Planeta, México, 2005, 263 pp.

Las intrigas, ascensos y caídas del poder tienen larga historia en la literatura, la mayoría están centradas en un episodio particular o en un individuo. Las mejores, casi siempre, se escriben mucho tiempo después de los acontecimientos narrados, obteniendo así una perspectiva y una objetividad que es difícil lograr cuando se vive en medio de los acontecimientos. Una excepción a estas costumbres es La conspiración de la fortuna, porque narra hechos en México que pueden suceder hoy, pueden pasarle a personajes que conocemos, y transcurren en lugares que hemos visitado.

El libro se declara como el narrador de Santos Rodríguez, un hombre con el encanto y el estigma de los políticos mexicanos; en el recuento de su vida, inevitablemente, el autor nos habla de lugares de nuestra geografía (descubiertos bajo nombres disfrazados), de otros personajes que también conocemos, de los problemas de hoy, y de una familia que quiso producir presidentes. El libro no es una biografía de ese personaje: es un fresco de la realidad y la complejidad de la política mexicana, de las enormes oportunidades que ofrece a unos privilegiados, y del engaño en que a la postre se convierten esas oportunidades.

El autor comprime en 250 páginas varias presidencias, desde Manuel Avila Camacho y su hermano incómodo, la ayuda que le prestó Santos Rodríguez a Miguel Alemán, el fracaso de Santos para suceder a Miguel Alemán. Desde ahí, los personajes no son tan claramente identificables, empezando por la imposibilidad de mantener al mismo protagonista activo y con esperanzas durante cincuenta años; desfilan sexenios y presidentes y a la vuelta de unas páginas, el fracaso de Santos se convierte en la esperanza de su hijo, una figura que recuerda a Carlos Salinas pero que nunca fue presidente.

Santos Rodríguez es un hombre que sabe aprovechar el poder: tiene dinero, propiedades, incontables mujeres de ocasión y dos permanentes. Los hijos de la esposa se dividen entre la lealtad a alguno de los padres y el despego de ambos; el hijo de la amante de planta vive en Mendoza, en la sierra, en un ambiente de inevitable relación con el narcotráfico. Esta relación es la que desencadena una serie de eventos que terminan con la carrera de la familia completa de Santos, y con su propia vida.

El autor no dice lo que está bien y lo que no; no son héroes sino personajes los que desfilan en sus páginas: Santos Rodríguez no sube a la élite del poder por su visión de estadista ni por sus programas sociales: sube porque es agradable, tiene la astucia de aliarse con quien le conviene, y lo acompaña fortuna, imperatrix mundi. No es la historia de grandes hechos, nada más la cadena de circunstancias de esas vidas, que los subió y los bajó y los condenó al olvido. Si usted busca una ventana a la política en México que no mire desde la perspectiva de un partido o de una ideología, este es un buen lugar. Encontrará mexicanos de carne y hueso, bosques y sierras y ciudades, y hechos como los que leemos en el periódico de hoy.

jlgs, 10.12.2011