Formando parte de la colección Cuentos Mexicanos (Cal y Arena, México 2009) encontré esta interesante historia acerca de una zona que el autor  ha estudiado y conoce muy bien, el Noroeste mexicano. Es una pieza que utiliza el recurso de segundas y terceras personas para narrar una historia: dos amigos en la actualidad hacen recuerdos de juventud, donde el narrador le presta la palabra al amigo para que hable de su padre y luego haga hablar al amigo del padre para contar la vida del padre, creando una atmósfera plausible y de suspenso que en realidad cuenta la vida de uno de los grandes actores en Sonora y Sinaloa, el narcotráfico.

La historia contada es importante, el recurso narrativo queda opacado por la relevancia que tuvo el tema en la historia de Sinaloa, y actualmente en todo México. La flor de la amapola (papaver somniferum), de la que se produce el opio, la morfina y la heroína, creía silvestre en la sierra del Noroeste hacia 1940, y la morfina, ampliamente utilizada en medicina, era traída a Estados Unidos desde Turquía. La Segunda Guerra Mundial interrumpió las vías de comunicación con Turquía, y hubo necesidad de conseguir un nuevo proveedor de amapola. Así llegó a Sinaloa Willy-Billy, un gringo güero, grandote y cruzado por cicatrices de las guerras en donde había participado: llegó con un baúl de dinero y el encargo de sus superiores de organizar la producción de amapola en la sierra; el padre del amigo que en realidad narra la historia fue quien acompañó al gringo, lo presentó con los agricultores y los convenció con dólares por adelantado de sembrar amapola en sus ranchos, extraer la goma y guardarla para entregarla unos meses después, cuando sería enviada a Estados Unidos para procesarla. Naturalmente hubo necesidad de aceitar la maquinaria y convencer a la policía, al comandante, a los secretarios y al mismo gobernador; el dólar milagroso obró este milagro colectivo y el ejército gringo tuvo a su disposición una línea de producción de amapola de excelente calidad.

En 1945 se termina la guerra y vienen las autoridades norteamericanas a decir que se acabó el negocio; el acuerdo secreto entre gobiernos se desbarata y envían al ejército a quemar los cultivos cuya siembra habían facilitado todavía el año anterior. En el camino, el uso de la amapola se había diversificado en el norte, y los gringos habían descubierto que eran más interesantes las posibilidades eufóricas del opio que las simplemente médicas, y un mercado grande de compradores se había creado precisamente en el país que alienta la libre empresa y el laissez-faire de la actividad económica. No tardó en regresar a México Willy-Billy, con unas cuantas cicatrices más, por su propia iniciativa y con el aval soterrado de algunas autoridades –en 1940 lo había enviado el ejército- para comprar la goma a los mismos agricultores que se habían acostumbrado a cobrar dólares por amapola, en vez de pesos por frijoles. El gringo vuelve a contratar al padre del segundo narrador, pero ahora la empresa es peligrosa porque oficialmente, tanto al norte como al sur de la frontera, la amapola ha sido declarada non grata y los que trafican con ella lo hacen por su cuenta y riesgo. Estos gajes del oficio producen la ruptura entre los socios, la huída del padre y su forma de vida final, obscura y plácida, como mecanógrafo en el Registro Civil en Sonora.

El cuento es una mezcla de maestría en la narración principal junto con descuido en la presentación de los dos narradores, quienes transitan por un camino empedrado, con demasiadas muletas y repeticiones, en un escenario que no es parejo, unas pocas frases atractivas y muchas que nada más son de relleno. Por el contrario, la historia que cuentan va creciendo en suspenso hasta el final, está bien narrada y nos hace ver en unas pocas páginas, unas veinte, un microcosmos en donde desfilan todos los que son actores en el drama del narcotráfico. El gran artífice detrás de todo son los Estados Unidos: primero porque necesitaban morfina para tratar a los soldados heridos durante la guerra, y después porque inevitablemente una buena parte del opio mexicano se había derivado al uso privado, generando un mercado de consumidores; en ambos lados de la frontera surgieron emprendedores dispuestos a correr el riesgo de cárcel allá, y de muerte aquí. El gobierno mexicano, que se vio compelido a cooperar con Estados Unidos durante la guerra, se quedó con la mitad del monstruo, la producción de amapola; los gringos, con la otra mitad, el consumo. Desde entonces, ambos gobiernos cargan con su cruz en el narcotráfico, el mexicano con lucha oficial abierta contra la producción de drogas, el norteamericano tratando de encubrir el hecho de que en su país está el mayor mercado de consumidores del mundo, intentando tapar este hecho culpando al resto del mundo.

El cuento tiene momentos muy felices, como cuando resume el cambio de política al final de la guerra. El nuevo gobernador llega con el papá del segundo narrador a pedirle que acompañe al ejército a arrasar lo que habían ayudado a sembrar. Se dice fácil, pero fue la guerra civil: en esta frase está resumida toda la historia de lo que ha sucedido desde que el cultivo de la amapola fue proscrito. Entre los personajes, el que tiene más fuerza es Willy-Billy, descrito como el pinche gringo que no tenía sangre sino arsénico en las venas. Se había ido quedando a pedazos en sus guerras y en sus cicatrices; ya no era más que una máquina de sembrar amapola y machacar humanos. El pleito que surgió entre Willy-Billy y el padre del narrador contra el gobernador de Sinaloa es la razón más trivial posible para pretender cambiar las cosas: ellos eran más populares en la sierra que el gobernador, a pesar de créditos y estímulos oficiales para que sembraran frijol y maíz, por eso se enemistaron. En esta trivialidad está resumida también la venalidad de muchos funcionarios frente a este y a muchos otros problemas: el asunto no importa mientras no les toque su imagen, y es la imagen deslucida del gobernante lo que vuelve a Mazatlán como Chicago, con bandas disparándose en restoranes, vendettas, emboscadas y masacres. Billy-Willy y sus socios no pueden arreglarse “mero arriba” porque el gringo se había cargado a un coronel que era sobrino del Secretario de Defensa, y de esta manera, por un motivo que no es ideológico ni político ni económico, cambiaron los actores secundarios en el drama –Willy-Billy y sus socios-, pero el actor principal, el narcotráfico, continúa hasta el día de hoy.

Seguramente el cuento no es Historia, nada más es metáfora. Pero así, con esta parábola de gringos y flores y desaveniencias, Aguilar Camín nos da un relato que seguramente sería cierto, cambiando unos cuantos nombres propios.

Héctor Aguilar Camín: Pasado pendiente
en Cuentos Mexicanos
Cal y Arena, México 2009


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