1-The whilstleblower
Una mujer policía de Nebraska tiene partida su vida en dos, porque se divorció y perdió la custodia de la hija, quien vive con el padre en el estado de Georgia. Solicita a sus superiores apoyo para ser trasladada a ese estado, no lo consigue; alguien le sugiere un contrato temporal en Bosnia, US$100,000 libres de impuestos, por seis meses de trabajo allá, empleada de la fuerza pacificadora que la ONU contrató para esa región, ahora que ha terminado la guerra civil; deja así su pequeña guerra familiar, para ir a enfrentarse a una situación de guerra, aún desconocida para ella.
De esta forma llega Kathryn Bolkovac a Bosnia, un país que fue devastado por una guerra civil que se mantuvo latente durante la época de Tito, cuando existió Yugoslavia, y que a su muerte se desbarató en muchos pequeños países, cada uno con sus odios de siglos contra los vecinos, por pleitos de terrenos, riqueza, poder y religión. Bolkovac y sus compañeros han sido contratados como una especie de policía de buena voluntad, una especie de árbitros para los innumerables pleitos y vejaciones que aparecen a diario en la región; tienen inmunidad diplomática y los problemas que encuentran tienen que reportarlos a la policía local o a los militares, y nadie sabe quién tiene jurisdicción en qué asuntos, pero aún así las cosas marchan en paz entre los pacificadores de la ONU, la policía local y los militares.
La suerte pone a Bolkovac frente al caso de una joven golpeada; los síntomas son de abuso, la vergüenza es evidente. Bolkovac interroga a la joven y el rostro mimético de la actriz joven adopta una nueva cara, la del miedo; no quiere hablar, no puede hablar. Alguien informa que cerca del pueblo, en la montaña, hay un bar que la policía va a allanar y siguiendo esa pista, Bolkovac presencia un teatro de allanamiento: el dueño del bar sale insultando a los policías como si ya los conociera, los policías tienen cara de realizar un ritual, adentro hay un par de clientes que beben cerveza, el piso está sucio; ella entra al bar buscando detrás de las puertas algo que justifique la visita de la policía, y encuentra una habitación con varios colchones en el piso, colillas de cigarros por todos lados, condones usados, pipas para inhalar droga, una que otra cadena, algunos candados. En las paredes ve muchas fotos: los oficiales de la ONU, los policías y los militares, todos por igual comparten el pan y la sal y la diversión con jóvenes rubias y o de pelo negro; algunas parecen locales, otras traídas de lejos.
El lugar es un prostíbulo, se han llevado al dueño, las jóvenes no aparecen; Bolkovac regresa a la estación de policía y se entera que en esta ocasión y en otras, el dueño es liberado. Entonces, no se trata de un caso aislado, ni llegaron ahí los policías por sorpresa; alguien dio el aviso a tiempo, alguien más es corrupto.
La película había empezado con una escena en donde una joven es llevada por su tía a una sesión fotográfica; se trata de obtener un pasaporte, aprenderse de memoria unas palabras que deberá declarar, y estar lista para viajar a un trabajo que le permitirá vivir un poco mejor de la vida que tiene ahora en Georgia. La misma joven aparece golpeada en Bosnia, ella es la que fue sacó a Bolkovac de su idea idílica de que iba a Europa Oriental como representante de la ONU, ergo, su misión era de paz. Esta joven y la secuencia inicial, insistiendo en unos ojos azules hermosos que podrían mirar con desdén pero ven a la cámara con pena y con esperanza, son los mismos que tiempo después, en la estación de policía, están marcados por la vergüenza, el dolor, la ira y la impotencia; estos ojos son los que ve Bolkovac, esa mirada es la que guía sus pasos tratando de jalar un poco el hilo de la corrupción al principio –quizá un policía o dos, probablemente también un oficial de la ONU, porque son pacificadores pero no son santos,- pero habiendo jalado ese hilo rojo, cuando lo saca a la luz, salen pegados a él todos los que la rodean, de todas las ramas de la autoridad, de todas las nacionalidades.
Bolkovac descubre, a fin de cuentas, una red de tráfico de mujeres: jóvenes de varias naciones –Rumania, Ucrania, Georgia, Bulgaria- son atraídas con el espejismo de un trabajo, llevadas a Bosnia, sometidas a esclavitud, vendidas por días, por horas, si tienen suerte, de por vida. Como en la Roma Imperial, como en los tiempos antiguos: las mujeres son mercancía, más valiosa mientras más joven y más bella, no tienen otro valor que el deleite que proporcionan a sus dueños de un rato o a sus amos mientras duren con vida. Como en los tiempos antiguos, puede más el temor a las represalias que el deseo de escapar, y viven resignadas al terror sin conciencia de su resignación, porque su horizonte de vida es el día de hoy y la compañera de al lado.
La antigua policía insiste, pero no tiene peso específico con los locales –por principio de cuentas no conoce ninguno de los muchos idiomas que se hablan en la región- y descubre que tampoco sus jefes están interesados en atender esas minucias. Recurre a Asuntos Internos pero de arriba llega la orden de detener la investigación, Bolkovac se convierte poco a poco en una piedra en el zapato para la empresa que la contrató, y termina despedida.
The Whilstleblower es el nombre de la película que estoy narrando. Literalmente significa “el que sopla el silbato”, y es un modismo usado para referirse a la persona que informa de actividades ilícitas realizadas por algún grupo: puede ser una empresa, el gobierno, alguna entidad multinacional (puede ser Democra Corp, un alias de DynCorp, una empresa real que tiene contratos anuales por US$3,000 millones con el gobierno de EEUU). Ante esas cantidades en la negociación, ¿quién va a preocuparse por los pequeños detalles relacionados a la forma en que se divierten los oficiales contratados? Todo aterriza en eso: Democra Corp no quiere que perturben el ambiente de Bosnia con pequeñeces, hay demasiado dinero en juego. A Bolkovac la corren y la película termina con una secuencia de títulos que informa de su triunfo legal después de que demandó a la empresa, y da estadísticas sobre el sombrío panorama de que mujeres jóvenes de Europa Oriental son reclutadas con engaños, vendidas como esclavas, y entre policías, militares y pacificadores las usan y les regalan una esperanza de vida de 30 años.
2-El negocio de la posguerra
Una vez que termina un conflicto en una región, la sabiduría moderna ordena que el proceso de reconstrucción no sea dejado a las fuerzas locales, sino a la ONU o a alguno de los países amigos que se mantuvieron cerca del conflicto. En teoría suena muy bien, porque las zonas devastadas por la guerra usualmente no tienen ni para comer, mucho menos para reconstruir un país. Suena doblemente bien, porque hay algunas zonas en el planeta que son especialmente conflictivas, como el Cáucaso y la antigua Yugoslavia; a estos dos lugares los une también la característica de que los odios raciales y las diferencias religiosas entre cristianos y musulmanes hay acumulado siglos de rivalidades sangrientas.
En especial son los Estados Unidos el país que más ha estado involucrado en apoyar estos procesos de pacificación; en muchos casos puede decirse que EEUU creó la guerra, por lo tanto le queda la responsabilidad de apoyar la paz, aunque no es el caso de la antigua Yugoslavia, y más concretamente de Bosnia. Sin embargo, EEUU dedica miles de millones anuales a labores como ésta, y lo hace a través de contratistas privados bajo un esquema que se llama Contract field team, un programa de la Fuerza Aérea que permite contratar a empresas para fungir como ejércitos privados, en pocas palabras. El sentido de este programa, el hecho de que sea la Fuerza Aérea, los lugares en donde se utiliza, todo ello hace referencia a e incluye el uso de armamento, servicios de personal con entrenamiento militar, relaciones con las policías locales, etc.
Una de las empresas que son beneficiadas permanentemente con este tipo de contratos es DynCorp, que recibe ingresos anuales estimados en US$3,000 millones, y que fue llevada a colaborar en el proceso de pacificación de Bosnia. La publicidad que se hace a esa empresa en la prensa es mayoritariamente negativa, porque lo que sale a relucir en este tipo de actividades son los problemas como los narrados en la película. El fondo de sus actividades es algo que no sale a la luz, es classified, y únicamente podemos esperar que en medio de ese río de dinero, quede efectivamente algún beneficio para las regiones que pretenden apoyar.
Dos aspectos de este asunto me llaman la atención: el dinero que está en juego y los daños colaterales. Estados Unidos ha ido cediendo su poder, poco a poco, a las grandes corporaciones, y éstas han conseguido que las grandes acciones de ese país se muevan todas a través de enormes contratos asignados a las grandes corporaciones; recordemos que el 20% del presupuesto de egresos del gobierno federal va a dar al DOD (Department of Defense), y allá como aquí, figuras importantes de la política están metidas en esos negocios. Allá como acá, muchas figuras públicas dominan el arte de sacrificarse por el país junto con la habilidad para ganar millones.
Los daños colaterales tienen casi siempre que ver con las pérdidas locales. Hay una larga lista de demandas realizadas contra DynCorp por pobladores de las regiones donde ha actuado: Ecuador, Bosnia, Afganistán, Iraq. Cada lugar puede aportar, por su naturaleza, diferentes posibilidades para este tipo de daños, aunque hay un patrón que se repite: abusos sexuales. En Iraq se filtró una noticia de que contrataron a niños para que les danzaran a los empleados de DynCorp (eufemismo para prostitución infantil) y en Bosnia ha habido tráfico de mujeres de Europa Oriental. Cuando se trata de investigar estos asuntos, para empezar falta la voluntad política, puesto que invariablemente una empresa así, para obtener ese tipo de contratos, requiere amigos en las altas esferas; estos amigos, en su momento, desquitan el sueldo mínimo haciendo más lentas u obstaculizando las acciones legales. Y así, como en la película mencionada, los problemas con la gente local, en este caso mujeres forzadas a vivir en esclavitud sexual, son ignorados en aras de un bien mayor, que en teoría es lo que la ONU pretende y en la práctica se parece más al beneficio del contratista.
Y a fin de cuentas, envuelto en el aura de acciones pacificadores, bajo la buena voluntad de la ONU, los hombres venimos repitiendo contra las mujeres el mismo agravio que les hemos hecho por siglos: las usamos, las vemos simplemente como objetos de placer, y cuando nos cansan o no nos sirven, las desechamos.
Homo mulieri lupus: el hombre es el lobo de la mujer.
3-Las bellas de Europa Oriental en misión de buena voluntad
El sábado 2 de abril de 2011 durante la madrugada, transcurre una fiesta en un condominio de lujo de Cancún. Una mujer cae, se estrella muchos pisos más abajo, y muere. Se abre una averiguación previa, y siete meses después sale la noticia en Reforma, primera plana del 7 de Noviembre. La noticia es oportuna, por su tardanza; la noticia es trágica, por la muerte; la noticia es importante, porque el departamento es del Niño Verde.
La mujer se llamaba Galina Chankova Chaneva, era búlgara y tenía 25 años. ¿Qué podía estar haciendo en una fiesta del jet set mexicano? Según la serie de noticias que he seguido esta semana, nadie se ha presentado como familiar suyo, y esta falta de noticias es una noticia más en el silencio que reinó en torno al evento durante muchos meses. Galina era una joven de Europa Oriental, oficialmente divirtiéndose en una fiesta de altura. Todas las sospechas apuntan a que ella fue una de los miles de muchachas que han estado dispuestas a hacer casi cualquier cosa con tal de huir de la situación de pobreza, marginación, desempleo y desesperanza que reinan en muchos de los países de la antigua URSS. Yo creo que ella atendería personalmente a algunos de los invitados y recibiría algún beneficio personal: dinero, ayuda para conseguir su FM2, casa y comida, lo que usted quiera, pero prostitución de altura.
La noticia de Galina, lamentablemente, no es única. Periódicamente se sabe de muchachas rusas o ucranianas –las más nombradas- que son traídas a EEUU y forzadas a trabajar en la prostitución, bajo la amenaza de muerte o deportación. También hay en México y en Sudamérica, aunque menos numerosas, también vienen a estas latitudes, explotan su belleza, si tienen suerte consiguen ahorrar y quedarse, y si se sacan la lotería llegan a establecerse en estos países.
Lo más notable de este caso es que la noticia tardara siete meses en darse a conocer, y que está involucrado el Niño Verde. No es la primera vez que Jorge Emilio González Martínez está metido en escándalos; ya se le ha señalado como culpable de recibir sobornos para favorecer desarrollos turísticos precisamente en Cancún, también se le acusa de favorecer una ley para que el IMSS pueda pagar medicinas que los derechohabientes adquieran en las farmacias de su familia paterna, los González Torres, y se le señala más como un bon vivant que como un político.
Jorge Emilio capitalizó lo mejor de los mundos representados por sus padres. Por parte del padre, ya está dicho, su familia es de grandes boticarios; su abuelo materno fue Emilio Martínez Manatou, gobernador de Tamaulipas y secretario de estado. Jorge Emilio no tuvo que aprender lo nuevo de la política o de los negocios, lo vivió en su casa; en una versión diferente de su tío el Doctor Simi (Víctor González Torres), ha aprendido a beneficiarse en los negocios por medio de la política: el tío se hizo propaganda comercial gratis al promoverse para presidente, el sobrino tiene una que otra propiedad en condominio
El Niño Verde niega que el departamento donde murió Galina sea suyo, nos cuenta una historia larga y triste en donde dice que pertenece a unos amigos que a su vez la rentaron a alguien que se lo prestó a los que festejaron, y entre ellos, no se sabe quién, llevaron a la búlgara que se suicidó. Porque se suicidó, no se mató. Estaba loca, estaba borracha, quizá hasta estaba drogada –el Niño Verde no sabe nada- y brincó al vacío. Un hecho lamentable en donde Jorge Emilio no tiene responsabilidad.
4-La muerte no es importante…
mientras el occiso no sea importante. La muchacha búlgara tuvo la mala suerte de ser joven, seguramente hermosa, hallarse lejos de su patria y estar rodeada de gentes importantes a ninguno de los cuales le interesa que se hagan olas en este asunto. En la mayoría de las noticias que leí el centro de la atención está en el Niño Verde y el PVEM, no en la difunta ni en las circunstancias de su muerte. Como si a todos nosotros nos interesara más alimentar nuestro morbo encontrando piedras en el camino de un personaje encumbrado, que la trágica suerte de una joven que vino a morir, en calidad cercana a desconocida, al otro lado del mundo.
Si hay algo que todavía se mantiene estable en este país es la propiedad inmobiliaria, gracias precisamente al Registro Público de la Propiedad. Averiguar de quién es un condominio es tan sencillo como ir al RPP correspondiente, proporcionar la ubicación y solicitar la información. Es posible que algunas casas viejas que están en el centro de la ciudad, que no hayan cambiado de manos en los últimos 50 años puedan ser difíciles de localizar, pero un condominio de lujo en Cancún no puede ser ilocalizable, para eso está el RPP. Si el RPP de Quintana Roo no es capaz de proporcionar esa información, entonces no sirve para nada. Sin embargo, parte de las noticias (Reforma, 8.11.2011) son de que la Procuraduría de Quintana Roo “indaga quiénes son los dueños de esa propiedad”, siete meses después del suicidio o accidente o asesinato, lo que haya sido. Hay solamente dos explicaciones: el RPP de QR no sirve para nada o la Procuraduría de QR no sirve para nada.
Las malas noticias viajan en manada, y hoy que escribo Reforma publica (9.11.2011) que diversos dirigentes del PVEM poseen 15 condominios de lujo en la Torre Residencial Emerald de Cancún, y de ellos cuatro pertenecen a Jorge Emilio, quien niega los cargos y está a un paso de declarar el estricto apego de su vida a la máxima de don Benito Juárez:
Bajo el sistema federativo, los funcionarios públicos, no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad. No pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes. No pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala.
En el desfile de iniquidades que han sido las noticias publicadas por Reforma sobre este asunto, el día de hoy culmina con dos fotos en primera plana: algunos hombres jóvenes rodeados de muchachas jóvenes y guapas (no me fijé en la belleza de ellos) celebran alegremente a bordo de un yate y en un bar de lujo. La relación con el caso es que ahí aparece Rolando Santiesteban, amigo del Niño Verde. También Rolando Elías Wismayer, que fue su secretario particular, tiene el don del savoir vivre (si usted no sabe: es el arte de aprovechar al máximo la vida y con elegancia; presupone una cartera llena) y publica en twitter vistas espectaculares de las playas de Cancún, comme il faut (como se debe; usted disculpe, es la cercanía del jet set, ya me hice arrogante).
5-El vértigo del desprecio
Las primeras películas de James Bond publicitaron mucho la frase “licencia para matar”. Eran los buenos tiempos en que podía hablarse con más espontaneidad que ahora; nuestros tiempos son más recatados y hoy no es políticamente correcto decir algo como “el gobierno de Inglaterra otorga licencia para matar a James Bond”, pero nuestros tiempos no son mejores, nada más son más hipócritas. No lo reflexioné cuando empezó a salir James Bond, yo era muy joven, pero a medida que en el transcurso de estos años he tenido la oportunidad de pensar sobre esa frase, encuentro en ella cada vez más claramente, cada vez más concentrada, la arrogancia con que los países poderosos miran al resto del mundo, al grado de lanzar una campaña publicitaria apoyada en esa frase: licencia para matar.
¿Esa arrogancia es exclusiva de los anglosajones? No, le daré un ejemplo. Cierto gobernador de Aguascalientes tenía fama de poseer uñas muy grandes. Un día se le acerca un amigo en el club y le pregunta: “oye, Fulano, ¿cuánto te deja a ti la Tesorería del Estado?” El gobernador piensa un momento y contesta, riendo: “pues mira… mal trabajado, un diez por ciento”. El número diez, dicen también los que conocen historias, era el tanto por ciento que pedía cierto gobernador más reciente sobre los contratos que daba el gobierno del estado.
El caso de México es especialmente patético, porque la arrogancia se ha juntado con la estupidez. Si nuestros políticos robaran pero contribuyeran a crear un país más próspero, el insulto a nosotros sería menor, ya que las penas con pan son menos. Sin embargo, a partir de que se pacificó el país en 1929 hemos tenido oleadas sexenales de asaltantes, a veces lidereadas por el presidente en turno y a veces sin juntarlo a la arrebatinga, y estas oleadas no únicamente han saqueado el país sino que no han contribuido a crear riqueza. Le mencionaré tres ejemplos. El primero es el petróleo, que ya mero se nos acaba y en unos pocos años más estaremos haciendo el inventario de despilfarros que ha sido su historia. El segundo es la pesca. México tiene varios miles de kilómetros de litoral, y el mar es, si se sabe aprovechar, una enorme fuente de recursos, pero nuestra flota pesquera sigue aún en el limbo.
El tercer ejemplo es la democracia. Creímos los mexicanos, por un breve lapso durante el año 2000, que éramos un pueblo maduro y estábamos listos para gobernarnos en democracia. ¿Qué sucedió? Que nuestra clase política, concretamente los partidos, se encargaron de bloquear el acceso a la democracia, se entramparon en discusiones por motivos grandes y pequeños (p.ej., el IFE tiene ya un año con un Consejo incompleto) pero sí se pusieron perfectamente de acuerdo para robarnos. Justifique usted, lector, si le es posible, un gasto público de $16,000 millones en democracia; o lo justifica o coincide conmigo que es un asalto como esos que dicen que hay actualmente en las carreteras. Es decir, debemos agradecer a nuestra clase política que haya bloqueado el verdadero ejercicio de la democracia, y que a cambio la haya convertido en botín para repartir: estúpidos y ladrones, como decía arriba. Así como en Estados Unidos se ha ido cediendo el poder, poco a poco, a las grandes corporaciones, en México hemos cedido el poder, en apenas once años, a esa lacra social que se llaman los partidos políticos.
Por su lado, al Niño Verde y al PVEM apenas les toca una pizcacha de esos $16,000 millones, suficientes, sin embargo para que su nombre se vea incluido en las noticias del jet set, se le señale como dueño del condominio donde murió Galina, y tenga el poder suficiente para echarle tierra al asunto, al menos durante siete meses. ¿Qué puede representar la vida de una inmigrante europea, comparada con los millones que maneja el PVEM? No representa nada, es un daño colateral, un hecho lamentable que debe ser olvidado.
Porque al igual que las mujeres vendidas como esclavas en Bosnia, que es un asunto mínimo comparado con los contratos que maneja DynCorp, la vida de Galina tampoco cuenta, comparada con el futuro de quien pretende ser senador por Quintana Roo.
La película mencionada al principio me hizo reflexionar sobre los turbios manejos que se dan cuando hay mucho dinero en juego; lo mismo con el presupuesto de los Contract Field Teams que con el presupuesto del IFE, quienes ejercen ese dinero pasan por encima de lo que sea para seguir disfrutando esos beneficios. En estos casos, el uso de mujeres para la satisfacción sexual del hombre, mediante la fuerza o mediante el dinero. En ambos casos vemos rebajado el papel de la mujer a mercancía, instrumento para el deleite del hombre. No hemos cambiado mucho, en los años que tiene de existir la raza humana. Vergüenza para nosotros, los hombres.
Homo mulieri lupus.
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