En enero de 2010 recibí un correo muy simpático titulado “Propósitos de Año Nuevo”. Estaba encabezado con el año 2008, pero aparecía tachado con una cruz, tenía escrito a mano 2009, tachado con una raya, y finalmente 2010. El texto era una serie de propósitos que se había hecho alguien en 2008, que los había ajustado en 2009 (gracias al poco éxito), y vuelto a ajustar en 2010 (gracias al casi nulo éxito); todos los propósitos venían en grupos de tres, uno para cada año, tachados en la misma forma que el año correspondiente. El primer propósito era “estar delgado”, que luego fue cambiado por “bajar de peso”, y al final “no tomar refresco”. El siguiente era la serie “ser feliz”, “no estar triste”, “existir”. Otro tenía tendencias culturales: “leer 20 libros”, “leer 10 libros”, “decir que leí”. El más filosófico de todos era “cambiar al mundo”, “cambiarme a mí mismo”, “no regarla”. Uno muy realista era “mejorar mi redacción”, “mejorar mi ortografía”, “mejorar mi caligrafía”. Y uno que cambiaba de lo profundo a lo profano: “trascender”, “ser popular”, “ser conocido en twitter”.
Prácticamente todo mundo por encima de los 30 años tiene algún problema con la báscula. Sin embargo, en años recientes esto se ha agudizado. Busco en mis recuerdos a los compañeros de primaria que eran gordos, y no los encuentro; en la secundaria, cuando crecíamos y hacíamos deporte 3 veces al día, no había uno solo gordo. Hoy no es así, vea usted las calles del centro o las paradas del camión y se dará cuenta que tenemos un grave problema de sobrepeso en este país. En matemáticas estamos en los últimos lugares a nivel mundial, pero en consumo de refrescos estamos al principio, y la Coca Cola nos ama como su país modelo. No le voy a repetir los males que causa el sobrepeso, usted quizá conozca a alguien que los padezca; le recuerdo sencillamente que la gordura entra por la boca y se atora adentro por falta de ejercicio.
Es costumbre hacer propósitos de año nuevo, aprovechar el año que termina para hacer un análisis que casi siempre resulta negativo, y jurarse que ahora sí, en este año, las cosas serán diferentes. No tengo nada contra los propósitos de año nuevo, siempre y cuando se cumplan. Sin embargo uno no tiene que esperar al fin de año para hacer propósitos, los podemos hacer en cualquier momento. Hace unos meses platicaba el Dr. Luis Manuel Franco, un buen amigo mío, a quien le contaba de mis planes relacionados con escribir, después de que el ICA aceptó publicar un libro mío. Le hablé de los temas que me interesaban y de la posibilidad de escribir para algún periódico; él me interrumpió y me preguntó que cuándo lo iba a hacer. Mi respuesta fue imprecisa, y él me contestó “el momento de empezar es ya”. Poco después busqué a Asunción Gutiérrez, y así empezó nuestra colaboración.
A fines de Diciembre viajé varias veces a la ciudad de México, y estuve hospedado en un hotel cerca de Paseo de la Reforma. Observé que a lo largo de la avenida reservaron uno de los carriles laterales para bicicletas; mi primer pensamiento fue que entorpecerían el tráfico con esa medida, pero también vi que en esa ciudad es imposible tenerlos contentos a todos, y que el estímulo que quiere dar el gobierno del DF al ciclismo, haciendo vías para ciclistas y estableciendo un sistema en donde usted compra una tarjeta y paga con ella el uso de bicicletas públicas es una buena medida. Los domingos en la mañana Reforma es tomada por otra clase de manifestaciones: ciclistas, corredores, gentes que sacan a pasear al perro y disfrutan de esa hermosísima avenida durante unas horas de la mañana. En Guadalajara también se acostumbran los paseos dominicales, y se sugiere el uso de la bicicleta para disfrutar de otra calle hermosa, la de Vallarta y sus árboles altos como edificios. Nuestra Alameda es un buen candidato para reservarla los domingos a los ciclistas.
Lamentablemente, tanto México como Guadalajara son ya ciudades demasiado grandes como para que un buen número de personas pueda utilizar la bicicleta como medio normal de transporte; no me refiero al mucho tráfico y a los camioneros desbocados: hablo sencillamente de la distancia. Allá, la distancia de casa al trabajo son fácilmente 20 kms. o más, y la idea de recorrer todos los días 40 kms. en bicicleta es demasiado para la mayoría de las personas.
Pero Aguascalientes todavía puede rescatarse para este deporte, yo se lo puedo decir por experiencia. Hacia 1975 compré una bicicleta Benotto que tuve que usar en el DF para ir a la universidad cuando mi VW fue golpeado y enviado al taller. Andando en bicicleta, disfrutaba el camino no tan congestionado por Taxqueña para ir a la UNAM, paseaba por el Periférico disfrutando el aire que bajaba frío del Ajusco, después la utilicé para ir a dar mis clases a la UAM-Iztapalapa, y se vino junto con el resto de mis cosas cuando nos mudamos a Aguascalientes. La bicicleta estuvo arrumbada hasta hace poco, cuando decidí que 60 años no es nada, y que todavía hay tiempo de hacer un poco de ejercicio. Tenía miedo de cansarme más de la cuenta, de que me fuera a dar un síncope o de que me tuvieran que recoger del pavimento con espátula; no pasó nada de eso: en unos meses recuperé mi condición, subo y bajo las lomitas que hay para llegar a casa sin problema, y experimento una sensación extraña de energía, puesto que a pesar del esfuerzo realizado en el ejercicio, siento más fuerza y ánimos para hacer otras cosas. He vuelto a correr las distancias que corría en 1990 y me hago las ilusiones de que siempre será así.
Mi experiencia es que las avenidas principales de la ciudad, la López Mateos, y los tres anillos, todavía son utilizables para los ciclistas, tomando las debidas precauciones. Nuestros choferes urbanos no se comparan con los de Guadalajara o los de Culiacán; tenemos en este pueblo la hermosa costumbre de ceder el paso, y todo eso es capitalizable para el deporte y la bicicleta. Hace muchos años mi profesor de 6º año, Flavio Guadarrama, se burlaba de Aguascalientes diciendo que era “pueblo bicicletero”. El era de Toluca, que está convertida en una colonia del DF, algo bastante peor. Hoy he dejado de considerar un insulto lo que nos decía el Prof. Guadarrama; al contrario, creo que una de las medidas duras de habitabilidad de una ciudad debería ser la posibilidad general de desplazarse de casa al trabajo en bicicleta. En el momento en que la ciudad ha crecido tanto como para que esto no pueda ser, la ciudad deja de ser habitable. En números todavía más duros, yo diría que las ciudades no deberían rebasar un círculo de15 kilómetros de diámetro, y además contar con una red completa de vías exclusivas para ciclistas.
El deporte en México es un espectáculo, no un deporte; las televisoras hacen su negocio, y las autoridades entretienen a la gente con este circo, ya que hay poco pan. Son absurdas las discusiones acerca de cuál equipo es mejor en torno de una mesa de cantina, frente a la televisión o tomando unas cervezas; yo le sugiero a usted un propósito sencillo de año nuevo: vea menos futbol y cómprese una bicicleta. Obtenga los permisos necesarios de su cónyuge o de sus padres, y úsela, aunque sea los domingos en la Alameda.
Nota. Agradezco a mi editor y director de conciencia, Alejandro Franco Villagrana, que haya leído sin enfadarse este artículo y me haya hecho algunas sugerencias. El todavía no usa la bicicleta.
jlgs, El Heraldo de Ags., 7.1.2011
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