Las mejores cosas de la vida no cuestan dinero; las mejores cosas de la vida no deberían de costar dinero, es una visión distorsionada de la existencia fijar la casi totalidad de nuestras expectativas y de los afanes que cubren el cielo de nuestros días, transformándolos en noches que no se aclaran si no llega el dinero. Entre esas cosas mejores, que seguirán estando ahí para el que quiera acercarse, se encuentran ver nacer a un hijo y leer una buena poesía; mejor aún, engendrar al hijo o crear la poesía, pero este artículo es para lectores, los poetas y los amantes siguen su propio camino.

Las primeras palabras de libro Tolstoi o Dostoievski son “Literary criticism should arise out of a debt of love” (La crítica literaria debería surgir de una deuda de amor); fueron escritas por el crítico George Steiner en 1958, cuando todavía era joven y estaba a punto de no ser desconocido, gracias a esta obra. El poema de Marina Tsvetaeva que traduje hace unos días se llama Cada verso es hijo del amor. Ambos escritores, que han vivido sus horas llenándolas de poesía, que borraron los nubarrones de su existencia (en el caso de Steiner, literalmente; Marina murió desesperada de sus miserias, suicidándose) con páginas y páginas de escritos y reflexiones, nos cuentan en palabras e idiomas diferentes de su amor por la literatura, de la capacidad de este arte de cambiar la vida de las personas y a veces, inclusive la realidad de su entorno. Dice Steiner que aquel que haya verdaderamente aprehendido el significado de una pintura de Cézanne mirará de ahí en adelante a una manzana o una silla en forma que nunca las miró antes; yo añado que inclusive la eterna representación de la muerte, una calavera, nunca será la misma antes y después de mirar su cuadro Pirámide de Calaveras (1901) (http://en.wikipedia.org/wiki/File:Paul_C%C3%A9zanne,_Pyramid_of_Skulls,_c._1901.jpg), que nunca será posible escuchar una canción sin recordar a Schubert, que nunca será posible juzgar a los hombres y mujeres retratados por Chejov, porque son pequeños en medio de sus minúsculas grandezas, y simplemente son débiles cuando cometieron atrocidades: lea usted La Dama del Perrito o Un Asesinato y después decide si condenar a Anna Sergeievena o a Gurov por el adulterio que cometen, o si prefiere no condenarlos porque ha empezado a entenderlos; lea la historia de hombre que fue arrastrado a cometer un asesinato, y después de que lo haya leído desterrado en Sajalin, júzguelo.

Las buenas obras de arte tienen la capacidad de cambiarnos. No somos moralmente superiores ni hemos eliminado nuestros pesares, pero hemos ampliado nuestra concepción del mundo con ayuda de unas pocas líneas, de un cuadro hermoso (se me ocurren varios, algunos por estética y otros por su tragedia, que coloca a la belleza en segundo plano: Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya; el retrato que hizo Picasso de aquella gran benefactora de escritores, Gertrude Stein (http://en.wikipedia.org/wiki/File:GertrudeStein.JPG ); el payaso más triste de todos, Pierrot (http://www.pablo-ruiz-picasso.net/work-105.php ); si usted conoce Oaxaca, compare su propia impresión con la de José María Velasco sobre el Ahuehuete de la Noche Triste (http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ahuehuete-noche-triste.jpg); hay varias ediciones de la Divina Comedia ilustradas por Doré, que nos pueden dar una idea de alguno de los posibles infiernos preparados para los pecadores). La obra de arte genuina establece un puente entre el que la contempla y los mundos que el autor creó cuando la hizo; esa obra puede tocar fibras sensibles u olvidadas de nuestra alma y la hacen resonar en armonías que no habíamos escuchado. En veces las armonías resuenan en algo de nuestra vida, lo que vemos por la ventana o escuchamos en una conversación; otras ocasiones es el placer estético puro, sin conexiones con el aquí y el ahora, como el relato El inmortal de Borges.

Somos afortunados de poseer mucha literatura buena en español. Nuestro idioma se extendió por más superficie que ningún otro, midiendo en países que lo adoptaron como suyo: España y Latinoamérica; aunque nos une el idioma y heredamos una cultura de la Madre Patria, existen enormes diferencias en estos países que produjeron lo mismo obras literarias casi abstractas como la que menciono de Borges, y las obras cumbres del realismo en donde escucha uno los pasos del fugitivo, las hierbas que se mueven bajo sus pies, sentimos su desesperación y nos angustiamos ante su fin; lea usted a Juan Rulfo (El Hombre), lea usted esa pequeña colección de obras maestras que es El llano en llamas, y después lamentará, junto conmigo, que la voz del Maestro haya callado tan pronto.

Somos afortunados que haya muchos lugares y pueblos en el mundo, que cada uno de ellos haya seguido su propio camino cuando Babel resultó insostenible; somos afortunados en que casi todos los pueblos sean diferentes de nosotros, porque de todos ellos podemos aprender algo que no hemos visto aquí. Somos afortunados en que haya tantos lenguajes en el mundo que ninguna vida será suficiente para conocerlos todos, y que siempre tendríamos, si quisiéramos con querer verdadero, el acicate de aprender algo nuevo porque hace cien o mil años vivió en otro lugar un poeta que escribió en otro idioma. Los espíritus realmente inquietos contemplan un rato esta diversidad, entienden que siempre estará ahí (en su mayor parte inaccesible), y deciden emprender un viaje a otros países en su imaginación, orientándose con el nuevo idioma aprendido. De Freud se dice que aprendió español para poder leer El Quijote; Borges estudiaba italiano en el tranvía para acercarse a Dante; innumerables personas hemos visto que existen dos lenguas inglesas, la de Shakespeare y la de los negocios: quizá la segunda resuelva problemas prácticos, pero yo ya llegué a la edad en que me causa más placer leer –sin traducir- un soneto de Shakespeare que ver una noticia sobre Google.

Somos desafortunados en que la poesía y gran parte de la mejor literatura están enraizadas en su lenguaje. La elección de palabras que el poeta realiza para crear cada línea depende del significado, del ritmo y de la melodía que al final están contenidas en el verso (también somos afortunados, por la misma razón); la traducción puede traernos casi siempre el significado completo, pero el ritmo y la melodía nos llegan a jirones, despedazados e irreconocibles; las traducciones son fieles o buenas, no pueden ser ambas al mismo tiempo. Los lectores de habla española conocemos La Guerra y la Paz por su argumento: la familia Rostov, la escena inicial donde se decide una herencia importante, las escenas de guerra, el amor de Natalia; Tolstoi fue suficientemente grande como para que esa obra tuviese vigencia y valor artístico desprovista de su soporte nativo, el idioma en que fue escrita. Dice Vladimir Nabokov (1899-1977), quien fue un distinguido traductor de obras en ruso y francés al inglés, que Tolstoi utiliza unas quince palabras diferentes en esa obra para describir el movimiento de los ojos; si nuestro traductor eligió el verbo adecuado o si por obviar un problema de traducción escribió “Natasha entrecerró los ojos con atención…” no lo sabemos, pero Tolstoi sigue siendo Tolstoi.

Hay un libro tan hermoso como discutible que escribió Nabokov: Verses and Versions (Harcourt Books, NY 2008) que está dedicado enteramente al arte de la traducción. Sus primeras palabras son la cuarteta propia

 

What is translation? On a platter
A poet’s pale and glaring head,
A parrot’s screech, a monkey’s chatter,
And profanation of the dead.
¿Qué es traducción? En una bandeja
La cabeza pálida y deslumbrante de un poeta,
Chillido de una cotorra, cháchara de un chango,
Y profanación del muerto.

 

que debe interpretarse como una advertencia honesta de que la poesía que él va a traducir en el libro, y cualquier poesía traducida, llegará filtrada, desdibujada, convertida en jirones o quizá convertida en una nueva obra maestra, pero nunca será como el original. Mi profesor Carlos Lanier, a quien yo creía una enciclopedia hasta que me explicó que él nada más había estudiado literatura (siguió siendo una enciclopedia, añadiendo literatura) hacía burla de las malas traducciones del español al inglés que no toman en cuenta la ambigüedad que existe en cualquier idioma en algunas de sus palabras. El ejemplo que él utilizó se basaba en las palabras “entre” y “tomar”, que pueden tener al menos dos significados cada una: “entre azul y buenas noches”, “entre usted, está en su casa” y “tomar una silla”, “tomar un vaso de agua”; la frase en inglés que inventó fue “between, between, drink a chair”, traducción literal y también chillido de cotorra de “entre, entre, tome una silla”.

El que traduce en público aparece dotado tácitamente de un conocimiento adecuado del lenguaje y no se esperan errores tan obvios, pero todo traductor enfrenta la impenetrable barrera que representa la unidad artística y de significado que es cualquier buen poema. Uno de los valores entendidos en poesía (aunque no absoluto) es la habilidad de decir mucho con pocos recursos; mientras menos palabras mejor, mientras más breves las palabras, todavía mejor. La gran abundancia de palabras cortas ha facilitado el camino a muchos poetas en lengua inglesa para dejarnos monumentos de concisión. Tomemos por ejemplo el primer verso del Soneto 46 de Shakespeare: Mine eye and heart are at a mortal war, que admite fácilmente una traducción literal: Mi ojo y corazón se encuentran en guerra mortal, pero ahí termina el camino pavimentado para el traductor: las sílabas aumentaron de 10 a 13, la palabra “are” se ha convertido en “se encuentran”, “heart” ahora es “corazón” (una sílaba convertida en tres, sin remedio y sin rencor), y aunque podríamos usar “están” en vez de “se encuentran”, de cualquier manera hemos brincado de una sílaba a dos. La sobreabundancia de palabras monosílabas de uso común provee al poeta inglés de un tesoro de comodines que puede acomodar en sus versos y producir, si es alguien como Shakespeare o un poco menor, obras maestras que borran de nuestra mente, al menos mientras leemos el poema, la burla que se hacen los norteamericanos cuando tienen que encontrar palabras de dos o más sílabas. Además de los monosílabos, en el soneto Shakespeare ha utilizado un arcaísmo: “mine” para representar “my”; en español el adjetivo posesivo “mi” no tiene otra alternativa que “mío”, inutilizable en este contexto. Este pequeño problema significa que difícilmente la traducción que hagamos del soneto tendrá el aire de arcaísmo, del lenguaje galante que se utilizaba en la corte isabelina y que llena toda la pieza.

Pero no es necesario que el idioma acumule el 50% de su vocabulario en monosílabos. Lermontov describe la infelicidad que no surge de la envidia entre los hombres, sino de la añoranza natural del alma humana por romper los límites de su propio cuerpo, en el hermoso poema Cielo y estrellas:

     Чисто вечернее небо,
ясны далекие звезды,
ясны, как счастье ребёнка.
О, для чего мне нельзя и подумать:
Звезды, вы ясны, как счастье моё!
     Limpio, el cielo en la tarde,
claras, las estrellas lejanas,
brillantes, cual infante feliz.
Oh, por qué nunca puedo afirmar:
¡Estrellas, sois brillantes, como mi felicidad!

 

Este poema, que traduzco por separado completo, es un magnífico ejemplo de estrofa con versos de distinta longitud: cada una de sus tres estrofas tiene cinco líneas; las tres primeras son de ocho sílabas, las dos últimas de once. Esta elección de métrica refuerza el papel que juegan las últimas dos líneas, como conclusión de cada quinteta.

Pero la traducción es necesaria, o seguiremos desconociendo la mayoría de lo que se escribe en el mundo. Existen en nuestro idioma escritores que han rendido un gran servicio al arte de la traducción, como Julio Cortázar (los cuentos de Edgar Allan Poe), Selma Ancira (diversas obras de Pushkin), Sergio Pitol (obras de autores rusos), Fátima Auad y Pablo Mañé Garzón han traducido la poesía completa de Shakespeare (Libros Río Nuevo, Barcelona 1976) y estos trabajos rescatan para nuestros ojos, prestando los de los traductores, lo que los nuestros no pueden leer.

Pero la mejor traducción es la que uno mismo realiza. Dice Nabokov, en uno de los numerosos retratos hablados que hizo de sí mismo, que todo gran traductor debería conocer –y dominar como el propio- varios idiomas, de preferencia unos seis, para poder acercarse con confianza y con deleitación a las grandes obras literarias. Hace una selección razonable, si tomamos en cuenta nada más la cultura occidental, de cuáles idiomas hay que conocer. Empieza otorgando el primer lugar al inglés, por la enorme abundancia de poetas y escritores en esa lengua; en segundo nivel inscribe al francés y al ruso, en tercero al español, italiano y alemán; naturalmente recuerda el latín y el griego antiguo, pero ya había tomado su decisión. Las razones para conocer otro idioma en años recientes se limitan al inglés porque es lingua franca para los negocios y para viajar; tanto es así que en una película inverosímil que narra el escape de unos prisioneros en la URSS, viajando desde Siberia hacia el sur y que consiguen caminar hasta la India (¡), los guionistas resuelven el aprieto en que se encontraba la historia (en Estados Unidos esperan que las películas estén en inglés para que sean un éxito; ergo…) forzando un diálogo aún más inverosímil en que los personajes buscan un idioma común para entenderse, y adivine usted cuál es el ganador … bien contestado.

Pero en mi opinión hay una razón más importante: los chistes traducidos no se entienden ni se disfrutan cuando están basados en modismos; son flores de invernadero, no son como Tolstoi. Conozco dos ejemplos estupendos; el primero es breve y conciso, como el inglés, tómelo como su primera lección en ese idioma.

International wisdom, 1970

Sabiduría internacional, 1970

What likeness is there between USSR and USA?
In USA you can find a party everywhere;
in USSR the Party finds you anywhere.
¿En qué se parecen la URSS y EEUU?
En EEUU puedes encontrar una fiesta dondequiera; en la URSS el Partido te encuentra en todas partes.

Toda la gracia de este chiste es que party puede significar lo mismo “fiesta” que “partido político”, pero una vez que se utilizan palabras diferentes se pierde la ambigüedad, la concisión, el doble sentido y la gracia.

El segundo ejemplo es más elaborado, lo traduzco completo en un artículo por separado; lo aprendí en mi método Assimil para alemán (www.assimil.com) y tiene que ver con el significado de la palabra Deutsch (suena  como “doich”). Todo mundo sabe que puede traducirse como “alemán”, tanto en el sentido de idioma, de adjetivo o de nacionalidad, y que de ahí se forma Deutschland = Alemania. El punto crucial es que en otros países se llama a los alemanes de muchas formas, pero nunca utilizando la palabra Deutsch, aunque ellos a sí mismos se llaman Deutsche. Usualmente tenemos tríos: Italia, italiano, italianos; Francia, francés, franceses, etc., y estas palabras en español se transforman para expresarse en otros idiomas, pero el origen común es claro: Italy, Italian, Italian; France, French, Frenchman; en alemán son Italien, Italienisch, Italiener (el último es el gentilicio = habitante de Italia), y así sigue la historia en casi todos los idiomas. Pero a los alemanes nadie los llama en otro idioma deutsch+algo, por ejemplo en español no los llamamos “doiches”, sino “alemanes”, y en Italia se les llama “Tedeschi”. Hay entonces una singularidad en el caso del alemán, que Assimil explota para crear una extraordinaria lección en su método (lección 55, la penúltima del método avanzado); se llama Warum ausgerechnet Deutsch (por qué precisamente Deutsch) (*).

Querido lector, tiene usted varios caminos ante sí para allegarse de traducciones. El más popular en estos días es recurrir a los servicios de google y traducir de donde sea al español, con resultados impredecibles de los cuales google no se hace responsable. El segundo es conseguirse alguna versión formal, digamos la traducción de Cortázar de los Cuentos Completos de Poe. El tercero es: aprenda usted mismo el otro idioma.

El último método tiene innumerables satisfacciones, le menciono unas pocas: 1) usted se siente un nuevo supermán, 2) oxigena el cerebro y lo desintoxica de televisión, 3) ejercita la memoria, y el más importante de todos 4) usted mismo será capaz de leer a Byron, o a Moliere, o a Kafka, o a Dante, o a Chejov en idioma original. Posiblemente hasta a Homero, si es suficientemente audaz. En este último caso platíqueme sus aventuras, porque yo no lo he hecho.

(*) Esta lección puede leerse en Por qué precisamente alemán.