1-Dos Méxicos: el autoritario o el anárquico.

La historia de México nos demuestra que hasta el día de hoy, los mexicanos reconocemos solamente dos formas de gobierno: el autoritarismo o la anarquía. Durante los años de la Colonia se tuvo la autoridad fuerte del Virrey, respaldado por el trono español, y la Nueva España vivió razonablemente en paz. Desde 1810 hasta que subió Porfirio Díaz al poder, fueron años de anarquía y guerras internas, aprovechadas y fomentadas por los Estados Unidos, y durante esos años perdimos la mitad de nuestro territorio. Otra vez hubo paz durante el porfiriato, porque ahí estaba la autoridad fuerte e indiscutible de Don Porfirio. Desde 1910 hasta 1929, de nuevo años de guerra y anarquía y de empobrecimiento de todo el país. A Plutarco Elías Calles se le ocurrió la magnífica idea, en su momento, de convocar a los generales y líderes militares a formar un partido político y arreglar sus diferencias en el seno del partido en vez de matarse entre sí. Los generales aceptaron, nació el primer PRI (el PNR), y empezó el período de la dictadura perfecta, que terminó en 2000 cuando el PRI salió de Los Pinos. Durante estos 71 años la autoridad del presidente era indiscutible, el Congreso se inclinaba ante él y los ciudadanos nos quejábamos de la falta de democracia y el exceso de autoridad. Desde el 2000 hemos regresado a los antiguos períodos de anarquía, porque los partidos no se ponen de acuerdo entre sí, cualquiera se puede burlar del presidente y en lo único en que estamos de acuerdo es en que no coincidimos en nada. Es una forma benigna de anarquía, por el momento nada más es política. Si las cosas siguen así, las malas condiciones que se generan para la vida en el país pueden desembocar en otra forma de anarquía, la del México bronco.

México descubrió la democracia en 2000: descubrimos que el voto cuenta y pudimos elegir a los gobernantes que quisimos. Hay dos lecciones amargas que nos han dado estos once años:

1)      una cosa es elegir al que queremos, otra muy diferente que resulte un buen gobernante;

2)      las nuevas fuerzas políticas ejercen ad nauseam el derecho a no estar de acuerdo: terminaron por bloquearse las unas a las otras, y han llevado al país a una anarquía legislativa y a un bloqueo de las iniciativas del ejecutivo federal.

La primera lección no es ni más ni menos que el riesgo que se corre con cualquier gobernante, no importando la forma en que llegó al gobierno. Algunos de ellos, elegidos democráticamente, resultaron fatales para su país: Hitler llegó al poder mediante una votación, el presidente Ulysses S. Grant en Estados Unidos tuvo un período (1869-1877) caracterizado por una enorme corrupción; en otras palabras, la democracia no garantiza nada.

Pero el problema fuerte que tiene México en este momento es que las fuerzas políticas se dividieron, a grandes rasgos, en tres grupos grandes. Cuando el único que partido que contaba era el PRI, vivíamos bajo una farsa de democracia, pero había autoridad. Ahora ninguno de los partidos tiene mayoría, disfrutamos de una carísima democracia, y padecemos anarquía legislativa y oposición sistemática a las iniciativas del partido en el poder. Las consecuencias, directas o indirectas, de esta anarquía las padecemos los ciudadanos cada día y en todo el país.

Parece ser que los mexicanos somos incapaces de dialogar, de sentarnos a una mesa y entender que nuestras diferencias y convicciones pueden separarnos, pero que el hecho fundamental de vivir en el mismo país es más importante que desgastarse en cuestiones tan específicas como esa legislación barroca que pretende controlar la propaganda de los partidos en las elecciones. Y así, enfrascados en nuestras pequeñas y grandes diferencias, hemos desperdiciado 11 años de democracia. Al final de cuentas, la Democracia no resultó ser la Tierra Prometida.

2-Luz al final del túnel.

Esta semana se publicó un desplegado firmado por diferentes personas importantes en el mundo de la política y de la intelectualidad, que pone el dedo en la llaga de esta división generalizada que hay en las fuerzas políticas. El desplegado lo dice más amablemente que yo, pero en el fondo es un reconocimiento de hechos, de que los diversos partidos políticos se han dedicado a atacarse mutuamente, han desgastado al país y han perdido un tiempo precioso.

Este documento es importante por dos razones: 1) quienes lo firman, 2) lo que dice.

Para empezar está la presencia de personalidades políticas relevantes de varios partidos: Manlio Fabio Beltrones, Cuauhtémoc Cárdenas, Santiago Creel, Marcelo Ebrard, Francisco Labastida, Patricia Mercado, Carlos Navarrete, Arturo Núñez. Es decir, el documento cuenta con el respaldo de gente de peso en sus respectivos partidos. Creo que es la primera vez, desde 1929, que figuras importantes en el país, que previamente se habían estado atacando con todo lo que podían, se sientan, dialogan y llegan a un acuerdo. Yo considero que, junto con el proceso que se fue gestando en la presidencia durante el sexenio de Zedillo, de que el PRI tendría tarde o temprano que aceptar el resultado de una votación adversa, esta noticia es la más importante, como muestra de un avance en México en el dificilísimo arte de gobernar. El hecho de que representantes de los tres grandes partidos se junten, reconozcan (aunque en términos elegantes) lo terrible que es para el país este desacuerdo generalizado, es el punto de partido indispensable para una solución. El país está más que enfermo, y para que pueda sanar, es necesario reconocer esta condición; eso es lo que hicieron los signatarios.

El segundo punto es el contenido. Si usted me ha leído en otras ocasiones, sabrá que yo soy sumamente escéptico con respecto a las declaraciones; en esta ocasión reconozco que la declaración es importante.

Como declaración de principios, el documento dice que

1)      una cosa es tener diferentes ideas políticas, y otra ser enemigos,

2)      cuando hay pluralidad de fuerzas políticas, el ejercicio del poder implica cooperación,

3)      es necesario que el Congreso y el Ejecutivo Federal trabajen armoniosamente.

Como propuesta concreta, se abre la posibilidad a formar un gobierno de coalición. En el caso de que el Presidente no cuente con mayoría de su partido en el Congreso, se plantea que forme una coalición con algún otro partido, a fin de obtener una mayoría legislativa y poder trabajar sin estorbos. Esto implica una negociación entre esos partidos, en el sentido de que los partidos que integren la coalición tendrán que estar representados en el gabinete, y que tendrán que definirse acuerdos generales que representen los objetivos de los partidos en la coalición.

En realidad no están descubriendo nada nuevo: como dice Ebrard, hay coaliciones en prácticamente todos los gobiernos estatales. Sin embargo, el documento sigue siendo importante porque en política la forma es fondo; lo comprobamos aquí: la forma es tener a esos personajes juntos diciendo lo que dijeron.

3-Reacciones

Hasta el momento, los que se oponen son Enrique Peña Nieto y López Obrador. Mi opinión es que el primero siente que va a ganar sin necesidad de coalición, y por lo tanto no considera necesario comprometerse; con respecto al segundo, es muy conocida su posición maniquea: estás conmigo o estás contra mí, no te invito a dialogar sino a que me digas que sí. El fuerte de AMLO son las declaraciones, no el diálogo; el fuerte de Peña Nieto es la imagen, no las declaraciones. Uno y otro, creo que seguirán oponiéndose a cualquier negociación con otros partidos.

Pero yo hago un pequeño ejercicio de aritmética, y veo que los personajes políticos que firman esa declaración tienen masa suficiente para que, en el caso de que se unan, ganen sin discusión la siguiente elección presidencial. Sería algo cercano a un milagro, pero es su conveniencia. Si hace cada uno de ellos por su lado la lucha por la presidencia, probablemente perderán todos; si se unen, ganarán. No estaría mal que analizaran esta idea.

Y si lo hacen, nosotros seremos los beneficiados, porque tendremos un presidente que está apoyado por una base suficientemente amplia en el Congreso como para no perder la mitad de sus energías tratando de convencer a diputados y senadores.


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