Es posible que los ingenieros petroleros desaparezcan como profesión, al igual que les pasó a los afiladores y a los lecheros que ofrecían su servicio de puerta en puerta, pero los que se dedican al entretenimiento y los profesionales de la salud nunca perderán su chamba; los primeros, porque el hombre siempre ha buscado diversión, los segundos, por nuestro instinto de preservación: queremos curarnos de las enfermedades y queremos vivir más años. Los avances en uno y otro campo son notables, en el curso de unos treinta años hemos visto una revolución en la distribución de películas (beta, VHS, DVD, bluray, netflix) y también el sida ha pasado de ser una epidemia mortal a mediano plazo, a una enfermedad controlada en su difusión y controlable en las consecuencias para la vida. Yo soy de la opinión que en algunas ramas, como automóviles, los cambios son 90% cosméticos, pero en cambio en medicina los avances son sustantivos para un gran número de problemas: cáncer, cardiovasculares, quirúrgicas, etc. Los avances logrados a partir del siglo XX se muestran de una manera más que convincente en esta tabla[1]:

Epoca o lugar Esperanza de vida al nacer
Prehistoria 26
Grecia clásica 26-28
Roma 20-30
Indios en Norteamérica antes de 1492 25-30
Países árabes durante el Califato 35
Inglaterra medieval 30
Inglaterra S. XVI-XVIII 33-40
1900 31
1950 48
2014 71.5

Lo más notable de la tabla es que la esperanza de vida se mantuvo relativamente estable hasta 1900, y en el curso de un siglo aumentó más del 100%, por dos razones: mejores condiciones de vida, avances en la medicina. El hombre ha estirado enormemente la duración promedio de la vida, pero es improbable que un siglo la esperanza llegue a 150 años, porque parece ser que los avances están llevando al hombre a vivir hasta el límite impuesto por la naturaleza, unos 100 ó 110 años.

La investigación en medicina no produce avances a un ritmo constante, su historia no es la de granitos de arena que se van juntando para hacer una montaña; de vez en cuando algún visionario cuestiona las costumbres, o hace las preguntas adecuadas, o simplemente tiene suerte. El objeto de este artículo es mencionar lo que en mi opinión son esos brincos importantes en la historia de la medicina.

ESTUDIO DEL CUERPO. El primero que menciono es la venda que cayó de los ojos de los doctores, en el transcurso de muchos siglos, de que el cuerpo humano es como una fábrica, o una máquina, en donde es lícito estudiarlo, abrirlo, y ver su interior. Había una idea del cuerpo y del alma, inexplicablemente unidos entre ellos, puestos por Dios ahí y a los que se debía respeto, léase, no podía abrirse el cuerpo para estudiarlo.  En Sinuhé el Egipcio se habla de los embalsamadores de cadáveres como una casta inferior, marcados socialmente no nada más por el olor a muerto sino por el desprecio[2]; Noah Gordon escribió en 1986 su novela El Médico, donde narra la historia de un inglés con don para la curación que viaja a Persia para aprender con los grandes doctores árabes del Medioevo. Parte de la trama es el trabajo escondido que tiene que hacer para estudiar los cadáveres que habían muerto con ciertos síntomas, descubriendo al final que todos tenían el apéndice roto. Estos no son sino dos ejemplos que muestran los prejuicios que durante siglos nublaron la mente del hombre para acercarse al cuerpo con el ánimo de comprenderlo y sanarlo. Todavía en el siglo XIX existía la idea de que las “miasmas”, una especie de pestilencia, eran las encargadas de transmitir las enfermedades, y por esa razón abrían las ventanas de los hospitales al mediodía, para que se ventilaran y salieran las miasmas.

VACUNAS. Un día le preguntaron al expresidente Harry S. Truman acerca del tabaco, y contestó:

Este es un buen ejemplo del sano intercambio colombino: América proporcionó el tabaco a los europeos, ellos trajeron la sífilis a América.

Cuando llegaron los conquistadores a Tenochtitlán, estaban ampliamente superados en número por los aztecas, pero contaron con aliados más importante que los indios tlaxcaltecas: la viruela y la sífilis, enfermedades contagiosas desconocidas en América. Alguno de los españoles llegó enfermo de viruela y contagió a los indios, que no tenían defensas contra esa enfermedad; los indios enfermaron y murieron por miles, y la viruela se disputa el primer lugar en causa de muerte de los indígenas contra el maltrato y los ataques directos de los españoles. Actualmente está erradicada mundialmente, pero en su tiempo fue una enfermedad capaz de causar epidemias y matar en gran número; los que sobrevivían quedaban marcados por las cicatrices pero no se volvían a enfermar: este fue un hecho que observaban los doctores desde hacía siglos. Algunos pueblos del Cáucaso desarrollaron la costumbre de inocularse de las pústulas producidas por el virus cowpox, algo parecido a la viruela, y esta inoculación desarrollaba cierta inmunidad. La noticia llegó al médico inglés Edward Jenner, quien aplicó sistemáticamente el procedimiento, raspando la piel del paciente y depositando ahí gotas de pus de alguien enfermo. El paciente desarrollaba una forma benigna de la viruela, pero no se enfermaba ni se moría, y creaba inmunidad. No fue exactamente la invención de la vacuna contra viruela, porque procedimientos semejantes se aplicaban en varias culturas desde mucho tiempo antes, pero Jenner lo estudió en forma científica, difundió sus resultados y a partir de ahí la amenaza que representaba la viruela y sus posibles epidemias fue bajando, hasta que se la declaró erradicada en 1979.

En el siglo XX se descubrieron otras vacunas muy importantes, como la de la poliomielitis. Esta enfermedad es producida por un virus que ataca los músculos y puede llegar a generar parálisis; en un porcentaje alto (30%) los pacientes llegan a morir de la enfermedad. Desde la antigüedad era una enfermedad conocida que atacaba la población, hasta que hacia 1955 el investigador norteamericano Jonas Salk desarrolló una vacuna contra esa enfermedad, que contribuyó a erradicarla en todo el mundo. Salk y su equipo de investigadores representan uno de los grandes benefactores de la humanidad, al eliminar de forma definitiva la poliomielitis.

Todas las vacunas trabajan de la misma forma: se aísla el germen que causa una enfermedad y se administra en forma mitigada al paciente, donde la enfermedad “en chiquito” sirve para entrenar al sistema inmunológico y proporcionar inmunidad total contra esa enfermedad. La epidemia de influenza mató cerca de cuarenta millones de personas en 1918, ahora está controlada; hay muchas otras enfermedades contra las que se han desarrollado vacunas, como rubeola, sarampión, influenza, hepatitis A y B, tifoidea, pero quedan otras que son potencialmente mortales y que todavía no la tienen, como hepatitis C, sida, ébola y malaria.

HIGIENE. Hacia 1840 existía la costumbre en los hospitales públicos de ventilar las salas donde estaban los enfermos para que saliera el aire pútrido y no aparecieran otras enfermedades en los pacientes. En los hospitales públicos 1 y 2 de Viena, al menos una clase de pacientes, las mujeres que llegaban a dar a luz ahí, desarrollaban síntomas de fiebre puerperal y morían junto con sus hijos a pesar de la ventilación. Este mal, ahora lo sabemos, es una infección en el tracto vaginal, parte del cuerpo que sufre mucho en el alumbramiento y se vuelve sensible a los gérmenes; pero los médicos de la época no sabían y le echaban la culpa a las miasmas, otro nombre del aire pútrido. El doctor húngaro Ignaz Semmelweis se ocupó del asunto e hizo observaciones relacionadas con el caso: en el hospital número 1 la tasa de mortalidad de madres por fiebre puerperal era consistentemente más alta, más del triple, que en el hospital número 2; razonó que necesariamente había una circunstancia particular en el hospital 1 que provocaba estos problemas. Este hospital era un centro de enseñanza para médicos, y el número 2 era atendido en los partos por comadronas. No podía simplemente hablar de incompetencia, finalmente los estudiantes eran supervisados por médicos con experiencia, y Semmelweis anotó todas las diferencias que encontró entre los dos hospitales. Por ejemplo, las parturientas que daban a luz en camino, antes de llegar al hospital, tenían la misma tasa de fiebre puerperal en los dos lugares; también era un dato notable que los estudiantes diseccionaban cadáveres en el hospital 1. Un amigo de Semmelweis se cortó accidentalmente con un bisturí mientras diseccionaba a un muerto, enfermó y murió con los mismos síntomas que las mujeres con fiebre puerperal, y este hecho lo llevó a pensar que los estudiantes llevaban “partículas cadavéricas” pegadas a sus manos en las disecciones, y estas partículas se instalaban después en el cuerpo de las parturientas, enfermándolas y matándolas. Decidió buscar una manera de quitar esas partículas, que generaban pestilencia en las manos, intentando con varias sustancias. Finalmente encontró que el hipoclorito de calcio eliminaba el hedor y ordenó a todos los estudiantes que se lavaran con él antes de atender un parto. Inmediatamente se observó una mejora, las mujeres dejaron de contraer fiebre puerperal en números tan grandes, y se igualaron las estadísticas de los dos hospitales. Semmelweis era un buen investigador médico pero no manejó el asunto políticamente, sus colegas rechazaron sus propuestas (y la evidencia) y siguieron predicando explicaciones exóticas para un mal que tenía un remedio tan simple.

Esta historia es muy interesante por lo que enseña de la investigación científica: observar, atenerse a los hechos, conjeturar, experimentar y someter a juicio el resultado de los experimentos. La parte más importante es la conjetura: imaginar que cierta medida puede ser la solución, lo que prueba una vez más que la ciencia avanza gracias a las preguntas, no tanto a las respuestas que se hacen acerca de ella. No encontrando una explicación de la mayor tasa de mortalidad en el hospital 1, Semmelweis hizo estadísticas de todo lo que se le ocurrió: edad, estado civil, raza, religión, etc., cruzando números de fiebre puerperal en una edad contra otra, diferencias en religiones y todo lo que podía relacionar. Por ejemplo, las mujeres que daban a luz en camino al hospital, es decir no daban a luz en el hospital, tenían menos casos de fiebre puerperal que las otras; de ahí concluyó que algo en el hospital era el causante de los problemas, podían ser los mismos doctores. Naturalmente éstos se ofendieron, negando los cargos y generando animadversión contra Semmelweis. La muerte de su amigo le dio la clave, pero fue después de mucho pensar y observar y conjeturar; la solución que encontró no era totalmente cierta, no eran partículas cadavéricas sino gérmenes lo que enfermaba a las mujeres, pero estaba muy cerca de la verdad y en todo caso, solucionó el problema. Semmelweis fue rechazado, dejó el trabajo en Viena y regresó deprimido a Budapest donde murió en un asilo para enfermos mentales. Sus descubrimientos se difundieron y aceptaron con lentitud, aunque hoy nos parece obvio que los doctores tengan que seguir estrictas prácticas de higiene en sus intervenciones; en 1847 ni siquiera se lavaban las manos para atender parturientas y no se sabía que los gérmenes existen ni que pueden ser transmitidos por contagio.

TEORÍA DE LOS GÉRMENES. Como sucede con cualquier avance científico, esto contesta algunas preguntas pero deja pendientes otras. En el caso de Semmelweis se estableció la necesidad de higiene al atender los partos, y por extensión en cualquier intervención, pero no se aclaró con precisión el agente que llevaba la enfermedad de un lugar a otro. Unos años después, Louis Pasteur y Robert Koch investigaron y demostraron que algunas enfermedades eran causadas por algo parecido a las “partículas cadavéricas” de Semmelweis, las bacterias. Estos organismos microscópicos pueden infiltrarse en el cuerpo humano y producir enfermedades: tuberculosis, sífilis, tifoidea, tifo, neumonía, ántrax y muchas más. Koch estudió ántrax, tuberculosis y cólera, encontrando condiciones que él postuló para poder achacar a una bacteria cierta enfermedad: 1) la bacteria tiene que estar presente siempre que hay la enfermedad; 2) la bacteria tiene que ser susceptible de aislarse del enfermo y cultivarse aparte; 3) esos cultivos, al inocularse a personas o animales sanos, causan enfermedad; 4) la misma bacteria tiene que poderse aislar del organismo inoculado. Analizados con ojos modernos, los postulados de Koch son de sentido común, pero no era así hacia 1850, cuando él investigaba. Por ejemplo, se sostenía la teoría de la generación espontánea: en un vaso de agua podían aparecer espontáneamente organismos vivos, sin que previamente los hubiera en ese vaso. Pasteur realizó un experimento famoso para refutar esta teoría, hirvió carne y la dejó en un recipiente donde eliminaba el acceso de aire del exterior, y la carne permaneció sin alterar por un período largo; en cuando dejó entrar el aire, la carne se pudrió.

La teoría de los gérmenes, por sí sola, no resolvió el problema de la tuberculosis (T.B.), por ejemplo, simplemente sirvió para saber de qué se morían esos enfermos: el mycobacterium tuberculosis se instalaba en sus pulmones, los iba consumiendo hasta que eran insuficientes para oxigenar la sangre y el paciente fallecía. Algunas personas tenían resistencia natural y nunca se enfermaban, otras se enfermaban y podían recuperarse, otros morían. La teoría de los gérmenes daba el diagnóstico, no la solución, pero al saber cuál era el agente causante de la T.B. los científicos podían dirigir sus esfuerzos a atacar el germen para eliminar el problema.

ANTIBIOTICOS. Por una casualidad, Alexander Fleming descubrió la penicilina, al encontrar en 1928 que algunos de sus cultivos de estafilococos habían sido contaminados por un hongo que destruía al estafilococo. El descubrimiento no le cayó del cielo, porque precisamente tenía tiempo investigando a esta bacteria; además tuvo la inteligencia científica de identificar como algo significativo que el hongo atacara las bacterias en vez de desechar el hallazgo como no importante. Inmediatamente hizo las pruebas necesarias –estafilococos con y sin el hongo, ver que siempre atacaba el hongo, utilización del hongo en otras bacterias- y llegó a la conclusión de que ese hongo tenía efectivamente una cualidad importante, aquello para lo que él como científico trabajaba: el hongo destruía los gérmenes de algunas enfermedades.

Aisló el hongo, al que llamó penicilina, realizó pruebas de laboratorio y encontró que los gérmenes causantes de fiebre escarlatina, meningitis, neumonía, difteria y otras enfermedades eran atacados y eliminados por la nueva sustancia. Como casi siempre, el cuerpo científico tardó en entender y aceptar estos descubrimientos, pero en la segunda guerra mundial ya existía una dotación suficiente del medicamente para atender a los heridos, que antiguamente corrían enormes riesgos de infección y muchos morían no por la herida, sino por la infección posterior.

Después de la penicilina los laboratorios de todo el mundo se lanzaron a encontrar y producir otros antibióticos, que actualmente son el pan de cada día en los tratamientos médicos, y ofrecen a los enfermos modernos oportunidades de curación que en el siglo XIX no existían, como sífilis, gonorrea y tifoidea y muchas enfermedades del aparato respiratorio.

Una consecuencia indeseada es que ciertos gérmenes, como el de la T.B., han desarrollado inmunidad frente a los antibióticos, y se ha convertido en una carrera de la ciencia contra la naturaleza, una a producir medicinas, la otra a producir gérmenes resistentes.

CIRUGÍA. El último gran avance en medicina es la cirugía moderna, tanto los procedimientos quirúrgicos como la higiene y la anestesia que se utilizan en ellos. Por ejemplo, el paciente que antiguamente sufría de angina de pecho estaba condenado a morirse tarde o temprano de un infarto, como sucedió con Mahler y con el personaje de la bellísima película La Muerte en Venecia de Luchino Visconti, basada en una novela de Thomas Mann. Actualmente es posible resolver ese problema introduciendo un catéter en la arteria femoral, a la altura de la ingle; el catéter sube hasta las coronarias, localiza las arterias tapadas y elimina el tapón, ya sea disolviéndolo, perforándolo, o hinchando la arteria e insertando un stent, algo así como un niple de fontanería. Si el niño viene atravesado o no cabe por el conducto vaginal, antiguamente representaba la muerte para madre e hijo, pero actualmente la cesárea es una operación de rutina. El cáncer admite en muchos casos la extirpación del tumor, inclusive si está asentado en la cabeza; casi milagroso, en estos casos, es el procedimiento donde se hace laparoscopía, trabajando vía la nariz y sin necesidad de abrir el cráneo.

Son efectivamente cientos los nuevos procedimientos quirúrgicos que cada año salvan la vida a cientos de miles de pacientes en todo el mundo. La cirugía moderna no es un solo descubrimiento, al estilo de la penicilina, sino que consiste en prácticas que se han ido depurando en el curso de unos ciento veinte años y que actualmente representan esperanza de vida para millones de seres humanos.

LO QUE QUEDA PENDIENTE. El cáncer, la hepatitis C, la malaria, el ébola, el sida son enfermedades para las que no se conoce una cura absoluta. Muchos cánceres son tratables, principalmente cuando son detectados con tiempo, pero todavía el cáncer mata anualmente a millones de hombre y mujeres. Yo creo que los laboratorios seguirán investigando y encontrando mejoras parciales al cáncer, y posiblemente una solución definitiva a las otras mencionadas. El problema del cáncer es que puede verse como una forma de envejecimiento: el cuerpo pierde el control sobre alguna de sus partes, ya no se mantiene en condiciones adecuadas cierto tejido, y aparecen las células cancerosas. Desde esta perspectiva, nunca se encontrará una cura total contra el cáncer, a menos que se encuentre una fórmula de la inmortalidad. Por otro lado, ¿para qué querríamos vivir doscientos años? Todos nuestros familiares, todos nuestros hijos habrían marchado antes de nosotros, sería una vida que no se podría aceptar.

LO QUE QUEDARÁ PENDIENTE. Ya mencioné el cáncer, pienso que nunca habrá una cura total. Actualmente las enfermedades cardiovasculares son la causa número uno de muerte en todo el mundo, y con razón: nuestras arterias y venas son como la tubería de una casa, cuando están nuevas dejan correr el agua libremente pero a medida que pasan los años se llenan de sarro, óxido y residuos de todas clases. Yo considero natural que los humanos muy viejos se mueran del corazón o de un derrame cerebral o de cáncer, son sencillamente manifestaciones del envejecimiento. Ya sabemos que el colesterol engrosa las paredes arteriales y disminuye el claro por donde fluye la sangre, y que esto puede provocar isquemia e infartos; un buen régimen alimenticio, estatinas, ejercicio físico y cierta paz espiritual atrasan la esclerosis y las taponaduras, pero el cuerpo humano está diseñado para hacerse viejo, estropearse con los años, y morir. En poco más de un siglo la ciencia le añadió 45 años a la esperanza de vida (145% con respecto a 1900), pero es altamente improbable que le añadamos otro 145% y que la esperanza de vida el año 2140 sean 180 años. Habría que renovar totalmente el cuerpo humano, algo así como el cambio de motor y transmisión que puede hacerse sin problemas a un coche, pero eso es algo de ciencia ficción.

Además, ¿qué le haríamos al instinto de procreación? Si somos inmortales y además tenemos hijos, literalmente no cabremos en el planeta. Es mejor aceptar nuestro destino de seres mortales y agradecer que vivamos en una época en donde la medicina ha avanzado tanto.

PD Agradezco a Beatriz sus valiosas sugerencias en la preparación de este artículo.

[1] Datos tomados de Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Life_expectancy

[2] Mika Waltari, autor finlandés, escribió Sinuhé el Egipcio en 1945.


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