Cuentan que un tigre atrapó un zorro y estaba a punto de devorarlo; serenamente, el zorro aconseja que no lo haga, puesto que es el rey de la creación, y si lo hiciera padecería grandes desgracias.

El tigre se ríe de sus palabras absurdas, pero estaba de buen humor porque venía de cazar una mejor pieza, y con tono burlón pide comprobación de lo que dice.

“Acompáñame caminando detrás de mí,” dice el zorro, “y podrás asegurarte de lo que digo.”

Echaron a andar, y el zorro elegía los lugares más concurridos en la selva, ahí donde sabía que los changos colgaban de las ramas, las ciénagas donde los cocodrilos sorprendían venados y la maleza que escondía serpientes acechando a los pájaros. Pasaban los dos, y se hacía el silencio; nunca había visto nadie a un tigre tan cerca, nadie que pudiera vivir para contarlo. Detectaron que el tigre no venía con intenciones agresivas y se postraban, respetuosamente, a su paso.

Terminado el paseo, el zorro le dice: “¿ves? Todos se han inclinado ante mí. Ahora tendrás que servirme.”

A partir de ese día, el zorro viajaba con escolta; dejó de buscar presas, porque el tigre lo proveía de alimento.

Fuente:

101 cuentos clásicos de la China, recopilados por Chang Shiru y Ramiro Calle.


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