La invención de Supermán por un autor norteamericano en 1938 no fue una casualidad; tampoco es coincidencia que viva en una ciudad parecida  Nueva York, que los colores predominantes en su uniforme sean azul y rojo, que sea poderoso y bondadoso hasta el grado de ser como los robots de Asimov: incapaz de dañar a los humanos, sus inferiores; tampoco es coincidencia que el pueblo donde aterrizó la nave que lo trajo de Krypton se parezca a las regiones del Medio Oeste de los Estados Unidos. Supermán es como los norteamericanos se imaginaron y se vieron a sí mismos: poderosos y buenos. Si aceptamos la tesis de que lo que es bueno para Norteamérica también es bueno para el mundo, tienen razón, porque efectivamente son poderosos. Pero Norteamérica no es el mundo, y la forma en que se creó, se desarrolló y llegó a convertirse en la primera potencia mundial, no se podrán repetir. Pudo haberse repetido con la colonización de Siberia que hicieron los rusos en el S.XIX, pero esa fue una historia muy diferente.

Supermán ha perdido ya sus poderes, no tanto por la edad (él no se hace viejo), sino por la obsolescencia: llegaron nuevos juguetes que les gustaron más a los niños, se volvió insostenible la idea de que algo pudiera volar sin dar ninguna explicación de la fuerza que lo sustenta en el aire, y la declaración tardía de que Supermán también era muy inteligente no convenció a nadie: ¿para qué le sirve ser inteligente, teniendo tantos poderes? Mis hijos jugaron con Mazzinger Z, con los Thundercats, con la versión prehistórica del Hombre Araña, y después de eso, les perdí la pista a los Supermánes de juguete, pero los he vuelto a descubrir más recientemente, viendo algunas series de televisión. La característica común de las series en donde se presenta un nuevo Supermán es la lucha entre el bien y el mal, en donde invariablemente gana el bien. Aunque no creo ni en Supermánes ni en que siempre gane el bien, algunas de esas series me gustan porque aprendo cosas ahí.

Una de ellas es The Mentalist. Se trata de un tipo que fue explotado como fenómeno por su padre por su habilidad para adivinar lo que la gente piensa. En el curso de la serie se nos van descubriendo sus trucos de adivinación, que no son más que poder de observación, de deducción, más la aplicación de lo que los norteamericanos llaman “judicious guessing”, es decir imaginarse qué es lo más razonable posible, dada la información que se tiene. El protagonista se llama Patrick Jane, y colabora con un FBI californiano como una especie de paracaidista que fue a estacionarse en esa oficina, al que no le pagan, que no es un agente de policía, que ayuda a resolver todos los casos, y que tiene un talento sobrenatural para hacer enojar a la gente. En uno de los episodios van a un pueblo a investigar un asesinato, y entrevistan al sheriff, un tipo mal encarado al que Jane analiza mientras examinan el cadáver, y luego le suelta en su cara que seguramente se siente incómodo porque está durmiendo en un hotel, ya que su mujer lo corrió de su casa por haber sido infiel. El sheriff empieza a buscar razones para meterlo preso, pero Jane le explica la cadena de observaciones y deducciones que ha hecho para llegar a pensar lo que le dijo. El espectador se ríe del sheriff y admira a este nuevo Sherlock Holmes. La serie es buena para entretenerse y para aprender algunas técnicas de observación. En uno de los casos descubre al asesino porque tiene la curiosidad de examinar las suelas de los zapatos de un inválido en silla de ruedas: las suelas están gastadas, ergo, el inválido podía caminar. Sin embargo, la serie y el concepto no dejan de ser una idea norteamericana, y con el correr de los episodios le aparecen virtudes fuera de serie a Jane, como la habilidad para jugar un partido de ajedrez de memoria, sin ver el tablero, recordando las jugadas mientras discuten el caso a la mano, y naturalmente, ganando la partida.  Patrick Jane es otra versión de Supermán.

La popularísima serie del Dr. House es otro ejemplo de resurrección de mitos. House es un médico genio que tiene metido en su cabeza el Vademecum completo (edición 2010) más todas las revistas especializadas en medicina que pueda usted imaginar. Para resolver sus casos médicos, todo lo que necesita es un estímulo externo que dispare en su cerebro una cadena de asociaciones para encontrar cuál es el problema del paciente, es decir, hacer el diagnóstico. House está rodeado de una cohorte de enciclopedias ambulantes de menor tamaño, pero que pueden recitar en el momento indicado si X medicamento puede producir  Y reacción, si el síndrome de Reye es una hipótesis más adecuada al paciente o si debe ser descartado, etc. Realmente es odioso ver que todos esos tipos tienen en la cabeza ese arsenal de enfermedades, síntomas, tratamientos y medicamentos, listos para ser usados cuando conviene. Sin embargo, la serie es extraordinariamente buena. Para empezar, los casos médicos están muy bien presentados, seguramente basados en casos reales, y con soluciones –o ausencia de- de acuerdo a los avances de la medicina actual. La parte médica sigue invariablemente el 1-patrón presentación del problema 2– análisis, diagnósticos tentativos, empeoramiento del paciente, 3– solución final, dada por House en un arranque de genialidad. Su usted es capaz de disfrutar la existencia de otros genios, la serie será estimulante para usted. Dr. House es realmente superior por la personalidad de House, un genio neurótico, con una pierna infartada que le causa permanente dolor, adicto a los analgésicos potentes, sarcástico, incapaz de relacionarse con las personas en plano de igualdad, también con el don de hacer enojar a todo el mundo, al que uno se divierte viendo que él hace sufrir al resto del elenco. La serie está aderezada con ingredientes de telenovela: llega la ex de House a trabajar al hospital con su nuevo marido enfermo, House lo tiene que sanar y sufre terriblemente porque ella es la única mujer que lo ha comprendido y a la que él ama; la administradora del hospital ama en el fondo a House pero se va a vivir con un detective contratado por House que se burla de House; las parejas entre los miembros del equipo se crean y se destruyen de acuerdo a la ley de Lavoisier; llega un villano externo a pretender comprar el hospital, etc. Los atractivos más interesantes de la serie son la personalidad de House y los argumentos científicos. Además, como están en un hospital, tratan con enfermos, enfrentan la vida y la muerte, y por lo tanto, hay innumerables oportunidades de tocar cuestiones y conflictos de ética. En uno de los capítulos llega al hospital un dictador sudafricano, genocida, al que tienen que atender House y su equipo. Uno de los doctores decide que hay valores encima de su profesión de médico, altera unos análisis, falsea el diagnóstico, y el dictador muere. ¿Es bueno o es malo? ¿El médico tiene que atender a todo el que llega con él enfermo? ¿Qué es más importante: el juramento de Hipócrates o evitar que un genocida siga exterminando personas? La serie tiene la inteligencia de plantear estos dilemas sin dar una solución: deja hablar a los personajes y ellos dicen lo que piensan, se contradicen y pelean. La decisión, si alguna hubiera que tomar, está en el espectador. Pero House es todavía más inteligente que los realizadores de la serie, es un nuevo Supermán que se disfrazó de médico. Una de las cosas odiosas de su personalidad es que lo vuelven políglota: habla español, francés, chino, tailandés, y prácticamente cualquier idioma que se necesite. En un episodio aprende una de las lenguas de la India para poder leer una revista de medicina en donde había publicado un doctor que es su enemigo, y al que quería avergonzar en público. También House es una versión de Supermán.

El sexo bello no tiene que sentirse discriminado, también hay una versión femenina de Supermán. En la serie Bones se presenta una antropóloga bastante engreída y antipática (no necesita saber idiomas) que resuelve casos criminalísticos utilizando antropología. Cuando supe de esta idea imaginé a Levi-Strauss haciéndola de detective, pero la serie amplió mi horizonte con respecto a la antropología: no se trata de estudiar culturas antiguas nada más, se trata de estudiar restos humanos y hacer deducciones a partir de esos restos. Los envidiosos que no soportan a la Dra. Temperance Brennan se burlan de ella preguntándole que si va a hablar con sus esqueletos, y la Dra., efectivamente, los interroga, los analiza, saca conclusiones, e inevitablemente resuelve el caso. La serie se salva desde el punto de vista de la simpatía gracias al agente del FBI que le asignan a Bennan para ayudarla en sus investigaciones y para darle apoyo policiaco oficial, Seeley Booth. Naturalmente es joven, como Brennan, y no sabe nada ni entiende nada ni quiere aprender de antropología, pero los dos hacen una pareja milagrosa que puede resolver todo lo que les ponen enfrente. Curiosamente se alteran los papeles masculino y femenino en esta pareja: ella es la racional, fría, analizadora, y él es el intuitivo, impulsivo, guiado por sus instintos. Más o menos cada seis episodios él llega a poner una nueva cara frente a las cámaras, pero la Dra. Brennan ha mantenido, a lo largo de cuatro temporadas, exactamente la misma expresión facial en todas sus escenas. Pero también es Supermujer, no necesita ser buena actriz.

Estas tres series se parecen en su visión maniquea-norteamericana de las cosas: el mundo está dividido en dos, buenos y malos, y el bien triunfa sobre el mal. Pero tienen gradaciones de maniqueísmo: la peor de todas es Bones, y la que enfrenta sus casos con más apego a la realidad, con conflictos éticos y emocionales, aunque en general triunfa el bien y sanan los enfermos, es Dr. House. Pero todas son buenas para entretenerse y para aprender.

Hay una serie que es punto y aparte en la mitología norteamericana, porque ahí no intervienen dioses ni Supermanes, nada más hay hombres de carne y hueso como usted y como yo: Deadwood. Esta serie es extraordinariamente buena porque presenta un episodio de la historia norteamericana (la formación de un pueblo hacia 1875) que nos da una idea muy realista de cómo se formó ese país y cómo llegó a ser lo que es ahora. Sin superhéroes ni supervillanos, nada más con hombres que tienen todos, virtudes y defectos, valores y desvalores. Es una historia del Oeste con tantos villanos que pronto comprende el espectador que allí nadie va a imponer la ley y el orden, porque hay tantos intereses de todo mundo en el juego, hay tantas fortalezas y debilidades en los personajes, que ni siquiera el sheriff Bullock –Timothy Olyphant, el peor actor del reparto- va a poder hacer valer la ley. Para empezar, no hay ley: el pueblo se formó a partir de la fiebre del oro, llegaron los aventureros a buscar fortuna, se construye lo más necesario –un hotel, una estación de correos y varios burdeles- y le dan la insignia de sheriff a Bullock porque se sabe que él había sido sheriff en otro lado. Deadwood es un microcosmos de Norteamérica: aventureros que buscan el oro, dueños de burdeles que quieren especular con tierras, prostitutas agrupadas en torno al dueño que es el padre sustituto de todas ellas, chinos que llegan enjaulados, vividores y potentados. Uno de los mitos norteamericanos, George Hearst, aparece ahí buscando y logrando la manera de apropiarse de las tierras de la viuda Ellsworth –viuda gracias a Hearst-, y es probablemente el único villano absoluto en la serie, porque los demás son villanos a medias. Hearst, que fue uno de los primeros norteamericanos que se hicieron inmensamente ricos gracias a su habilidad negociadora, es un símbolo de la nación entera y un precursor de los grandes capitalistas norteamericanos del S.XX: Rockefeller, Vanderbilt, Carneige, etc. Esas gentes, con su ambición, su trabajo, su visión y su falta de escrúpulos se enriquecieron y junto con ellos, se enriqueció Norteamérica. Es inútil debatir los aspectos morales de esas vidas, por dos razones: no hay nada que hacer con respecto a ellos, y en todos los países y en todas las épocas ha habido personas así, que con sus habilidades sobresalientes en algunas áreas, junto con cualidades morales muy cuestionables, han forjado a sus países, y a la larga, al mundo, como lo que es ahora. Hay un villano especialmente interesante en la serie, Al Swearengen. Es un inglés –“british” le llaman ahí- dueño del saloon Gem, que empieza como villano puro al 100%, pero que a medida que avanzan los capítulos se van conociendo otros aspectos de su personalidad. Es un padre que insulta y humilla a sus prostitutas, pero es un padre para ellas, y saben todas que llegado el caso, Al las habrá de cuidar. Es el cerebro detrás de algunos asesinatos y es el conciliador en otras muertes; es el que odia e insulta a los malditos políticos que llegan de Washington a pedir sobornos, pero es el que sabe cómo tratarlos y cómo manipularlos para conseguir que Deadwood sea reconocido como parte de la Unión Americana. Es el único que tiene visión para impedir que un juicio llegue a su fin, porque significaría que Deadwood ha proclamado su propia ley, y no necesita ser parte de la Unión. Es un hombre sabio que filosofa sobre la vida y la muerte mientras una prostituta le hace un servicio. Es alguien que sabe que no puede enojarse con Hearst, aunque le haya cortado un dedo. Es muy villano, muy sabio, muy ambicioso, muy inteligente, y conoce sus limitaciones y trabaja a partir de ellas. El actor británico Ian McShane es definitivamente el mejor de la serie. Hearst y Swearengen son los personajes que mejor encarnan las fuerzas que convirtieron a Norteamérica en el país más fuerte del mundo.

Le recomiendo que vea todas las series mencionadas, las puede rentar o comprar. Si tiene que elegir, definitivamente pongo en primer lugar a Deadwood; véala sin hacer juicios morales y utilícela como una forma de conocer mejor a nuestros vecinos del norte. Si no lo convencí, véala para escuchar su música; al final de cada capítulo se escucha una canción diferente cada vez, canciones hermosas, nostálgicas y poco conocidas que hablan de buscadores de oro, de prostitutas, de negros y de vaqueros.

jlgs, El Heraldo de Ags., 26.11.2010