La película norteamericana A better life está dirigida por Chris Weitz, un norteamericano con ancestros bohemios, judíos y mexicanos, fue rodada en Los Ángeles, casi exclusivamente con actores latinos, y su primer actor fue candidato al Oscar; resultado: una película totalmente diferente del patrón norteamericano.
La historia trata de unas pocas semanas en la vida de Carlos Galindo, un mexicano que emigró a EEUU en busca de una vida mejor. Se fue porque en su pueblo todos los hombres hacían eso; sin decirlo explícitamente, es una mención a la situación ingrata en muchas partes de México: emigrar o vivir en la miseria. A Carlos no le había ido tan mal, porque se convirtió en protegido de otro mexicano que ya tenía años en el norte y había hecho un pequeño negocio: compró una camioneta pickup, se hizo de sus clientes entre los blancos de las zonas ricas en Los Ángeles, y todos los días pasaba por Carlos en la mañana, cortaban el pasto, arreglaban jardines, podaban palmeras, y en la noche lo regresaba a su casa. El protector, Blasco Martínez, ha juntado algo de dinero y quiere regresarse a México; le propone a Carlos que le compre su camioneta y le deja los clientes para que sea él su propio patrón. Carlos es un buen hombre, uno de esos que al amparo de un protector realizan bien y honradamente su trabajo, pero no tiene madera de líder ni posee la iniciativa que se requiere para emprender un negocio por su cuenta, en Los Ángeles o en cualquier lado. Duda porque no tiene papeles migratorios ni licencia, consulta con su hermana, le dice que no a Blasco y pierde su trabajo, porque Blasco ya no va a trabajar y nada más esperará quién le compre su negocio sobre ruedas para regresarse. La hermana lo ayuda, prestándole 12,000 dólares (que serán más o menos 1000 para la camioneta y el resto para quedarse con los clientes) que Carlos acepta sin mucha convicción.
Carlos consigue así el negocio de Blasco, pero no la habilidad para manejarlo. Entre otras cosas, le falta la desconfianza y el instinto de autoprotección que cualquier dueño de empresa tiene que poseer para defender lo que es suyo; deja en el suelo las llaves de la camioneta, se la roban, y el resto de la película es enfrentar a Carlos a la realidad de un mundo que no es en EEUU peor que lo que podría ser en México, porque los ingenuos nunca podrán ser empresarios y los estafadores están en todas partes. Deportan a Carlos a México, se queda su hijo con la hermana, y la película termina con la escena en que Carlos, junto con otro grupo de ilegales, están cruzando de nuevo la frontera.
La película es fuera de serie, yo la recomiendo mucho; si usted es mexicano, la recomiendo doblemente, porque es una mirada a esa vida diferente a la nuestra que tienen nuestros paisanos en EEUU, que no puedo decir si es mejor o peor que aquí, simplemente es otra vida. Puedo hacer este juicio porque una de las virtudes del film es que se sale del patrón de lucha entre el bien y el mal, tan abundante en las películas norteamericanas, y que cada uno de nosotros, por la herencia de tantas películas y tantos libros, podemos esperar; quizá el nuestro es un intento de simplificar la existencia e identificar la propia persona con los caracteres buenos, o con los que sufren, o con los que hacen justicia, o con los que aman. En la película no hay buenos ni malos, hay nada más personas. La película tiene el acierto de retratar la ambigüedad de la vida y la ambivalencia de los caracteres humanos, provistos siempre de virtudes y de defectos. El que roba la camioneta a Carlos, Santiago, es otro mexicano que se ganó el aprecio de Carlos el día que había perdido su trabajo porque Blas ya no fue por él, cuando estaba vendiendo la camioneta. Carlos y Santiago se encuentran en el grupo de paisanos que en una esquina esperan que llegue alguien a contratarlos para ese día; son ignorados por los contratistas, al final se quedan solos los dos, y Santiago comparte con Carlos un bísquet que había llevado para comer. Y así Santiago, el mismo que compartió su pan con Carlos, es el que le roba la camioneta y le destruye el negocio.
Carlos es un buen hombre, pero no nació para ser empresario. Juzga a los demás como se ve a sí mismo, y espera de los demás la decencia con la que él los trata; naturalmente, le va mucho peor que a los malosos, que juzgan también a los demás tomándose a sí mismos de modelo, y por lo mismo, son más recelosos y desconfiados, y no dejan las llaves de su vehículo en el suelo.
Carlos tiene un hijo que está en la encrucijada de afiliarse a una pandilla de latinos o seguir estudiando para progresar por la vía recta. No es el tema central de la película, pero también se menciona la vida de los adolescentes latinos: inmersos en una sociedad que no fue creada por los de su raza. Cercanos al pleito de las mafias mexicanas con las salvadoreñas, los jóvenes que asisten a la escuela ven un camino largo y lleno de obstáculos para poder hacer una vida apegada a las normas y que les pudiera satisfacer, y cuando ven su realidad solamente alcanzan a distinguir dos vías realistas: vivir unos pocos años intensamente como miembros de una pandilla, o seguir el camino de jardineros o jornaleros que sus padres hicieron. Esta disyuntiva tortura al hijo de Carlos, que heredó de su padre calidad humana pero que además es inteligente y por lo mismo, sufre con años de anticipación lo que su padre sufriría hasta que se enfrentara a ello.
No hay malos en esta película, nada más hay humanos de carne y hueso. Los patrones americanos de Blasco y Carlos los tratan como jornaleros, pero los respetan. Los pandilleros hablan y caminan contorsionándose como pandilleros, pero no están ocupados en el crimen 24×7 (24 horas, 7 días a la semana), como lo sugieren otras películas con divisiones más tajantes entre bien y mal. El policía que interroga a Carlos en la cárcel no es déspota, y el abogado gringo y güero que le ofrece sus servicios gratis le dice con toda claridad y hasta con amabilidad cuáles son sus opciones. Los mexicanos no gozan en esa película el estatus de los blancos, pero no son tratados con desdén ni con desprecio.
Esta película tiene el mérito de algunas obras de Chejov, gran maestro en el arte de presentar a los personajes con sus grandezas y sus miserias, sin tomar partido por ellos, sin juzgar y sin prejuzgar. Hay una obra de este maestro que habla de ladrones de caballos, y la vida de estas personas es descrita con minucias y símbolos, sin hacer juicios morales sobre ellos. Alguien le criticó a Chejov que hablara de ladrones en esos términos, porque eran malhechores y tenían que ser juzgados. El escritor contestó que su trabajo no era juzgar, sino describir: si los ladrones de caballos estaban orgullosos de sus hazañas y las celebraban entre ellos, entonces el escritor tendría que describir la celebración, y no establecer un tribunal en sus obras.
Las buenas obras de literatura, y las mejores películas, son aquellas que presentan a sus personajes con sus grandezas y sus miserias, y dejan que el espectador vea, sienta y juzgue lo que considera adecuado. Acerca de A better life yo puedo decir que me pareció inmensamente triste, porque los millones de compatriotas que han emigrado a EEUU en busca de una mejor vida encuentran, como Carlos Galindo, un mundo en el que no pueden integrarse tal y como lo encontraron, y tienen que buscar la compañía y solidaridad de sus compatriotas para intentar recrear en EEUU pedazos del México que dejaron acá. La suerte de Carlos –oportunidad, pérdida, cárcel, deportación, regreso- es la historia de millones de mexicanos, que tienen su superar miles de dificultades para ingresar, conseguir trabajo, conservarlo, obtener papeles o esconderse de la migra, y estar preparados para que en cualquier momento, su condición de mexicanos pese sobre ellos como un lastre, porque viven en EEUU, país que no fue creado por mexicanos.
El mexicano ha demostrado en EEUU que es un trabajador responsable, fuerte, tenaz, confiable. Una buena parte de la economía norteamericana está basada en el trabajo de mexicanos y latinos, y esta es en mi opinión la mayor razón de tristeza ocasionada por la película: la pérdida de esas energías para México, en beneficio de EEUU. Parece que los mexicanos trabajan mejor en EEUU que en México, y se comportan mejor allá que acá. En EUU se respetan los semáforos, se cruzan las calles en las esquinas, se cumplen religiosamente los horarios de trabajo, etc. Los mismos mexicanos que aquí manejan sin el cinturón de seguridad, pasando la frontera se lo abrochan y adoptan la personalidad norteamericana. Eso es lo que me entristece y me intriga: cómo es posible que en EUU flote una especie de ambiente que hace que la gente tenga presentes ley, orden y trabajo, y en contraste en México hagamos mofa de esos tres principios.
Demián Bichir se ganó una nominación al Oscar por su actuación en esta película, y ciertamente que lo merecía. El personaje que él representa –tierno, bueno, trabajador, ingenuo- lo vive el actor y consigue transmitir al público sus sentimientos y sus conflictos, e inevitablemente, hace que el espectador se solidarice con él y goce y sufra con los vaivenes de su fortuna. El hijo está actuado por José Julián, que también consigue presentar con convicción el papel de adolescente que está parado ante una encrucijada y que solamente alcanza a imaginar lo que podría venir adelante, y esta visión descarnada de su propio futuro es precisamente el origen del dilema que vive.
Yo compré esta película en versión Blu-Ray por $178. Si usted hace la cuenta de lo que cuesta una visita al cine, probablemente se convencerá de comprarla; merece estar en la cineteca de todos los mexicanos que no somos braceros.