Henry Kissinger
Diplomacy
Simon & Schuster, New York, 1994
912 páginas.

Los países europeos siempre tuvieron que echar mano de diplomáticos, espías, informantes y simpatizantes para lograr objetivos que por medio de la guerra era difícil, imposible, o no recomendable obtener. Por ejemplo, las maniobras de Richelieu para apoyar a los estados alemanes protestantes contra el católico imperio de los Habsburgo durante la Guerra de los Treinta Años, hacia 1620. Por ejemplo, las maniobras de Bismarck para mantener contentos con Alemania a los vecinos al Este y al Oeste, y también sus maniobras para mantener a los vecinos de uno y otro lado opuestos entre sí, todo con el fin de evitar que se creara la única manera en que Alemania podría ser derrotada militarmente: que se aliaran todos sus vecinos contra ella. Por ejemplo, el pacto entre nazis y soviéticos, llamado Von Ribbentrop-Molotov de 1939, donde acordaron repartirse Polonia entre ellos, a sabiendas de que tarde o temprano, entrarían en guerra Rusia y Alemania. En el extremo opuesto de la habilidad diplomática, está el militarismo alemán que desoyó los consejos de Bismarck hacia 1900 y creó una espiral de suspicacias que terminó en una guerra en donde todos los europeos salieron perdiendo; el único vencedor fueron los Estados Unidos, por los préstamos de buena voluntad que hizo a los Europeos para sostener la guerra y después para reconstruirse. Naturalmente, esto está narrado en términos del discurso grandilocuente de un nuevo orden mundial que impulsaba el Presidente Woodrow Wilson, a quien Kissinger respeta mucho pero otros autores  como Joseph Schlarmann lo consideran un pedante, engreído, y en el fondo tan imperialista como Theodore Roosevelt.

Cualquier historia de la diplomacia, como la diplomacia misma, es un asunto espinoso. Aunque sea con años de distancia, dar una opinión completa sobre los personajes es tarea imposible y políticamente incorrecta, porque el historiador es parte de un país que sufre o goza las consecuencias de los actos diplomáticos propios y ajenos. El recurso válido es analizar lo que consiguió y lo que le faltó a un diplomático, sin emitir muchos juicios de otra naturaleza. El caso mejor logrado en esta obra, en mi opinión, es el de Bismarck, un genio de la diplomacia a quien Kissinger le reconoce sus méritos. Sin el apasionamiento con que se narra hoy en día la agresión nazi contra Polonia en 1939, el autor cuenta las maniobras de Bismarck para embarcar en 1870 a Francia en una guerra que iba a perder, en donde no le interesaba tanto que Francia perdiera sino el estallido de fervor patrio alemán, que Bismarck utilizaría para unificar a los pequeños estados alemanes independientes bajo el dominio de Prusia. Hay una foto famosa después de la batalla definitiva en la Guerra Franco-Prusiana donde aparecen Bismarck y Napoleón III sentados, platicando. Es obvio a partir de la foto quién ganó la guerra, pero el derrotado Napoleón no aparece en el suelo, encadenado o cubierto de harapos. Así está narrada la historia de Bismarck: todo lo que hizo fueron maniobras para conseguir el crecimiento posible de Alemania, impidiendo la creación de una posible amenaza letal para ellos. Murió el Kaiser que dejaba hacer a quien lo sabía hacer mejor, subió al poder Guillermo II, y creyó que Alemania podía crecer por encima de los límites que había reconocido Bismarck, y también creyó que no podía surgir una amenaza fatal para su país; el resultado, la Primera Guerra Mundial y la destrucción del Imperio Alemán, probaron que el viejo Bismarck sabía lo que hacía.

No están narrados los horres de ninguna guerra. Aunque Kissinger es judío, no insiste en los campos de concentración nazis ni en las matanzas de judío. Tampoco insiste en el gulag soviético ni en los campos chinos de reeducación mediante el trabajo; los detalles, las más de las veces terribles, que sucedieron a los pueblos de los dirigentes que desfilan en este libro son objeto de otro tipo de historia. Lo que hace Kissinger es intentar ponerse en los zapatos de sus personajes, sopesar las condiciones que los rodeaban, y dar un comentario acerca de las decisiones que tomaron. Por ejemplo, de la misma manera que Alemania fue quien impulso el estado de cosas que provocó el estallido de la Primera Guerra Mundial, también reconoce Kissinger que las condiciones tan drásticas que impusieron los aliados a Alemania en 1918 fueron el caldo de cultivo para la aparición de Hitler y los nazis.

El libro está escrito por alguien que sabe, que sabe cómo decirlo, y que sabe qué callar. Es una historia de la diplomacia, escrita por un diplomático.

BismarckundNapoleonIII