1-Galileo.

Cada uno de nosotros ve el mundo desde sí mismo; somos, cada uno, el centro del universo. Con los años, esta visión personal ha sido extendida a otros ámbitos. Entre los ríos Tigris y Éufrates se sitúa el origen del hombre; Wall Street es el centro financiero del mundo; los católicos van de peregrinación a Roma, como antes iban a Tierra Santa; el águila de nuestra exedra es el centro de México; Yucatán está hacia el Sureste; la mujer enamorada no ve otros ojos que los de su amado; hemos sido creados a la imagen y semejanza de Dios (ergo, Dios se parece a nosotros, pobre de Él), el hombre es el Rey de la creación; la Tierra es el centro del Universo.

A partir de Aristóteles la filosofía y la ciencia en Occidente vivió un período de dos mil años en que casi todo era referido a este filósofo. Ciertamente que abarcó muchas ramas del pensamiento y de la ciencia de su época, pero las obras que nos dejó son sistematizaciones del pensamiento de su época, escritas de una manera dogmática que sus discípulos y muchos filósofos en los siglos siguientes utilizaron como punto de partida, también dogmáticamente. Por ejemplo, son famosas las pruebas de la existencia de Dios que dio Santo Tomás de Aquino: con él se empeñó el intelecto humano en tratar de abarcar todo, Dios incluido, con la fuerza de la razón. Un grupo humano que siguió pasos diferentes en la historia de su pensamiento, los árabes, eligieron otro camino: a Dios no se le puede conocer con la razón, sino se llega a él por medio de una unión mística, algo semejante a la idea de los místicos católicos Santa Teresa de Avila y San Juan de la Cruz. Para los árabes, el pensador que estableció firmemente esta manera de ver a Dios fue Al-Ghazali, en Persia hacia el año 1100. Bertrand Rusell opina en su libro La Sabiduría de Occidente que la influencia aristotélica fue nociva porque paralizó el pensamiento humano, al establecer posiciones rígidas y al hacernos creer que por medio de la razón podemos conquistarlo todo. Yo pienso que es justificada esta crítica, y daré aquí un argumento.

Se partió del principio de que la tierra estaba inmóvil, y de que era el centro del Universo. ¿Por qué? Muy sencillo: ¿usted siente que la tierra se mueve? No. Por lo tanto, la tierra está inmóvil. La luna, evidentemente, describe un camino en el cielo alrededor de la tierra. El sol y los planetas, también. Las estrellas, un poquito más lejos, pero también. ¿Y dónde está Dios? Pues también muy sencillo, allá en los cielos, encima de todo lo que es el universo sensible, encima de la Tierra, la luna, los planetas, las nubes y los murciélagos. Y el hombre se empeñó durante siglos en creer que Dios, a quien en principio se le concede una naturaleza diferente de la de las cosas y de la de los hombres, ocupaba sin embargo un lugar físico, dónde, allá hasta mero arriba, como dijo el maestro pintor que vino a impermeabilizar el techo de mi oficina.

A partir de este planteamiento –la Tierra es el centro, Dios está mero arriba, y todo lo demás, ahí por en medio- se creó una cosmogonía en donde estaban mezclados la Biblia, Aristóteles, sus seguidores, Santo Tomás de Aquino, y donde los argumentos eran del estilo “la figura perfecta es el círculo, ergo Dios debe ser algo así como redondo”. Hoy nos parecen incomprensibles y la mayoría de la gente que ha estudiado comprende que el asunto de Dios, para empezar, es un asunto de fe, y uno decide voluntariamente si cree o no cree. Luego, a Dios no lo hacemos ni hombre, ni mujer, ni negro, ni blanco, ni joven, ni viejo: no le atribuimos características físicas. El asunto de la inmovilidad es algo relativo: recuerde el ejemplo de Einstein, donde usted viaja en tren, el tren está parado en la noche y en la vía de enfrente está otro tren que va en la dirección contraria. Usted empieza a ver que las luces del otro tren se desplazan, y como los trenes arrancan muy despacio, puede usted sentir que es el tren suyo el que se mueve, o es el de enfrente, y no está seguro de la realidad. Y la realidad es que cualquiera de las versiones sería cierta: su tren se mueve con respecto al de enfrente, el de enfrente se mueve con respecto al suyo. Pero este razonamiento relativista no lo habían aprendido a hacer en el Renacimiento, y la Astronomía había ido complicándose terriblemente, a medida que se hacían descubrimientos de nuevos planetas y tenían que inventarse trayectorias y forzar el uso de figuras geométricas para que fueran congruentes con aquella visión antropocéntrica.

Desgraciadamente, la Iglesia tomó partido en algo que no es de su incumbencia, la Ciencia. “Crímenes son del tiempo, y no de España” dice un refrán para referirse a algunas de las acciones de los españoles, inadmisibles a los ojos del hombre moderno. Ahora entendemos, por ejemplo, que Iglesia y Estado son cosas que deben estar separadas, pero costó siglos llegar a este entendimiento. En la época de Galileo, hacia 1550, la Iglesia intervenía en la vida pública, en las conciencias de las personas, en lo que debían creer y en la forma en que podrían ver el mundo.

Galileo no ayudaba mucho: fue un pensador profundo, laborioso, fue un genio, pero no era bueno para las relaciones públicas. El escritor húngaro-norteamericano Arthur Koestler escribió una magnífica obra (Los Sonámbulos) en donde da detalles de la forma de ser egoísta y arrogante que tenía Galileo. Todos los científicos, como dijo uno de ellos, se paran sobre los hombros de los anteriores; Galileo lo hizo sobre los hombros de Tycho Brahe, un astrónomo Bohemio, pero nunca se lo reconoció, y esa fue la tónica de sus relaciones con colegas. Era un genio arrogante que hablaba de más y realizaba acciones que volvían suspicaces a las autoridades. La Iglesia tampoco ayudaba, ya que con su Santa Inquisición había que pedir permiso para pensar, pero solamente en caso estrictamente indispensable; lo mejor era no pensar, o hacerlo en los términos institucionales. Fue casi una jugada de pizarrón el choque entre ambas fuerzas, y la cadena se rompió en el eslabón más débil: la Inquisición. A pesar de la condena, incluyendo famosa frase “y a pesar de todo, se mueve” que le atribuyen a Galileo y que algunos autores discuten, a la larga quien ganó fue Galileo. Hoy no existe la Inquisición, no existe el Índice de Libros Prohibidos, y todos sabemos que la Tierra se mueve alrededor del Sol.

O bueno: podemos declarar que la Tierra está inmóvil y endosarles a los Físicos el trabajo de rehacer todas sus ecuaciones, que tienen actualmente una elegancia y una belleza admirables, para que les den gusto a los que todavía se sienten el centro del Universo.

2-Osip Mandelshtam.

Este poeta nació en Varsovia en 1891, pero se le considera ruso porque Polonia era parte del Imperio Ruso, escribió en idioma Ruso, vivió la mayor parte de su vida en ese país, y padeció a Stalin. Tenía un don maravilloso para aprovechar la ventaja del Ruso de concentrar el significado en pocas palabras, y escribió versos con múltiples alegorías y con enorme economía de palabras. Para que el lector me entienda, comparemos la expresión “tan pronto como sea posible”, con su traducción al inglés “as soon as possible”. Ya con esto, advertimos que el inglés utiliza menos letras para decir lo mismo. Aún así, los norteamericanos pensaron que era demasiado y lo concentraron en el conocido acrónimo “ASAP”, lo que nos dice con 4 letras lo que en español se dice con 23. Con el ruso pasa algo semejante. El verbo “ir” es “xodit”, pero la expresión verbal “salir de algún lado” en ruso se consigue añadiendo un prefijo: “vyxodit”. Para decir “persona” se usa “cheloviek”, y para decir “de la persona”, se le añade un sufijo: “chelovieka”; 3 palabras en español, una en ruso.

Si todo fuera aprovechar las ventajas de un idioma, el poeta no estaría haciendo sino su trabajo. Pero se le atravesó Stalin, y ahí fue donde perdió piso Mandelstam. Imagínese usted a Stalin como el Gran Hermano de la novela 1984 de George Orwel, imagínelo como una Inquisición al revés, que en vez de enviar a sus condenados a la hoguera, los enviaba al frío congelante de Siberia, imagínelo como una Inquisición que mató a 10 millones de rusos por simples sospechas. Rusia vivió una época de terror como no se ha conocido en toda la historia de la humanidad, desde 1929 hasta que entraron en guerra contra Alemania en 1941. La gente vivía en condiciones sumamente precarias y bajo la sospecha permanente de que fueran a llegar por ellos en la mitad de la noche, para ser deportados. No se sabía con quién se podía hablar, y ese ambiente miserable hizo que muchos recurrieran a la delación de sus amigos o de sus familiares para congraciarse con las autoridades. Si ha habido un infierno en esta Tierra, con hielo en vez de fuego, fue en la URSS en esos años.

Uno de los poemas políticos más importantes del S.XX es Requiem, de Anna Ajmátova: he escuchado la grabación de la autora, donde empieza narrando que está afuera de una prisión en Leningrado en 1924, haciendo guardia todos los días, con la esperanza de ver a su hijo preso. Alguien se le acerca y le dice “¿puede usted narrar lo que aquí sucede?”, y esa conversación en una fila para ver a familiares presos dio origen al poema. El Requiem fue transmitido de manera oral, porque era peligroso dejarlo por escrito, y era peligroso que a alguien lo encontraran con un papel así en sus bolsillos. Los rusos aman su idioma y su poesía, y no les resultó difícil adaptarse a una vida en la que guardaban en su memoria, lugar sagrado de cada persona, lo que era sagrado y peligroso para ellos.

Stalin no era ruso, era georgiano. Tenía baja estatura, la cara marcada por la viruela y un brazo casi paralítico. Nació en Tiflis, estudió en seminario pero se salió ateo y aborreciendo la religión. Hablaba mal el ruso, con un acento que desentonaba del original. Es decir, era mejor candidato a la caricatura que Díaz Ordaz. Se volvió militante comunista, fue arrestado varias veces pero nunca cedió en su lucha, y cuando Lenin encabezó la revolución que tumbó el régimen zarista fue uno de sus colaboradores. Cuando murió Lenin en 1924 se desató una lucha por el poder entre Stalin y Trotsky, que terminó con el exilio de Trotsky y su muerte en Coyoacán, alcanzado por Ramón Mercader, que al terminar su condena se fue a vivir a la URSS. Lenin tenía carisma y poder de convocatoria; Trotsky fue un intelectual revolucionario y un buen soldado; Stalin subió al poder a base de alianzas de hoy y traiciones de mañana. Se hacía amigo de X para atacar a Y, cuando Y estaba eliminado se hacía amigo de Z para atacar a X, y así sucesivamente; los miembros del Partido Comunista que lo acompañaron en sus primeras luchas terminaron fusilados o deportados. Mató a millones de campesinos ucranianos que no querían entregar sus cosechas con un recurso muy simple: rodeaba sus poblados con el ejército, nada entraba ni salía, incluyendo el alimento. Se cuentan por millones los muertos por hambre así. Programaba el hambre en las zonas de la URSS en donde los campesinos no querían someterse a la colectivización forzosa. Si ha habido una encarnación del diablo en esta tierra, fue Stalin. Salvo en los chistes mexicanos, el diablo no tiene sentido del humor; en la URSS, criticar a Stalin o burlarse de él era tentar al destino.

Un día se reunió Osip Mandelstam con el escritor Boris Pasternak (autor de Dr. Zhivago) y le declamó un pequeño poema, más bien un epigrama de 16 versos, en donde se mofaba de Stalin. Pasternak fue toda su vida suficientemente precavido como para morir de viejo y en su cama, y le contestó a Mandelstam “mire, usted no me ha dicho nada y yo no escuché nada, esta conversación no existió. Le recomiendo que se olvide de lo que me ha dicho.” Pero Mandelstam no le hizo caso y repitió su epigrama en otros círculos. La historia llegó a oídos de Stalin, pero tenía cierto aprecio por el poeta y nada más lo envió exiliado a los Urales, tantito antes de llegar a Siberia. Mandelstam sufrió profundamente el castigo y trató de suicidarse. Después vivió un tiempo en Moscú, pero lo volvieron a arrestar y lo mandaron deportado a un campo de trabajos forzados, donde se dejó morir. Escribió de su puño y letra este epigrama, cuando era juzgado por ese crimen, a petición del juez.

La revista Letras Libres, en su edición de Marzo de 2009, publica un estudio muy interesante sobre este epigrama, traduciéndolo y explicándolo línea por línea, con observaciones sobre el idioma y sobre las circunstancias rusas del momento. Es un trabajo de José Manuel Prieto que vale la pena leer.

Menciono aquí solamente los dos primeros versos: “Vivimos sin poder otear el país a nuestros pies / nuestras palabras no se escuchan a diez pasos” que nos introduce a la sensación inasible y omnipresente –por lo tanto, insoportable- de que no se sabe el terreno que se está pisando, y que las conversaciones tienen que hacerse en susurro y en la calle, para que nadie las oiga.

3-Oppenheimer.

Algunos científicos se dan cuenta, después de hacerlo, que no debieron hacerlo. Esto fue lo que sucedió con Robert Oppenheimer (1904-1967), científico judío-norteamericano que colaboró con el Proyecto Manhattan, creado para construir la bomba atómica. Era un genio que sabía sánscrito y aprendió el griego en tres meses, según sus colaboradores. El grupo de científicos que se juntaron en Los Alamos, Nuevo México, para realizar ese trabajo es seguramente la mayor concentración de inteligencias que ha visto la historia. Uno de ellos, John von Neumann, enfermó de cáncer y fue a terminar sus días en el hospital. Lo visitaban sus amigos, entre ellos Stanislaw Ulam, otro ex miembro del proyecto. Para aligerarle la pena, Ulam le leía en griego pasajes de la Iliada y la Odisea; cuenta Ulam en sus memorias que en una ocasión pronunció incorrectamente una frase, y que von Neumann, en su cama y con cáncer avanzado, lo interrumpió para corregirlo.

Cuando terminó la guerra en 1945 con Alemania y Japón derrotados, Rusia intentó a como diera lugar convertirse también en una potencia nuclear. Se llevó de Alemania todos los científicos que pudo, y por medio de espías averiguó lo que le faltaba, hasta que finalmente pudieron ellos también tener el mismo juguete que los norteamericanos, y explotaron su bomba atómica de prueba. A los norteamericanos les entró el miedo de que la URSS, su pareja de una noche en la guerra pasada, se convertiría en un enemigo no nada más ideológico, sino militar. ¿Cuál fue la solución que pensaron? Muy sencillo: hacer una bomba más potente que la bomba atómica, para superar a los rusos. En teoría conocían cómo se podía hacer, con un procedimiento inverso al de la bomba A: en ésta la enorme energía de la explosión era liberada cuando un átomo de Uranio o Plutonio se separaba en un átomo de un elemento más ligero, como el plomo, más algo de energía; esto es la fisión nuclear. Con la bomba H era al revés: dos átomos de hidrógeno se juntan para producir un átomo de helio, más energía, y se llama fusión nuclear. La bomba H es enormemente más poderosa que la atómica; haciendo una analogía, el cerillo sirve como detonante para encender un bote con gasolina. Para las bombas se utiliza una bomba A como detonante, es decir como “cerillo”, para poder hacer explotar una bomba de hidrógeno. Si una bomba A destruyó Hiroshima, imagínese usted lo que haría una bomba H.

Robert Oppenheimer ya no quiso seguir con este desarrollo. El entendió que el intelecto humano es todavía más poderoso que lo que había imaginado Aristóteles, pero no para conocer a Dios, sino para invocar el demonio de la autodestrucción. ¿A dónde puede conducir una carrera armamentista en donde los competidores tienen cada uno armas para destruir todo lo que hay en el mundo? A un equilibrio muy frágil, que podría romperse con cualquier pretexto, como casi sucedió en la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Oppi –así le llamaban sus amigos- razonó que hay cosas que es mejor ignorar, hay avances que es mejor no realizar, y no quiso colaborar en el proyecto para crear la bomba de hidrógeno.

Era una figura pública muy importante y muy reconocida, y aprovechó todos los foros a que tuvo acceso para abogar por la no utilización de la ciencia ni de los recursos del gobierno para crear armas todavía más poderosas, sino para avanzar en una ciencia que sirviera para mejorar la vida humana, no para destruirla. Hacia 1950, en los primeros tiempos de la Guerra Fría, las autoridades norteamericanas pensaban como Stalin “el que no está conmigo está contra mí”, y etiquetaron a Oppenheimer como una persona peligrosa. El FBI tenía tiempo sospechando de él, y cuando se creó la Comisión McCarthy para investigar actividades antinorteamericanas, Oppi fue una de sus víctimas. Lo sometieron a una de esos curiosos procesos en donde el acusado se sienta frente a una Inquisición de senadores o diputados, lo interrogan, deliberan, y emiten un veredicto tomado con anticipación al juicio. Son más que juez y parte, son un comité que decide con anticipación quién es culpable y quién es inocente, y la faramalla de las audiencias es para publicitar sus acciones e infundir miedo, no para ver si es culpable o inocente.

A pesar del FBI, de la Comisión McCarthy y de la no participación de Oppenheimer, los rusos hicieron su bomba de hidrógeno. Sus avances fueron conseguidos con el método tradicional (investigaciones de sus propios científicos) y con el método más tradicional todavía del espionaje. La pareja de científicos norteamericanos Julius y Ethel Rosenberg fueron hallados culpables de pasar secretos nucleares a los rusos y ejecutados en 1953. Y finalmente, en octubre de 1961 los rusos detonaron en las regiones árticas de la URSS (Novaya Ziemla) la más poderosa bomba H que se ha construido.

Oppenheimer fue acusado y condenado, pero nada más era sospechoso de ideología comunista, no de espionaje. Le revocaron sus privilegios, y pasó sus últimos años retirado a la vida privada. Murió de cáncer en la garganta en 1967

Ópera Bufa “El año de Hidalgo”.

En esta cadena de tragedias de todo el mundo, México aporta el elemento chusco. En Agosto de 2009, el diputado Gerardo Priego devolvió al gobierno más de $1’000,000 por concepto de boletos de avión no utilizados. Su agencia de viajes le dio un cheque por el dinero que no se había gastado, y el diputado, en un acto de suicidio político, devolvió el dinero, y declamó su epigrama públicamente, como lo hizo Mandelstam.

Es parte de las leyendas urbanas de este país la cantidad que ganan diputados y senadores. No hablaremos aquí de su rendimiento, ni siquiera de su asistencia a las sesiones (aunque sea para leer revistas), para no agravar la situación. Hablemos nada más del dinero que ganan. Además del sueldo y de la ausencia sospechosa del ISR en la lista de sus deducciones, tienen sus comisiones y sus viáticos. Probablemente las comisiones sean la parte más sustanciosa de sus ingresos, y es una de las muchas razones de las arrebatingas entre los partidos políticos para ver quién va a encabezar qué comisión. ¿Usted cree que es por amor a la patria, o porque se consideren muy capaces de encabezar una comisión, que los diputados y senadores se arrebatan esos puestos? Yo creo que no, que es el dinero y el poder político. Si fuera la capacidad lo que estuviera en juego, yo le pediría a la comisión de Hacienda que me explicara otra vez el famoso Anexo 20 para la creación de facturas electrónicas, ya que por estos días no está disponible en el sitio del SAT (aunque es el criterio para la creación de estos documentos). Yo me imagino que para los diputados, el sueldo es lo de menos, lo bueno son las comisiones y lo que sobra de los viáticos.

¿Qué pasó con Gerardo Priego? Naturalmente, se le fueron encima sus honorables compañeros. Una cosa es faltar a las sesiones, una cosa es cocinar leyes al vapor, una cosa es hacer alianzas con el que no debían, y otra muy diferente devolver el dinero. Como decía Talleyrand “peor que un crimen: fue un error”. Cómo se le ocurre, con qué derecho, no tiene autoridad moral, está feo, habla con acento de Tabasco, es del PAN, etc. Un sinnúmero de señalamientos que no están relacionados con el hecho en sí de devolver un sobrante, ni con la calidad moral que exhibe el que realiza ese acto, pero que unánimemente descalificaban al diputado descarriado. El diputado Juan José Rodríguez Prats criticó a Priego por devolver el dinero y lo acusó de no tener autoridad moral para hacer esos señalamientos, pues “hace muchos años cuando se intentó convencerlo para que fuera candidato a gobernador de su entidad pidió 100 mil dólares para ser el aspirante panista”. Rodríguez Prats precisó que los apoyos como boletos de avión que reciben los diputados “nos permiten realizar mejor nuestro trabajo” y lamentó mucho que su homólogo haya asumido dicha posición pues además criticó a diputados que no regresaron ningún dinero. Como decía yo arriba, ¿con qué derecho critica Priego al diputado que no es tan suicida como él?

El vocero de los senadores del PRI, Carlos Jiménez Macías, indicó que los integrantes de su bancada utilizan los boletos de avión, pues están incluidos en los acuerdos que se toman en la mesa directiva y no se trata de ningún exceso ni abuso. Es decir, ellos con su autoridad, al asignarse esas cantidades para viáticos, convierten en legítimo el abuso, al declarar que no hubo abuso. ¿Para qué es el dinero? Para gastárselo, pregúntele a cualquier diputado o senador. Es hermoso ser juez y parte, es realmente estimulante asignarse partidas sustanciosas y declarar ilegítima la devolución del sobrante, lo contrario de estimular al diputado que pensó hacerle algunos ahorros al erario público.

No sé si reír o llorar cuando reflexiono en este asunto. Me dan ganas de llorar de desesperación en estos tiempos difíciles que nos han tocado, cuando un senador importante (Jiménez Macías) declara moralmente aceptable quedarse con los sobrantes de viáticos. Me dan ganas de reír al ver cómo se exhiben ante el público, diputados y senadores. Me dan ganas otra vez de llorar, porque no organizaron un sainete como los que saben hacer, con gritos, patadas y golpes por apoderarse del presídium. Y finalmente río, porque ni discutimos la curvatura del Universo, ni tenemos a un Stalin, ni nunca jamás produciremos la bomba H.

jlgs, El Heraldo de Ags., 2.11.2010