Como todo auténtico poseedor de una colección de películas, me reconozco culpable de abandono, no las he visto todas. Vi hace poco en DVD la película norteamericana El león en invierno (2003), dramatización de un pasaje apócrifo en la vida de Enrique II de Inglaterra: reúne en el castillo de Chinon a sus hijos, su esposa y su amante, con la intención declarada de nombrar heredero. Como en una buena puesta teatral, los elementos dramáticos están dados por la mera presencia de los personajes, todos con características suficientes para dedicarles una obra entera, los hijos con ambiciones de ser el elegido. La película está dirigida por el ecléctico director ruso Andreiy Konchalovsiy, quien también hizo Siberiada (1979), una película épica sobre la evolución de Siberia bajo el régimen soviético, y Tango & Cash, donde hizo un minucioso casting de malos actores y escogió precisamente a Sylvester Stallone. El león en invierno, en cuanto obra de arte, está emparentada con Siberiada, pero los alcances son limitados; mejor dicho, o están concentrados en unas pocas horas y personajes.

Enrique II, actuado soberbiamente por Patrick Stewart, es un soberano ya viejo para aquellos tiempos; tiene 50 años en la navidad de 1183, cuando convoca a sus tres hijos a informarles quién es el heredero. Los años no le quitan los ímpetus, ya que tiene de amante a Alais, hija del rey Luis VII de Francia, que había sido llevada a Inglaterra bajo la premisa de ser la prometida de Ricardo, uno de los hijos de Enrique; mientras llega el momento en que Ricardo esté en edad de merecer, Enrique hace real uso de sus prerrogativas y disfruta de la compañía de Alais. La esposa, Leonor de Aquitania, está presa porque hacía diez años se rebeló junto con sus hijos contra Enrique: fueron derrotados, los hijos desterrados y ella presa en un castillo. Las inquinas entre Enrique y Leonor son tan viejas como los matrimonios por interés, ella es dueña del ducado de Aquitania en Francia, que le hace falta a Enrique para agrandar sus posesiones en Francia. El preferido declarado de Enrique es Juan, un muchachote simplón, Ricardo ambiciona la corona y Geoffrey se contentará con ser el administrador de quien gane, conoce sus posibilidades reales y prefiere adaptarse a ellas. El preferido de Leonor es Ricardo, a quien Enrique no quiere nombrar porque solamente es bueno para hacer la guerra; efectivamente, Ricardo se convirtió para la historia en Ricardo Corazón de León, quien combatió en las cruzadas, con gran valentía y total falta de éxito. El destino de Juan es triste o indigno, según se quiera ver. Sucedió a Ricardo a su muerte, disfrutó el poder con las esposas de sus nobles, y fue obligado por los nobles a firmar la Carta Magna en 1214, que puede ser considerada como la primera Constitución en Inglaterra.

La historia de esta película fue originalmente escrita para el teatro en 1966 por James Goldman, y ha sido utilizada tanto para teatro como para cine, en varias ocasiones. La versión dirigida por Konchalovsky sigue una puesta en escena teatral, con escenas que suceden un lugares fijos, concentrando la acción en las palabras y los caracteres de los personajes. Las circunstancias de esa familia, en esa Navidad, garantizaban intrigas, traiciones, frustraciones, desamores: Enrique II es un rey opuesto a Ricardo III en el sentido de que oficialmente quiere designar a un solo heredero, en vez de partir el reino entre los hijos y esperar que todo salga bien entre ellos. Enrique sabe que no podrá dejarlos contentos a todos, y engatusa a cada uno de ellos con insinuaciones y promesas a medias, con la intención de que los verdaderos caracteres se muestren; Enrique sabe que no podrá haber paz entre sus hijos, y decide divertirse esa Navidad viéndolos pelear, intrigar y traicionarse por la herencia.

Los personajes son todos convincentes; el mejor de todos, en mi opinión, Richard Stewart como Enrique II. Su esposa Eleonor es actuada por Glenn Close, y la pareja representa una muy inglesa relación de amor, odio e interés, donde hay diálogo, recuerdos de los días que se amaban, intentos mutuos de engañarse, pero todo dicho en lenguaje civilizado, sin ofensas y sin alzar la voz. Enrique II es un viejo fuerte que quiere, a su manera, a Alais, y ella le corresponde en un amor inexplicable, sin esperanzas, sin futuro. Quizá, simplemente, ese es el único amor genuino de toda la obra.

En Inglaterra y en algunas ciudades importantes de Estados Unidos, el teatro es un espectáculo muy apreciado, tanto como lo es en Rusia. Los ingleses tienen la grandiosa suerte de contar en su historia a Shakespeare, creador de las mejores obras teatrales, inventor de lo humano, como titula Harold Bloom a uno de sus propios libros. Shakespeare tuvo el genio de tomar como materia prima las vidas de príncipes violentos o indecisos y convertirlas en escenario donde hacía desfilar las pasiones, la esperanzas, las frustraciones, las alegrías; por momentos aparece el amor, sólo por momentos. Shakespeare dejó una herencia en Inglaterra que hubiera sacudido a cualquier cultura, sus dramas eran tan vigentes en la época de Isabel I como lo son ahora. En Rusia no existe un autor teatral tan importante como Shakespeare y la atención está dividida entre Chejov y otros autores menos famosos, pero en ambos países se cultiva el gusto por el teatro, y se disfruta de grandes películas basadas en obras teatrales, en forma que no vemos en los países de habla hispana.

La materia prima humana para las obras de Shakespeare es nominalmente inglesa o italiana: historia de reyes de su propio país, o Romeo y Julieta, El mercader de Venecia, y Julio César. Kurosawa nos ha mostrado que las historias de Shakespeare pueden ser contadas con elocuencia en otro idioma y en otro país, y este ejemplo es simplemente una forma de decir que la materia prima de Shakespeare es el hombre, con sus muchos vicios y a veces, una que otra virtud. Las intrigas por acercarse al poder están presentes en todos los países, los celos y la traición pueden se enroscan en los entresijos del corazón, dondequiera que viva.

La importancia del teatro en Inglaterra puede explicarse por Shakespeare, pero la presencia de Shakespeare en Inglaterra es un misterio: ¿por qué nació precisamente ahí y no en Francia o en España, dos países importantes en aquella época? El enorme don creativo, ese conocedor del alma humana y artífice de las palabras, pudo aplicar su grandioso talento a otros idiomas: el inglés es más flexible por la gran abundancia de monosílabos y palabras muy cortas, no tiene la riqueza de tiempos verbales del francés o del español, pero en manos de ese genio, cualquier idioma hubiera servido como vehículo para su expresión. No nos queda sino maravillarnos y envidiar a Inglaterra porque Dios envió a su primo a nacer en esos lugares, como dice Dietrich Schwanitz.

El león en invierno no es Shakespeare, pero es una obra teatral lograda, con caracteres bien estudiados, históricos y convincentes. La versión cinematográfica que vi está en DVD y posiblemente pueda encontrarse en BlockBuster, y quizá en Gandhi y en Librerías Gonvill, el día que estas ilustres librerías se acuerden de habilitar su sistema de búsqueda para películas, actualmente nada más funciona para libros. También existe una versión actuada por Peter O’Toole, que habrá que buscar.

3.9.2015


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