se llamaba Königsberg y ahora es Kaliningrad. La zona en medio de estos dos lugares, el llamado corredor del Danzig ahora era parte polaca, daba al mar y le daba una salida a Polonia para hacer comercio internacional. El Tratado de Versalles (1918) fue uno de esos errores diplomáticos que inventan los victoriosos y que llevan en sí el germen de la destrucción, lo mismo que el fraccionamiento del difunto Impero Otomano al término de la misma guerra, donde ingleses y franceses inventarios países completos que un siglo después siguen guerreando: el Medio Oeste, donde está Siria. Los alemanes consideraron que les habían quitado injustamente parte de su territorio histórico (esto era cierto, el Danzig era parte de Prusia desde siglos atrás) y Hitler lo utilizó como pretexto para invadir Polonia en septiembre de 1939, después de intentar los canales diplomáticos que naturalmente Polonia iba a rechazar para encontrar una solución al problema.
Había un problema pendiente antes de iniciar una guerra con Polonia: Alemania no quería verse atacada por dos frentes (la URSS y los Occidentales), siguiendo el sabio consejo de Bismarck, quien hizo durante veinte años (1870-1890) malabares diplomáticos para evitar que Alemania se viera envuelta en una guerra contra Francia o Inglaterra, y además contra Rusia. Por su parte Stalin tenía otro problema: había diezmado él mismo a los cuadros dirigentes del Ejército Rojo en la purga de 1937, y se quedó con escasez de generales, almirantes, coroneles y capitanes; además, no disponía de suficientemente armamento. Por lo tanto, ambos países necesitaban ganar tiempo: Hitler para lidiar con Francia e Inglaterra, Stalin para consolidar su poder militar; ambos sabían que tarde o temprano estarían en guerra, Alemania para conquistar das Lebensraum (espacio vital) al Oriente, y la URSS para eliminar a su enemigo potencial más peligroso y extender el comunismo a Europa.
Después de años de cortejo, en que iban y venían enviados de ambos países a proponer misiones comerciales o alianzas militares estratégicas, muchas de ellas fructificadas, la mejor solución que encontraron al dilema de 1939 fue celebrar un banquete consumiendo los restos de Polonia. Hitler se ofreció a hacer el trabajo sucio (atacar y conquistar a Polonia), luego se sentarían a la mesa para repartirse al país conquistado, Stalin llegando a una mesa servida nada más para consumir su parte. Este es el contexto del pacto Molotov-von Ribbentropp (agosto de 1939), firmado unos pocos días antes del inicio de hostilidades. Por razones que yo no alcanzo a comprender, los franceses y los ingleses clamaron al cielo con virtuosa indignación contra Alemania y no contra la URSS: a fin de cuentas, los dos habían dispuesto de Polonia, contra su voluntad y a la fuerza, pero nada más los nazis fueron etiquetados como malvados. Los polacos tenían confianza en su fuerza militar y esperaban un nuevo Milagro del Vístula[1] que no llegó, porque los alemanes siempre han sido más disciplinados que los rusos y estaban estrenando su arma secreta, la Blitzkrieg, que terminó con Polonia en quince días. Fuera de los polacos, todo el mundo estaba seguro de que Alemania aplastaría a Polonia, por eso se la repartieron Hitler y Stalin por anticipado, siguiendo una línea de norte a sur, más o menos a la mitad del territorio polaco.
Alemania se posesionó de su mitad occidental después de una victoria fácil, y el Ejército Rojo movió sus fronteras hacia aquella línea después de ninguna victoria, sus camaradas de la Wehrmacht les habían hecho el trabajo. Existen muchas fotografías de militares rusos y alemanes saludándose, sentados a la mesa, departiendo como miembros de dos bandas criminales que acaban de cometer juntos un buen asalto. Los alemanes la emprendieron contra los judíos, y los rusos contra todo el mundo; Hitler tenía claramente señalados sus enemigos pero Stalin creía que todos eran sus enemigos, sin distinción de raza, religión (habían sido abolidas) ni nacionalidad, puesto que a los mismos rusos los tenía por millones internos en campos de concentración; con mayor razón iba a considerar sospechosos a todos los polacos, principalmente a los militares. Los oficiales polacos en la zona soviética recibieron órdenes de presentarse en ciertos lugares señalados por el Ejército Rojo, fueron internados en condición ambigua, puesto que no eran ni criminales ni prisioneros de guerra (no hubo guerra entre Polonia y la URSS), mientras más arriba y más lejos, en el Kremlin, se decidía su destino. Esto ocurrió en septiembre y octubre de 1939.
De todos los colaboradores que tuvo Stalin, el más inteligente, más capaz y trabajador, el único que podía compararse precisamente en inteligencia y además en falta de escrúpulos con respecto a la vida humana, fue Lavrenti Pavlovich Beria, georgiano como Stalin, quien tenía en ese Año del Señor de 1939 la dirección de la policía secreta, NKVD (comisión popular de seguridad interior), que controlaba la policía, los campos de concentración, las cárceles, y a todos los prisioneros: políticos y criminales comunes. Beria se encargó durante la guerra de organizar la producción de bienes para consumo militar a cargo de los prisioneros, del almacenamiento y transporte de bienes y productos militares, y lo hizo extraordinariamente bien, juzgando exclusivamente por los resultados, sin considerar el costo humano en vidas de prisioneros. Beria parecía el siguiente dictador cuando murió Stalin (marzo de 1953) pero se durmió en sus laureles, Khrushev maniobró políticamente, apresaron a Beria y lo fusilaron. Yo creo que Beria, quien no tenía ninguna convicción política (era simplemente pragmático, no comunista de corazón), hubiera logrado una URSS mucho más fuerte y con una tensión política interna más relajada, precisamente por su falta de convicciones marxistas, su inteligencia y su capacidad de organización. Stalin había cometido acciones casi suicidas (como la destrucción del alto mando del ejército en vísperas de la guerra con Alemania) y Beria hubiera sido mucho más práctico, buscando el crecimiento de la URSS sin pasar por tanto tamiz ideológico y sin las sospechas patológicas que abrumaban a Stalin.
Entre las virtudes de Beria estaba la de perseguir jovencitas para abusar de ellas, y conocer a su jefe, quien lo dejaba hacer porque sabía que era brutalmente eficiente y siempre lograba lo que se le ordenaba. Sobre Beria cayó la responsabilidad de recibir a los oficiales polacos mientras se decidía su suerte. Sabiendo a Stalin planeaba las cosas a años de distancia, y previendo la posibilidad de que algún día Polonia fuera realmente un enemigo militar de la URSS, propuso al jefe eliminar a esos oficiales, que estaban internos en campos al Este de Polonia, en Bielorrusia. Stalin observó una vez más que ahí estaba alguien que lo entendía y que no nada más lo alababa y se disciplinaba, vio las ventajas de la solución y otorgó el visto bueno. Los prisioneros fueron sacados de sus campos en pequeños grupos, basándose en listas preparadas por Beria, con la noticia de que serían regresados a Polonia. Los compañeros que se quedaban felicitaban y abrazaban a sus amigos que partían, pero se los llevaban a prisiones donde había cámaras de ejecución o a alguno de los muchísimos bosques que embellecen Bielorrusia, donde les amarraban las manos por la espalda y les pegaban un tiro en la nuca. Juntando carretadas de cadáveres en camiones militares, eran transportados a fosas clandestinas que cavadas precisamente para recibir a los polacos. Algunas de esas fosas están ubicadas en el bosque de Katyn, cerca de la ciudad de Vitebsk en Bielorrusia. Se han descubierto hasta la fecha restos de más de 20,000 oficiales polacos ejecutados por la NKVD.
2-La película.
La narración está hecha desde el punto de vista polaco. Wajda hace hablar a los oficiales internos en la URSS, a sus esposas e hijos, a los funcionarios, abogados y profesores que habían quedado detrás, ya sea del lado alemán o del soviético, quienes narran, actuando sus personajes, lo que vivió Polonia después de haber sido conquistada por Alemania y de que los soviéticos dispusieran de la mitad oriental. La narración es un festín de color y de fotografía hermosa: rostros bien encuadrados, close-ups, la penumbra de una habitación a la que llega la luz del sol, autorizada a entrar por una ventana distante. Los oficiales polacos que se dirigían a donde los habían convocado avanzan a través del bosque, pero no rumbo a la muerte sino como si estuvieran de excursión. Ni siquiera las escenas dentro del campo ni las brutales tomas de ejecución tienen un cuadrito discordante: todo es hermosamente balanceado en colores y en composición, no insiste Wajda en lo triste de la situación ni en la brutalidad del desenlace con fealdad filmada ni con escenas de gritos. Todo se consume en silencio, en sigilo, como un gato que vio un ratón a distancia en la quietud de la noche, se agazapa, lo caza, y lo come. Al día siguiente hay un ratón menos en la casa, pero nadie vio lo que sucedió. Así vivía la sociedad soviética en la época de Stalin, y así presenta a Wajda a Polonia en la ocupación de esos años. Los que quedaron detrás elaboraban conjeturas sobre cuándo regresarían sus maridos, y ellos, encerrados, creían que algún dia, pero todo su conocimiento consistía en que los rusos se los habían llevado.
Todos los personajes son sobrios. Apenas sobresale un oficial nazi que llega a anunciar la clausura de la universidad y que los profesores deberán reportarse con ellos para ir a servir a Alemania, anuncio dicho con la presencia altanera y el discurso estentóreo con que ya es tradición mostrar a los soldados alemanes. El lado soviético es tan sobrio que solamente se ve un oficial, de rango menor, apenas diciendo que sí, sin palabras: un miembro de la NKVD le presenta una lista, el oficial asiente. Ese mundo de silencio, en donde nadie decía nada en público, donde había miedo de decirlo en privado porque podrían ser escuchados, es el mundo en Polonia durante aquellos años, que el genio de Wajda nos narra sin narrarlo.
La película recurre al diario llevado por uno de los oficiales polacos internos, que cae a la fosa junto con el cadáver de su dueño, y años después alguien lo clasifica entre las cosas encontradas junto con los oficiales caídos, va a dar a un depósito, donde una mujer polaca, improvisada a detective y con la sospecha de que sus maridos, padres y hermanos no perecieron en la guerra ni emigraron a América sino los mataron los rusos, rastrea y finalmente descubre. El diario narra los días desde que el oficial rechazó el llamado de su mujer para quedarse con ella, respondiendo que él no podía abandonar a sus camaradas. Narra los días en prisión, el trato relativamente benigno de sus captores (no les gritaban ni los humillaban, no estaban en trabajos forzados, eran alimentados), la esperanza que parecía cristalizar cuando partían grupos de amigos “para regresar a Polonia”, y sus últimas sospechas de que no era a Polonia sino a la fosa, a donde los llevaban los rusos.
Después, Wajda pone en escena el procedimiento expedito que seguía la NKVD para disponer de condenados: los metían en grupos pequeños en el automóvil más famoso en la Rusia Soviética, la María Negra, una especie de ambulancia pintada de negro, sin ventanas, con asientos para que cupieran diez o doce personas adentro, que fue ampliamente utilizado por la NKVD en toda la URSS y que era una de las señales que buscaba la gente para adivinar el destino de lo que parecía un arresto. Los oficiales polacos eran invitados a subir ahí, los llevaban al bosque o a la prisión, los sacaban uno por uno, inmediatamente eran sujetados y amarrados a la espalda, conducidos unos cuantos metros y ejecutados con la técnica patentada soviética del tiro en la nuca.
Las escenas donde son asesinados algunos oficiales son otro de los aspectos maestros de la obra: en medio de la belleza de un bosque umbrío, dos NKVD sujetan al preso de los brazos, detrás de él se encuentra el oficial a cargo, con una Makarov en la mano, estirada en dirección de la cabeza, y dispara. Los NKVD que sujetan sus brazos voltean hacia otro lado, pero no por horror ante la infamia sino porque no quieren ser salpicados con sangre. El cuerpo del preso cae, con los ojos abiertos donde un momento antes vivía la ansiedad, el miedo y la incredulidad, y ahora son ojos de vidrio, que ya no ven, son nada más vistos.
La escena es estrujante, porque uno es intoxicado por la belleza plástica de la composición fotográfica y los elementos reunidos, pero sientes que te cae encima una montaña completa ante la manera rápida, brutal, eficiente, impersonal, más allá del odio y del amor, nada más siguiendo órdenes de arriba, de asesinar. Wajda elige la forma más elocuente de decir las cosas, deja que el lugar, el prisionero y sus captores hablen con sus acciones. Nadie dice una palabra, ni de amor ni de odio. Se ha acabado con un prisionero, no con una vida humana.
La película está hablada en polaco, alemán y ruso. Hay versiones con subtítulos en inglés, se puede conseguir en Amazon. Es una obra maestra. Katyn está consagrado actualmente como un lugar sagrado, con unas pocas tumbas y unos cuantos nombres que representan 20,000 oficiales polacos.
[1] En 1920 los bolcheviques libraban guerra contra Polonia y estaban a punto de conquistar Varsovia cuando ocurrió este milagro: se combinaron una ofensiva polaca casi suicida, con la hostilidad entre los jerarcas soviéticos. Stalin maniobró para que Budenny no apoyara con su caballería al general Tukhachevsky, quien encabezaba la ofensiva contra Varsovia, se desbarató plan de guerra soviético y tuvieron que retirarse hacia Moscú. Años después (1937) Stalin le pasó la factura a Tukhachevsky, culpándolo de la derrota e inventando cargos que lo condujeron al paredón.
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