Regala un pescado a un hombre, comerá un día;
Enséñale a pescar, comerá toda la vida.
Proverbio chino.

Dos lectoras mías me dijeron que no coincidían con una afirmación del artículo pasado, de que la educación es el problema número uno de México; Rosa Ma. Campos dijo que votaba por el desempleo, y Socorro Arce dijo que para ella la alimentación estaba antes. Les agradezco su opinión, porque tiene sustento, y volví a pensar en el asunto. Mis conclusiones, básicamente exacerbadas por la impotencia personal de hacer algo, son las que siguen.

Mi hermano Jesús me contó un día una frase, atribuida a cierto personaje de nuestro siglo pasado: “solamente hay dos clases de problemas: los que se resuelven solos, y los que el tiempo resuelve”. En esta máxima milenaria se encierra la sabiduría con que los gobiernos emanados de la Revolución & Anexas han encarado la mayoría de los asuntos importantes de este país: el Dr. Carstens le da una aspirina al enfermo de neumonía, y reza para que el enfermo se alivie o para que llegue otro doctor que cargue con la responsabilidad. Para que no se me acuse de parcial, daré más ejemplos. La educación, nunca estuvo mejor que con don Justo Sierra, allá por 1910; el petróleo se lo quitó Lázaro Cárdenas a las compañías extranjeras, con lo que ellas salieron ganando, puesto que les hacemos el trabajo pesado de la extracción, y ellas nos hacen el trabajo fino de la refinación; en caminos y carreteras, hemos visto avances como llamaradas de petate, por ejemplo bajo el sexenio de Salinas de Gortari y en el actual; hace unos pocos años recorrí la hermosísima carretera Durango-Mazatlán, pasando por el Espinazo del Diablo y gozando de las gorditas más sabrosas que he probado en mi vida, pero el camino, además de hermoso, era peligroso y de un trazo viejísimo: por ahí vi un letrero que decía que fue construido en 1941; con la falta de aguas que padece el país, deberíamos estar inundados de presas, pero invito al lector a que me recuerde cuál fue la última que se construyó; el crecimiento de los ferrocarriles es 0 km después de Don Porfirio; los grandes movimientos “sociales” que emprenden en sus delirios mesiánicos algunos presidentes sirven para que el que se ponga listo, se haga de un pequeño banco, de una concesión, o con suerte herede el monopolio estatal de los teléfonos; la oferta política, en vez de ir para adelante, va para atrás: ahora nos enteramos de los affaires de la haute politique en las mismas revistas que conocemos los chismes de los artistas y la programación de las telenovelas; nuestros concesionarios de televisión inundan nuestras horas de anuncios baratos, versiones chabacanas de Madame Bovary, cantantes desafinados y programas con risas programadas; nuestra reforma fiscal va como el cangrejo, viento en proa a toda vela; nuestra reforma política está magistralmente explicada en la película La ley de Herodes, e invito a todos mis lectores a rentarla; la democracia ha evolucionado a convertirse en decidir quién tiene el slogan más impactante (aunque no signifique nada) o quién se ve mejor en las fotografías. En todos esos asuntos, puede y debe intervenir el gobierno, pero la mezcla peligrosa –más bien dicho mezcolanza- que forma el gobierno con los partidos ha llegado a producir parálisis en nuestro país, lo que en computación se llama un “dead lock”, en donde nadie se mueve esperando que el otro lo haga. Todos esperan que alguien dé la señal de ataque, y todos esperan que por milagro se termine, por fin, la autopista Durango-Mazatlán (yo creo que terminará este sexenio).

Veo tres razones principales para que los sucesivos gobiernos no le hayan entrado a la solución de cualquiera de esos problemas: corrupción, falta de dinero, debilidad del gobierno en turno. La participación de cada factor ha variado con el tiempo. Por ejemplo, vivimos un período corto pero sumamente benéfico para el país por el alza petrolera, que se esfumó entre la caravana de aduladores y beneficiarios de López Portillo; ahí sobraron el dinero y la corrupción; Zedillo tuvo que lidiar con los problemas económicos de la burbuja creada en el sexenio anterior; el más fuerte de los presidentes modernos, Salinas de Gortari, hizo muchos caminos y muchos nuevos pillos; Fox demostró debilidad de carácter desde el principio de su matriarcado, cuando cedió a las presiones de los campesinos de San Salvador Atenco, y en vez de negociar con ellos, canceló el proyecto del aeropuerto de la ciudad de México; al actual presidente le ha llovido duro en su milpita, y le han reventado problemas que el país había venido empollando desde hace mucho tiempo.

Uno de los subproductos de la democracia son gobiernos débiles, cuando hay tres partidos fuertes que están equilibrados en sus fuerzas. El que gana, cuando llega al poder, tiene dos enemigos del mismo tamaño que él; el resultado: parálisis legislativa y broncas entre el Ejecutivo y las Cámaras. ¿Tiene que ser así? No necesariamente, yo creo que depende de la mentalidad y la madurez del país. El problema es que todos los mexicanos pareceríamos de cierto estado imaginario, que nunca pierde y cuando pierde arrebata, como dice el refrán; los mexicanos somos malos perdedores, y peores negociadores. En enero de 2000 se definieron, por la vía judicial, las ediciones presidenciales más controvertidas de EEUU; ganó Bush porque así lo decidió la Suprema Corte. Al año siguiente vino el desastre de las Torres Gemelas, y un poco después de eso entrevistaron a Al Gore, que había peleado la presidencia contra Bush y le preguntaron su opinión sobre lo que debería hacer el país después de ese atentado. “Creo que todos debemos ponernos a las órdenes de nuestro Comandante en Jefe, George Bush” respondió Al Gore con una visión de país que puso por encima de sus intereses personales y de su derrota, controvertida, frente a Bush. En nuestro hermoso país hemos inventado, por el contrario, la dualidad materia-espíritu de una nación: Felipe Calderón gobierna el México de aquí abajo, sobre estas piedras, y López Obrador es presidente de la República Espiritual y Legítima de México. Los norteamericanos tomaron muchísimas medidas contra el terrorismo, fabricaron una guerra contra Hussein, y bien o mal, siguen unidos como país; en México están discutiendo si le dejan el PRD a López Obrador, a ver si así ya nos libramos de él.

Mis dos lectoras me cuestionaron el lugar del problema educativo. Cierto: es debatible cuál es el primer problema del país. Yo insisto en la educación. Los problemas primarios de cualquier país son los de la estricta subsistencia: tener alimento, salud, techo donde vivir. En México, aunque sea importando maíz y frijol, hace muchos años que no sé de desabasto público de alimentos. Mucha gente no tiene todo lo necesario, pero al menos no hay desabasto. Claro que primero comer que ser cristianos, pero insisto: en las muchas ciudades que he podido visitar, no aparecen tan evidentes los problemas de hambre, ni de vivienda, ni de salud, como aparecen los de justicia, seguridad, inconformidad con los gobernantes, etc. Los grandes problemas que vemos ahora no son porque nos haya tocado un país del tercer mundo (pequeño, pobre, sin recursos) sino porque nosotros lo hemos convertido en algo eso. No es que no tengamos que comer, o la gente se muera por epidemias, o situaciones así de graves; es más bien un enorme descontrol en la forma en que nos relacionamos unos con otros; vivimos un país de pésimas relaciones entre grupos y personas, no vivimos un país de carencias. ¿Por qué tenemos gran desempleo? Yo no lo entiendo claramente: hay millones de hectáreas para cultivar, tenemos a la mano el mercado más grande del mundo, en Toluca se arman coches BMW, viene gente a Villa Hidalgo todas las semanas a comprar ropa para revender, la familia Arteaga construyó un emporio agrícola en una región semidesértica; los mexicanos, cuando se les organiza bien, pueden hacer grandes cosas. ¿Por qué hay tanta violencia? ¿Por qué se pudo hacer rico a ese grado Carlos Slim? Esto es una ausencia bestial de valores.

Yo creo que los grandes problemas del país tienen que ver, todos, con la ética, la formación del individuo, los principios en los que cree, lo que se conoce del país y lo que lo nos hace reflexionar en lo que podría ser bueno para la comunidad, no nada más para el bolsillo personal. Todos estos problemas tienen que ver con la educación. No nada más el recetar a los niños el libro de geografía y la tabla del 9 para que se lo metan en la cabeza, sino meterles en su mente y en su corazón determinados principios; sin ir más lejos, el respeto a la vida humana.

Hace muchos años había una clase de Civismo que todos aborrecíamos. Creo que fue un intento por parte del gobierno de enseñar una ética de valores nacionales. Desgraciadamente fracasó, porque nuestro pueblo en su sabiduría juzgó inadecuado que gobiernos corruptos hablaran de ética;  así, con nuestra historia tan particular, nos hemos convertido en un pueblo sin ética, al que ya le quitaron su última fe, la creencia en la democracia. Recordemos los aforismos “el que no tranza, no avanza”, “suerte te dé Dios, que el saber poco te importa”, “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”; en eso cree el mexicano de hoy. No estoy abogando por educación religiosa (aunque la respeto), simplemente creo necesario educar y transmitir valores éticos a nuestra juventud. Mientras no lo hagamos así, los problemas que aparecen en el ambiente serán caldo de cultivo para que aparezca lo peor de nuestra naturaleza. Pero en lugar de esta educación por la que yo abogo, tenemos los miles de ataques a la ética, como las cloacas que se destapan periódicamente de alguna Secretaría (o las que se quedan tapadas pero todo mundo conoce), o los planteados en la comercialización masiva y banal de toda clase de productos. Ayer leí el anuncio sobre cierto reloj de lujo, puro bla bla bla sin sustancia. La necesidad de tener coche del año, aunque no haya mayores prestaciones de un año para otro. O de tener el iPod, pero no cualquiera sino el iPod touch. ¿Y para qué? ¿Se oyen mejor las canciones? Se nos educa, en la práctica, a consumir y si no nos queda otra, a trabajar. Nuestros maestros han organizado sainetes y tragedias que manchan las calles de Oaxaca y la imagen de nuestra nación. ¿Por qué se permite a ese grupo tomar las calles de una ciudad por tanto tiempo? ¿Cuánto le deben a Esther Gordillo?

El porvenir de cualquier nación que no tenga cohesión como grupo, en donde no sea posible actuar en conjunto, tomando en cuenta los beneficios del grupo, es irremisiblemente el desastre y la Historia está llena de ejemplos; las virtudes que pregono se tienen que enseñar desde niños, chango viejo no aprende virtud nueva. Tengo edad para comparar épocas, y ésta es una en donde permanecen las antiguas manchas de corrupción individual, y aparecen nuevas manchas de corrupción corporativa, por ejemplo, el bestial presupuesto de que gozan los partidos políticos, asignado por ellos mismos.

Es imposible quedar bien con todo mundo y en el ejercicio del poder tienen que tomarse decisiones que a priori se sabe dejarán inconformes a muchas personas. Pero yo invito a nuestras autoridades a meter la mano en la Educación, y no sacrificar este asunto estratégico a circunstancias políticas. Invito a nuestro señor Presidente a buscar un mexicano del calibre de don Justo Sierra o de José Vasconcelos, no creo que se nos hayan terminado los talentos.

jlgs, El Heraldo de Aguascalientes, 5.3.2011


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