Siempre se hereda el nombre; el talento, a veces.

Henry Ford (HF) fue el gran visionario que creó la clase media norteamericana poniéndola a fabricar los coches que iba a consumir. Lo hizo con el invento de la fabricación en serie, que revolucionó el arte de fabricar, pudo aumentar producción y bajar costos, permitió crear objetos iguales para el gran mercado, en oposición a los trabajos de un artesano, que son únicos pero son pocos. Creó el Ford Modelo A y el Ford T, dos iconos de la modernidad que en mi infancia se consideraban “carcanchas” y hoy en día son un tesoro para cualquiera que posea uno. HF puso a sus obreros a trabajar en enormes líneas de producción en donde el producto avanzaba en una línea de ensamble, con personas en puestos fijos para realizar diversas etapas del ensamble. Pagó lo necesario a sus obreros para que pudieran comprar sus coches, se creó un mercado para sus coches y se creó un nombre que lo volvió el empresario más conocido en EEUU, se hizo excéntrico y se atrevió a declarar “usted puede comprar mis autos del color que quiera, siempre y cuando sea negro”. Su hijo Edsel estaba señalado para continuar, pero murió de cáncer en 1943, y el nieto Henry Ford II (HF2) tuvo que regresar apresuradamente de Europa, donde combatía en la Guerra Mundial, para hacerse cargo del negocio. HF2 contrató asesores, reconociendo su falta de experiencia, y la empresa todavía vivió unos años de bonanza después de la muerte del fundador en 1948.

La suerte empezó a cambiar con el Proyecto Edsel, hacia 1956. Se trataba de un modelo a medio camino entre la gama baja (la línea de automóviles Ford), la gama media (los Mercury) y la gama alta (Lincoln), es decir nadie sabía dónde colocarlo.  Los creativos dieron vuelo a su imaginación inventando un modelo que tomaba partes de Ford y otras de Mercury, con un tablero de instrumentos bastante feo, el mismo motor que en una y en otra línea, nada que lo hiciera realmente diferente, al contrario de las líneas Chevrolet, Oldsmobile y Buick en General Motors; hoy en día todos esos modelos son simplemente clásicos, pero en aquella época Buick era “superior” a Chevrolet. Los de Marketing desquitaron su sueldo sin hacer investigación de mercado, la burocracia de Ford ejerció al máximo el arte de estorbarse los unos a los otros, y Edsel fue un grandioso fracaso. La palabra “Edsel” se utilizó durante muchos años como sinónimo de proyecto destinado al fracaso, ya sea por causa de producto, timing, precio, mercadeo, mercado o desorganización. Ford perdió muchísimo dinero en la aventura, casi todo lo que había juntado en una oferta pública lanzada por HF2, y alguien tenía que cargar con la culpa.

En esto empieza la película (sin que el respetable sea informado) e inicia una fabricación en serie de promesas rotas a partir de premisas falsas. HF2 se dirige a los ejecutivos y obreros de Ford, gritándoles que son unos inútiles porque no saben apretar tuercas, o no saben vender, o no saben diseñar, o lo que proceda de acuerdo al puesto. Ford ha acumulado años desastrosos en ventas y promete que aquél que llegue con una buena idea, conservará su trabajo. ¿Y los demás?, me pregunté. Quién sabe, los creativos de la película estaban urgidos de presentar a las dos atracciones de la película, Matt Demon y Christian Bale, quienes encarnan a dos leyendas del automovilismo que no son presentadas adecuadamente a la audiencia, porque tampoco había tiempo para eso, nada más para el melodrama.

Mat Demon encarna a Carroll Shellby, un ingeniero-diseñador-creador que tenía todo para fabricar un automóvil 100% Shelby, excepto el dinero: enfrentó sus problemas usando el chassis de algún carro europeo, el motor de Ford y su transmisión, los frenos de alguien más; ajustaba los componentes, los perfeccionaba y era capaz de hacer un vehículo hermoso, elegante, atractivo, varonil, poderoso y veloz; parecido a Ferrari, pero norteamericano. El sueño de cualquier hombre, sea joven, maduro, viejo o desahuciado, algo que se han esforzado en imitar los grandes fabricantes con sus Mustang, Camaro, Corvette y Challenger: estoy hablando del AC Cobra, el Shelby Cobra. Concedido, el Aston Martin es superior, pero es competencia desleal de James Bond contra Carroll Shelby. El Corvette llevaba ya diez años conquistando espíritus aventureros, el Thunderbird de Ford no le hacía mucha competencia, y HF2 quería lavarse la afrenta del Edsel con una nueva aventura, el Mustang. Y también, por qué no, puesto que todo es posible en América: conquistar la carrera más famosa de todas, Le Mans, ya sea comprando Ferrari, desarrollando un vehículo propio de carreras, o de algún modo incierto, como lo es la película.

En estas circunstancias históricas inicia el film, aunque nada se aclara. Hay tres escenas al principio que “plantean” el contexto: Shellby ya no puede seguir piloteando porque tiene problemas cardiacos; el inglés Ken Miles, piloto excéntrico, se pelea con los jueces porque el coche que pacientemente arregló tiene 0.5 pulgadas menos en la cajuela que lo que debería, pero magnánimamente recibe un espaldarazo simbólico de Shellby; HF2 ningunea a todo su equipo, los amenaza y no los amenaza, pero los conmina a presentar la idea que le ayude a lavar su honor. Este espinoso asunto del honor no se declara públicamente, el espectador tiene que recurrir a las revistas de automóviles que leyó en su juventud para acordarse del Edsel, para investigar quién fue Ken Miles y para aclarar esa misteriosa unión entre Shellby y Ford. En cambio la película nutre el espíritu del drama, versión Hollywood: dos estrellas famosas estrenando acento (Matt Damon, texano; Christian Bale, inglés), con sus respectivos ejércitos de nulidades alrededor (actores que realizan papeles cuaternarios), despliegues de altanería contra el mundo entero por parte de HF2 y de profunda camaradería masculina entre Shellby y Ken Miles, ya que eventualmente se lían a golpes.

Hay una secuencia muy interesante en el film, cuando llegan los conquistadores norteamericanos como desembarcaron en Sicilia en 1944, para comprar Ferrari. Los recibe el mismísimo Enzo Ferrari, viejo lobo de mar y fanático del armado a mano, es decir enemigo ideológico de toda la dinastía Ford. Los enviados, Lee Iacocca a la cabeza, presentan su generosa propuesta, Enzo los manda a dar una vuelta mientras lee el documento y busca un motivo válido para rechazar ese hostil takeover; en segundo plano, un fotógrafo llega apresuradamente con el presidente de la Fiat a mostrar una foto para que se entere que los norteamericanos quieren comprar Ferrari, y para que reconsidere su oferta. La oferta es mejorada y enviada a Enzo, quien ha encontrado en la letra chiquita una cláusula que lo ofende profundamente como hombre y como italiano: si sucede tal y cual cosa, entonces Ferrari no podrá participar en cierta carrera que le interesaba mucho. Encara a los visitantes, les lee la cartilla, los llama soberbios, les recuerda que la reconquista de Italia terminó en 1945, y declara que su jefe, HF2, es un cerdo arrogante y lo peor de todo: nada más es Henry Ford II, no es Henry Ford. De regreso en Dearbon, el supremo los interroga sobre el fracaso y masoquistamente escarba en las opiniones del viejo Ferrari sobre él; es informado que es un cerdo arrogante, que no es su abuelo, y que puede meterse su gigantesca compañía por donde le quepa, el honor italiano no está en venta. Los antecedentes de la película exigen que HF2 despida fulminantemente a Iacocca, y yo pensaba cómo le harán los creativos de Hollywood para reescribir la historia, porque nunca corrieron a Iacocca. Decepción, el bulldog que actúa a HF2 efectivamente no es Henry Ford porque no corre a nadie, simplemente sigue derrochando estilo y arrogancia a lo largo de la película.

A medida que transcurre la película, uno reflexiona en el objetivo de Ford en Le Mans y su intención comprar a Ferrari; la premisa inicial fue que tenían años de malas ventas, pero la solución de comprar una marca altamente exclusiva no podía servir: vender cien o mil automóviles deportivos de superlujo nunca compensarían el fiasco de Edsel. En realidad la película se enreda como mal estudiante en el examen, y deforma la historia: Ford quería participar en las carreras por rivalidad nacional contra los europeos, que siempre dominaban las grandes carreras: Porsche, Mercedes Benz, Ferrari, pero ninguna marca norteamericana. Querían demostrar a los europeos que no únicamente podían producir millones de autos, los podían producir mejores. Este deseo nunca se cumple, ni en la película ni en la realidad. El auto con el que ganan Le Mans es un híbrido europeo – norteamericano, y basta con ver el mercado de autos de lujo y no tan lujo, para darse cuenta que una vez abiertas las fronteras, los autos europeos han conquistado el mercado norteamericano, no al revés. ¿Por qué? Mi respuesta personal es que Europa ha sido devastada por las guerras y no por la abundancia, como EEUU. Con todas las calamidades que han visitado Europa, las grandes marcas europeas aprendieron a hacer vehículos de calidad, eficientes, con buenos motores, cuidando la relación potencia/peso contra el despilfarro de caballos de fuerza que hacían los coches norteamericanos de los 60’s, época de la película. Los norteamericanos han sabido producir buenos vehículos, yo creo que tienen las mejores camionetas del mundo, junto con Toyota. Pero el mercado de los autos de lujo está acaparado por tres marcas alemanas: BMW, Mercedes, Audi, y de aquel glorioso Grand Marquis que una vez conquistó la imaginación de los mexicanos queda el recuerdo, y ningún Ford ha venido a llenar ese vacío; lo llenaron los alemanes. Hoy en día, ironía suprema, Fiat es dueña de Chrysler.

La película es una superproducción de Hollywood con dos personajes importantes, un bulldog, y varios ejércitos de convidados de piedra. La primera escena, donde HF2 gritonea a todo el personal de la planta, podría haber sido abreviada, citando a dos o tres ejecutivos en el despacho del jefe; a fin de cuentas, para no correr a nadie, no hay necesidad de insultar a todo el personal. Todos los ejecutivos de Ford, excepto Iacocca y el intrigante Beebe, podrían haber sido eliminados, no hacen nada en toda la película. La siguiente escena es repetida y repetida: prueban una nueva versión del GT que produce Shellby, todos están nerviosos porque no saben lo que sucederá, Ken Miles le da una vuelta a la pista y regresa con un diagnóstico profundo y preciso de qué falla, cuál pieza es la defectuosa, y qué hay que hacer para remediar el problema; no son necesarios ingenieros ni diseñadores ni calculistas, no hay que considerar la resistencia del aire, basta con Christian Bale. A quienes nos gustan los automóviles, los que hemos hojeado con deleite fotografías de autos y camionetas, nos gustan los detalles y queremos conocerlos. Hallamos placer en enterarnos que a altas velocidades se crea un vacío debajo del coche que ayuda a mejorar el agarre de las llantas al pavimento, y encontramos satisfacción en saber que las aletas traseras de algunos coches, inclinadas hacia arriba, ayudan también a ese agarre. Queremos saber cómo lograr un buen balance entre peso y potencia de un motor, cómo detener a un coche que viaja a más de 200 km/h, cómo hacer uso del tacómetro y si el rojo de 8,000 RPM es una zona a la que el motor efectivamente no debe llegar, o es nada más exhortación a portarse bien. A cambio de esta instrucción que apreciaríamos los amantes del automóvil, tenemos a un iluminado (Ken Miles) quien después de un viaje, literalmente, sabe qué hacer y cómo hacer. Carroll Shellby, quien efectivamente fue un gran diseñador de autos deportivos, queda reducido a un acento tejano y a una dirección de equipo que no puede ejercer, porque las órdenes le llegan desde arriba.

Además de la amenaza no cumplida, no se sabe qué pasó con esa idea grandiosa que expone Iacocca al jefe: conquistar a los baby boomer (los nacidos entre 1946 y 1965), porque no se le da seguimiento en la película y no se le dio en la realidad, salvo la introducción y el éxito posterior del Mustang. Los coches Ford de los 70’s siguieron siendo el Galaxie, el Falcon y el Mustang.

Flota en los primeros minutos de la película una palabra, adjudicada a Ferrari: perfección. Nunca se explica en qué consiste esa perfección que les permite ganar carrera tras carrera, pero Ford se lanza a competir contra la mítica perfección. ¿Con qué compite? Con su propio espectáculo de lucha libre, rudos vs técnicos: los altos ejecutivos a merodean como avispas alrededor del jefe para inspirarle acciones malvadas que perjudican al equipo de casa, el de Shellby. Aparentemente todo era cuestión de traer superestrellas a Ford, hacerles la vida imposible, porque a fin de cuentas estaban señalados para triunfar; visto de esta manera, la película algo así como una versión deportiva de la doctrina del Destino Manifiesto.

Expuse (con temor) estos pensamientos a mi hija Sofía, quien los adivinó antes de que yo se las dijera, me reprobó y condenó mis ideas como ideológicamente equivocadas, algo así como las desviaciones trotskistas con que eran señalados los enemigos reales o imaginarios de Stalin. ¿Para qué quieres saber detalles? ¿Piensas que todos son como tú, que les interesa conocer si un coche tiene cuatro o cinco velocidades? Fui fulminado con estas preguntas, y ciertamente que no a todo mundo le interesa conocer detalles, no faltarán las damas que disfruten ver a Christian Bale y eso será suficiente. Pero una película de autos, alrededor de la carrera más famosa en el mundo, entre un equipo de EEUU vs los europeos, ciertamente que debería tener detalles: motor, suspensión, reparto del peso a lo largo del coche, frenos. El diablo está en los detalles, y esa suma de detalles en un auto, cuidados hasta el más pequeño de ellos, es lo que yo llamaría la perfección de Ferrari y la causa de la superioridad de los autos europeos sobre los norteamericanos. Pero esta es nada más mi opinión, que reconozco está ideológicamente equivocada.

Sofía me alegaba que las películas no son para dar detalles técnicos, pero se me ocurren algunos contraejemplos: Clear and Present Danger, de la saga de Jack Ryan, cuando paralelamente Harrison Ford y el malo de la película analizan una explosión, detalle por detalle, para concluir cuál fue el proyectil utilizado y cómo pudo ser lanzado; cualquiera de Sherlock Holmes gira en torno a una deducción basada en la observación de detalles; Un día después es una reflexión sobre las causas y consecuencias de una posible baja sustancial de la temperatura en la Tierra; Impacto Profundo analiza la posibilidad de que caiga en la tierra un meteorito grande y sus posible consecuencias (esta película no es una teoría, hay eventos registrados de esta naturaleza); Kill Bill de Quentin Tarantino tiene una secuencia donde el maestro Hattori Hanzo forja una espada formidable, mostrando secretos de ese arte milenario.

Después de ver la película, me quedé pensando que era como si la hubiera dirigido Henry Ford II, intentando repetir sus hazañas de cuando lanzó el proyecto Edsel, que le costó a Ford casi todo lo que había conseguido de capitalización al lanzar una oferta pública. Si usted está medio sordo y quiere ver escena tras escena de carreras, con ruido de motor y escape, y con pista de música (!) encima; si usted quiere ver amenazas de correr a todos sin que corran a nadie; si usted quiere escuchar instrucciones al equipo técnico impartidas por un orate; si usted no quiere saber qué hace resistir a un coche una carrera o reventar a medio camino; si a usted le encantan Matt Demon y Christian Bale; si a usted le gustan los cabos sin atar en las películas que ve; si a usted le fascinan las historias fragmentadas e inconclusas, entonces la película es para usted. Pero si le gustan los automóviles, mejor cómprese una revista.


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